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A redoblar sí muchachos, pero no lo que hicimos mal
Hugo Cores
dirigente del PVP-Frente Amplio.
En el momento de trazar estos apuntes, lunes a primera hora de la tarde, es
poco lo que se conoce como resultados de la elección del domingo por lista, por
departamento o por circuito electoral.
Pese a eso, desde la noche del domingo, no han faltado los "pontífices",
pretendidamente científicos, que desde sus latosos programas en TV han dictado
sentencia y pretenden indicarnos el camino.
Ciertamente, todavía no hay elementos de conocimiento suficientes para anotar
balances que sobrepasen los verdaderos festivales de lo obvio con que nos han
obsequiado, con sus conclusiones infantiles, los especialistas profesionales de
lo evidente.
Nuestros comentarios, entonces, que no se revisten de otra cosa que de pareceres
opinables, discutibles, serán también bastante provisorios, a la espera de más
datos sobre los que fundar conclusiones.
Los resultados no colmaron las expectativas generadas en las encuestas, donde
los votos del Frente Amplio rozaban casi la mitad del electorado. Quedamos
bastante por debajo de eso, pese a la insistencia que desde la primera hora la
dirigencia hizo en cuando a la importancia que revestía votar bien en esta
elección que, en parte, era una "interna" y en parte una suerte de gran encuesta
o "primaria" en este largo ciclo de consultas populares.
No haberle ganado a la suma de votos de los dos partidos tradicionales, que se
unirán contra nosotros en noviembre, pone en tela de juicio la posibilidad de
alcanzar el gobierno en este período. Otra batalla perdida y otra batalla que no
será, lógicamente, el fin de la guerra, sino su lamentable y costosa
postergación.
Aun faltando mucho dato, algunos compañeros han expresado ya algunas "palabras
de orden", consignas o líneas de acción destinadas a mejorar los desempeños y
alcanzar la victoria en octubre o noviembre.
Las recomendaciones se podrían resumir en una expresión: "a redoblar". Se trata
de incrementar lo que se ha venido haciendo, de intensificar la acción que se ha
venido realizando.
No me deja enteramente satisfecho un corte verbal de este tipo, una especie de
final retórico que posterga cualquier examen crítico o autocrítico.
Como hacerse, se hicieron muchas cosas. Hubo campaña en varios campos y formas.
Actos, mitines, caravanas, mano a mano, pueblo a pueblo, spots publicitarios y
mesas redondas. Y se realizaron una decena y media de campañas entre las
centrales y la de cada partido o lista, con resultados disímiles.
De todo lo que se hizo hubo muchas cosas que se hicieron bien. Y algunas, como
la de la 609, de acuerdo a su concepción y a sus intereses, muy bien. Y por eso
nos permitieron ser la fuerza más votada, a pesar de no tener una controversia
interna por la candidatura presidencial que siempre opera como un poderoso imán
para votar dentro de un lema partidario.
Pero es evidente que también se hicieron cosas mal.
¿Cómo explicar de lo contrario la diferencia que existe entre las expectativas y
los sondeos de intención de voto y los resultados finales?
¿Es correcto decir que hay que redoblar los esfuerzos cuando de lo que se trata,
por ejemplo, es de errores notorios, como los que cometieron anticipando (¿)
que, en caso de ganar, el FA podría ofrecerle un cargo de ministro a Larrañaga?
O insinuaciones de ese tenor que apuntaban a desdibujar las profundas
diferencias de los proyectos que encarnan Tabaré Vázquez por un lado y Larrañaga
u otra figura del Partido Nacional, por el otro.
La búsqueda ansiosa de conquistar ese ente misterioso y escurridizo que es "el
centro" ¿no contribuyó a restarle nitidez al contenido de cambio social profundo
que conlleva nuestro programa? ¿A excepción del discurso final, enérgico, de
Tabaré, ¿no se terminó lanzando un mensaje demasiado liviano, con pocos
elementos de denuncia e indignación ante el estado de miseria, hambre y
desigualdad social que reina en el país? Un mensaje que de tan volátil y con un
aire tan familiar al de nuestros enemigos que terminó como "disolviéndose en el
aire".
No me refiero a la publicidad, sino a los discursos, a las intervenciones en las
mesas redondas o reportajes, a los propios debates parlamentarios.
¿Dónde se notaba el antagonismo de proyectos de país, de intereses sociales, de
proyectos en lucha, de confrontación de ideas y visiones e intereses?
O todas esas expresiones como lucha, confrontación, antagonismo, ¿las hemos
borrados definitivamente de nuestro diccionario y las hemos sustituido por
búsqueda, desde el pique, del acuerdo? Del anhelo por los consensos a los que se
llega antes de confrontar.
¿Hemos quedados tan escamados con los tiempos de la dictadura que solo podemos
pensar en términos de "concertación nacional programática", fórmula que puede
tener validez para salir de una dictadura pero no donde la lucha entre partidos
es la esencia misma de la democracia, de la democracia burguesa, digamos de
paso?
Todo el sistema tradicional y mediático trabaja para evitar la idea de
confrontación de intereses. Todas las apelaciones a la unidad nacional no son
sino un disfraz de la defensa del continuismo, de que todo siga como está.
Para imponerse y realizar nuestro programa precisamos confrontar. También
ganar aliados. Pero primero hay que mostrar lo que se quiere. Pelear por lo que
se es y se quiere para el país. Y luego, cuando hayan salido de la indiferencia
todos los pobres que no fueron a votar ni sienten que esta sea su lucha,
entonces, con nuestras fuerzas desplegadas al máximo, ahí sí acordar.
Grandes acuerdos nacionales, tomando nuestro programa, que ya será el programa
mayoritario de la sociedad, como punto de partida.
Por todo eso vale la pena convocar a redoblar. A redoblar las señales de
militancia y de lucha. Y a no redoblar las señas de ablande y conciliación.
Primero seamos fuertes, después, cuando corresponda, seremos magnánimos.
Actuemos como un partido que lucha democráticamente por el poder, no como un
colegio arbitral para dirimir conflictos que aún no se han planteado.
Publicado en La República el 29 de Junio de 2004