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Las Fuerzas Armadas: de la contrainsurgencia a la globalización
Por Miguel Bologna
Dedicamos este ensayo al nefasto recuerdo del general Julio Argentino Roca (1843-1914), exterminador y genocida de nuestros pueblos originarios. Precursor del general Videla y maestro de sus secuaces. En total coherencia con su sangrienta "acción civilizadora" y su "conquista del desierto" al servicio de la acumulación originaria del capital, hoy su imagen rinde tributo a su único Dios: un billete de dinero. Que sus crímenes del siglo XIX, y los de sus discípulos del XX, jamás se borren de la memoria popular.
Un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal
Ernesto Che Guevara
El protagonismo militar o "de eso no se habla"
La historia latinoamericana no es más que la historia de la lucha de sus clases.
Esta lucha comienza aun antes de constituirse, con sus fronteras actuales, los
respectivos Estados-naciones del subcontinente. El genocidio implementado contra
los pueblos originarios durante la Colonia y la esclavitud masiva de pueblos
provenientes de África, desplazados por la fuerza del látigo, es quizás el
primer indicador de una extensa y variada confrontación social que se prolongará
inevitablemente durante los siglos posteriores hasta nuestros días.
Ninguno de estos procesos es ajeno o independiente a la conformación del
capitalismo como sistema mundial en expansión. Por el contrario, forman parte de
la acumulación originaria del capital. No casualmente, en El Capital,
Marx señalaba que: "El descubrimiento de las comarcas de oro y plata en
América, el exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la
población aborigen, la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la
transformación de África en un coto reservado para la caza comercial de
pieles-negras [esclavos negros], caracterizan los albores de la era de
producción capitalista. Estos procesos idílicos constituyen factores
fundamentales de la acumulación originaria" (1).
Asentado el capitalismo sobre sus propias bases en los siglos posteriores —
subordinando las más heterogéneas relaciones sociales a la lógica del mercado
mundial—, cada Estado-nación de nuestro continente asistirá a futuras matanzas y
represiones sistemáticas.
Junto con la omnipresente intervención de las tropas norteamericanas en nuestra
América (2), las represiones contra los pueblos latinoamericanos (3)
han tenido un ejecutor y un verdugo local siempre repetido: las Fuerzas Armadas.
Cada uno de los incontables golpes de Estado —ese recurso privilegiado de las
clases dominantes locales, estrechamente asociadas al imperialismo— contó con el
protagonismo indiscutido de los militares.
Presencia avasalladora que aparece ya desde los orígenes mismos de los
Estados-naciones latinoamericanos. Aunque toda generalización puede resultar
apresurada, y a pesar de que muchos "modelos" o tipos ideales construidos a
partir de una sociedad empírica singular carecen de rango universal — ésa es,
precisamente, una de las matrices epistemológicas habituales en toda ideología
eurocéntrica—, creemos que el papel de los militares de América Latina desde los
orígenes mismos de la construcción del Estado-nación durante el siglo XIX se
encuentra en última instancia mucho más próximo al "modelo" prusiano—bismarkiano
de unidad nacional que al de la revolución francesa. En la mayoría de nuestros
países, no fue el ímpetu de la sociedad civil el que modernizó la sociedad desde
abajo hasta culminar alcanzando —mediante una revolución política— la esfera
estatal y el aparato de Estado. Por el contrario, fue este aparato de Estado —
principalmente oligárquico y militar — el que jugó un rol central en las guerras
de independencia a comienzos del siglo XIX y el que lentamente, mediante una
serie de revoluciones pasivas, fue transformando y modernizando desde arriba a
la sociedad civil.
Ese proceso de larga duración, en el cual la institución militar jugó un rol
preponderante, fue posible durante todo el siglo XIX y comienzos del XX, por la
alianza entre diversos sectores sociales de las clases dominantes locales:
fundamentalmente los propietarios agrarios terratenientes y los incipientes
propietarios industriales y comerciantes urbanos.
