VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Latinoamérica

Las Fuerzas Armadas: de la contrainsurgencia a la globalización

Por Miguel Bologna

Dedicamos este ensayo al nefasto recuerdo del general Julio Argentino Roca (1843-1914), exterminador y genocida de nuestros pueblos originarios. Precursor del general Videla y maestro de sus secuaces. En total coherencia con su sangrienta "acción civilizadora" y su "conquista del desierto" al servicio de la acumulación originaria del capital, hoy su imagen rinde tributo a su único Dios: un billete de dinero. Que sus crímenes del siglo XIX, y los de sus discípulos del XX, jamás se borren de la memoria popular.

Un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal
Ernesto Che Guevara

El protagonismo militar o "de eso no se habla"

La historia latinoamericana no es más que la historia de la lucha de sus clases. Esta lucha comienza aun antes de constituirse, con sus fronteras actuales, los respectivos Estados-naciones del subcontinente. El genocidio implementado contra los pueblos originarios durante la Colonia y la esclavitud masiva de pueblos provenientes de África, desplazados por la fuerza del látigo, es quizás el primer indicador de una extensa y variada confrontación social que se prolongará inevitablemente durante los siglos posteriores hasta nuestros días.
Ninguno de estos procesos es ajeno o independiente a la conformación del capitalismo como sistema mundial en expansión. Por el contrario, forman parte de la acumulación originaria del capital. No casualmente, en El Capital, Marx señalaba que: "El descubrimiento de las comarcas de oro y plata en América, el exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la transformación de África en un coto reservado para la caza comercial de pieles-negras [esclavos negros], caracterizan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos constituyen factores fundamentales de la acumulación originaria" (1).
Asentado el capitalismo sobre sus propias bases en los siglos posteriores — subordinando las más heterogéneas relaciones sociales a la lógica del mercado mundial—, cada Estado-nación de nuestro continente asistirá a futuras matanzas y represiones sistemáticas.
Junto con la omnipresente intervención de las tropas norteamericanas en nuestra América (2), las represiones contra los pueblos latinoamericanos (3) han tenido un ejecutor y un verdugo local siempre repetido: las Fuerzas Armadas. Cada uno de los incontables golpes de Estado —ese recurso privilegiado de las clases dominantes locales, estrechamente asociadas al imperialismo— contó con el protagonismo indiscutido de los militares.
Presencia avasalladora que aparece ya desde los orígenes mismos de los Estados-naciones latinoamericanos. Aunque toda generalización puede resultar apresurada, y a pesar de que muchos "modelos" o tipos ideales construidos a partir de una sociedad empírica singular carecen de rango universal — ésa es, precisamente, una de las matrices epistemológicas habituales en toda ideología eurocéntrica—, creemos que el papel de los militares de América Latina desde los orígenes mismos de la construcción del Estado-nación durante el siglo XIX se encuentra en última instancia mucho más próximo al "modelo" prusiano—bismarkiano de unidad nacional que al de la revolución francesa. En la mayoría de nuestros países, no fue el ímpetu de la sociedad civil el que modernizó la sociedad desde abajo hasta culminar alcanzando —mediante una revolución política— la esfera estatal y el aparato de Estado. Por el contrario, fue este aparato de Estado — principalmente oligárquico y militar — el que jugó un rol central en las guerras de independencia a comienzos del siglo XIX y el que lentamente, mediante una serie de revoluciones pasivas, fue transformando y modernizando desde arriba a la sociedad civil.
Ese proceso de larga duración, en el cual la institución militar jugó un rol preponderante, fue posible durante todo el siglo XIX y comienzos del XX, por la alianza entre diversos sectores sociales de las clases dominantes locales: fundamentalmente los propietarios agrarios terratenientes y los incipientes propietarios industriales y comerciantes urbanos.
A diferencia del "modelo" económico de la revolución industrial inglesa (que Marx analiza en El Capital) o del "modelo" político de la Francia revolucionaria (donde la modernización intentó oponerse al tradicionalismo, según El Manifiesto Comunista y otros textos clásicos), en la mayoría de los países latinoamericanos los propietarios agrarios tradicionales fueron modernizando paulatinamente sus propiedades agrícolas sin realizar una reforma agraria ni modificar la estructura social, mientras los propietarios burgueses de las nacientes industrias y comercios locales, se vincularon a ellos como socios menores, sin romper en ninguno de los casos la dependencia, el subdesarrollo capitalista ni la subordinación al imperialismo (4).
Durante casi todo el siglo XIX y el primer tercio del XX, las Fuerzas Armadas fueron el brazo armado ejecutor de esa alianza de clases. La teoría socialdemócrata de "la transición a la democracia" pretendió a lo largo de toda la década de 1980-1990 eludir esa presencia inocultable en toda nuestra historia (5), proponiendo complejas y refinadas elucubraciones de ingeniería institucional sobre "el nuevo contrato social", la "fundación de nuevas Repúblicas" ex nihilo y otros motivos ideológicos y ficciones jurídicas semejantes... siempre sobre la base del silencio total en cuanto a las Fuerzas Armadas. Haciendo completa abstracción —no como recurso metodológico sino como procedimiento de encubrimiento ideológico— de las relaciones de poder y de hegemonía entre las clases sociales, se pretendía presentar a los nuevos regímenes republicanos, formalmente electoral-parlamentarios (aunque escasamente democráticos), y a los procesos jurídicos a ellos asociados, como si fueran el demiurgo absoluto de la realidad. Como si no mantuvieran ninguna deuda o hipoteca con la historia reciente de luchas, resistencias, matanzas, genocidios y, finalmente, derrotas populares.
Esa elusión y ese ocultamiento al interior del campo de las ciencias sociales no era caprichosa ni gratuita. Después de las derrotas de los proyectos políticos revolucionarios y del aplastamiento feroz de la insurgencia armada durante los ’70 y ’80, la "cuestión militar" se transformó en el gran secreto a voces de la familia latinoamericana. Como en los mejores análisis de Freud, "lo no dicho", lo reprimido y desplazado, aunque oculto bajo la superficie, seguía operando por detrás. "De eso no se habla" podría haber sido la consigna unificadora de la teoría política oficial en las Academias de aquel período que, con su escandaloso silenciamiento en este rubro, fueron cómplices y contribuyeron al disciplinamiento del pensamiento crítico y a la marginación de las corrientes políticamente radicales (6).
Pero el hecho de escamotear o evitar nombrar a "la cuestión militar" —ya sea por temor, por cooptación o por manipulación—, no significa que ésta no exista y que no opere. No se puede entonces pensar el presente ni la realidad política, social, económica y hasta cultural de América Latina sin dar cuenta de sus Fuerzas Armadas, institución privilegiada de nuestra historia en la cual se cristalizan determinadas relaciones de poder entre las clases sociales.
Haciendo hoy un balance crítico y un impostergable beneficio de inventario con las falsas e ilusorias promesas que el aggiornamiento de la dominación de las clases dominantes vernáculas desparramó en los ’80 y primeros ‘90, se nos impone abordar esa cuenta pendiente, cuya amenaza sigue suspendida como la espada de Damocles sobre la cabeza de cualquier proceso de transformación social radical en el continente.
Tortura y contrainsurgencia
Nuestra elección temática no es arbitraria (7). Un hecho inesperado conmovió recientemente [enero de 2004] la vida política argentina y latinoamericana. Cuando muchos voceros del poder habían "olvidado" —o pretendían olvidar— a esta institución central en nuestra historia, organismos de derechos humanos entregaron al gobierno nacional argentino (y éste, a su vez, dio a conocer públicamente a la prensa mundial) 16 fotografías espeluznantes tomadas en una sede del Ejército argentino en la zona rural de Quebrada de la Cancha, provincia de Córdoba, durante 1986, bajo un gobierno constitucional. Esas fotografías fueron difundidas luego, tanto por las Madres de Plaza de Mayo, como por otros organismos de derechos humanos.
¿Qué mostraban las fotografías? Imágenes de tortura en los testículos de un hombre maniatado y apresado por varios soldados, un campo de concentración rodeado de alambre de púa, perros y diversos militares custodiando prisioneros tendidos en el piso o enterrados en el suelo y algunas otras imágenes, siempre con el mismo tema: la tortura.
Los actuales jefes militares de Argentina declararon que las fotografías retrataban un curso de comandos (en guerra contrainsurgente). Ese curso de comandos se denomina, según los mismos militares, "Resistencia como prisionero de guerra, evasión y escape". Los prisioneros son encapuchados y golpeados siguiendo un método que incluye garrotes de caucho. En las fotos también se observa el uso de picana eléctrica. A los prisioneros se los encierra desnudos en un estrecho pozo que los mantiene forzosamente sepultados. Ahí permanecen inmóviles por tres días hasta que pierden la noción del tiempo. Sólo salen para ser interrogados. Cuando el actual presidente argentino reunió a su ministro de Defensa, al jefe de Estado Mayor del Ejército, general Roberto Bendini, y a representantes de organismos de derechos humanos, el jefe militar mostró un libro de Isidoro Ruiz Moreno, profesor de la Escuela Superior de Guerra argentina, titulado Comandos en Acción. En dicho libro, se plantea que los prisioneros —comandos militares— tienen que estar varios días recluidos, castigados, vigilados y sepultados, "escuchando constantemente música popular centroamericana o proclamas marxistas y subversivas, que un altoparlante propala sin cesar" (8).
Obviamente, la referencia a "la música popular centroamericana" y a las "proclamas marxistas" remiten a que el Ejército mantiene todavía como hipótesis de conflicto la represión de las fuerzas revolucionarias latinoamericanas. Durante esos entrenamientos, el Ejército Argentino —aún bajo gobiernos constitucionales— siguió enseñando a torturar a sus efectivos y a los de la Armada, la Fuerza Aérea, la Prefectura Naval, la Policía Federal y la Gendarmería Nacional.
Ante el escándalo provocado, diversas fuentes militares —desde los cuadros "liberales" hasta los "nacionalistas", desde los mandos actuales hasta los retirados— se esforzaron por aclarar que ese tipo de entrenamiento en la tortura era algo... "normal" para cualquier ejército del mundo.
Por si esto no alcanzara, el general Martín Balza, ex jefe del Ejército bajo la presidencia de Carlos Menem, actual embajador en Colombia del gobierno de Néstor Kirchner, sostuvo que esos entrenamientos habían sido desarrollados entre 1960 y 1991 (antes de que él asumiera la jefatura, para así eludir las responsabilidades jurídicas).
Independientemente de las opiniones encontradas que provocaron y de las intenciones del gobierno argentino al publicarlas, lo cierto es que la difusión de las fotografías del curso de guerra contrainsurgente reinstala, objetivamente, un debate que permaneció durante demasiado tiempo inconcluso, cuyo abordaje y replanteo se torna absolutamente impostergable para el presente y el futuro del campo popular y las fuerzas revolucionarias argentinas y latinoamericanas.
En el mismo horizonte de problemas que envuelve el debate sobre las fotografías de la tortura, hace apenas unos meses (agosto de 2003), se conocieron las declaraciones de antiguos jerarcas militares argentinos a la TV francesa, donde reconocían que la tortura como metodología había sido inculcada en las Fuerzas Armadas locales, por las Fuerzas Armadas de Francia, a partir del ejemplo de Argelia (9).
A pesar del escándalo político que también acompañó aquellas declaraciones, la información de la influencia francesa sobre la represión latinoamericana no es nueva. Haciendo una reconstrucción histórica, un grupo de militares "constitucionalistas" —hoy críticos de la dictadura— señalan: "Alrededor de 1955 surgió un aliado inesperado para los hombres del Pentágono. Por influencia de un coronel argentino que había realizado cursos en Francia, fue traída también al país una misión gala. A través de ella penetró en nuestro ejército la «doctrina de la guerra contrarrevolucionaria», que realizó enormes aportes ideológicos, estratégicos y tácticos, sobre el empleo de las fuerzas militares en la represión del comunismo" (10).
Esa explicación histórica coincide con la del general Bignone —el último presidente de la dictadura militar argentina de 1976-1983—, quien afirma: "La teoría de la guerra revolucionaria empezó a ser conocida en el Ejército al promediar los años 50. La manera de oponerse a ella fue encarada a partir del modelo francés, que íbamos conociendo por publicaciones y a través de los oficiales que cursaban estudios en institutos galos. Uno de los primeros que por aquellos años planteó más seriamente el tema fue el entonces coronel, después general, Carlos Jorge Rosas" (11).
