Latinoamérica
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La historia de Tirso Vélez
Colombia: La Gabarra
Luis Alberto Matta Aldana
Rebelión
Evocación del líder social Tirso Vélez, a propósito de la desolación y el
dolor de la región selvática del Catatumbo
"Los dioses partieron una piña y de ella salió un hombre,
luego partieron otra piña y salió una mujer,
ilusionados partieron otras piñas y salieron muchos niños.
Entonces poblaron las selvas y los ríos y así nacieron los motilones".
(Leyenda oral de los indígenas Barí, pobladores ancestrales del Catatumbo).
El 8 de marzo de 1992 fecha de elecciones regionales en Colombia, el entonces
militante comunista Tirso Vélez, hombre sencillo de acentuadas convicciones
libertarias y profunda riqueza espiritual, profesor rural de primaria apreciado
por sus dotes de líder social, cantautor y poeta popular, encabezó una amplia
coalición de izquierda que incluyó sectores progresistas de los tradicionales
partidos (liberal y conservador), ganando abrumadoramente la alcaldía de
Tibú, población de unos 34.000 habitantes, considerada capital de la selvática
región del Catatumbo.
Promediando la segunda semana de agosto ese mismo año, como alcalde de Tibú,
Tirso puso en marcha un orgulloso programa de gobierno que llamó "Tibú un
sueño de paz". Se trataba de una ambiciosa estrategia de diálogo y
desarrollo social consultada con las comunidades que lo habían respaldado. Es
importante destacar que `con Tirso se cumplía el segundo mandato en línea de la
Unión Patriótica, movimiento de izquierda que congregó en el Catatumbo,
quizá como en ninguna otra región de Colombia todas las vertientes políticas,
incluyendo líderes católicos y evangélicos, y unificando sectores disímiles de
izquierda como A Luchar y Frente Popular, también al
campesinado y por primera vez a los esquivos indígenas Barí.
Influenciado por el progresista obispo católico Luis Madrid Merlano, Tirso echó
mano de su desbordante optimismo y de su magnífica vision nacional, y propuso la
tarea de recoger 100.000 firmas entre los pobladores del Catatumbo y regiones
aledañas, según él para solicitar al gobierno nacional y a la insurgencia,
agrupada entonces en la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar – CGSB, un
cese integral y bilateral de hostilidades, preámbulo obligado hacia la
construcción de un gran acuerdo de paz entre los colombianos. Como hoy, eran
épocas de guerra y el narcotráfico corrompía esferas oficiales de poder,
mientras los terratenientes con la connivencia del Estado fundaban ejércitos
privados de paramilitares. También como hoy, la insurgencia, y separadamente el
conjunto del movimiento popular presionaban desde todos los escenarios posibles,
una auténtica mesa nacional de paz en busca de transformaciones económicas,
sociales y políticas, que conduzca a la reconciliación nacional.
A pocas horas de Tibú y más cerca de la frontera con Venezuela, los humildes
pobladores de La Gabarra (un pequeño corregimiento de Tibú)
soñaban confiados en un futuro mejor para su región. De mayoría indígena y
campesina La Gabarra está enclavada en montes circundados por ciénagas y
madreselvas, en cuyos alrededores se pasean los puercoespín, los tigrillos,
culebras, báquiros, micos, loras y gallinetas, y otras tantas especies que
abundan en esas selvas de frontera. Hasta ese momento sus gentes habían vivido
en relativa paz pero siempre sumidos en la pobreza, pese a ser rodeados de
yacimienos de petróleo y de enormes riquezas biológicas y naturales. Esta
pequeña población es en verdad un puerto fluvial a orillas del río Catatumbo,
torrente navegable que serpentea por entre los montes acogiendo los ríos
Sardinata, Tarra, San Miguel, Tibú y río de Oro entre otros, para luego
internarse en Venezuela y desembocar en el lago Maracaibo, por donde sus aguas
se conectan al mar Caribe.
En 1992 bajo una significativa influencia comunista, La Gabarra
constituía el epicentro de una gran fuerza social comprometida con la paz, que
para desgracia de aquel pueblo, no era una situación bien vista por el gobierno
neoliberal del presidente César Gaviria Trujillo, quien estimaba al Catatumbo
como una "zona roja" de alta tendencia subversiva. Por el contrario, los
habitantes locales la consideraban una zona verde que querían convertir en
remanso de paz. La verdad es que en esta región, como en muchas otras de
Colombia donde el Estado olvidó sus obligaciones sociales, la insurgencia creció
al compás de la inconformidad política de los campesinos y colonos empobrecidos,
con quienes ha elaborado reglamentos de convivencia desde una óptica de poder
popular.