A diferencia del "modelo" económico de la revolución industrial inglesa (que
Marx analiza en El Capital) o del "modelo" político de la Francia
revolucionaria (donde la modernización intentó oponerse al tradicionalismo,
según El Manifiesto Comunista y otros textos clásicos), en la mayoría de
los países latinoamericanos los propietarios agrarios tradicionales fueron
modernizando paulatinamente sus propiedades agrícolas sin realizar una reforma
agraria ni modificar la estructura social, mientras los propietarios burgueses
de las nacientes industrias y comercios locales, se vincularon a ellos como
socios menores, sin romper en ninguno de los casos la dependencia, el
subdesarrollo capitalista ni la subordinación al imperialismo (4).
Durante casi todo el siglo XIX y el primer tercio del XX, las Fuerzas Armadas
fueron el brazo armado ejecutor de esa alianza de clases. La teoría
socialdemócrata de "la transición a la democracia" pretendió a lo largo de toda
la década de 1980-1990 eludir esa presencia inocultable en toda nuestra historia
(5), proponiendo complejas y refinadas elucubraciones de ingeniería
institucional sobre "el nuevo contrato social", la "fundación de nuevas
Repúblicas" ex nihilo y otros motivos ideológicos y ficciones jurídicas
semejantes... siempre sobre la base del silencio total en cuanto a las Fuerzas
Armadas. Haciendo completa abstracción —no como recurso metodológico sino como
procedimiento de encubrimiento ideológico— de las relaciones de poder y de
hegemonía entre las clases sociales, se pretendía presentar a los nuevos
regímenes republicanos, formalmente electoral-parlamentarios (aunque escasamente
democráticos), y a los procesos jurídicos a ellos asociados, como si fueran el
demiurgo absoluto de la realidad. Como si no mantuvieran ninguna deuda o
hipoteca con la historia reciente de luchas, resistencias, matanzas, genocidios
y, finalmente, derrotas populares.
Esa elusión y ese ocultamiento al interior del campo de las ciencias sociales no
era caprichosa ni gratuita. Después de las derrotas de los proyectos políticos
revolucionarios y del aplastamiento feroz de la insurgencia armada durante los
’70 y ’80, la "cuestión militar" se transformó en el gran secreto a voces de la
familia latinoamericana. Como en los mejores análisis de Freud, "lo no dicho",
lo reprimido y desplazado, aunque oculto bajo la superficie, seguía operando por
detrás. "De eso no se habla" podría haber sido la consigna unificadora de la
teoría política oficial en las Academias de aquel período que, con su
escandaloso silenciamiento en este rubro, fueron cómplices y contribuyeron al
disciplinamiento del pensamiento crítico y a la marginación de las corrientes
políticamente radicales (6).
Pero el hecho de escamotear o evitar nombrar a "la cuestión militar" —ya sea por
temor, por cooptación o por manipulación—, no significa que ésta no exista y que
no opere. No se puede entonces pensar el presente ni la realidad política,
social, económica y hasta cultural de América Latina sin dar cuenta de sus
Fuerzas Armadas, institución privilegiada de nuestra historia en la cual se
cristalizan determinadas relaciones de poder entre las clases sociales.
Haciendo hoy un balance crítico y un impostergable beneficio de inventario con
las falsas e ilusorias promesas que el aggiornamiento de la dominación de las
clases dominantes vernáculas desparramó en los ’80 y primeros ‘90, se nos impone
abordar esa cuenta pendiente, cuya amenaza sigue suspendida como la espada de
Damocles sobre la cabeza de cualquier proceso de transformación social radical
en el continente.