Por ejemplo, ese "modelo francés" fue el que inspiró puntualmente al general Acdel Vilas, a cargo del operativo contrainsurgente en Tucumán (Argentina), bochornosamente bautizado "Independencia", antes de que se hiciera cargo del mismo el general genocida Antonio Domingo Bussi. Este operativo desarrollado, principalmente, contra el frente guerrillero rural del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), durante 1975-1976, es decir bajo un gobierno constitucional y "republicano", dejó como saldo aproximadamente 150 desaparecidos. Durante el período 1976-1983, bajo mandato del general Bussi y en épocas de dictadura militar, esa cifra de desaparecidos alcanza hasta más de 580 (ambas cifras no incluyen muertos ni torturados que sobrevivieron o fueron liberados, sino tan sólo personas desaparecidas), solamente en esa pequeña provincia argentina... donde se creó el primer campo de concentración del país...
"Mientras volaba —recuerda posteriormente el general Vilas— acercándome, cada vez más, al que sería por espacio de casi un año mi trinchera de combate, repensaba las palabras que un especialista Coronel Roger Trinquier del glorioso ejército francés en Argelia escribió en su libro — que lo fue de cabecera durante mi andatura tucumana— que era «Subversión y revolución»: [subrayado en el original. A continuación, el general Vilas cita un largo fragmento del estratega francés en contrainsurgencia, y más adelante agrega] Desde antiguo venía prestando atención a los trabajos editados en Francia por los oficiales de la OAS y del ejército francés que luchó en Indochina y en Argelia [...] En base a esos clásicos y al análisis de la situación argentina, comencé a impartir órdenes tratando, siempre, de preparar a mis subordinados" (12).
Coincidiendo con la confesión de Vilas, el general Osiris G.Villegas —uno de los primeros y quizás el más riguroso de todos los teóricos argentinos de la guerra contrainsurgente— reconoce que la "Doctrina de Seguridad Nacional" (DSN) que inspiró a los ejércitos latinoamericanos en la lucha contrarrevolucionaria, a pesar de su denominación, no es de origen nacional: "Cabe acotar —señala Villegas— que la susodicha doctrina y metodología operacional, inserta en nuestros reglamentos militares, no es inventativa [sic] o producto genuino de los estados mayores argentinos, sino adaptación de la doctrina, métodos y procedimientos puestos en práctica por los ejércitos occidentales que tuvieron que enfrentar el conflicto bélico subversivo, especialmente Francia. Incluso revistaron en nuestra Escuela Superior de Guerra, durante varios años, jefes franceses veteranos de la guerra de Indochina y de Argelia -como asesores militares sobre la materia—" (13).
Más recientemente, tanto el último presidente de la dictadura militar 1976-1983, general Benito Bignone, como el ministro del interior del general Videla, el general Alvano Harguindeguy, volvieron a reconocer públicamente las enseñanzas francesas en el genocidio argentino. Según Bignone: "[la represión militar argentina] Fue una copia [de la francesa]. Inteligencia, cuadriculación del territorio dividido por zonas. La diferencia es que Argelia era una colonia y lo nuestro [Argentina] fue dentro del país. Era una diferencia de fondo pero no de forma en la aplicación de la doctrina. Los [instructores] franceses dictaban conferencias y evacuaban consultas. Para algo estaban acá [en Argentina]. No cobraban el sueldo de gusto". Según el mismo Bignone, el general Carlos Jorge Rosas fue quien importó la doctrina francesa al haber cursado la Escuela de Guerra en Francia a mediados de la década de 1950.
"Él [el general Rosas] trajo la inquietud de que toda la preparación de la guerra clásica no servía, porque la guerra moderna, la guerra revolucionaria, era totalmente diferente. Fue subdirector de la Escuela de Guerra y subjefe del Estado Mayor y el gestor de que tuviéramos una asesoría francesa" (14). Para el general Harguindeguy: "La enseñanza de la misión militar francesa que luego del derrocamiento de Juan Domingo Perón [1955] transmitió a los militares argentinos la experiencia adquirida en Indochina y Argelia «nos sirvió para librar una guerra». Según Harguindeguy, los instructores franceses «nos enseñaron la división del territorio nacional en zonas de operaciones, los métodos de interrogación, el tratamiento de prisioneros de guerra, la subordinación policial al Ejército»" (15).
Uno de aquellos teóricos franceses, luego ministro de defensa de ese país, además de sistematizar la experiencia de Indochina y Argelia, ampliaba su estudio de los conflictos sociales a Irán y Túnez y también a Grecia, país éste último cuya "guerra revolucionaria", según su opinión, inicia la ruptura entre los EEUU y la URSS posterior a 1945 y origina la emergencia mundial de este nuevo tipo de guerra (16).
Si el origen doctrinario de la tortura como elemento de la guerra contrainsurgente proviene, en el cono sur latinoamericano, de las escuelas e instructores militares franceses, resulta insoslayable que esos procedimientos fueron luego perfeccionados por los cursos de los militares (y policías, como fuerza auxiliar) latinoamericanos en las escuelas del Comando Sur del Ejército estadounidense —con asiento en Panamá— y en el propio territorio norteamericano. Ellos fueron los que retomaron la tradición francesa y la llevaron a su cenit, aplicando durante décadas la tortura a varias generaciones de militantes políticos, sindicalistas, estudiantes, sacerdotes comprometidos y revolucionarios latinoamericanos.
En las escuelas norteamericanas del Canal de Panamá estudiaron, entre 1950 y 1975, 2.766 militares argentinos (17). Tomando en cuenta también, además de la Escuela de las Américas, otras de Estados Unidos —como Fort Bragg (Carolina del Norte), Fort Gordon (Georgia) y más de 140 instalaciones en territorio estadounidense—, el número asciende, para la misma época, a 3.676.
Hasta el golpe de Estado de 1976, se habían graduado en laEscuela del Ejército de las Américas (US Army School of the Americas -USARSA), ubicada en Fort Gulick, zona del canal, 600 militares argentinos. De éstos últimos, 58 militares tenían como plan de estudios, en el período 1970-1975, determinados cursos escogidos: en ellos se graduaron once en "operaciones de contrainsurgencia", siete en "contrainsurgencia urbana", trece en "operaciones en el monte", cinco como "oficial sin mando en inteligencia militar" y seis en "interrogatorio militar".
Contradiciendo la ingenua imagen del "exceso" ocasional en la tortura cometido por algún represor perverso y psicológicamente desequilibrado, en este último curso, según el testimonio directo de un militar chileno apellidado González, ex-alumno boina negra del curso E-16 de Suboficial de Inteligencia Militar, los militares latinoamericanos eran torturados por sus propios instructores y a su vez se torturaban entre ellos, para poder luego ejecutar mejor ese mismo "procedimiento de interrogatorio" a su enemigo, es decir, a nuestros pueblos (18).
Evidentemente, el hábito de torturarse entre los mismos participantes de los cursos en contrainsurgencia —que retratan las famosas fotografías, recientemente difundidas por el actual gobierno argentino— no nació en el cono sur...
En el período 1961-1972 —durante el auge de la influencia política de la revolución cubana en nuestro continente—, el aparato de Estado de la Argentina también entrenó en EEUU, con cargo al Programa de Seguridad Pública de la OID (Oficina Internacional de Desarrollo) a ochenta y cuatro oficiales de policía, capaces a su vez, de retransmitir su aprendizaje. Los cursos incluían simpáticas materias... como "Electricidad básica", "Introducción a bombas y explosivos", "Artefactos incendiarios" y "Armas asesinas".
Los militares locales no recibieron enseñanzas en tortura de sus maestros norteamericanos únicamente en escuelas estadounidenses. También estuvieron en Vietnam .En 1968, una misión militar argentina, al mando del general Mariano De Nevares (jefe de la Caballería y hermano del obispo Jaime De Nevares, luego vinculado a la Teología de la Liberación), que en ese momento tenía a su cargo la estratégica provincia de Tucumán, visitó Saigón. Según las declaraciones oficiales del ministro de defensa de aquella dictadura, comandada por el general Juan Carlos Onganía, su objetivo en Vietnam era "estudiar la lucha contra las guerrillas y la táctica para la represión de motines" (19). Recordemos que la práctica de arrojar prisioneros vivos desde los aviones, tan practicada en Argentina por las Fuerzas Armadas en el río de la Plata, en Vietnam era utilizada por los norteamericanos contra el Vietcong bajo la denominación de "Operativo Phoenix".
Habiendo recibido instrucción francesa y norteamericana, las Fuerzas Armadas argentinas, con un grado de autonomía operativa interamericana nada despreciable exportaron, durante fines de los ’70 y comienzos de los ’80, la contrarrevolución a Centroamérica. Principalmente destinada a sofocar la revolución salvadoreña y guatemalteca, pero, sobre todo, a la sandinista. Los cursos de contrainsurgencia y el adiestramiento en tortura, que ellos habían adoptado de Francia y EEUU, a su vez lo trasladaron y reprodujeron en Honduras, donde militares argentinos fueron los primeros entrenadores de la contra nicaragüense. Según estimaciones del período, los asesores militares argentinos en contrainsurgencia con asiento en Honduras llegaban aproximadamente a cincuenta (20). Tenían como finalidad participar junto con militares norteamericanos, en impartir instrucción en métodos anti-guerrilleros al ejército y la policía hondureños, y también colaborar en el entrenamiento de los grupos contras nicaragüenses que hostilizaban al gobierno sandinista de Nicaragua (21).
Corroborando esa exportación de la contrainsurgencia, en una nota del New York Times, reproducida en México por el Excelsior (22), se informa que la participación estadounidense en las actividades clandestinas contra el gobierno sandinista de Nicaragua aumenta considerablemente en 1982, cuando Argentina deja de entrenar y ayudar a la contra, luego de que la administración Reagan respalda a Gran Bretaña en la guerra de las islas Malvinas. En esta nota, se dice que hasta los primeros meses de 1982, las Fuerzas Armadas de Argentina han sido las principales encargadas de financiar y entrenar a la contra nicaragüense, incluso superando por momentos a la ayuda estadounidense. Sea correcta o no esta última estimación, lo que resulta innegable es que la presencia de las Fuerzas Armadas argentinas jugó un papel de primer rango al interior de la guerra civil centroamericana (23).
Esos datos han sido corroborados por el testimonio del capitán argentino Francés García en un video, exhibido el 30/11/1982 en la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP), de México. El militar no era un desertor. Había sido capturado en la capital costarricense en un operativo de la inteligencia sandinista. En su testimonio reconocía: "Soy el ciudadano argentino Héctor Francés García y he realizado en Costa Rica tareas de inteligencia y asesoramiento tendientes al derrocamiento del régimen revolucionario de Nicaragua. Hace dos años ingresé al Batallón de Inteligencia 601, y en una escuela de la provincia de Buenos Aires [Argentina] preparada a tal efecto recibí instrucción en materias tales como reunión y análisis de información, seguimiento y contraseguimiento, técnicas de interrogatorio y contrainterrogatorio, fotografía, escritura con medios especiales y apertura y cierre de correspondencia". Además, había operado como agente secreto en Panamá, El Salvador, Guatemala y Honduras. En este último país, reveló, existía un estado mayor argentino que se relacionaba con un estado mayor hondureño. Argentinos y hondureños dirigían, con orientaciones de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), un estado mayor de la contra nicaragüense. Estados Unidos aportaba los dólares y los principales equipos de guerra; Argentina suministraba los instructores, ya fogueados en la contrainsurgencia y en la desaparición de personas, Honduras proporcionaba el territorio para entrenamiento de los contras y las bases de ataque a Nicaragua.
Según admitió el general Leopoldo Fortunato Galtieri en una entrevista (24), existía la posibilidad de que tropas argentinas participaran, además de en Nicaragua, en la guerra civil de El Salvador. La misión argentina en América Central apuntaba a derrocar al gobierno sandinista y frenar el supuesto flujo de armas a los revolucionarios que combatían en El Salvador. Cabe destacar que los militares argentinos permanecieron en Honduras hasta los primeros meses de 1984, cuando el presidente Raúl Alfonsín llevaba más de un año en el gobierno constitucional. Recién se retiraron de allí, cuando la CIA los descartó (25).
Evidentemente, los cursos "comando" realizados por el Ejército argentino, que recién ahora muestran las fotografías exhibidas por el actual gobierno argentino, conformaron una metodología regular, planificada, estudiada, aplicada en el propio territorio y exportada a otros países de América Latina (26). Aunque los militares acusaban a los revolucionarios —principalmente a los de orientación guevarista o políticamente solidarios con la revolución cubana— de desconocer las tradiciones nacionales en aras de "exportar la revolución", en realidad, quienes exportaban —la contrarrevolución— eran ellos.
La llamada «guerra contra la subversión»
Una década antes del escándalo de las fotografías del curso en contrainsurgencia, algo similar había ocurrido con las truculentas confesiones del capitán de corbeta (r) y miembro de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), Francisco Scilingo, encargado — como muchos de sus cómplices— de arrojar prisioneros vivos al río de la Plata.
