Latinoamérica
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Bolivia lucha por nacionalizar sus hidrocarburos
Juan Pablo Arango
Tribuna Roja
Un pasado de luchas nacionalistas
Bolivia ha librado históricas batallas en defensa de sus recursos naturales. En
1937 nacionalizó el petróleo controlado por la Standard Oil. En 1946 la
Federación Sindical de Trabajadores Mineros obtuvo el dominio sobre las minas.
En abril de 1952 una insurrección depuso al general Hugo Ballivián y llevó al
poder al Movimiento Nacionalista Revolucionario después de que el gobierno
desconociera su victoria en las elecciones, adelantó una reforma agraria,
nacionalizó los yacimientos mineros, otorgó a los trabajadores participación en
su administración y concedió la ciudadanía a la mayoría indígena. En octubre de
1969, en el gobierno del general Alfredo Ovando Candia, se volvió a nacionalizar
el petróleo, arrebatándoselo a la Bolivian Gulf Oil Company.
Renace la lucha
En abril de 2000, tras un interregno de tres décadas, retornó la insurgencia
popular y nacionalista con la llamada Guerra del Agua, cuando el pueblo de
Cochabamba, la tercera ciudad del país, ganó este vital recurso al monopolio
estadounidense Bechtel Corporation, que pretendía cesar la prestación del
servicio de agua potable y cobrar una indemnización de US$ 25 millones al Estado
boliviano en un tribunal de arbitramento del Banco Mundial.
Transcurridos tres escasos años, la insumisión y el nacionalismo bolivianos se
encendieron nuevamente para volver a triunfar. A mediados de octubre de 2003 y
después de librar una batalla, en la cual perdieron su vida 76 personas y 500
más resultaron heridas, las masas derrocaron a Gonzalo Sánchez de Lozada
frustrando su política de entregar el gas al capital foráneo. Rechazaban así
airadamente el entreguismo del ahora prófugo ex presidente, dueño de una enorme
fortuna amasada al privatizar a su favor la Corporación Minera de Bolivia, ente
estatal que detentaba el monopolio sobre la gran minería.
Defendiendo una enorme riqueza
La lucha por la nacionalización de los hidrocarburos continúa contra Carlos
Mesa, el sucesor de Lozada, quien mantiene impunes los asesinatos del depuesto
mandatario y persiste en entregar las riquezas bolivianas.
La legislación vigente entroniza los Contratos de Riesgo Compartido, que
rebajaron del 50 al 18% las regalías en los 78 contratos con los cuales las
multinacionales controlan cerca del 90% del petróleo y el gas. No contentas con
tan usurarias ganancias, esquilman a la empobrecida población imponiéndole uno
de los mayores precios del mundo al gas para el transporte vehicular.
Al igual que los obreros petroleros colombianos, los bolivianos siguen empeñados
en defender su empresa estatal de petróleo, YPFB, así como los 28,69 trillones
de pies cúbicos probados de gas y 956,9 millones de barriles de petróleo. De
persistir la actual política de hidrocarburos, durante los próximos 36 años
Bolivia perdería con las transnacionales la astronómica suma de US$ 41.304
millones.
Desde mayo la insubordinación popular retornó, en el empeño por forjar una
economía soberana. Todo el país se unió contra el gobierno neoliberal de Carlos
Mesa, en pro de nacionalizar el gas y el petróleo, y por resguardar los derechos
de las masas laboriosas. El presidente amenazó con despedir y encarceló a los
dirigentes del magisterio, quienes protagonizaban una huelga general exigiendo
aumento de salarios, mejores condiciones de jubilación, incremento del
presupuesto educativo y la nacionalización del gas. La rebelión generalizada se
mantuvo hasta junio, cuando los maestros alcanzaron acuerdos parciales con el
gobierno y los indígenas levantaron los bloqueos. Se trataba de una pausa para
reorganizar y dar nuevo aliento a la lucha.
El referendo tramposo o «tramparendo»
El ímpetu combativo se concentró ahora en rechazar el referendo del pasado 18 de
julio sobre el gas, convocado por Mesa con el propósito de entrampar la
nacionalización de los hidrocarburos con cinco preguntas redactadas de tal forma
que, al margen de su resultado, permiten a las transnacionales continuar
adueñadas de ellos. Evo Morales, jefe del Movimiento al Socialismo, MAS, apoyó
los tres primeros interrogantes, lo que le ocasionó su expulsión de la Central
Obrera Boliviana, COB, que lo acusó de traidor por aliarse con el gobierno.
Aunque la primera pregunta plantea derogar la ley de hidrocarburos promulgada
por Sánchez de Lozada, no afecta los contratos vigentes, que seguirán operando
hasta cumplir su plazo (por lo menos 40 años). La segunda habla de recuperar la
propiedad estatal sobre los hidrocarburos, pero como todas las reservas actuales
se rigen por los contratos vigentes, la supuesta recuperación sólo sería para
las no descubiertas. La tercera propone reestructurar la empresa estatal de
hidrocarburos, manteniéndola siempre subordinada a suscribir contratos con los
monopolios extranjeros. La penúltima se refiere al legítimo anhelo de Bolivia a
obtener una salida al Océano Pacífico. Y la última recurre al ardid demagógico
de orientar los recursos provenientes del gas hacia la «educación salud, caminos
y empleos» y gravar a las petroleras dentro de una década con unos impuestos,
que no se podrán cobrar por las condiciones que los reglamentan.