Por aquella epoca las tropas oficiales por orden del gobierno nacional acechaban
al Catatumbo, y también lo hacía el paramilitarismo que no había logrado
penetrar definitivamente en La Gabarra, principalmente porque no
habían florecido el latifundio y los cultivos de coca, que hasta entonces
constituían un problema relativamente marginal. No obstante, en la primera
semana de agosto de 1993 el poeta y alcalde de la Unión Patriótica en Tibú, fue
amenazado por bandas paramilitares, justo después que se perfilara y fuera
reconocido como el mejor mandatario y administrador entre los alcaldes de Norte
de Santander.
El entonces general Harold Bedoya (uno entre los más oscuros personajes en la
tragedia colombiana) insinuó que Tirso era amigo del terrorismo, porque éste
había rechazado el arribo de 3.000 nuevos soldados al Catatumbo. En su temerario
mensaje el general ignoró deliberadamente, que la Unión Patriótica había
reclamado en cambio de los militares, a 50 docentes que faltaban para suplir el
deficit educativo del municipio. Pocas semanas después cuando transcurrían los
primeros días de Septiembre de 1993, Tirso Vélez fue detenido por el DAS
(policía política del gobierno), cumpliendo una orden de la fiscalía bajo
presión del general Ardila (comandante local de la brigada móvil del
Ejército), quien aseguró que el alcalde favorecía desde su administración a
las guerrillas, y principalmente según él, al Ejército de Liberación Nacional
– ELN de fuerte arraigo en poblaciones aledañas a Tibú.
Por aquellos días Tirso había publicado el poema titulado "Colombia un
sueño de paz", que fue duramente rechazado por los mandos militares,
porque desde una perspectiva humana instaba a la paz entre soldados y
guerrilleros. Este fue el verso que alborotó la inquina:
"Para que exploten bombas de pan y de juguetes
y corran nuestros niños entre escombros de besos.
Lancita... mi soldado... recuerda que Jacinto, el hijo de la vieja campesina,
se fue para la guerrilla buscando amaneceres, persiguiendo alboradas.
Que no regrese muerto, no le apagues su lámpara.
Porque la vieja espera pegada a su camándula
pidiéndole a las ánimas que no le pase nada"
En el sitio web
http://usuarios.lycos.es/palenquederhonealpes/reiniciar.htm se puede
consultar la totalidad del poema. Una vez leído se corrobora que Colombia no
está lejos del ‘Macondo’ que nos enseña Gabriel García Márquez, y que la
detención de Tirso fue poco menos que una infamia, como otras miles que se han
cometido. Pocas semanas después viajé junto a mi compañera Diana y el
parlamentario Manuel Cepeda Vargas a Cúcutá y Tibú, para hacer el lanzamiento
del libro "Poemas Perseguidos", que por supuesto incluía los
versos de la discordia. Tirso concibió el sugestivo título del libro en la
cárcel, conque el régimen intentaba acallar la voz del pacífico movimiento
social de la Unión Patriótica.
En la ciudad de Cúcuta, a propósito hoy convertida en sede social del
paramilitarismo, favorecido con la política de "Seguridad Democrática",
en dicha ciudad durante aquel viaje pudimos corroborar leyendo el expediente de
Tirso, que los versos del poeta, habían sido interpretados por el general Ardila
y los sabuesos de la Fiscalía, como intrincadas simpatías del alcalde con el
terrorismo. Manuel Cepeda haciendo gala del sarcasmo y de su genial ironía
concluyó días después a través del semanario VOZ: "para la derecha y los
mandos militares en Colombia, definitivamente la poesía es peligrosa".
A partir de 1992, en los años posteriores y contextualizado con una alta
militarización, fueron asesinados selectivamente al menos medio centenar de los
más queridos líderes comunales y cívicos del Catatumbo. Oleadas de pobladores
(gentes humildes y de bien) migraron forzados a engrosar los cinturones de
miseria en Cúcuta, El Zulia y otras regiones (incluyendo Venezuela),
mientras el latifundio voraz extendía sus fauces sobre aquellos territorios, y
los partidos tradicionales recobraban la hegemonía política. La pobreza continuó
su camino ascendente y con ella el desempleo y la delincuencia común.