Aquellas declaraciones del marino no aportaron absolutamente ningún dato o información nuevos, aunque confirmaron —por primera vez de boca de uno de sus ejecutores directos, y esto fue lo novedoso de aquella instancia (27)— algunos de los perversos y sistemáticos métodos utilizados por las Fuerzas Armadas en su "lucha contra la subversión".
Dejando a un lado los múltiples análisis psicológicos que se podrían ensayar sobre sus notorias ambigüedades, el capitán Scilingo —hoy encarcelado en España— había sido claro y terminante en un punto. Sostuvo sin eufemismos que: "Recibíamos órdenes extremas, pero coherentes en función de una guerra que se estaba librando, tanto las de detener al enemigo como las de eliminarlo", a lo que más adelante agregaba —especificando de qué tipo de guerra se trataba según la versión militar—: "Porque si se emplearon tantos métodos no convencionales era porque la guerra no era convencional" (28).
Obviamente Scilingo no es el autor original de semejante interpretación, cuyos mentores ideológicos provenían de Francia y Estados Unidos. Sin embargo, pone en el primer plano del debate la cuestión —aun hoy sin cerrar— de la caracterización de ese particular período de la historia latinoamericana, cuyas consecuencias todavía seguimos padeciendo.
La convicción de que en Argentina había que aplicar elementos de la guerra contrainsurgente era una creencia común, compartida por diversos cuadros militares, eclesiásticos y financieros. Por ejemplo, según reconoce el capitán-ingeniero Álvaro Alsogaray, ministro de economía de varias dictaduras e ideólogo temprano del neoliberalismo: "En 1962, con motivo de la posibilidad de reequipar el Ejército, discutimos el tema con mi hermano, el general Julio Alsogaray, a la sazón, subsecretario de Guerra. Mi opinión era que en ese reequipamiento debíamos asignarle una alta prioridad a las armas y equipos destinados a la guerra antisubversiva, en particular a la que podría desarrollarse en las grandes ciudades" (29).
No sólo los financistas como Alsogaray pensaban eso. Tanto aquellas fracciones y tendencias de las Fuerzas Armadas, genéricamente identificadas con el mote de "liberales", así las declaraciones en el Senado argentino de los capitanes de fragata —entonces en actividad— Juan Carlos Rolón y Antonio Pernías, como también las autodenominadas "nacionalistas", coinciden en caracterizar aquel período como un "guerra contra la subversión" (30).
Por ejemplo el general Lanusse, último presidente de la dictadura argentina iniciada en 1966 y uno de los exponentes más lúcidos e ilustrados dentro de la fracción liberal del Ejército, sostiene en sus memorias que: "El secuestro del general Aramburu [realizado por Montoneros en 1970] fue parte de una ofensiva del enemigo para dividirnos y esclavizarnos. La diabólica alianza de las fuerzas totalitarias demostró, desde ese momento, que estaban en guerra contra nuestra libertad y contra nuestro propósito de vivir en el clima creador de la democracia" (31).
En su interpretación, al igual que otros países de América Latina, Argentina ingresa entonces en un período de guerra en el año 1970. Esta guerra marcará, desde su óptica, todos los sucesos políticos hasta el momento en que escribe sus memorias —1977, plena dictadura del general Videla—. Incluso admitirá explícitamente que el llamado a elecciones de 1973 no buscaba la democratización del país sino que tenía como principal finalidad "quitar todo argumento a la subversión". Si bien ubica el comienzo de la guerra en 1970, no debemos olvidar que ya en 1969 este mismo general había sostenido en el día del Ejército que: "La guerra ha cambiado de forma [...] ya que la existencia palpable de fronteras ideológicas internas coloca al enemigo también dentro de las naciones mismas" (32).
Dentro de la misma corriente militar "liberal", el brigadier Crespo, jefe del Estado Mayor General de la Fuerza Aérea durante el gobierno del presidente Raúl Alfonsín (1983-1989), aun reafirmando su "fe republicana", dejaba en claro una década después que: "La mentalidad que hace que las Fuerzas Armadas estén más para gobernar que para ser Fuerzas Armadas empieza allá por el año ‘30 y proviene de una situación política. Son ciertas clases sociales las que empujan a las Fuerzas Armadas a los golpes de Estado, insisten y a veces los militares pecan por ingenuos. Con el correr del tiempo eso llevó al Proceso de Reorganización Nacional (PRN). Fue una bola de nieve que creció y creció. Lo que no hay que negar es la necesidad de lucha contra la subversión para sacar al país del caos" (33).
Por su parte, el sector "nacionalista" de las Fuerzas Armadas compartirá con los liberales la misma interpretación de la "lucha contra la subversión". Todos sus exponentes, más allá de rivalidades fraccionales y disputas mafiosas circunstanciales, sostendrán sistemáticamente y en bloque que en la Argentina existió "una guerra contra la subversión marxista y el terrorismo". Por ejemplo, se preguntaba el teniente coronel Aldo Rico —luego devenido político del Partido Justicialista (PJ)— en un documento previo al intento de golpe de Estado de 1987, elevado a su comandante de brigada: "La amnistía [para los que violaron derechos humanos] es ignominiosa de por sí. ¿Por qué amnistía si peleamos una guerra justa y necesaria?", posición que luego reafirmará en público durante el cuartelazo militar de ese mismo año, cuando reclamaba "la solución política que corresponde a un hecho político como es la guerra contra la subversión" (34).
Sólo un pequeño sector marginal del Ejército argentino, nacional-populista pero constitucionalista, agrupado en 1984 (al año siguiente del retiro ordenado de los militares y de la asunción del presidente Alfonsín) en el Centro de Militares por la Democracia (CEMIDA), sostendrá una caracterización distinta de las corrientes principales y hegemónicas. Desde su óptica, si bien dejan en claro que en la Argentina hubo "dos «terrorismos»" (político y estatal), al mismo tiempo plantean que no hubo "combate", sino que en realidad se implementó una "represión" (35), lo que equivalía a negar el carácter de guerra al conflicto social interno.
En el juicio a las juntas militares argentinas por sus crímenes y violaciones a los derechos humanos, realizado durante 1985, toda la defensa jurídica y política de los comandantes de las Fuerzas Armadas estuvo centrada en demostrar que en la Argentina el conflicto social alcanzó niveles de "guerra", con las consiguientes inferencias que pueden deducirse de ello en lo que atañe a métodos de lucha (36). La razón jurídica se asentaba principalmente en los decretos de 1975 dictados por la presidenta constitucional peronista Isabel Perón e Italo Luder (N°261 del 5 de febrero y directiva N°1 del Consejo Nacional de Defensa del 15 de octubre de ese mismo año) que disponían textualmente "el aniquilamiento de la subversión".
Durante los últimos años, si bien el sector nacionalista del Ejército argentino —cada vez más marginal— mantiene la caracterización de la supuesta "guerra contra la subversión y el terrorismo", ha intentado aggiornarse apelando a una retórica nacional-populista que mezcla la reivindicación del peronismo como "movimiento nacional" con el coqueteo —puramente verbal y únicamente discursivo— de una defensa difusa del chavismo e incluso de Fidel Castro. Uno de los máximos exponentes ideológicos de este segmento militar es el ex asesor e instructor en comandos de guerra contrainsurgente en las escuelas de Panamá, el teniente coronel Mohamed Alí Seineldín, quien estuvo casi una década preso, durante el gobierno del presidente Menem, a quien inicialmente había apoyado. Las declaraciones tragicómicas de supuesto "apoyo" a Fidel Castro —en oportunidad de la visita del líder cubano a la Argentina— por parte de este militar de extrema derecha, persiguen encontrar bases de apoyo civiles en algún sector desprevenido o despistado de la izquierda local y, fundamentalmente, de la burocracia sindical peronista, siempre nostálgica de los "militares nacionales".
Coqueteos y piruetas discursivas al margen, el actual nacionalismo militar, aunque intenta despegarse de la herencia económica del golpe de Estado de 1976 (acusándolo de "liberal" [¿?]), mantiene intacta la necesidad de haber aniquilado, incluso físicamente, a "la subversión". Aunque el mono se vista de seda, mono queda.
En el otro extremo del arco ideológico, ubicado a la cabeza de la vertiente liberal, se encuentra el ya mencionado general Martín Balza, jefe del Ejército durante la presidencia de Carlos Menen y actual embajador en Colombia de Néstor Kirchner.
Como Seineldín, también Balza busca su aggiornamiento y su despegue de los viejos y desprestigiados militares de 1976. Pero en lugar de ceder a la prédica nacional-populista y a los coqueteos seudo "antiimperialistas" al estilo del ex instructor contrainsurgente Seineldín, Balza ha preferido asumir una pose "autocrítica" frente a la dictadura militar del general Videla. Por eso realizó una crítica absolutamente formal —en la cual continuó responsabilizando a "la subversión" por haber iniciado la lucha... y siguió, a pesar de todo, defendiendo al ejército...— a lo actuado por las Fuerzas Armadas durante la dictadura de 1976 (la autocrítica la formuló el 25 de abril de 1995) (37) .
No obstante la puesta en escena "autocrítica" —realizada, sugestivamente, por televisión...— que tanto le ha valido para promocionar políticamente su figura personal, al punto de conseguir una embajada en la administración actual, cuando tres periodistas del diario Clarín lo entrevistaron preguntándole por los datos de la "represión ilegal", el jefe militar les respondió sin dubitaciones: "No hablo de represión ilegal. Hablo de todo lo actuado en la lucha contra la subversión" (38). Mucho ruido, pocas nueces.
Mientras estamos escribiendo estas líneas, el actual jefe de la Marina acaba de expresar una "autocrítica", esta vez referida al papel de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA) durante la represión. Al igual que en su época hizo Balza para el caso del Ejército, el jefe de la Marina argentina, almirante Jorge Godoy, ha pronunciado un "arrepentimiento" institucional llamando a la ESMA "símbolo de barbarie e irracionalidad". Sin embargo, en su discurso "autocrítico" vuelve a defender —según sus palabras exactas— "el rol fundacional y esencial que en la Nación desempeña esta casi bicentenaria Fuerza [la Armada]". Tan sólo cuatro días después, el jefe de la Fuerza Aeronáutica imita a su par de la Marina, pero alertando: "Si [en la dictadura] hubo errores y horrores... fue de ambos bandos".
A pesar de la diversidad de estrategias discursivas elegidas por la corriente del teniente coronel Seineldín y por la del general Balza, lo cierto es que en ambos casos nos encontramos con el intento por reconstruir consenso para los militares tratando de recrear el vínculo entre las Fuerzas Armadas y el pueblo. Un vínculo que se rompió históricamente, no por la maldad innata de "tres o cuatro generales alocados, alcohólicos y autoritarios" —como acostumbra a describir cierto periodismo superficial— sino por el papel estructural de ejército de ocupación, al servicio directo del imperialismo y sus principales socios locales, asumido por esta institución a lo largo de la historia.
¿La historia como método o la "metafísica del alma latina"?
Si resolver "la cuestión militar" fuera tan sencillo como recomienda cierta prensa liberal, bastaría remover a los viejos cuadros de sus puestos y reemplazarlos por militares más jóvenes y "constitucionalistas", para así reinsertar a las Fuerzas Armadas en "la vida democrática" de nuestros países. De este modo se lograría la tan deseada (por la burguesía y el imperialismo) "reconciliación", imprescindible para volver a construir un "capitalismo normal", es decir, para recomponer la corroída hegemonía de las tradicionales instituciones políticas burguesas.
Precavidos de antemano contra esa peligrosísima ilusión que tanta sangre y dolor nos infligió, constatamos que la realidad latinoamericana resulta ser mucho más compleja y porfiada que dicho esquema.
Sólo se podrá eludir hacia el futuro la tentación de ofrecer mansamente la otra mejilla y, una vez más, abrazar ingenuamente al verdugo, al enemigo histórico de nuestros pueblos, si nos esforzamos por comprender los avatares sangrientos y genocidas de esta institución a partir de un registro histórico-social. Ese es el único camino para no chocarnos dos veces con la misma piedra y para volver inteligibles las prácticas del genocidio (que, para el pensamiento posmoderno, por ejemplo, resulta "inconcebible, indecible, inmostrable, destinado a un más allá metafísico sustraído a toda comprensión"). Si las matanzas sistemáticas se inscriben en un horizonte histórico atravesado por las alianzas y las lucha de clases, toda la "incomprensión" metafísica que las rodea se esfuma rápidamente.
