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Carter: el operador del fraude electoral contra Chávez
IAR-Noticias
Sus pergaminos formales dicen que el sureño James Earl Carter, 39.º
presidente de los Estados Unidos de América, nacido en Georgia en 1924, estudió
y se recibió de ingeniero nuclear, pero tempranamente se dedicó al negocio
familiar de cultivo del cacahuete (símbolo de su posterior campaña electoral).
De allí pasó a la política profesional en las filas del Partido Demócrata, que
lo llevó a ser senador en 1962-66, y posteriormente a gobernador de Georgia
(1970-74).
En 1977, impulsado por el grupo Rockefeller y la Comisión Trilateral,
obtuvo la Presidencia de EEUU tras derrotar por estrecho margen al anterior
presidente y candidato republicano, Gerald Ford, aprovechando el
descrédito en que habían caído los republicanos tras la precipitada retirada de
Nixon a causa del caso Watergate.
La Comisión Trilateral, fundada por iniciativa de David Rockfeller en
julio de 1973, consolida la alianza entre el poder de las trasnacionales, el de
las finanzas y el de la política, gracias a una red de influencias cuyas
ramificaciones se extienden a los principales sectores de la sociedad
estadounidense y mundial.
El capitalismo tradicional, derrotado con Nixon, fue sustituido por una
transnacionalidad del poder capitalista. La Comisión Trilateral (CT)
representaba la síntesis del proyecto que venía a terminar con los residuos
ideológicos del capitalismo tradicional, destinado a morir a plazo fijo
junto con la Guerra Fría y la URSS.
El "nuevo orden" trilateralista (paradojalmente impulsado por los viejos
consorcios del imperio norteamericano) estaba delineado por la nueva clase
dirigente de la era nuclear y espacial.
James Carter, quien estuvo como invitado especial en el lanzamiento de la CT,
representaba el perfil del "nuevo presidente norteamericano", un
estereotipo emergente del capitalismo de "rostro humanizado", que el
nuevo proyecto quería imponer en sustitución de los mandatarios forjados en la
línea nacionalista conservadora del Pentágono-Complejo Militar Industrial.
Paradojalmente el político sureño, con un discurso centrado en la democracia,
el pacifismo y los derechos humanos, compartía la misma matriz
fundacional (la Comisión Trilateral) con políticos ultraconservadores de la
talla de Zbigniew Brzezinski y Henry Kissinger, cerebros del nuevo
emprendimiento, salidos igualmente de los foros y organismos trilaterales
patrocinados por las Fundaciones Rockfeller.
James Carter, al igual que el resto de los presidentes norteamericanos de las
últimas cinco décadas, salió de las entrañas del Consejo de Relaciones
Exteriores, la Comisión Trilateral y el Bilderberg Group,
entidades del poder imperialista supracional que estuvieron en las últimas
décadas detrás de los sobornos parlamentarios, los negocios sucios, la guerras
petroleras, los asesinatos de la CIA, y las intervenciones e invasiones
norteamericanas por todo el planeta.
Con su perfil de presidente norteamericano "progresista" moldeado por la
Trilateral, la administración de Carter convivió con lo peor del
capitalismo intervencionista militar, expresado por Henry Kissinger y
por las petroleras y los contratistas del Complejo Militar Industrial.
La gestión de Carter al frente de la Casa Blanca estuvo marcada por el
"doble discurso": por un lado se dormía discurseando con
la palabra democracia en los labios, pero se despertaba invadiendo países
o ejecutando intervenciones militares al más puro estilo del Garrote
norteamericano de los halcones del Destino Manifiesto.
El lobby internacional de la Comisión Trilateral, mientras tanto, lo presentaba
como el representante más genuino del capitalismo de "rostro humanizado"
en oposición a los halcones militaristas de la Guerra Fría (encarnados en
ese momento en la figura ascendente de Ronald Reagan), situación que lo
condujo posteriormente a la obtención del Premio Nobel de la Paz
en el año 2002.
Por un lado Carter se proclamaba demócrata, pacifista y defensor de los
derechos humanos, y por el otro su administración impulsó los más siniestros
proyectos militaristas de invasión e intervención militar, principalmente en
territorio latinoamericano
Su mandato estuvo teñido de falsedades y de doble discurso, y desde el
Departamento de Estado se propagandizaba que Carter había producido un giro
radical a la política exterior de Estados Unidos. La política oficial
norteamericana lo presentaba como el campeón de la defensa de la democracia y
de los derechos humanos a escala internacional.