Tortura y contrainsurgencia
Nuestra elección temática no es arbitraria (7). Un hecho inesperado
conmovió recientemente [enero de 2004] la vida política argentina y
latinoamericana. Cuando muchos voceros del poder habían "olvidado" —o pretendían
olvidar— a esta institución central en nuestra historia, organismos de derechos
humanos entregaron al gobierno nacional argentino (y éste, a su vez, dio a
conocer públicamente a la prensa mundial) 16 fotografías espeluznantes tomadas
en una sede del Ejército argentino en la zona rural de Quebrada de la Cancha,
provincia de Córdoba, durante 1986, bajo un gobierno constitucional. Esas
fotografías fueron difundidas luego, tanto por las Madres de Plaza de Mayo, como
por otros organismos de derechos humanos.
¿Qué mostraban las fotografías? Imágenes de tortura en los testículos de un
hombre maniatado y apresado por varios soldados, un campo de concentración
rodeado de alambre de púa, perros y diversos militares custodiando prisioneros
tendidos en el piso o enterrados en el suelo y algunas otras imágenes, siempre
con el mismo tema: la tortura.
Los actuales jefes militares de Argentina declararon que las fotografías
retrataban un curso de comandos (en guerra contrainsurgente). Ese curso de
comandos se denomina, según los mismos militares, "Resistencia como prisionero
de guerra, evasión y escape". Los prisioneros son encapuchados y golpeados
siguiendo un método que incluye garrotes de caucho. En las fotos también se
observa el uso de picana eléctrica. A los prisioneros se los encierra desnudos
en un estrecho pozo que los mantiene forzosamente sepultados. Ahí permanecen
inmóviles por tres días hasta que pierden la noción del tiempo. Sólo salen para
ser interrogados. Cuando el actual presidente argentino reunió a su ministro de
Defensa, al jefe de Estado Mayor del Ejército, general Roberto Bendini, y a
representantes de organismos de derechos humanos, el jefe militar mostró un
libro de Isidoro Ruiz Moreno, profesor de la Escuela Superior de Guerra
argentina, titulado Comandos en Acción. En dicho libro, se plantea que
los prisioneros —comandos militares— tienen que estar varios días recluidos,
castigados, vigilados y sepultados, "escuchando constantemente música popular
centroamericana o proclamas marxistas y subversivas, que un altoparlante propala
sin cesar" (8).
Obviamente, la referencia a "la música popular centroamericana" y a las
"proclamas marxistas" remiten a que el Ejército mantiene todavía como hipótesis
de conflicto la represión de las fuerzas revolucionarias latinoamericanas.
Durante esos entrenamientos, el Ejército Argentino —aún bajo gobiernos
constitucionales— siguió enseñando a torturar a sus efectivos y a los de la
Armada, la Fuerza Aérea, la Prefectura Naval, la Policía Federal y la
Gendarmería Nacional.
Ante el escándalo provocado, diversas fuentes militares —desde los cuadros
"liberales" hasta los "nacionalistas", desde los mandos actuales hasta los
retirados— se esforzaron por aclarar que ese tipo de entrenamiento en la tortura
era algo... "normal" para cualquier ejército del mundo.
Por si esto no alcanzara, el general Martín Balza, ex jefe del Ejército bajo la
presidencia de Carlos Menem, actual embajador en Colombia del gobierno de Néstor
Kirchner, sostuvo que esos entrenamientos habían sido desarrollados entre 1960 y
1991 (antes de que él asumiera la jefatura, para así eludir las
responsabilidades jurídicas).
Independientemente de las opiniones encontradas que provocaron y de las
intenciones del gobierno argentino al publicarlas, lo cierto es que la difusión
de las fotografías del curso de guerra contrainsurgente reinstala,
objetivamente, un debate que permaneció durante demasiado tiempo inconcluso,
cuyo abordaje y replanteo se torna absolutamente impostergable para el presente
y el futuro del campo popular y las fuerzas revolucionarias argentinas y
latinoamericanas.