Lejos de nosotros, entonces, la habitual opción metodológica (de factura positivista) que se limita a coleccionar "hechos puros" —por ejemplo, cuartelazos y golpes de Estado—, sin contexto ni condicionamientos sociales. Tan lejos como la opción posmoderna, que abstrae los genocidios de sus coordenadas históricas, considerando el presente como algo eterno y absoluto, por lo tanto inmodificable.
Ambos puntos de vista terminan abordando "la cuestión militar" latinoamericana (y su relación con las clases sociales de la sociedad civil) como si fuera algo insondable, enigmático e inserto en la "metafísica del alma latina", con las habituales atribuciones eurocéntricas a nuestros pueblos de caudillismo, autoritarismo, falta de cultura cívica, incapacidad para autogobernarse, inmadurez política y otros lugares ideológicos semejantes, que abundan de modo inconfesado en el ensayismo sobre la cuestión militar (principalmente el de los especialistas académicos estadounidenses).
Al abordar entonces la historia de estos verdugos y sus "nuevas" funciones en tiempos de globalización capitalista, partimos de los siguientes presupuestos.
En primer lugar, las Fuerzas Armadas latinoamericanas no son una institución estatal absolutamente autónoma e independiente o recluida exclusivamente en la esfera técnico-militar. Por el contrario, constituyen una institución fundamentalmente política y su intervención en la esfera pública es, siempre, política. Aunque en la historia latinoamericana los militares han logrado un grado de autonomía nada despreciable — comprensible teóricamente a partir de la autonomía relativa que siempre conlleva la política y el Estado frente a las lógicas inmediatas de la acumulación y la reproducción económica capitalista—, el comportamiento de la institución se encuentra inscripto en un contexto histórico, político y social determinado. No se puede comprender la trágica repetición de los cuartelazos y los golpes de Estado ni sus matanzas sistemáticas si no se tiene en cuenta la crisis orgánica del capitalismo latinoamericano y el déficit hegemónico de sus clases dominantes y dirigentes.
En segundo lugar, a diferencia de lo que habitualmente sugieren comentadores televisivos y "opinadores" mediáticos, las FFAA latinoamericanas no siempre han mantenido el mismo tipo de vínculo en su relación con las clases sociales y los sujetos colectivos de la sociedad civil. Sus variaciones y mutaciones no son, de ningún modo, ajenas a las transformaciones socioeconómicas, políticas, institucionales, ideológicas y culturales que ha experimentado el capitalismo latinoamericano y las diversas alianzas de clases que han tenido lugar en su seno durante el siglo XX y lo que va del XXI.
En tercer lugar, sólo atendiendo a la historia económica, social y política de América Latina, en tanto parte inseparable del sistema mundial del capitalismo y de la cada vez más agresiva dominación del imperialismo, pueden comprenderse las transformaciones y adaptaciones específicas de las FFAA de la región: su cada vez más estrecha vinculación con las FFAA de Estados Unidos, sus diversas doctrinas militares, las influencias ideológicas recibidas, sus hipótesis de conflicto (las antiguas y las nuevas), su papel amenazante frente a la crisis institucional de las nuevas repúblicas, etc.,etc.,etc.
Las FFAA latinoamericanas durante el auge de los populismos (la expansión del bonapartismo militar)
Haciendo un recorte histórico a partir de la década del ’30, nos encontramos ya en esa época de América Latina con la emergencia de una crisis orgánica del capitalismo dependiente y periférico. Si bien resulta innegable que el capitalismo latinoamericano ha sufrido —y sigue sufriendo— la crisis de reproducción de su desarrollo desigual, combinado y dependiente, los años ’30 constituyen una década emblemática. Al estar estrechamente conectado con los avatares del mercado mundial en la fase imperialista del capitalismo metropolitano, las sociedades latinoamericanas reciben de manera directa e inmediata los efectos de la crisis del ’29. A partir de los ’30, se resquebraja la relación privilegiada del cono sur con el imperialismo inglés y ese lugar comienza a ser ocupado por el imperialismo estadounidense (que, en el Caribe, ya ocupaba ese sitio desde su intervención de 1898 en la guerra hispanocubana- norteamericana).
Con la crisis del ’30, las burguesías locales inician un proceso de sustitución paulatina de importaciones cubriendo los agujeros vacíos y los rubros vacantes dejados por las industrias monopólicas y los capitales imperialistas. Se inicia de este modo un proceso de seudoindustrialización que consiste en una industrialización deformada y dependiente, que no modifica la estructura agraria atrasada de nuestros países. Al estar encabezada por los socios locales del imperialismo y el neocolonialismo, no logra romper el estrecho marco del capitalismo periférico. Es una industrialización "a medias" o seudoindustrialización: "Mientras la industria ligera necesitaba mercados para la producción de artículos de consumo, la industria pesada necesita también mercados, pero para su producción de herramientas. Estos mercados reemplazan a los de artículos de consumo" (39).
En el mismo sentido: "Denominamos al fenómeno seudoindustrialización, parodia o caricatura de industrialización [...] Por sobre todo, se realiza sin modificar sustancialmente la estructura social del país, y los desplazamientos a que da lugar dejan en pie las antiguas relaciones de propiedad y entre las clases. La seudoindustrialización no subvierte la vieja estructura sino que se inserta en ella" (40).
Entre las características de la seudoindustrialización, se encuentran:
(a) No aumenta la composición técnica del capital social, sólo la mano de obra.
(b) No se desarrollan las industrias básicas que producen medios de producción, ni lasfuentes de energía ni los transportes.
(c) No aumenta la productividad del trabajo.
(d) El incremento de la producción de artículos de consumo sobrepasa el incremento de la producción de medios de producción.
(e) La agricultura permanece estancada y no se tecnifica.
La alianza de clases entre los propietarios burgueses terratenientes y los industriales comparte con el capital financiero el mismo interés en la perpetuación del atraso de nuestros países. Estos sectores sólo permiten el transplante o el injerto de islotes industriales en unas cuantas fábricas, manteniendo y reproduciendo la estructura social de conjunto atrasada y subordinada al imperialismo.
En medio de esa profunda crisis económica, que la seudoindustrialización no termina de conjurar y que los diversos intentos de modernizar desde arriba la sociedad tampoco resuelven, el aparato de Estado juego un rol central. Como también sucede en los capitalismos metropolitanos de la mano de la estrategia keynesiana, en América Latina el Estado comienza a intervenir en el mercado económico.
Nacen entonces en aquel momento las empresas estatales de petróleo, carbón, estaño, fabricaciones militares y otros recursos estratégicos. Lo interesante es que las Fuerzas Armadas juegan un papel completamente destacado y relevante en ese proceso: ya no sólo cumplen el rol de actor político sino también de actor económico.
Mientras protagonizan numerosos golpes de estado y cuartelazos, preparan planes estratégicos de industrialización y desarrollo energético. Se produce de este modo la emergencia de militares "industrialistas", como integrantes e ideólogos de alianzas sociales burguesas durante la era de los populismos (41). Así, las Fuerzas Armadas asumen un rol crecientemente protagónico en la vida política y económica, excediendo largamente la especificidad "técnicomilitar".
Aparentando estar por sobre las clases, las Fuerzas armadas del período terminan cubriendo la ausencia de una burguesía nacional autónoma y pujante, dado que la burguesía realmente existente mantiene un notable y evidente déficit de hegemonía social integradora.
Transformándose de hecho en un partido político-militar, las Fuerzas Armadas se convierten en una especie de "árbitro" de la lucha de clases que, mediante una retórica nacionalista y diversos intentos de alianzas con industriales locales y las fracciones más reformistas del movimiento obrero sindical, terminan asumiendo el control del aparato de Estado. Cabe aclarar que durante este período "nacionalista" y populista, la tortura policial-militar se sigue implementando de modo habitual para la represión política interna (42).
La influencia ideológica del ejército prusiano (desde los planes de estudio hasta los uniformes...) se deja sentir en diversos ejércitos del continente durante este período, mientras que la Armada de Gran Bretaña influye sobre las respectivas fuerzas marinas (43).
Después de haber completado entonces el sometimiento y el aniquilamiento de los pueblos originarios — expropiándoles sus tierras y destruyendo sus comunidades—, las Fuerzas Armadas se autopostulan, en un derroche de verborragia nacionalista, como "las fundadoras y guardianas de la soberanía del Estado-nación".
Vinculadas a la parcial revitalización del mercado interno, gracias a la seudoindustrialización, las Fuerzas Armadas terminan durante este lapso histórico conformando la columna vertebral de la dominación en los capitalismos periféricos, en el área de la política, pero con ramificaciones también en la economía. El auge de los populismos se hace incomprensible si se hace abstracción de esa presencia inconfundible.
La inscripción de las FFAA latinoamericanas en la lógica del dominio continental estadounidense (del populismo al neoliberalismo)
Agotado el modelo económico de la seudoindustrialización —basado, por otra parte, en un fuerte predominio del capital variable y la explotación extensiva de la fuerza de trabajo por sobre la débil inversión en capital constante y tecnología, en la extracción de plusvalor absoluto por sobre el relativo, en la subsunción formal del trabajo en el capital por sobre la subsunción real, en la explotación en extensión por sobre la explotación en profundidad—, las Fuerzas Armadas rompen sus antiguas alianzas de clases de signo populista.
En el imaginario militar de la alianza social burguesa-populista, el movimiento obrero organizado en sindicatos deja de ser "base de maniobra" y "columna vertebral" para transformarse, vertiginosamente, en "enemigo interno". A partir de ese momento, entra en crisis la ideología estatal asentada en la identificación entre "soberanía nacional = desarrollo industrial". Conservando el protagonismo bonapartista y su autonomía relativa frente al Mercado, reconfiguran sus alianzas vinculándose con las fracciones más concentradas del gran capital transnacional.
No es secundario que durante este nuevo período, numerosos militares de rango pasan a formar parte de los directorios empresariales de las grandes firmas multinacionales. En ese cambio de rumbo y orientación, la vieja influencia ideológica prusiana (44) es reemplazada por los instructores franceses y norteamericanos.
El antiguo papel de "guardianes de la soberanía del Estado-nación" es suplantado por el de fuerzas auxiliares en la nueva guerra mundial, la guerra fría: la guerra de las "fronteras ideológicas" y las áreas de influencia entre el Este y el Oeste. Manteniendo la tortura como método de represión política, la misma se convierte en un instrumento privilegiado de dominación social a nivel masivo.
De recurso para amedrentar y reprimir puntualmente a los dirigentes sindicales y a los cuadros revolucionarios, durante este nuevo período la tortura se transforma en recurso central de guerra. No de la guerra entre Estados-naciones, sino de la guerra interna, contrarrevolucionaria, contrainsurgente. Estados Unidos intenta entonces homogeneizar ideológicamente a las Fuerzas Armadas continentales en el anticomunismo galopante bajo la Doctrina de la «Seguridad Nacional» (45).
Si en la época del predominio de la alianza de clases entre el capital industrial y el capital terrateniente, centrada en la seudoindustrialización y el mercado interno, la figura política de integración social privilegiada es la del "soldado-ciudadano" (vía la conscripción masiva y obligatoria de los jóvenes de 18 años), en la transformación neoliberal de las antiguas Fuerzas Armadas populistas, la nueva figura emblemática será la del agente de inteligencia.
La ciudadanía integradora desde arriba, desde el aparato de Estado, mediante la conscripción obligatoria y de masas, deja lugar a la penetración de las organizaciones populares, a través del clásico personaje militar del nuevo período: "el infiltrado". Las guerras en tiempos del predominio del capital financiero ya no son, fundamentalmente, entre Estados-naciones, sino guerras de represión interna. Ya no se trata de integrar y ciudadanizar a la población en forma masiva, en extensión, sino de infiltrar y penetrar a través de la inteligencia selectiva, en profundidad (46).
Paulatinamente, las nuevas FFAA, y no es casual, van abandonando la conscripción obligatoria para convertirse en ejércitos profesionales. El enemigo está dentro, habla el mismo idioma, le reza al mismo dios, come la misma comida, le gusta el mismo deporte y se viste con la misma ropa. Para ese nuevo tipo de guerra, resulta más "enemigo" y más peligroso alguien que habla el mismo lenguaje y comparte una misma historia y una misma cultura, que quien habla otro idioma y pertenece a una potencia extranjera (47). Las Fuerzas Armadas latinoamericanas se transforman entonces en virtuales ejércitos de ocupación de sus propios pueblos. Pero, a diferencia de Francia en Indochina y Argelia o de Estados Unidos en Vietnam —los dos casos paradigmáticos empleados en la pedagogía militar del período—, las Fuerzas Armadas latinoamericanas no se diferencian por sus componentes étnicos, religiosos o nacionales, de su propio "enemigo": el pueblo, la clase trabajadora, los revolucionarios, la "subversión" (48).