Entretanto, la coca se expandió rápidamente arrebatando territorios a la selva,
a la vez que los combates entre las tropas oficiales contra las insurgentes
FARC-EP y ELN se multiplicaron, sembrando zozobra entre la población civil del
municipio de Tibú y también en otros como El Tarra, Convención, Hacarí, Teorama
y San Calixto.
La insurgencia no pudo impedir la expansion de la coca en sus areas de
influencia, dada la ausencia de alternativas sociales para el campesinado
empobrecido y el constante arribo de nuevos desplazados a las zonas de
colonización, además, porque innegablemente ganó importantes espacios de
influencia y legitimación entre la población dedicada a sobrevivir con dichos
cultivos, al prohijar y reglamentar socialmente en los territorios de
colonización, a los desterrados que huían de la violencia militar y paramilitar.
En 1996 la embajada de EE.UU. ordenó al presidente colombiano Ernesto Samper la
fumigación de los cultivos de coca, decisión a la que el campesinado no tardó en
responder con masivas protestas sociales. Aunque las marchas cocaleras tuvieron
su epicentro en el sur del país, más de 350.000 campesinos se manifestaron
pacíficamente en varias regiones de Colombia, incluyendo en el norte al
Catatumbo. Los labriegos exigían soluciones económicas viables para la crisis
social que padecían, rechazando la criminalización de su actividad productiva, y
alegando que el cultivo de coca estaba incorporado a su economía de
subsistencia. El gobierno evadió el diálogo social instalando mesas tramposas de
negociación, a la vez que reprimía con violencia militar las pacíficas marchas
campesinas. La arremetida violenta del Estado debilitó la credibilidad
institucional entre los cocaleros, acercándolos más a las guerrillas,
organizaciones que no tardaron en organizar una respuesta insurgente,
fundamentalmente las FARC-EP, quienes desataron una ofensiva guerrillera sin
precedentes en el sur de Colombia.
En los años siguientes, en cambio de formular alternativas políticas y sociales,
el Establecimiento gobernante aceleró la expansión de la estrategia
paramilitar, obteniendo mayor éxito en el centro y norte del país. Recordemos
que la violencia paraestatal ha sido el arma tradicional del poder gobernante en
la Colombia de los últimos 50 años. Por tradición los ejércitos privados de
"pájaros", sicarios y ahora "autodefensas", han ejecutado o
encubierto la guerra sucia de los gobiernos y los terratenientes contra los
movimientos populares de oposición.
La estrategia paramilitar se benefició y se ha visto fortalecida como nunca
antes con el "Plan Colombia", un impresionante programa de guerra
patrocinado por los EE.UU. que puso en marcha el presidente Andrés Pastrana,
bajo el embeleco de combatir al narcotráfico y el terrorismo. Fortalecidas y
envalentonadas las bandas paramilitares en mayo de 1999 organizan un ataque
masivo contra la población del Catatumbo, con la intención de copar aquellos
codiciados territorios, cuyos cascos urbanos estaban ya bajo control absoluto de
las fuerzas militares del Estado. Una directriz del Plan Colombia ordena que la
fuerza pública se instale definitivamente en cada uno de los 1070 municipios del
país, de los que al menos 320 (fundados a la sazón del desplazamiento forzado
y la pobreza) han sido históricamente controlados por las guerrillas.
Con la ofensiva paramilitar Tibú y particularmente el corregimiento de La
Gabarra fueron bañados en sangre. Cerca de 600 personas son asesinadas,
muchas de ellas sometidas a horribles torturas, en las que familias enteras
fueron mutiladas con machetes y motosierras, incluyendo numerosos niños y
ancianos. Aproximadamente 20.000 colonos y pobladores huyen atemorizados de la
región, con la anuencia descarada de la fuerza pública y el silencio
aterrador del gobierno nacional. Prestigiosas organizaciones defensoras de
los derechos humanos como la "Asociación para la Promoción Alternativa –
Minga" documentaron informes y testimonios de primera mano, que
contribuyeron sin duda a despejar lo acontecido. Pese a todo, la casi totalidad
de políticos, financiadores y militares responsables de estos crímenes de lesa
humanidad siguen actuando libremente y vinculados al gobierno de Uribe. Como
excepción a la regla se contabiliza la destitución del general Alberto Bravo
Silva, que por acción y omisión fue vinculado a los hechos.