Mesa ratificó que no nacionalizará el gas y el petróleo, sea cual fuere el
conteo de la consulta, y a sólo tres días de ésta firmó un compromiso con el FMI
para facilitar las exportaciones de hidrocarburos a partir de octubre de 2004.
El referendo fue rechazado por la COB y las organizaciones campesinas, vecinales
y populares; y lo apoyaron los organismos financieros internacionales, la
Embajada y el Comando Sur de Estados Unidos, las transnacionales petroleras, los
grandes medios de comunicación y los sectores más ricos de la población.
«Seguiremos defendiendo el gas»
El gobierno amedrentó a los opositores desencadenando la represión, adelantando
una apabullante campaña publicitaria y rechazando la decisión del Congreso de
que el voto no era obligatorio y que para la validez de la consulta se requiere
que asista al menos el 50% de los electores potenciales. Aunque el presidente
promulgó esta ley, aclaró que obligaría a todos los ciudadanos a concurrir a las
urnas, bajo sanción, multa y cárcel, lo que de inmediato refrendaron la Corte
Nacional Electoral y el Tribunal Constitucional.
Empero, toda esta andanada no logró intimidar a los opositores. Jaime Solares,
presidente de la COB, advirtió: «El pueblo ya ha hecho su referendo en octubre,
cuando echó a Sánchez de Lozada y luchó por la industrialización y la
nacionalización del gas. Seguiremos defendiendo el gas». Su colega, Roberto de
la Cruz, dirigente de El Alto, lo apoyó diciendo: «Si nosotros no defendemos el
gas, ¿quién va a defenderlo? El pueblo va a vencer a las transnacionales y a la
represión».
Según Econoticias Bolivia, los datos preliminares mostraban que el 60% de los
bolivianos con derecho a voto repudiaron el referendo: más de 640 mil no se
inscribieron, casi 1,8 millones no asistieron a las urnas (frente a la
abstención de un millón de las últimas elecciones en 2002 y 1997) y más de 600
mil votaron nulo o blanco. Pese a contar con sólo uno y medio o dos millones de
votos, cuando el umbral aprobatorio exige aproximadamente dos y medio, el
presidente Mesa proclamó su victoria.
El referendo fue una escaramuza en la gran batalla por nacionalizar el gas y el
petróleo. Así lo aseguró Jaime Solares: «Pueden ganar su referendo, pero no
podrán derrotar al pueblo que ha luchado en octubre, que ha luchado antes del 18
de julio y que seguirá luchando después del 18 de julio por la industrialización
del gas y por la nacionalización».
Una lucha de Latinoamérica entera
La tea encendida en el altiplano mediterráneo, es tan solo una de las que
iluminan la resistencia continental contra la recolonización estadounidense. En
toda América Latina prolifera la oposición al ALCA y a los Tratados de Libre
Comercio, TLC.
En sus acciones insurgentes de los últimos años, los bolivianos siempre han
incluido la denuncia contra el ALCA y las negociaciones de la Organización
Mundial del Comercio. Por su parte, en Venezuela Hugo Chávez rechaza
oficialmente estos acuerdos, así como las maniobras gringas por desestabilizar
su gobierno. Brasil encabeza los esfuerzos del Cono Sur por consolidar una
alternativa al ALCA. Los ecuatorianos también se oponen a las negociaciones para
refrendar un TLC con Washington y rechazan en conjunto la política neoliberal de
Lucio Gutiérrez. En Perú Alejandro Toledo padece índices de impopularidad
superiores al 90 % y sigue sumido en una corrupción gubernamental cuyo último
episodio llevó a la renuncia del ministro de Agricultura, José León Rivera, por
regentar un prostíbulo de menores de edad, y el 14 de julio enfrentó un paro
nacional contra su política económica y social. En Guatemala se registró otro
paro nacional en el mes de junio, obligando al gobierno de Óscar Berger a
estudiar las demandas populares contra los desalojos campesinos, los nuevos
impuestos y el Tratado de Libre Comercio Centroamérica-Estados Unidos. Y en
Colombia, las negociaciones del TLC se inauguraron en junio con multitudinarias
manifestaciones de rechazo en Bogotá, Barrancabermeja, Bucaramanga, Medellín,
Manizales, Pasto, Neiva, Palmira, Cúcuta, Buenaventura, Pereira, Popayán y
Cartagena. En esta última la movilización fue reprimida por la policía con gases
lacrimógenos y bolillo a granel, golpeando incluso a los congresistas que la
encabezaban.
Los acuerdos y las políticas globalizadoras patrocinados por la Casa Blanca
enfrentan mil escollos interpuestos por un continente hermanado en la defensa de
sus riquezas materiales y humanas, los derechos y el bienestar de sus
pobladores, y la autodeterminación de sus naciones.