Durante este período, las Fuerzas Armadas latinoamericanas conservan su tradicional bonapartismo, pero despojado de todo gesto populista y de cualquier ademán que pueda asociarse a lo que Gramsci denominaba "cesarismo progresivo". Para contrarrestar el ejemplo continental de la revolución cubana, se transforman en un apéndice absolutamente servil y rastrero del comando sur del Ejército norteamericano. El saldo final de semejantes mutaciones ideológico-políticas resulta tristemente sangriento.
"Los desaparecidos por motivos de la represión —recuerda Gabriel García Márquez al recibir en Suecia el premio Nobel en 1982— son casi los 120.000, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200.000 mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100.000 perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de 1.600.000 muertes violentas en cuatro años. De Chile, país de tradiciones hospitalarias, hahuido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega".
Aquella frase famosa de El Capital, donde Marx escribía: "Si el dinero, como dice Augier, «viene al mundo con manchas de sangre en una mejilla», el capital lo hace chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies", parece pensada especialmente para América Latina...
Las FFAA en tiempos de transiciones —incumplidas— a la democracia (o "el mismo perro con otro collar")
Derrotadas a sangre, tortura y fuego la mayoría de las insurgencias latinoamericanas (a excepción de Nicaragua) durante los ’70 y ’80, Estados Unidos promueve en la región un cambio político cosmético y superficial. Los estrategas del poder imperial llegan a la conclusión de que pueden implementar los ajustes estructurales de los programas económicos neoliberales, así como también sus estrategias contrainsurgentes, con regímenes formalmente parlamentarios (49). De este modo, mantienen y reproducen su predominio económico-político, pero evitando las "disfuncionalidades" y los dolores de cabeza asociados a las dictaduras clásicas. Nacen así las democra-duras, las democracias tuteladas y vigiladas, las democracias neoliberales.
¿Qué rol juegan los militares en estos nuevos regímenes? La respuesta no es uniforme. En las sociedades donde continúan operando fuerzas insurgentes de masas durante los ’80 —caso Colombia, El Salvador o Perú—, las Fuerzas Armadas se convierten en el poder real paralelo, tras la máscara formal de elecciones "protegidas" por los fusiles y tanques militares. En los casos donde la insurgencia ya había sido totalmente derrotada — caso Argentina, Uruguay o Bolivia—, los militares ya no hacían falta para la lucha política inmediata y cotidiana. Retirándose a los cuarteles, pasaron a cumplir otro rol: el de "guardianes" y "reaseguros" de las instituciones políticas de la propiedad privada y el Mercado, resignando la administración del Estado a los cuadros de los partidos políticos burgueses tradicionales. A cambio de ese botín, los partidos burgueses tradicionales —por esa época ya totalmente integrados a la ideología neoliberal— les garantizaron a los genocidas militares la impunidad por sus violaciones sistemáticas a los derechos humanos y sus crímenes de lesa humanidad. La tan mentada "transición" se convirtió, lisa y llanamente, en una transacción. El ejemplo del Chile post-Pinochet constituye el arquetipo de esta retirada pactada de los militares a los cuarteles.
Las consecuencias sociales de esa impunidad, pactada y negociada entre los militares y los partidos burgueses tradicionales del continente (de la cual no fueron ajenos ni estuvieron al margen la jerarquía oficial de la Iglesia católica, los jueces o los grandes monopolios de comunicación) tuvieron un amplísimo abanico de consecuencias. Si en el campo psicológico de la subjetividad de los torturados sobrevivientes, los presos liberados y los millones de exiliados, el desenfado de la impunidad dejó una huella siniestra imposible de erosionar, en la vida cotidiana de las clases subalternas sucedió algo similar.
Tanto en las áreas rurales, con las guardias blancas de los terratenientes y su permanente hostigamiento de los campesinos rebeldes o sin tierra, como en las grandes urbes, con los escuadrones de la muerte que asesinan niños de la calle, el precedente de la impunidad militar se convirtió en un modelo repetido y recreado hasta el infinito. Por ejemplo, las numerosas violaciones que, día a día, se suceden sin castigo alguno en las capitales latinoamericanas, son en alguna medida un producto secundario de aquella impunidad primigenia.
Desligadas ya de las antiguas alianzas de clases integracionistas, desarrollistas y populistas, y habiendo transitado por las guerras de baja intensidad, las Fuerzas Armadas de este nuevo período asumen un rol tutelar de los frágiles regímenes electoral-parlamentarios (repetimos: escasamente democráticos). Al haber quedado completamente diluidos los tímidos intentos burgueses locales por desplegar un modelo de desarrollo de capitalismo asentado en el mercado interno, las hilachas y los retazos que restaban de la "burguesía nacional" terminaron acoplándose a los grandes conglomerados de empresas transnacionales. Cada monopolio local diversifica en esos años sus mercados (desligándose de los ciclos económicos del mercado interno), integrando al mismo tiempo firmas industriales y grupos de bancos, que operan dentro y fuera de cada país.
No es casual, entonces, que las Fuerzas Armadas latinoamericanas abandonen definitivamente las viejas ilusiones desarrollistas o nacional-populistas y asuman con bombos y platillos las tareas auxiliares asignadas por el imperialismo en las "misiones internacionales" en Irak, en los Balcanes, en Afganistán y en otras aventuras imperiales de idéntico tenor.
Las FFAA latinoamericanas en la época de la globalización y la crisis actual del neoliberalismo
Ante la actual crisis latinoamericana provocada por la apertura absoluta de las economías dependientes durante un cuarto de siglo y por los programas de ajuste estructural del FMI y el Banco Mundial, ¿cuáles son las nuevas hipótesis de conflicto de los militares vernáculos? ¿Las Fuerzas Armadas latinoamericanas han cambiado sus doctrinas y su agenda de "seguridad" hemisférica en tiempos de globalización?
Más allá de puestas en escena, piruetas de artificio, "autocríticas" pour la galerie, malabarismos verbales y recurrentes campañas mediáticas destinadas a recomponer su consenso en el seno de la sociedad civil del continente, creemos no equivocarnos al afirmar que los principales cuadros políticos de las Fuerzas Armadas latinoamericanas se han adaptado sólo discursivamente a la nueva institucionalidad política surgida en el hemisferio, tras las crisis de las dictaduras clásicas de los años ’70 y ’80.
No obstante su aceptación a regañadientes de las repúblicas formalmente electoral-parlamentarias (y la consiguiente reducción del gasto público, incluido el militar, que éstas han llevado a cabo aplicando las recetas del FMI y el Banco Mundial), los principales ideólogos y estrategas de las Fuerzas Armadas locales siguen subordinados puntualmente a los dictados estratégicos de las Fuerzas Armadas y el Estado norteamericanos.
Si esto no fuera así, no se entendería, por ejemplo, por qué las diversas Fuerzas Armadas nacionales continúan realizando periódicamente los tradicionales ejercicios militares conjuntos, bajo la dirección directa del comando sur del Ejército norteamericano. Al crecer y aún profundizarse la ya tradicional sujeción de los militares latinoamericanos al Pentágono, a las Fuerzas Armadas y al Estado norteamericano, la antigua práctica de la exportación de la contrainsurgencia se va progresivamente reemplazando por otro tipo de "internacionalismo": la participación de las FFAA latinoamericanas en las misiones globalizadas de "paz" y en las incursiones militares en diversos continentes de las últimas administraciones yanquis, por ejemplo la de Bush.
¿Dónde se encuentra ahora, en la nueva agenda de "seguridad", el "enemigo"? Resulta sintomático que las nuevas doctrinas y agendas de "seguridad" hemisférica de los militares latinoamericanos, aunque cambian el lenguaje, siguen manteniendo a los propios pueblos como enemigos internos y futuras amenazas en potencia. Dichas doctrinas han reemplazado al antiguo fantasma omnipresente del comunismo —típico de la guerra fría y de la supuesta amenaza de una tercera guerra mundial— por "el terrorismo y el narcotráfico", pero mantienen inalteradas las relaciones de sujeción política con la potencia hegemónica del continente —los EEUU— (50).
Por supuesto que, cuando los militares hablan de combatir al "narcotráfico", no están pensando en los grandes traficantes —algunos de los más importantes tienen sede en Estados Unidos— sino en los empobrecidos campesinos latinoamericanos.
Esa transformación y readaptación doctrinaria, tan sólo formal y discursiva, se asienta en un nuevo telón histórico de fondo: la crisis de los Estados-naciones periféricos y la completa renuncia de las burguesías vernáculas a la soberanía nacional (si es que alguna vez la tuvieron...), en aras del libre comercio (ALCA, Tratado de Libre Comercio-TLC o NAFTA, etc.) y la integración hemisférica, en un proceso de creciente militarización continental.
En ese nuevo contexto histórico de crisis ampliada surge, nuevamente, la amenaza sempiterna de la intervención militar (para frenar las crecientes resistencias) y la inestabilidad institucional. Las nuevas alianzas de clases, tejidas entre la fracción financiera de las burguesías locales de América latina y el capital financiero transnacionalizado, no han abandonado el recurso de las Fuerzas Armadas como guardianes políticos del orden interno, para aquel momento cuando la crisis orgánica (económica y política al mismo tiempo) se torne demasiado explosiva y emerja una posible rebelión popular. Para cuando los de abajo no quieran y los de arriba no puedan, como solía decir alguien que conocía un poco de estos temas.
Las nuevas hipótesis de conflicto — supuestamente renovadas y adaptadas al nuevo orden internacional— encubren, bajo nuevas formas, el viejo proyecto de sujeción de las sociedades latinoamericanas al talón de hierro de la dominación imperial, la violencia sistemática y el control social.
El imperialismo de nuestros días, aunque plural —Samir Amin se refiere a él como "el imperialismo de la tríada"—, sigue teniendo como uno de sus centros privilegiados a los Estados Unidos. A pesar de la crisis económica interna, este último pretende continuar con la ofensiva que lo ha caracterizado durante el último cuarto de siglo. En ese esfuerzo por conjurar su propia crisis, debe inscribirse el ALCA, el Plan Puebla-Panamá, el Plan Colombia, el reforzamiento de las antiguas bases militares norteamericanas en América Latina, la instalación masiva de nuevas bases y la apropiación de los recursos naturales estratégicos de nuestro continente como el petróleo, la biodiversidad, los espacios naturales selváticos y el agua.
Mientras las economías latinoamericanas naufragan una a una, la militarización interna y la penetración norteamericana aumentan día a día. El nuevo pretexto es la ya mencionada "nueva hipótesis de conflicto": la lucha contra "el narcotráfico y el terrorismo".
Ya hay bases militares de Estados Unidos en Manta (Ecuador), Tres Esquinas y Leticia (Colombia), Iquitos (Perú), Reina Beatriz (Aruba), Hato (Curaçao), Vieques (Puerto Rico), Guantánamo (Cuba), Soto de Cano (Honduras). A esto se suma el intento de construir nuevas bases en Tierra del Fuego (Argentina) y controlar la base de Alcântara (Brasil) (51)
Esa violenta militarización hemisférica —que conjuga el avance de tropas norteamericanas y sus nuevos asientos en territorio latinoamericano con la mayor sujeción de las Fuerzas Armadas locales al amo imperial— corre pareja con el intento de implementar "el libre comercio" del ALCA, una nueva manera de concretar la vieja estrategia estadounidense destinada a controlar y dominar todo el continente (52).
Mientras tanto, como una herramienta más de dominación, al conjunto de los países del Tercer Mundo se les exige el pago de intereses y utilidades de una deuda de 2,5 millones de millones de dólares (de ellos, 900.000 millones corresponden a América Latina). ¡Una deuda completamente fraudulenta!.
Exceptuando obviamente a Cuba y al proceso social actualmente en curso en Venezuela bajo liderazgo de Hugo Chávez, en la inmensa mayoría de las Fuerzas Armadas continentales no han existido resistencias visibles a la presencia masiva de militares norteamericanos en la región. Para que esto sucediera, deberían darse, como mínimo, una serie de condiciones de posibilidad cuya existencia realmente no se visualiza en el horizonte. Entre todas ellas, la principal debería ser el resurgimiento de una "burguesía nacional" latinoamericana, autónoma, independiente, antiimperialista, que pueda oponerse, de forma realista y viable, a la estrategia estadounidense.