Llama la atención que antes y durante el periodo en que fueron cometidas las
terribles masacres contra la inerme población del Catatumbo, la fuerza pública
desplegó bajo orden del general Martin Orlando Carreño Sandoval,
entonces comandante de la 5 Brigada del Ejército con sede en Bucaramanga, la más
grande operación contrainsurgente en la historia de la región. Entre mediados de
Octubre del año 2001 y finales de Marzo de 2002, aproximadamente 7.500 soldados
de élite, pertenecientes a los batallones: Comuneros 36 (que operó entre
Tibú y el corregimiento de Filogringo en El Tarra); Santander (esta
unidad se desplazó desde el departamento del Cesar hasta el área petrolera de
Orú); Unidad Móvil de contraguerrillas – Los Guanes; Luciano D’Elhuyar,
y batallón Maza de Cúcuta, realizaron operaciones en la región.
Las tropas del Estado con apoyo de la fuerza aérea, combatieron y ametrallaron
por todos los flancos a las guerrillas, afectando principalmente al ELN que
tenía una importante presencia en varios municipios del Catatumbo. El accionar
del ejército, presumiblemente trataba de contener la reacción de los
insurgentes, en momentos en que las paramilitares AUC acometían sus motosierras
contra la población civil. El pretexto de los "paras" era aniquilar las
supuestas bases sociales de la subversión, mientras el ejército, en forma casual
parecía controlar la posible retirada de los civiles que huían del cerco de
terror que imponían las bandas genocidas. Testimonios de campesinos
sobrevivientes e investigaciones posteriores a las matanzas, pusieron al
descubierto la casi descarada coordinación entre oficiales y paramilitares que
llevaron a cabo las operaciones.
Los saqueos, violaciones, torturas, asesinatos y desapariciones selectivas
tuvieron su climax genocida en diciembre de 2001, fecha en la que tiene
lugar la segunda masacre de civiles inocentes. Las llamadas "autodefensas"
recorrieron durante su redada criminal, territorios más allá de las zona urbana
y rural de los municipios del Catatumbo, abarcando también áreas del Carmen, La
Playa, Puerto Santander, Petrólea y Río de Oro, es decir, casi un tercio del
departamento, jornada de terror que se prolongó hasta mediados de Marzo del
2002, cuando se considera que la región pasó al control casi absoluto del
paramilitarismo. Desde entonces el narcotráfico acumula poder a expensas de las
tierras campesinas.
Los actos de barbarie ejecutados por los escuadrones de la muerte contra civiles
indefensos, condujeron a la inevitable degradación del conflicto social armado.
Así mismo las estelas de muerte y destrucción del frágil tejido social del
Catatumbo se fueron extendiendo paulatinamente a otras secciones del Norte de
Santander. Municipios como Arboledas, Salazar de las Palmas, Villa del Rosario,
El Zulia y particularmente Cúcuta, ciudad capital que alberga poco más de
600.000 habitantes, el 70% sumido en la pobreza, fueron convertidas en sede
social del narcotráfico y las derechistas Autodefensas Unidas de Colombia –
AUC. El Norte de Santander es una provincia montañosa de unos 21.000
Km2, compuesta por 38 municipios incluyendo Tibú.
Mención especial hago del municipio de El Zulia, ubicado a escasos 25 minutos de
Cúcuta en un esplendoroso Valle de arrozales, circundado por montañas y dos ríos
(Peralonso y Zulia), que constituye uno de los lugares más hermosos de
Colombia. Allí transcurrieron los primeros años de mi juventud, los primeros
amores, la secundaria y el primer acercamiento a las luchas políticas junto a la
Unión Patriótica. Fue una época determinante para la vinculación definitiva al
trabajo por una verdadera democracia y por la paz en Colombia. Un sábado tarde,
en agosto de 1978, durante una improvisada reunión de cantores en el parque
principal conocí a Tirso Vélez, que acariciaba canciones de protesta en su
guitarra. No tardó en enseñarme el periódico VOZ, y un tiempo después me fue
presentando a Juan Mogollón, Jaime Gómez, David Jaimes, Carlos Bernal y otros
delegados del Partido Comunista que frecuentaban El Zulia con propaganda
revolucionaria.
Tirso Vélez fue aislado del regional del PCC en época posterior a su accidentada
alcaldía de Tibú, poco tiempo después de haber salido de prisión. Conflictos y
discusiones propias del Partido lo alejaron de las huestes comunistas. En los
años siguientes con total autonomía fortaleció su profunda convicción pacifista
y liderazgo político, siendo primero diputado departamental, luego aspirante
independiente a la gobernación y al parlamento, hasta que finalmente llegó a ser
el más opcionado candidato a la gobernación del Norte de Santander en el año
2003, encabezando de nuevo una coalición muy amplia de organizaciones populares,
esta vez impulsada por el Polo Democrático y el Frente
Social y Político, los mismos movimientos alternativos que llevaron al
socialdemócrata Luis Eduardo Garzón a ser el actual alcalde mayor de Bogotá.