En el mismo horizonte de problemas que envuelve el debate sobre las fotografías
de la tortura, hace apenas unos meses (agosto de 2003), se conocieron las
declaraciones de antiguos jerarcas militares argentinos a la TV francesa, donde
reconocían que la tortura como metodología había sido inculcada en las Fuerzas
Armadas locales, por las Fuerzas Armadas de Francia, a partir del ejemplo de
Argelia (9).
A pesar del escándalo político que también acompañó aquellas declaraciones, la
información de la influencia francesa sobre la represión latinoamericana no es
nueva. Haciendo una reconstrucción histórica, un grupo de militares "constitucionalistas"
—hoy críticos de la dictadura— señalan: "Alrededor de 1955 surgió un aliado
inesperado para los hombres del Pentágono. Por influencia de un coronel
argentino que había realizado cursos en Francia, fue traída también al país una
misión gala. A través de ella penetró en nuestro ejército la «doctrina de la
guerra contrarrevolucionaria», que realizó enormes aportes ideológicos,
estratégicos y tácticos, sobre el empleo de las fuerzas militares en la
represión del comunismo" (10).
Esa explicación histórica coincide con la del general Bignone —el último
presidente de la dictadura militar argentina de 1976-1983—, quien afirma: "La
teoría de la guerra revolucionaria empezó a ser conocida en el Ejército al
promediar los años 50. La manera de oponerse a ella fue encarada a partir del
modelo francés, que íbamos conociendo por publicaciones y a través de los
oficiales que cursaban estudios en institutos galos. Uno de los primeros que por
aquellos años planteó más seriamente el tema fue el entonces coronel, después
general, Carlos Jorge Rosas" (11).
Por ejemplo, ese "modelo francés" fue el que inspiró puntualmente al general
Acdel Vilas, a cargo del operativo contrainsurgente en Tucumán (Argentina),
bochornosamente bautizado "Independencia", antes de que se hiciera cargo del
mismo el general genocida Antonio Domingo Bussi. Este operativo desarrollado,
principalmente, contra el frente guerrillero rural del Partido Revolucionario de
los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), durante
1975-1976, es decir bajo un gobierno constitucional y "republicano", dejó como
saldo aproximadamente 150 desaparecidos. Durante el período 1976-1983, bajo
mandato del general Bussi y en épocas de dictadura militar, esa cifra de
desaparecidos alcanza hasta más de 580 (ambas cifras no incluyen muertos ni
torturados que sobrevivieron o fueron liberados, sino tan sólo personas
desaparecidas), solamente en esa pequeña provincia argentina... donde se creó el
primer campo de concentración del país...
"Mientras volaba —recuerda posteriormente el general Vilas—
acercándome, cada vez más, al que sería por espacio de casi un año mi trinchera
de combate, repensaba las palabras que un especialista Coronel Roger Trinquier
del glorioso ejército francés en Argelia escribió en su libro — que lo fue de
cabecera durante mi andatura tucumana— que era «Subversión y revolución»:
[subrayado en el original. A continuación, el general Vilas cita un largo
fragmento del estratega francés en contrainsurgencia, y más adelante agrega]
Desde antiguo venía prestando atención a los trabajos editados en Francia por
los oficiales de la OAS y del ejército francés que luchó en Indochina y en
Argelia [...] En base a esos clásicos y al análisis de la situación
argentina, comencé a impartir órdenes tratando, siempre, de preparar a mis
subordinados" (12).
Coincidiendo con la confesión de Vilas, el general Osiris G.Villegas —uno de los
primeros y quizás el más riguroso de todos los teóricos argentinos de la guerra
contrainsurgente— reconoce que la "Doctrina de Seguridad Nacional" (DSN) que
inspiró a los ejércitos latinoamericanos en la lucha contrarrevolucionaria, a
pesar de su denominación, no es de origen nacional: "Cabe acotar —señala
Villegas— que la susodicha doctrina y metodología operacional, inserta en
nuestros reglamentos militares, no es inventativa [sic] o producto
genuino de los estados mayores argentinos, sino adaptación de la doctrina,
métodos y procedimientos puestos en práctica por los ejércitos occidentales que
tuvieron que enfrentar el conflicto bélico subversivo, especialmente Francia.