Contra todas las ilusiones y fantasías compensatorias de los ya clásicos ideólogos nacional-populistas y desarrollistas, que viven soñando con el renacimiento de una burguesía nacional y de un empresariado local antiimperialista, confundiendo aspiraciones con realidades, hoy en día asistimos a una creciente internacionalización de los capitales latinoamericanos (el comportamiento neoliberal de los empresarios brasileños bajo el gobierno de Lula es un claro indicador en esa dirección). Hace rato que las burguesías locales han dejado de ser "nacionales" (si es que alguna vez lo fueron...). Su tasa de ganancia está asociada desde larga data a los avatares del mercado mundial. Por eso, difícilmente apoyen o alienten procesos de independencia nacional centrados en una nueva alianza social focalizada en el mercado interno, en el desarrollo industrial autártico, y en la recreación hegemónica de un nuevo liderazgo bonapartista militar de signo populista.
Es más que probable que si las Fuerzas Armadas latinoamericanas asumen nuevamente un protagonismo bonapartista, independizándose de las representaciones políticas clásicas de los partidos burgueses tradicionales, será más bien para enfrentar y reprimir procesos de rebelión popular e independencia nacional, antes que para encabezarlos.
Si se observa desprejuiciadamente la realidad actual de nuestro continente, el fenómeno del presidente Hugo Chávez y su valiente y encomiable intento por independizar Venezuela de la bota norteamericana y de la burguesía venezolana a ella asociada (53), resulta más bien una excepción a la regla antes que una regularidad continental.
Entre otras razones, antes que depositar falsas ilusiones en proyectos de aventuras militares que apelan a retóricas nacional-populistas para ganar consenso civil, pero siguen manteniendo las añejas hipótesis de conflicto antipopulares, debería atenderse a la desigual conformación social de las Fuerzas Armadas del continente. ¿O acaso no existen notorias diferencias y claras asimetrías entre el componente social de clase —y hasta étnico— de la joven oficialidad de Venezuela encolumnada junto a Chávez y las aristocráticas y elitistas FFAA de Chile, Argentina o Brasil?. Sin dar cuenta de esta variable, entre muchas otras, no podrá evaluarse con realismo los alcances y los límites de cualquier posible generalización de la experiencia militar venezolana para el resto del continente (desde nuestro punto de vista, mayormente inviable).
Los señuelos ideológicos del "terrorismo" y la lucha contra la droga (adoptados por la inmensa mayoría de las FFAA regionales como caballito de batalla de sus ejercicios militares conjuntos con EEUU), son más bien intentos destinados a renovar, readaptar, resignificar y reproducir funciones antiguas de control social y dominación política. Es decir, no anuncian ningún proceso de independencia nacional. Todo lo contrario: conforman nuevos ropajes para disfrazar las viejas hipótesis estratégicas de contrainsurgencia. En ese sentido, resultan útiles para reinsertarlas en la nueva agenda "globalizada" que los partidos políticos burgueses del continente aprueban en las respectivas cámaras legislativas sin levantar un solo dedo o emitir una sola voz de protesta.
Tras la crisis del neoliberalismo, y frente a la creciente radicalización del conflicto social latinoamericano y el avance de la resistencia popular, la llamada globalización — repetimos: hegemonizada en América Latina por EEUU— reserva a las FFAA locales una nueva y al mismo tiempo vieja función: de antiguo ejército de ocupación (en el período de las dictaduras clásicas) a policía interno de la región (en épocas de repúblicas formalmente parlamentarias).
Pero, al mismo tiempo, aquellas sufren un debilitamiento paralelo y acorde con la notable fragilidad de las "burguesías nacionales". En la medida en que aceptan el rol asignado por Estados Unidos, se van convirtiendo progresivamente en un gigantesco y agresivo policía doméstico, compartiendo sus áreas de influencia con las policías y gendarmerías actualmente existentes. Por eso la tendencia a largo plazo de ese proceso, si es que el movimiento popular latinoamericano no logra enfrentarlo y no vuelve a plantearse seriamente una estrategia para la "cuestión militar" —olvidada durante dos décadas—, es que se ponga en riesgo el monopolio del uso estatal de la violencia considerada "legítima".
No tanto por parte del pueblo insumiso y rebelde sino más bien por parte de policías privadas urbanas (caso la Argentina), por guardias blancas rurales (caso Brasil o México), o por grupos paramilitares (como los que asolaron Colombia). Todos ellos, objetivamente, contrarrevolucionarios.
En suma, las nuevas rebeliones latinoamericanas del siglo XXI, antiimperialistas y anticapitalistas, no vendrán seguramente del liderazgo militar de las Fuerzas Armadas continentales, sino de la mano de la resistencia de los pueblos, de la lucha de la clase trabajadora y de sus aliados, los campesinos pobres, los estudiantes y las capas medias. Es más que probable que, cuando esas rebeliones se produzcan, los militares latinoamericanos se pondrán de la vereda de enfrente, en la que por otra parte siempre estuvieron.
Ellos, los fieles perros guardianes del imperialismo, los verdugos de sus propios pueblos, los "valientes" violadores de mujeres indefensas, torturadores de embarazadas y apropiadores de sus hijos nacidos en cautiverio, siguen siendo y seguirán siendo nuestros enemigos de siempre.



Notas:
1 Cfr. Karl Marx: El Capital. México, Siglo XXI, 1986. Tomo I, Vol. III, p.939.
2 Por razones de espacio y, además, de objeto de estudio —pues aquí nos proponemos destacar enprimer plano el rol de las Fuerzas Armadas latinoamericanas en la reproducción de la dominación— en este ensayo hacemos un recorte metodológico y dejamos ex profeso de lado el análisis de las invasiones norteamericanas en nuestro continente (parte insustituible, aunque no única, de su hegemonía continental). Para una reconstrucción histórica de las mismas: cfr.Gregorio Selser: Los marines. Intervenciones militares en América Latina. Bs.As., Cuaderno de Crisis N°9, 1974 y Luis Vitale: 150 años de agresiones yanquis en Latinoamérica. Santiago de Chile, CEPLA-CELA, 1991. En una reciente publicación, Luis Suárez Salazar ha intentado vincular ambos procesos: la represión interna con la intervención norteamericana. Cfr. L.Suárez Salazar: Madre América. Un siglo de violencia y dolor [1898-1998]. La Habana, Ciencias Sociales, 2003.
3 Aclaramos que en todo este ensayo, cuando utilizamos la expresión "pueblos latinoamericanos" lo hacemos por economía de lenguaje para referirnos a los pueblos latinoamericanos, indoamericanos y afroamericanos, al mismo tiempo.
4 Por supuesto que no todos los casos siguen este parámetro general. La revolución de independencia de Haití a comienzos del siglo XIX —de la que actualmente se conmemoran dos siglos— fue mucho más radical que el resto y llegó a combinar la independencia nacional con la emancipación de la esclavitud. Tampoco se ajusta exactamente a esta descripción la revolución mexicana de comienzos del siglo XX que, a pesar de su interrupción y su pronta burocratización, llegó a cristalizar determinadas relaciones de fuerzas que trastocaron la estructura agraria. Lo mismo vale para la revolución boliviana de 1952. Sin embargo, estos pocos ejemplos de revoluciones, aunque no son los únicos, constituyen más bien una excepción que una regularidad en el continente.
5 Para una crítica de esta perspectiva ideológica cfr. Atilio Borón: Estado, capitalismo y democracia en América Latina. Bs.As., EUDEBA-CBC, 1997. Particularmente el capítulo VII: "La transición hacia la democracia en América Latina: problemas y perspectivas". pp.229-270 y Tras el búho de Minerva. Mercado contra democracia en el capitalismo de fin de siglo. Bs.As., Fondo de Cultura Económica, 2000. Principalmente el capítulo 5: "Los dilemas de la modernización y los sujetos de la democracia". pp.135-148.
6 Como señalan Ceceña y Sader: "Esta timidez para desarrollar un pensamiento crítico desde perspectivas epistemológicas, e incluso civilizatorias, distintas a la del pensamiento dominante, lleva a abordar temas fundamentales y donde lo esencial termina estando ausente (las relaciones de poder y las formas y contenidos de la hegemonía), como ocurre en los análisis sobre democracia; estado, poder y formas de gobierno; relaciones internacionales; nación, territorio y fronteras; entre otros". Cfr. Ana Esther Ceceña y Emir Sader: "Hegemonías y emancipaciones. Desafíos al pensamiento libertario". En Ceceña y Sader [compiladores]: La guerra infinita. Hegemonía y terror mundial. Bs.As., CLACSO, 2002. pp.10.
7 El lector de este trabajo debe tener presente que el mismo fue terminado durante el año 2004, pocos días antes de que se difundieran por todo el mundo las espeluznantes imágenes de tortura a prisioneros iraquíes por parte del Ejército y la inteligencia norteamericanos. De allí que no se haga mención de ese hecho. De todas maneras, la tortura de EEUU en Irak no hace más que confirmar los antecedentes aquí registrados. [Nota aclaratoria agregada el 2 de julio de 2004].
8 Cfr. Horacio Verbitsky: "Hasta 1990 El Ejército enseñó a torturar". En Página 12, 16/1/2004.
9 Testimonio recogido en el documental televisivo "Escuadrones de la muerte. La escuela francesa"de la periodista francesa Marie-Monique Robin. Cfr. Los artículos de Horacio Verbitsky: "«Usted no puede fusilar 7.000 personas». [El general] Díaz Bessone admite miles de torturados y ejecutados en la clandestinidad". En Página 12, Buenos Aires, 31/8/2003. p.2-3; "[General] Bignone: La iglesia convalidó las torturas", en Página 12, 1/9/2003 y "Torturas y desapariciones según [el ministro del interior de la dictadura, general Alvano] Harguindeguy", en Página 12, 2/9/2003. Cabe aclarar que uno de estos jerarcas, es autor de uno de los más completos libelos escritos por los militares contra la insurgencia y las luchas del pueblo argentino. Cfr. General Ramón Genaro Díaz Bessone: Guerra revolucionaria en la Argentina. Bs.As., Círculo Militar, 1988.
10 Cfr. Coronel (r) H.P. Ballester; Coronel (r) C.M.Gazcón; Coronel (r) J.L. García y Coronel (r) A.B. Rattenbach: Fuerzas Armadas Argentinas. El cambio necesario. Buenos Aires, Galerna, 1987. p.48.
11 Cfr. General Reynaldo Bignone: Memoria y testimonio. Bs.As., Planeta. 1992.p.40.
12 Cfr. General Acdel Edgardo Vilas: Diario de campaña. Tucumán: De enero a diciembre 1975.S/editorial [mimeo, reproducido de una fotocopia del original], s/fecha. pp.6 y pp.14. Según el periodista Paoletti, este diario fue redactado en 1977 y nunca fue publicado porque lo prohibió el propio Comando en Jefe del Ejército argentino. Cfr. Alipio Paoletti: Como los nazis, como en Vietnam. Bs.As., Contrapunto, 1987.pp.16-17. [Existe una reedición posterior de este excelente trabajo de Paoletti realizada por las Madres de Plaza de Mayo. Puede buscarse información en el sitio:
www.madres.org]. Sobre las desapariciones en Tucumán y el papel del general Bussi en la represión de la insurgencia guevarista y en el sojuzgamiento de todo el pueblo tucumano, cfr. Hernán López Echagüe: El enigma del general Bussi: De la Operación Independencia a la operación retorno. Bs.As., Sudamericana, 1991.
13 Cfr.General Osiris Villegas: Temas para leer y meditar. Bs.As., Theoría, 1993. pp.98. Cfr.también pp.128 y 269.
14 Cfr. Testimonio del general Benito Bignone, recogido por la periodista francesa Marie-Monique Robin en el mencionado documental.
15 Cfr. Horacio Verbitsky: "Torturas y desapariciones según [el ministro del interior de la dictadura, general Alvano] Harguindeguy", en Página 12, 2/9/2003.
16 Cfr.Claude Del Mas: La guerra revolucionaria. Bs.As., Huemul, 1973 (primera edición 1963).pp.9 y 43-68.
17 Actualmente, en el año 2004, la temible Escuela de las Américas continúa abierta en Estados Unidos, tras haber sido cerrada en Panamá en 1983, en acatamiento de los Tratados Torrijos-Carter de los ‘70. En EEUU existe una importante corriente de opinión (donde participan numerosos pacifistas y religiosos) que protesta periódicamente reclamando su clausura definitiva.
18 Cfr. Eduardo L.Duhalde: El Estado terrorista argentino. Bs.As., Vergara, 1983.pp.38-39. (Reedición: El Estado terrorista argentino. Quince años después, una mirada crítica. Bs. As, EUDEBA, 1999).