Pero el Norte de Santander bajo la férula narcotraficante y paramilitar, ya no
fue tierra fértil para proyectos democráticos y civilistas. Una casta de
terratenientes y corruptos se han apropiado de los hilos de poder político y
económico, infiltrando inclusive los órganos de justicia, situación
reiteradamente demostrada en las documentadas denuncias de organizaciones
defensoras de derechos humanos, y paulatinamente confirmadas por sucesivos
escándalos, que han desvelado la ligazón institucional de narcotraficantes y
paramilitares con la oficina regional de la Fiscalía General de la Nación.
Justo cuando Tirso Vélez encabezaba las encuestas de opinión a nombre del Polo
Democrático, y la población (principalmente las barriadas empobrecidas de
Cúcuta, colmadas por desplazados de la violencia) manifestaban abierta
complacencia por su magnífica candidatura a la gobernación del Norte de
Santander, su preciosa vida le fue arrebatada violentamente.
Con el asesinato de Tirso la ultraderecha cortó las alas de un proyecto
civilista, popular y democrático, afianzando la llegada de los corruptos de
siempre al poder regional. La clase dominante no toleró una pacífica candidatura
de izquierda, y por evidente temor a una derrota electoral, castigó sin piedad
al líder que encarnaba un auténtico proyecto de paz para el departamento.
Al poeta y cantautor, que desde un liderázgo de izquierda asumía como el
candidato de los excluídos, le cegaron la vida al atardecer del miércoles 4 de
Junio de 2003. Las ráfagas de los sicarios hirieron también a Isabel (esposa
y madre de sus pequeños hijos Miguel Angel y Ruben Darío) y un acompañante
ocasional. El crimen se cometió a escasos metros de la vigilada sede del
gobierno departamental y a pocas cuadras de una enorme estación de policía. No
obstante, testigos aseguran que los asesinos se dispersaron con toda
tranquilidad por la ciudad, utilizando dos conocidos taxis y varias motocicletas
de alto cilindraje que cruzaron por entre habituales retenes militares.
Horas después del crimen el diario "La Opinión", un periódico de
cubrimiento regional que en vida le publicó artículos y poemas a Tirso,
extrañamente ese día enfatizó su sitio web en noticias sobre hechos
violentos adjudicados a la insurgencia. Aparecía el titular del atentado contra
Tirso, pero al abrir la noticia dejaba ver la nota sobre un atentado cometido
supuestamente por el ELN contra un centro comercial. Muchos nos preguntamos
¿que pretendía el diario La Opinión? Lo cierto es que este periódico ha
girado hasta convertirse en un confundidor de la opinión pública y en el puntal
defensivo de la clase política más corrompida del departamento, obviamente
ligada al narcotráfico y el paramilitarismo. El gobierno de Alvaro Uribe Vélez,
campeón de los "shows mediáticos", frente al asesinato de Tirso guardó un
repugnante silencio.
El asesinato de Tirso Vélez se inscribe en la ya sistemática eliminación de
opositores que ha padecido el Norte de Santander. Aunque la Defensoría del
Pueblo y organizaciones de derechos humanos corroboran que más de cinco mil
líderes sociales, comunales y sindicales han sido asesinados en los últimos 5
años en Cúcuta, la realidad es que los crímenes selectivos contra el
movimiento popular se remontan a la década de los ochenta. Miles de seres
anónimos han perdido la vida y también destacadas personalidades cuya actividad
estaba centrada en la oposición política al régimen. En honor a la memoria y con
esperanza de justicia se precisa recordarlos a todos, pero en esta breve nota
solo mencionaré algunos:
Ramón Aníbal Díaz, prestigioso profesional y líder regional del Partido
Comunista y la Unión Patriótica, asesinado el 26 de Enero de 1986, junto a
varios compartidarios y miembros de su familia.
Darío Colmenares y su esposa Shirley Díaz abogados defensores de
detenidos políticos, ambos asesinados en 1985.
Carlos Ariza, defensor de presos políticos sindicados de rebelión, fue
asesinado en 1994.
