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Agrias protestas acompañaron los discursos de los jefes paramilitares
Familiares de sus víctimas llegaron a las propias barras del Congreso y
gritaron consignas mientras el ambiente fuera del Capitolio era tenso.
Con AFP
Durante la intervención de 'Ernesto Báez', una mujer se asomó repentinamente
desde uno de los balcones para exigir justicia, en medio del llanto y el temblor
de sus manos, mientras mostraba un retrato del senador de izquierda Manuel
Cepeda, asesinado hace una década.
Salvatore Mancuso, jefe de los paramilitares, levantó la cabeza y luego
permaneció impávido a los gritos que pedían castigo a los crímenes de esos
grupos desde una de las tribunas del Congreso.
Sentado en una silla en uno de los costados del salón elíptico de la Cámara de
Representantes, Mancuso miró por un segundo a la mujer y como si supiera de
antemano que un incidente así podía ocurrir, se acomodó en su asiento sin hacer
gesto alguno, e intentó concentrarse en el discurso que daba su compañero, quien
elevó el tono de la voz para hacerse escuchar en medio de la proclama.
Vestida de negro y acompañada por un hijo del senador Cepeda, la mujer, Dilia
Solano, miembro de una organización de derechos humanos, pidió no dejar impunes
los asesinatos de unos 3.000 militantes de izquierda en los años 80 -la mayoría
atribuidos a los paramilitares-, y luego fue sacada del recinto por la Policía.
"La sangre de las víctimas grita; no puede haber paz a costa de la impunidad",
exclamó la mujer mientras abandonaba el recinto, y Báez avanzaba en su discurso
con un tono cada vez más fuerte que retumbaba en las paredes del Congreso.
Previamente Mancuso, vestido con un elegante traje oscuro y corbata roja, había
ocupado el estrado para pronunciar un discurso en el que se presentó como un
hombre "creyente en Dios, padre de familia y un empresario que fue empujado al
conflicto" por las guerrillas izquierdistas.
Invitados por un grupo de legisladores, Mancuso, Báez y el veterano jefe
paramilitar Ramón Isaza, acudieron al Congreso el miércoles en la mañana tras
viajar desde la remota aldea de Santa Fe de Ralito (Córdoba), sede de la zona de
ubicación creada por el gobierno para facilitar las negociaciones de paz con las
Autodefensas Unidas de Colombia (Auc).
La visita de los tres dirigentes se llevó a cabo en medio de impresionantes
medidas de seguridad en el Congreso y en los alrededores de la Plaza de Bolívar
en el centro histórico de Bogotá, donde se ubican, además del Legislativo, la
Casa de Nariño y el Palacio de Justicia.
Cientos de militares y policías custodiaron los alrededores de esas
edificaciones, mientras que las vías de acceso a la plazoleta fueron cerradas,
pese a lo cual se realizaron manifestaciones de partidarios y críticos del
diálogo de paz, varios de ellos llegados desde distintas regiones del país.
Los dirigentes, que viajaron a Bogotá en un avión de la Fuerza Aérea Colombiana
(FAC) amparados en un permiso especial del gobierno, ingresaron por la parte
posterior del edificio, donde se hallaban expectantes varios parlamentarios, una
veintena de diplomáticos y decenas de reporteros que centraban su atención en
Mancuso, el jefe máximo de los paramilitares.
Antes de su intervención, el líder de las Auc realizó con estilógrafo los
últimos ajustes a su discurso, y fue interrumpido en varias ocasiones por
congresistas e invitados que se acercaron a saludarlo a él y a sus compañeros
con gestos afables que incluyeron tímidos abrazos.
Mientras tanto en la Plaza de Bolívar se concentraron paulatinamente decenas de
personas vestidas de negro que se manifestaron en contra de que el plan de paz -que
busca desmovilizar a 20.000 combatientes- termine con una ley de perdón y olvido
para los paramilitares, acusados de masacres, desplazamientos forzados y
narcotráfico.
Estas personas, incluidos varios desplazados, exhibieron pancartas con letreros
tales como: "Yo acuso a Mancuso; verdad, justicia y reparación".
Esta manifestación, sin embargo, fue opacada por otra más numerosa de personas
llegadas de varios lugares del país con gran presencia paramilitar, como la
región del Magdalena Medio.
"Venimos a apoyar el proceso de paz, porque nosotros somos los que ponemos los
muertos", dijo una mujer que viajó desde el puerto de Barrancabermeja.
Con AFP