Entre los mitos que se tejieron a su alrededor se señalaba que su
administración contribuyó a la caída del dictador Somoza en Nicaragua, y
que había reivindicado por primera vez los derechos del pueblo palestino ante
las autoridades israelíes consiguiendo que Egipto e Israel firmaran un acuerdo
de paz en Camp David, 1979.
Sin embargo, en términos concretos y reales, la "foja de servicio
presidencial" del "pacifista y democrático" presidente Carter indicaba
otra cosa.
Durante su gestión presidencial (y bajo la prédica de la democracia y de los
derechos humanos) ratificó (y solidificó) la aplicación de la Doctrina de
Seguridad Nacional, el Plan Cóndor y el terrorismo de estado
por las dictaduras latinoamericanas de la década del setenta, formadas y
entrenadas por el Comando Sur de EEUU y la Escuela de las Américas.
El "democrático" y "pacifista" Carter protegió celosamente la red
represiva del Plan Cóndor (enmarcada dentro de la "doctrina de
seguridad nacional" que guiaba el accionar criminal de las dictaduras
militares setentistas), que fue articulada conjuntamente con los regímenes de
varios países de la región, y fue la ejecutora de miles de asesinatos,
torturas o desapariciones de personas.
El llamado Operativo Cóndor constituyó una de las mayores manifestaciones del
terrorismo de Estado en Latinoamérica, ya que implicó una maniobra de
coordinación entre los gobiernos de Argentina, Chile, Brasil, Paraguay, Uruguay
y Bolivia para hacer desaparecer y asesinar a militantes combativos (sobre todo
de izquierda) en la región.
Otro hecho, que parece que no tuvieron en cuenta los que le entregaron el
Premio Nobel de la Paz en 2002, fue el pomposo anuncio que hizo en la
Casa Blanca el 7 de julio de 1977, informando al mundo que EEUU había probado
exitosamente la bomba de neutrones que mata a las personas y a toda
especie viviente, dejando en pie solo a las construcciones e instalaciones.
En diciembre de 1979 su gobierno presiona a la OTAN para la instalación
en Europa de la red de misiles nucleares de alcance intermedio, los 464 Pershing
II y 108 Cruise, equipados con ojivas múltiples programadas para hacer blanco en
cualquiera de los países de la Unión Soviética, por entonces comprendidos dentro
de la contracara soviética de la OTAN: el Tratado de Varsovia.
Su administración retiró del Congreso el Segundo Tratado de Limitación de los
Armamentos Estratégicos Ofensivos (SALT II) firmado en Viena con
representantes de la Unión Soviética el 18 de junio de 1979, razón por la cual
ese convenio de desarme nunca fue ratificado por el parlamento estadounidense.
Su pacifismo acendrado no le impidió a Carter, en 1978, firmar una
directiva por la cual se establecía que Medio Oriente, el Golfo Pérsico, América
Latina y Corea se convirtieran en áreas geográficas sujetas a los intereses
estratégicos vitales de EEUU, que más tarde sirvió para justificar las
guerras de invasión y las intervenciones militares estadounidenses por todo
el planeta.
El 25 de julio de 1980, firma y da curso a otra directiva por la cual se
autoriza a las fuerzas armadas estadounidenses a realizar un primer ataque
nuclear preventivo ante cualquier amenaza a la seguridad nacional de EEUU.
La blanca paloma de la paz con la que se representa al manicero sureño que hoy
asesora en "democracia y derechos humanos" a los gobiernos
latinoamericanos, tampoco le impidió, relanzar la escalada armamentista
destinando multimillonarios presupuestos orientados a la investigación y
fabricación de armas de exterminio masivo como la bomba neutrónica, los
arsenales químicos y los misiles dirigidos por rayo láser.
Su administración operó y promovió la autorización del Congreso para la
fabricación de los cohetes MX, los misiles Trident-2 (en reemplazo de los
Polaris), los aviones de combate F-14/15/16/18, los antitanques A-10 y los E-2
para la observación electrónica e impulsó el rearme naval y submarino con
armamento táctico nuclear, y aprobó el proyecto para la fabricación del
superbombardero B-1 y la modernización de los B-52.