Elsa Clarena Guerrero y Carolina Santiago Navarro, asesinadas en
Ocaña, el 28 de Enero de 2001, pertenecían a la Asociación de Institutores de
Norte de Santander –Asinor, filial de Federación Nacional de Educadores –
Fecode.
Gabriela Galeano, dirigente sindical de Anthoc, sindicato de los
trabajadores de la salud, asesinada el 9 de Diciembre de 2000 en Cúcuta.
Carlos Cordero, también dirigente del sindicato Anthoc, asesinado en
Bochalema, el 6 de Diciembre de 2000.
Rosalba Calderón Chávez, sindicalista de Anthoc, asesinada en Ocaña el 3
de Octubre de 2000.
Pauselino Camargo Parada ex sacerdote y apreciado líder social, ex
alcalde de Cúcuta, asesinado por paramilitares el 3 de Febrero del año 2000.
Iván Villamizar Luciani, activista de derechos humanos, ex defensor
regional del pueblo y profesor universitario, asesinado el 12 de febrero de
2001, luego de hacer denuncias contra la corrupción y sobre la situación de
derechos humanos. En un golpe posterior contra la Universidad fueron
secuestrados, torturados y asesinados, por policías y paramilitares, los líderes
estudiantiles Edwin López y Gerson Leal.
Carlos Arturo Pinto Bohórquez y María del Rosario Silva Ríos,
fiscales especializados quienes al momento de su crimen investigaban casos de
narcotráfico y paramilitarismo, en los que estaban implicados líderes políticos
y empresariales del Norte de Santander.
Luis Humberto Rolón, dirigente cívico y activista del PCC asesinado el 16
de Junio de 2003.
Mención especial para Carlos Bernal y David Jaimes, a quienes
conocí gracias a Tirso, y a quienes traté de cerca y encontré en diferentes
ocasiones a lo largo de los últimos años. Carlos Bernal fue asesinado por bandas
paramilitares el jueves 1 de Abril de 2004 en la ciudad de Cúcuta. Fue un
importante lider de las juventudes comunistas del Norte de Santander,
posteriormente directivo del PCC, y comisionado de paz de dicho departamento. Al
momento del crimen se desempeñaba como secretario general del Frente Social y
Político, desde donde desarrollaba un intenso trabajo en favor de la solución
política para el conflicto armado. Y David Jaimes, quien fuera el primer alcalde
de la Unión Patriótica en Tibú y lider apreciado en el Catatumbo,
fundamentalmente por sus vecinos de La Gabarra que apreciaban en él su
calidad humana. David fue asesinado durante la primera semana de Junio de 2004,
en cercanías de la frontera colombo venezolana, en circunstancias aún no
esclarecidas.
Es en el marco de esta sistemática violencia, amparada en el terrorismo de
Estado, que sucedió el último crimen colectivo en la Gabarra. A la madrugada del
martes 15 de junio de 2004 la muerte azotó de nuevo las selvas del Catatumbo,
día que fueron asesinados 34 jornaleros y labriegos que descansaban la jornada
acampados en una humilde vereda, y que según se pudo confirmar, estaban recién
llegados a la región, llevados y contratados por una mujer que figura en la
nómina de los paramilitares.
Respondiendo a una calculada programación, los "raspachines" nombre común de los
trabajadores que desojan arbustos de coca, fueron instalados en un campamento
aislado, sitio donde posteriormente se cometió la matanza, hecho atroz ejecutado
con sevicia, y a escasas horas de instalarse la mesa de diálogo entre el
gobierno de Uribe Vélez y las bandas paramilitares. Al parecer con esta matanza,
se pretendía atraer a Santafé de Ralito, sede de los diálogos paramilitares, a
medios de prensa internacionales renuentes a un gran despliegue informativo
sobre este proceso que muchos consideran una farsa del gobierno Uribe. En cuanto
al macabro suceso de La Gabarra, aún sin hacer el levantamiento de los
cadáveres, sin acudir al sitio, sin investigación alguna y sin análisis
probatorio, políticos y militares del Norte de Santander, entre los que se
destacó el coronel Marco Antonio Pedreros, comandante departamental de
Policía, se apresuraron a adjudicar la masacre a la insurgencia, tratando de
señalar al paramilitarismo como víctima.