19 Cfr. Rogelio García Lupo: Mercenarios y monopolios en la Argentina. Bs.As., Ómnibus, 1985. pp.30-31.
20 Cfr. Revista Humor N° 118, Buenos Aires, 21/12/1983.
21 Se pueden encontrar los nombres de los principales asesores militares argentinos con asiento en Honduras en la compilación de documentos y artículos titulada "Honduras: la CIA y los militares argentinos responsables de la represión":
http://www.derechos.org/nizkor/honduras/doc/cia1.html . Curiosamente, o mejor dicho, no tan curiosamente, uno de esos asesores en terrorismo contrarrevolucionario regresa a la Argentina —no por patriotismo, sino por conflictos de mafiosos con la CIA— y en su país de origen asume la jefatura de inteligencia militar a través del decreto Nº 457 del 8/1/1984 ... ¡en pleno régimen constitucional! ... Ese decreto lo firmó el presidente Raúl Alfonsín, el "gran demócrata" argentino...
22 Escrita por Leslie H. Gelb, fechada en Washington el 8 de abril de 1983.
23 Cfr. Ariel C. Armony: La Argentina, los Estados Unidos y la cruzada anticomunista en América Central, 1977-1984. Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1999.
24 Entrevista realizada en Nueva York y publicada en Buenos Aires por la revista Siete Días el 19/8/1981.
25 Cfr. Roberto Bardini: "Los militares de EEUU y Argentina en América Central... y Malvinas". Publicado por el boletín electrónico de ARGENPRESS.info. Cfr. la nota completa en el sitio:
http://www.elcorreo.eu.org/esp/article.php3?id_article=1138; Ana Baron: "Un ex jefe de la CIA revela secretos del general Galtieri. La guerra sucia en Centroamérica". En Clarín, 24/9/1997.pp.32-34.
26 En 1998, mucho tiempo después de aquel asesoramiento a la contra nicaragüense de los primeros ‘80, nos volvemos a encontrar con instructores militares argentinos en los conflictos centroamericanos. Por ejemplo, Javier Elorriaga, coordinador del Frente Zapatista (FZLN), señalaba que el Ejército mexicano, ¡todavía en 1998!, estaba recibiendo asesoramiento militar argentino (además del ya clásico apoyo estadounidense, chileno e israelí). Cfr. Entrevista a Javier Elorriaga, realizada por Pedro Ortiz para ACOPI (Agencia Cooperativa de Prensa Independiente). En:
http://www.ainfos.ca/98/may/ainfos00268.html ¿Seguirá recibiendo asesoramiento hoy en día?
27 En realidad, el primer antecedente de un reconocimiento oficial de los métodos empleados en Argentina en la "lucha contra la «subversión»" fueron las declaraciones del contraalmirante (r) Horacio Mayorga —quien en 1972 había sido el jefe de la base naval de Trelew donde se fusilaron a sangre fría a 16 guerrilleros desarmados, en lo que hoy se conoce como "la masacre de Trelew"— Este último, en 1985, negó que en la ESMA se les hubieran cortado los dedos con una sierra a los secuestrados, diciendo: "¡Mentira! Lo único que teníamos en la ESMA era picana". Cfr. Horacio Verbitsky: El vuelo. Bs.As., Planeta, 1995. pp.21. El segundo antecedente, a fines de 1994, fueron las declaraciones en el Senado argentino de los capitanes de fragata —entonces en actividad— Juan Carlos Rolón y Antonio Pernías.
28 Cfr.Horacio Verbitsky: El vuelo. pp.28 y 53.
29 Cfr. Álvaro Alsogaray: Experiencias de 50 años de política y economía argentina. Bs.As., Planeta, 1993. pp.117. Cabe aclarar que Álvaro Alsogaray pertenece a una de las familias más ricas de Argentina, vinculada al poder de todos los golpes de Estado y con estrechos vínculos en el poder financiero de EEUU. De esta familia salieron cuadros como el general Julio Alsogaray — comandante en jefe del Ejército que expulsa al presidente Arturo Illia de la casa de gobierno en el golpe de 1966—; el mismo capitán-ingeniero Álvaro Alsogaray y su hija, María Julia Alsogaray — emblema de la corrupción bajo el gobierno de Carlos Saúl Menem (1989-1999) y uno de los personajes más odiados de la Argentina—). Cfr. Rogelio García Lupo: "Los Alsogaray: biografía de una dinastía militar". En García Lupo: Mercenarios y monopolios en la Argentina. Obra citada. pp.97-113. Aunque, para ser justos, hasta en el seno de esa familia tan nefasta existieron compañeros. Por ejemplo, Juan Carlos Alsogaray (hijo del general, sobrino del capitán y primo de María Julia), quien cayó combatiendo en la selva de Tucumán el 23/2/1976 como militante de la organización guerrillera Montoneros. Cfr. Miguel Bonasso: "«El general Bussi es un carnicero y un mentiroso», según el hijo del general Julio Alsogaray". En Página 12, 27/10/1996. p.18.
30 Para un análisis de las distintas corrientes políticas dentro del Ejército, Cfr. Rosendo Fraga: Ejército: del escarnio al poder. Bs.As, Planeta, 1988. Debe tomarse en cuenta que el conocido sociólogo Fraga es un hombre estrechamente vinculado a las Fuerzas Armadas y goza, entre sus cuadros, de grandes simpatías.
31 Cfr.Alejandro A. Lanusse: Mi testimonio. Bs.As., Laserre ed., 1977. pp.116.
32 Citado por Julio Viaggio: La doctrina de la «seguridad nacional». En Viaggio, Barcesat, Losada y Zamorano: Inseguridad y desnacionalización. La «doctrina» de la seguridad nacional. Bs.As., Ed. Derechos del hombre, 1985. pp.73.
33 Cfr. Entrevista al brigadier Crespo. En El Periodista N°71, enero de 1986.pp.3.
34 Cfr. Horacio Verbitsky: Medio siglo de proclamas militares. Bs.As., Editora 12, 1988. pp.162 y 167. También pueden consultarse sobre la ideología del sector nacionalista de Rico y su caracterización del período: Horacio Verbitsky: "La proclama". En El Periodista N°137, abril de 1987. pp.11; Luis Sicilia: "Los mesías de la «guerra santa»". En El Periodista N°139, mayo de 1987. pp.4; Luis Sicilia y Carlos Abalo: "Salen a la luz los nacionales". En El Periodista N°148, julio de 1987. pp.6-7; y Benjamín Venegas: "La historia según Rico". En El Periodista N°181, marzo de 1988. pp.4.
35 Cfr. Coronel (r) H.P. Ballester et alt.: Obra citada pp.36 y 38-40. Sobre las diversas propuestas que mantenía, durante los primeros años postdictadura, este sector militar populista, pueden también consultarse: María Seoane: "Entrevista con la plana mayor del CEMIDA". En El Periodista N°25, marzo de 1985, pp.6-7; General Ernesto López: "El ejército argentino y el sentimiento nacional y popular". En El Periodista N°38, junio de 1985.pp.48 y "Normas para militares retirados". En El Periodista N°72, enero de 1986.pp.7. Según su propia ubicación histórica y política en el seno de las Fuerzas Armadas argentinas, este sector rechazaba tanto la doctrina de los generales Osiris Villegas y Juan Carlos Ongañia de 1964 —«Doctrina de Seguridad Nacional» de completa sujeción a Washington—, como la doctrina del general Eric Carcagno de 1973 —Fuerzas Armadas, entendidas como vanguardia de los procesos de liberación, algo similar al pensamiento actual del presidente de Venezuela Hugo Chávez—.
36 Cfr. Rodolfo Mattarolo: "Los alegatos de la muerte". En El Periodista N°59, octubre de 1985.pp.7.
37 Cfr. Los periódicos Clarín y Página 12 del 26/4/1995. Asimismo, puede encontrarse una versión exageradamente celebratoria de la posición de Balza en los artículos del periodista Horacio Verbitsky: "Adiós a la Doctrina de la Seguridad Nacional. De Aramburu a Balza". En Página 12, 4/6/1995. p. 6-7. y "La Conferencia de Ejércitos americanos y la doctrina Balza". En Página 12, 12/9/1995. p. 10-11. Verbitsky vuelve a repetir ese mismo tono celebratorio ante la reciente "autocrítica" de la Marina frente a la ESMA...
38 Cfr. Oscar Cardoso, María Seoane y Alberto Amato: "Las confesiones de un general" [Entrevista al jefe del Ejército argentino —entonces en funciones— Martín Balza]. En Clarín, 5/4/1998. pp.4.
39 Cfr. Silvio Frondizi: La realidad argentina. Ensayo de interpretación. [Tomo I y Tomo II]. Bs. As., Praxis, 1955 y 1956. Principalmente el capítulo "Expansión industrial, imperialismo y burguesía nacional".
40 Cfr. Víctor Testa [seudónimo de Milcíades Peña]: "Industrialización, seudoindustrialización y desarrollo combinado". En Fichas de investigación económica y social, Año I, N°1, abril de 1964. p.33-44. Este artículo fue recopilado póstumamente en Milcíades Peña: Industrialización y clases sociales en la Argentina. Bs.As., Hyspamérica, 1986. p.65 y ss.
41 Para la biografía de uno de estos militares desarrollistas, cfr. Raúl Larra: La batalla del general Guglialmelli. Bs.As., Distal, 1995. El escritor argentino Raúl Larra, desde una concepción social bien intencionada, pero absolutamente reformista, se ha dedicado durante gran parte de su vida a escribir biografías de militares "progresistas". Además de la que versa sobre Guglielmelli, escribió sobre el aviador Jorge Newbery, sobre los generales Mosconi (propulsor del petróleo) y Savio (impulsor de la industria del acero) y algunos otros más. Siempre a la búsqueda —infructuosa y trágica— de la "unidad cívico-militar"... posición política de bochornosa memoria durante la dictadura de 1976, cuando su corriente política tuvo más de cien militantes secuestrados y desaparecidos...
42 En Argentina, la implementación inicial de la picana eléctrica como herramienta de tortura corresponde al comisario Leopoldo Lugones (h) [hijo del célebre escritor modernista Leopoldo Lugones, anarquista en su juventud, fascista en su vejez], quien la introduce en la práctica policial probablemente a partir de 1932 (luego del golpe de Estado de 1930). El uso de la picana se institucionaliza más tarde a manos de la temible "Sección Especial de represión al comunismo", organismo oficial que opera tanto durante los diversos gobiernos militares de la década del ’30 y ’40 como durante todo el gobierno del general Juan Domingo Perón. Bajo este último gobierno, son ampliamente conocidos los casos de tortura con picana (y otras torturas y vejámenes que las acompañan...) a obreros y obreras comunistas. Uno de los primeros casos de tortura con picana eléctrica aplicados a mujeres ocurre en 1947, bajo el primer gobierno peronista. Es el de las obreras telefónicas que luchaban por la nacionalización de los teléfonos, hasta entonces propiedad de la ITT. Cfr. el testimonio de una de estas obreras torturadas (quien entonces estaba embarazada), Nieves Adelia Boschi de Blanco, delegada sindical telefónica y militante comunista, en Nicolás Doljanin: La razón de las masas. Buenos Aires, Nuestra América, 2003. pp.83-91. Luego de la caída de Perón, la picana siguió siendo de uso oficial contra el movimiento obrero (a partir de ese momento, no sólo contra la militancia de izquierda sino también contra los delegados sindicales peronistas). Años más tarde, la siniestra "Sección Especial" —como se la conocía popularmente— pasó a denominarse Coordinación Federal. Bajo la dictadura militar de 1976, la tortura de este departamento policial, bajo supervisión militar, llegó hasta el paroxismo y se sumó con su larga historia de vejámenes a los campos de concentración que las Fuerzas Armadas desplegaron en todo el territorio. Cambiaron los gobiernos... militares, del partido peronista, del partido radical..., pero la tortura se mantuvo incólume. La continuidad del aparato de Estado represivo recorre como un nauseabundo hilo negro toda la historia política argentina. Lo mismo sucede en Brasil, en Perú, en Colombia, en Bolivia y en otros países latinoamericanos.
43 Un caso totalmente anecdótico, pero que no deja de ser ilustrativo, es el del fundador de la Marina «nacional» argentina: "orgullo" para todos los almirantes que la han dirigido hasta el presente, desde los que bombardearon con aviones de guerra a la población civil en la Plaza de Mayo, durante 1955, hasta los que organizaron el campo de concentración de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada-ESMA (donde los marinos torturaron y asesinaron a 5.000 prisioneros desaparecidos), pasando por los fusilamientos a sangre fría de guerrilleros desarmados en la base marina Almirante Zar de Trelew, en 1972. Se trata del almirante irlandés Guillermo Brown, quien prácticamente no conocía el español... y se murió sin poder hablar fluidamente en el idioma de "los nativos". En el mismo sentido, otro ejemplo puede ser el del almirante Isaac Rojas, cabecilla del golpe de Estado de 1955 y gran fusilador de obreros peronistas, que como otros almirantes argentinos, llevó luto negro en su uniforme blanco cada vez que se conmemoraba la muerte del almirante Nelson de la Armada británica. (Para poder comprender cómo de una Marina tan visceralmente pro-británica pudo salir un jefe nacionalista-populista como el sangriento almirante Emilio Eduardo Massera —cabecilla junto con Videla del golpe de 1976— sugerimos consultar el libro: Madres de Plaza de Mayo: Massera: El genocida. Bs.As., Edit.Página 12, 1999).