Siguiendo su vocación pacifista en octubre de 1979 ordena la creación
de las Fuerzas de Despliegue Rápido que, implicadas en la guerra por
áreas de influencia con la Unión Soviética, estaban autorizadas a intervenir
en cualquier rincón del mundo, sobre todo en los países con conflictos y luchas
sociales o contra los movimientos antiimperialistas en Asia, Africa y
América Latina.
En cuanto a Cuba, de la cual Carter dice ser su amigo y protector,
durante su administración no sólo mantuvo el bloqueo económico sino que
consintió que la CIA desatara atentados bacteriológicos contra la isla
provocando la epidemia del dengue tipo 2, cuando la actividad epidémica
había sido erradicada del suelo cubano.
Consintió el entrenamiento y la venta de armas al ejército de Saddam Hussein
para que invada Irán, y cuando se produjo la revolución fundamentalista que
derrocó al Sha de Irán autorizó el envío de tropas militares represivas a
Irán, cuyas operaciones -boicotedas por la CIA y los halcones del Pentágono con
George Bush padre a la cabeza- terminaron en un desastre explotado
electoralmente por Reagan que en 1981 le ganó las elecciones presidenciales.
Carter, un pacifista de boca para afuera, desarrolló desde la presidencia
de los Estados Unidos una política de sostenimiento de las dictaduras militares
latinoamericanas, torturadoras y criminales, y comenzó la exportación de la
contrarrevolución y la financiación paramilitar "contra" que luego
continuarían Reagan y Bush padre con el Irangate.
Desde su retiro en 1981, James Carter ha explotado su prestigio político
(construido por el lobby internacional de la Comisión Trilateral) actuando como
observador "imparcial" en procesos electorales del Tercer Mundo y
como mediador en conflictos internacionales.
Desde hace dos años, en representación de la oposición golpista y del
Departamento de Estado norteamericano (a pesar de que se autocalifique como
"independiente"), "monitorea" los procesos electorales y le imparte
lecciones de "democracia" y de "pacifismo" al gobierno de Hugo Chávez en
Venezuela.
A Carter y a su organización operando en Venezuela se los puede sintetizar
con cuatro palabras: fraude con intervención extranjera. Junto a Roger
Noriega, el embajador Shapiro, Gaviria, Cisneros y los conglomerados de la
oposición, el objetivo del Centro Carter pasa por crear la condiciones
para una <$1B> intervención política y militar de la OEA en ese país.
En términos históricos, la presencia de Carter como "mediador" del
proceso eleccionario en Venezuela representa la sustitución del fracasado
golpe militar contra Chávez, por un proceso de desestabilización canalizado
por vías del fraude "democrático".
El ex presidente norteamericano, quien actúa como el " <$1B> rostro
democrático" <$1B> del nuevo golpe , es un caballo de troya" a través
del cual operan con "legtimidad constitucional" las empresas pantallas y
la redes económicas de la CIA que sobornan y corrompen periodistas, políticos y
funcionarios oficiales. Como sostiene el historiador venezolano Mario Sanoja, la
oposición no quería el referendo, y nunca lo quiso.Todos los fraudes, el
sabotaje del sistema electoral, eran para provocar al gobierno, que
podría no aceptar el resultado del CNE, alegando fraude. En verdad ellos nunca
quisieron el referendo, ellos estaban seguros que no podrían conseguir las
firmas. Y en el peor de los casos, Chávez denunciaría las irregularidades, y
bajo los ojos de los observadores internacionales, sería calificado de
tirano", señala el académico de la Universidad Central de Venezuela. James
Carter, vestido con la túnica de la democracia y los derechos humanos, no ha
dejado de ser un operador de la Comisión Trilateral y de los intereses
petroleros del Clan Rockefeller, cuyo objetivo, como el de la familia Bush y
los halcones del Pentágono, es controlar el petróleo de Venezuela, la
verdadera razón del plan de derrocamiento de Chávez. Su misión no difiere del
rol que siempre cumplió en los diseños estratégicos del Imperio: introducir la
fachada de la democracia formal made in USA, allí donde el método
de las armas y de la violencia ha fracasado.
Carter es lo que siempre fue: un halcón disfrazado de paloma de la paz