En el marco de esta triste coyuntura, que enluta hogares colombianos, el
presidente Uribe organizó una fuerte ofensiva mediática orientada a justificar
su estatuto antiterrorista, y solicitar a la comunidad internacional respaldo
para el proceso de paz que adelanta con los paramilitares. La prensa favorable
al régimen repitió hasta el cansancio la versión difundida por las autoridades,
y los titulares inclusive de agencias internacionales, simplificaron el
conflicto social y armado colombiano, indicando la existencia de una guerra
entre paras y guerrilla por hacerse al control de los territorios donde se
cultiva coca. Prácticamente ningún análisis apareció sobre la vulnerabilidad de
los civiles desarmados en el Catatumbo y toda Colombia, que se supone, son el
objeto de protección de la política de "seguridad democrática" que adelanta el
gobierno.
Con la última masacre en La Gabarra también se tendió una cortina de humo, en
apariencia casual, sobre el grave escándalo que afecta a las primeras
‘autoridades’ del Norte de Santander, comenzando por el alcalde de Cúcuta, señor
Ramiro Suárez Corzo, recientemente capturado a pesar de su investidura,
luego de que se filtrara ampliamente a la opinión pública su descarada ligazón
con el hampa narcotraficante, y su co-responsabilidad intelectual en crímenes de
personalidades del Norte de Santander, entre otros, el asesinato de Tirso Vélez.
Días antes de la matanza de raspachines de coca, se había puesto al descubierto
que el señor Suárez Corzo organizó durante su campaña electoral una fuerte
campaña contra el candidato de la izquierda democrática Tirso Vélez,
favoreciendo a su compadre político, Miguel Morelli Navia, hoy
gobernador del Norte de Santander. Morelli Navia ha guardado un aterrador
silencio ante los centenares de asesinatos contra líderes populares, sucedidos
durante su campaña y su mandato.
Entretanto la acción de organismos de derechos humanos han presionado al
desprestigiado aparato de justicia colombiano para que actúe. El primer
resultado ha sido la orden de captura contra el alcalde de Cúcuta, Ramiro Suárez,
a quien también se le imputa responsabilidad en el asesinato del asesor jurídico
de la alcaldía, Alfredo Enrique Flórez. Por este mismo hecho es prófuga de la
justicia la señora Ana María Flórez Silva, directora de Fiscalías en la
ciudad de Cúcuta, acusada igualmente de complicidad con las bandas
paramilitares. También se investiga a Magali Yaneth Moreno Vera, ex
investigadora del Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía, cargo que
mantuvo a pesar de ser la novia de un comandante paramilitar. Otros
superficialmente investigados son la señora Deisy Calcerán de la
Secretaría de Gobierno departamental, el secretario de Seguridad Iván
Figueredo, este último delatado por amigos suyos que arrepentidos se
entregaron a la justicia, y el Coronel Víctor Hugo Matamoros, actual
comandante del batallón Maza.
El presidente Uribe trató de utilizar la no esclarecida masacre de La Gabarra,
como instrumento de presión, para poner en entredicho el valioso e independiente
trabajo que realiza Amnistía Internacional, y todo porque esta
organización no reprodujo a velocidad de papagayo amaestrado, las versiones
oficiales sobre el lamentable hecho de violencia. El señor Uribe ignoró
deliberadamente, en un intento por impactar a la opinión de derecha que le
favorece en las encuestas, que Amnistía Internacional es una organización
defensora de derechos humanos caracterizada por la prudencia y la independencia,
y que acude a informaciones de primera mano, las cuales analiza y contrasta, y
generalmente hace pronunciamientos cuando conoce versiones creíbles, producto de
la investigación realizada en terreno. En realidad el plan de Uribe era
desacreditar a la insurgencia, transformar en víctimas a los victimarios, y
ganar adeptos en su odiosa campaña contra los defensores de derechos humanos.
Portavoces del Establecimiento alimentaron la polémica de Uribe Vélez contra
Amnistía Internacional, desplegando para ellos su maquinaria de prensa y
enfatizando en la manipulación informativa, para lo cual además, aprovecharon un
desatinado artículo de opinión publicado en la agencia de prensa ANNCOL,
agencia que habitualmente y desde una óptica de izquierda difunde notas sobre el
conflicto colombiano. La mencionada nota de ANNCOL enfatizaba en la
paramilitarización del Catatumbo, pero fue asimilada por los medios gobiernistas
a una comunicación oficial de las FARC, en la que supuestamente aceptaban como
positiva la matanza de trabajadores raspachines en La Gabarra.
Posteriormente ANNCOL desde su sede europea aclaró no poseer facultades
tales, como las de suplantar a la comandancia guerrillera, sin embargo, la
manipulación informativa se mantuvo, ignorando las pertinentes aclaraciones y
protestas de la agencia de prensa.