44 La influencia prusiana en los ejércitos latinoamericanos no remite únicamente a una cuestión formal como el uniforme y el casco alemán (que el ejército boliviano utilizó, por ejemplo, hasta la revolución de 1952). En América Latina existió una fuerte presencia de oficiales e instructores nazis, criminales de guerra escapados de Alemania tras 1945. El más famoso de todos fue Klaus Barbie, El Carnicero de Lyon, que además de trabajar con los narcos, fue asesor de inteligencia del Ejército de Bolivia —junto con la CIA— hasta que fue extraditado a Europa a comienzos de los ’80. Por su parte, el nazi Walther Rauff, inventor de los camiones para matar con los gases del motor, trabajó en Chile como asesor de la DINA (inteligencia militar de la dictadura de Pinochet).Para el caso argentino, es bien conocida la recepción de 5.000 nazis y 7.000 croatas (escapados como criminales de guerra) bajo el primer gobierno de Perón. Todavía en 1989, según muestra el video documental Panteón Militar realizado por el historiador Osvaldo Bayer para la TV alemana, en el Colegio Militar de El Palomar (provincia de Buenos Aires), se seguía utilizando material audiovisual de Hitler y de los nazis (en particular un noticiero sobre la invasión nazi a la Unión Soviética) para la instrucción de los cadetes argentinos. El documental muestra a un coronel del ejército argentino rindiendo homenaje ante sus alumnos al "alto espíritu del soldado alemán"... de la época de Hitler.
45 En el caso específico de la Argentina, esta doctrina de ninguna manera nace con el golpe de Estado de 1976, como habitualmente se supone. La primera referencia explícita a "la amenaza comunista" en las proclamas golpistas de los cuartelazos vernáculos puede encontrarse en la del golpe de Estado del Grupo de Oficiales Unidos (GOU, del cual formaba parte el por entonces coronel J.D.Perón) contra el presidente Castillo, en 1943, cuando todavía no había comenzado la llamada guerra fría. La inclusión del comunismo como enemigo virtual en el frente interno del país —y no más allá de las fronteras, como sería de suponer en Fuerzas Armadas que se constituyen para la guerra entre Estados-naciones— se tornará completamente hegemónica luego de 1945, a partir de la guerra fría entre EEUU y la URSS. En Argentina, el general Osiris G.Villegas —todo un cuadro intelectual— es sin duda uno de sus principales impulsores. Además de contar con el triste "honor" de haber ayudado a salir del país al criminal nazi Joseph Mengele (cuando Villegas era ministro del interior del golpe de Estado de 1962), de haber defendido jurídicamente al carnicero-general Ramón Camps (quien se hizo públicamente cargo de la muerte de 5.000 personas) y de haber escrito el célebre discurso que pronunciara el general Juan Carlos Ongania en West Point (6/8/1964) defendiendo la Doctrina de la «Seguridad Nacional» en la V Conferencia de Ejércitos Americanos; Villegas fue precursor de la doctrina de la guerra contrarrevolucionaria en la Argentina. Su primer estudio sistemático de esta "nueva forma de guerra" data de 1962. Cfr. General Osiris Villegas: Guerrarevolucionaria comunista. Bs. As., Pleamar, 1963 (edición de la Biblioteca del Oficial de 1962). Allí, además de introducir en el país la experiencia de Argelia y Vietnam, aportaba una perspectiva propia: el estudio de "la cuestión cultural". Sin conocer directamente en aquella época a Gramsci, Villegas realizaba un minucioso y exhaustivo rastreo de las actividades culturales del Partido Comunista (PC), llegando incluso hasta proporcionar una lista completa de todos sus teatros y revistas literarias —que en su opinión formaban parte, como "acción psicológica", del "aparato político militar de la subversión"—. Tres décadas después, volverá a insistir nuevamente con la necesidad de incorporar a la lucha la dimensión cultural. Cfr. General O.G.Villegas: Temas para leer y meditar. Obra citada. Pero, a diferencia de 1962, en 1993 hace referencia reiterada y explícitamente a los Cuadernos de la cárcel y al "marxismo gramsciano" —probablemente tomando como referencia los parámetros ideológicos de los documentos de Santa Fe I y II y la reunión de los Ejércitos Americanos de 1987 realizada en Mar del Plata (Argentina)—. No resulta aleatorio que en su Diario de campaña, donde relata el exterminio del PRT-ERP en Tucumán, el general Acdel Vilas anote: "Cuando en Tucumán nos pusimos a investigar las causas y efectos de la subversión llegamos a dos conclusiones ineludibles: 1) que entre otras causas, la cultura les era verdaderamente motriz. La guerra a la cual nos veíamos enfrentados era una guerra eminentemente cultural [subrayado en el original] 2) que existía una perfecta continuidad entre la ideología marxista y la práctica subversiva, sea en su faceta militar armada, sea en la religiosa, institucional, educacional, económica. Por eso a la subversión había que herirla de muerte en lo más profundo, en su esencia, en su estructura, o sea, en su fundamento ideológico [subrayado en el original]". Cfr. General A.Vilas: Diario de campaña. Obra citada, pp.21. Esta definición, realizada por alguien que estaba operando concretamente en la represión y en el genocidio de nuestro pueblo, es quizás una de las formulaciones más claras de la Doctrina de la «Seguridad Nacional».
46 Como reconoce uno de los más temibles torturadores argentinos, verdugo de su propio pueblo y especialista en "doblar" y "quebrar" militantes y combatientes por el socialismo, el tristemente célebre capitán Héctor Vergez, integrante del Batallón 601 de inteligencia del Ejército y del Destacamento de Inteligencia 141 de Córdoba: "No se cae en ninguna exageración al concluir que el duelo mortal entre el Estado y la guerrilla pasa, en lo fundamental, por las coordenadas de la inteligencia y contrainteligencia de uno y otra. Pero la inteligencia no es fin en sí misma. Sus informes deben transformarse en política y en estrategia. En fin, en actos de poder". Cfr. Capitán (r) Héctor Vergez: Yo fui Vargas. El antiterrorismo por dentro. Buenos Aires, edición del autor, 1995. pp.210. (La lectura de este libro genera una sensación de asco en el estómago difícilmente traducible en palabras).
47 En la reconstrucción de la represión a las guerrillas de Bolivia, el general Gary Prado es bien claro en este sentido. Para el Ejército boliviano, el Che Guevara y todos sus guerrilleros — bolivianos, cubanos, peruanos, argentinos, en suma, latinoamericanos— son "elementos ajenos a nuestra nacionalidad" (p.197), "extranjeros" (p.205) y expresan "una agresión a la soberanía nacional" (p.197). En cambio, dentro del campo propio y "nacional", este general incluye a "los instructores de las Fuerzas Especiales de la Misión Militar Americana" [de EEUU] (p.212) y al "agente de la CIA que acompañaba al Comandante de la Octava División" del Ejército (p.214). Cfr. General Gary Prado Salmón: Poder y Fuerzas Armadas 1949-1982. Cochabamba, Amigos del libro, 1984.
48 ¿Qué entienden los teóricos de la guerra contrainsurgente por "subversión"? Se delimitación es poco precisa. Manejan un uso restringido y otro ampliado. Veamos el ejemplo argentino. Inicialmente, identifican en forma restringida como "subversión" sólo a las "organizaciones subversivas terroristas": PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo), Montoneros y FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias). La emergencia de este "enemigo subversivo", según el general Agustín Lanusse, data de 1970. Otros plantean en cambio que se origina en las rebeliones populares de 1969 y 1971 (Cordobazo, Rosariazo, Viborazo, etc.). Su objetivo consistiría en destruir "las formas de gobierno occidental y cristianas", esto es, las relaciones sociales propias del capitalismo. Sus métodos serían principalmente "el terrorismo", "la infiltración" y "la acción psicológica". Su financiamiento, externo —Cuba, URSS, China, etc.— o interno —expropiaciones al gran capital—. Su territorio, todo el país. (Posteriormente, en la década del '80, los militares amplían los límites de aquel "enemigo subversivo" —siempre dentro del uso restringido— tanto a la teología de la liberación, al marxismo gramsciano como al "narcoterrorismo"...). Al mismo tiempo, durante la dictadura de 1976-1983, su uso también es referido a un sujeto social ampliado, que excede las "organizaciones subversivas terroristas". El dictador Jorge Rafael Videla sostiene, en esta perspectiva ampliada, que la subversión: "No es sólo lo que se ve en la calle. Es también la pelea entre hijos y padres, entre padres y abuelos. No es solamente matar militares, es también todo tipo de enfrentamiento social", y agrega: "un terrorista no es sólo quien es el portador de una bomba, sino también todo el que difunde ideas contrarias a la civilización cristiana yoccidental". Cfr. declaraciones del general Videla en revista Gente. Bs.As., 15/4/1976. Citado en Pablo Pozzi: Oposición obrera a la dictadura. Bs.As., Contrapunto, 1988.pp.146. A su turno, el general Luciano Benjamín Menéndez —otro genocida de 1976, a cargo de la represión en las provincias del noroeste argentino— diferencia dos niveles. El primero, donde coloca solamente a las organizaciones político-militares, y un segundo, referido al conjunto ampliado de la "subversión": "Hasta que no afrontemos la realidad de que estamos inmersos en la Tercera Guerra Mundial y, en consecuencia, hasta que no afrontemos a la subversión con mentalidad y disposición de guerra, ganaremos una y todas las batallas contra los subversivosviolentos, pero nunca terminaremos con la subversión". Cfr. Gral Menéndez: "Terrorismo o tercera guerra mundial". En diario La Nación, 3/12/1980.
49 Cfr. Bouchey, L.Francis; Fontaine, Roger W.; Jordan, David C.; Summer, Gordon; Tambs, Lewis Ed.: Documento de Santa Fe I. [Las relaciones interamericanas: Escudo de la seguridad del nuevo mundo y espada de la proyección del poder global de Estados Unidos]; Documento Santa Fe II. [Una estrategia para América Latina en la década de 1990] y Documento Santa Fe IV [América Latina frente a los planes anexionistas de los Estados Unidos]. Todos los documentos en el sitio:
www.emancipacion.org
50 Cfr. Luis Garasino: "Definen la cooperación regional contra el terrorismo". En Clarín 30/11/1998. pp. 25 y del mismo periodista: "Proponen coordinar la lucha antiterrorista en el continente". En Clarín 1/12/1998. pp.16.
51 Cfr. Campaña continental contra el ALCA: "La militarización de América latina". En América Libre N°20, enero de 2003. p.135-137; "Debaten sobre ALCA, deuda externa y militarización". En Granma N°27, La Habana, martes 27/1/2004; James Petras: "ALCA, una extensión del neoliberalismo, pero con propósito de dominación política" y "Bush, el ALCA y el Plan Colombia". Ambos recopilados en J.Petras: Imperio versus resistencia. La Habana, Editora Abril, 2004. pp.59- 91; Monseñor Carlos María Aris: "Panamá en relación con el «Plan Colombia». El Plan contra Colombia: ¡Más gasolina para el fuego!". En ALAI N° 320, septiembre, 2000. p. 5-6; Ana Esther Ceceña y Andrés Barreda: "Chiapas y sus recursos estratégicos". En Chiapas N°1, 1995. pp.53-100; ALAI [s/firma]: "«Escuela de los asesinos» no se cierra. Sobre la Escuela de las Américas". En ALAI N°274, junio de 1998. p. 2-3. y Eduardo Tamayo: "México-Chiapas: Presión militar contra comunidades". En ALAI N° 292, abril de 1999. pp.15-16; Fernando Martínez Heredia: "Imperialismo, guerra y resistencia" [24/1/2003]. En La Jiribilla: http://www.lajiribilla.cubaweb.cu/
52 Cfr. Julio Gambina [compilador]: La globalización económico-financiera. Su impacto en América Latina. Bs.As., CLACSO, 2002.
53 Cfr. Hugo Chávez Frías [en diálogo con Marta Harnecker]: "Los militares en la revolución bolivariana". En América Libre N°19, marzo de 2002. pp.140-160 y Hugo Chávez Frías: El golpe fascista contra Venezuela. Discursos e intervenciones. La Habana, Ediciones Plaza, 2003.