No se puede falsear la realidad, como históricamente lo han hecho los
empresarios y terratenientes que gobiernan a Colombia, dueños y señores de la
prensa colombiana. Sin duda, y como sucede en todo conflicto armado interno o
guerra civil, el Estado garante y tutelar de los derechos es el directo
responsable de la violación a los derechos humanos, así como los alzados en
armas contra el poder establecido, son responsables mayoritarios de las
infracciones al Derecho Internacional Humanitario. Los paramilitares luchan por
defender los privilegios de los ricos y terratenientes que gobiernan, y se
declaran hijos del Estado colombiano. En una guerra así se necesita una
información independiente y alternativa, y más cuando la población civil es
quien padece los peores rigores del conflicto.
Esta realidad nos obliga a quienes estamos comprometidos con la defensa de los
derechos humanos y con la búsqueda de una auténtica democracia, a que sigamos
trabajando desde nuestras posibilidades, por alcanzar la consolidación de un
movimiento amplio, nacional e internacional, por la paz con justicia social en
Colombia. El acuerdo humanitario debe ser la primera tarea de este movimiento
popular, porque abre una puerta hacia la discusión de soluciones políticas y
sociales para el conflicto interno. Por ahora el gobierno Uribe camina en
sentido contrario, legalizando los paramilitares y su caudal narcotraficante
mediante el diálogo, y prometiendo un partido político de ultraderecha que
supuestamente lo va a elegir nuevamente como presidente.
En este contexto le envío al presidente Alvaro Uribe Vélez, dos mensajes...
Primero, que quienes estamos comprometidos en la búsqueda de la paz con
justicia social, y en la construcción de una democracia verdadera para nuestro
pueblo, jamás nos alegramos ni celebramos muerte alguna, por el contrario, a
todo tiempo y lugar reclamamos la paz como nuestro más grande anhelo, y la
vigencia integral de los derechos humanos como esencia de justicia. Segundo,
que los auténticos defensores de derechos humanos somos independientes,
pero no somos ni podemos ser neutrales ante el conflicto social armado
interno, ni más faltaba, pues con absoluta claridad estamos a favor de la
solución política y del diálogo con los insurgentes, porque la guerrilla está
conformada por quienes no tuvieron otra opción que levantarse en armas para
continuar sus luchas que no pudieron por vías democráticas. No respaldamos
el monólogo inmoral entre su gobierno con paramilitares y narcotraficantes,
porque estamos a favor de la paz como producto de transformaciones sociales,
económicas y políticas en bien de nuestro pueblo, paz con reforma agraria,
soberanía y derechos humanos.
Y no podría concluir la presente nota sin destacar el testimonio que Tirso Vélez
nos brindó con su preciosa vida. Tirso amó tanto a sus hijos como a la poesía,
porque ellos eran para él sus versos vivos. Fue un soñador incansable
comprometido con la causa liberadora de los pobres, fue un hombre culto y
autodidacta, poseedor de una natural sencillez. Fue un líder transparente que
sabía escuchar y transmitir mensajes. Por tradición familiar fue cristiano y por
conciencia militante comunista, pero al final de sus días fue simplemente un
pacifista, alguien que combinó en la práctica sus experiencias intelectuales y
espirituales. Era un enamorado de la vida, tema que expresó en la nostalgia de
sus cantos y en la profundidad mística de sus poemas, porque creía que la vida
es un círculo. Gozó y compartió con sus amigos el mensaje simple de libros como
"Sidartha" del escritor alemán Herman Hesse, y de otros como"El
Principito" y "Juan Salvador Gaviota".
Poco antes de su muerte había declarado en una entrevista: "Yo le tengo miedo
a la muerte por lo desconocido. Tengo miedo a dejar compromisos sin cumplir o
metas no logradas, si tienen que ver con la felicidad del ser humano y contra
tantas injusticias vigentes en la tierra". Paz en su tumba e infinita
memoria para él y para tantos inocentes asesinados, encarcelados, perseguidos,
torturados y desaparecidos en el marco de la guerra sucia y el terrorismo de
Estado. De esos seres humanos excepcionales, soñadores y amantes de la vida,
tomaremos lo mejor de su herencia y se lo transmitiremos a las nuevas
generaciones, para que nosotros ni ellos jamás los olvidemos.
Anexo: Mapa del Norte de Santander y su ubicación en Colombia.
Luis Alberto Matta Aldana es ex-consejero de paz del Valle del Cauca y
activista de derechos humanos, actualmente refugiado político.