Incluso revistaron en nuestra Escuela Superior de Guerra, durante varios años,
jefes franceses veteranos de la guerra de Indochina y de Argelia -como asesores
militares sobre la materia—" (13).
Más recientemente, tanto el último presidente de la dictadura militar 1976-1983,
general Benito Bignone, como el ministro del interior del general Videla, el
general Alvano Harguindeguy, volvieron a reconocer públicamente las enseñanzas
francesas en el genocidio argentino. Según Bignone: "[la represión militar
argentina] Fue una copia [de la francesa]. Inteligencia,
cuadriculación del territorio dividido por zonas. La diferencia es que Argelia
era una colonia y lo nuestro [Argentina] fue dentro del país. Era una
diferencia de fondo pero no de forma en la aplicación de la doctrina. Los
[instructores] franceses dictaban conferencias y evacuaban consultas. Para
algo estaban acá [en Argentina]. No cobraban el sueldo de gusto".
Según el mismo Bignone, el general Carlos Jorge Rosas fue quien importó la
doctrina francesa al haber cursado la Escuela de Guerra en Francia a mediados de
la década de 1950.
"Él [el general Rosas] trajo la inquietud de que toda la preparación
de la guerra clásica no servía, porque la guerra moderna, la guerra
revolucionaria, era totalmente diferente. Fue subdirector de la Escuela de
Guerra y subjefe del Estado Mayor y el gestor de que tuviéramos una asesoría
francesa" (14). Para el general Harguindeguy: "La enseñanza de la
misión militar francesa que luego del derrocamiento de Juan Domingo Perón
[1955] transmitió a los militares argentinos la experiencia adquirida en
Indochina y Argelia «nos sirvió para librar una guerra». Según Harguindeguy, los
instructores franceses «nos enseñaron la división del territorio nacional en
zonas de operaciones, los métodos de interrogación, el tratamiento de
prisioneros de guerra, la subordinación policial al Ejército»" (15).
Uno de aquellos teóricos franceses, luego ministro de defensa de ese país,
además de sistematizar la experiencia de Indochina y Argelia, ampliaba su
estudio de los conflictos sociales a Irán y Túnez y también a Grecia, país éste
último cuya "guerra revolucionaria", según su opinión, inicia la ruptura entre
los EEUU y la URSS posterior a 1945 y origina la emergencia mundial de este
nuevo tipo de guerra (16).
Si el origen doctrinario de la tortura como elemento de la guerra
contrainsurgente proviene, en el cono sur latinoamericano, de las escuelas e
instructores militares franceses, resulta insoslayable que esos procedimientos
fueron luego perfeccionados por los cursos de los militares (y policías, como
fuerza auxiliar) latinoamericanos en las escuelas del Comando Sur del Ejército
estadounidense —con asiento en Panamá— y en el propio territorio norteamericano.
Ellos fueron los que retomaron la tradición francesa y la llevaron a su cenit,
aplicando durante décadas la tortura a varias generaciones de militantes
políticos, sindicalistas, estudiantes, sacerdotes comprometidos y
revolucionarios latinoamericanos.
En las escuelas norteamericanas del Canal de Panamá estudiaron, entre 1950 y
1975, 2.766 militares argentinos (17). Tomando en cuenta también, además
de la Escuela de las Américas, otras de Estados Unidos —como Fort Bragg
(Carolina del Norte), Fort Gordon (Georgia) y más de 140 instalaciones en
territorio estadounidense—, el número asciende, para la misma época, a 3.676.
Hasta el golpe de Estado de 1976, se habían graduado en laEscuela del Ejército
de las Américas (US Army School of the Americas -USARSA), ubicada en Fort Gulick,
zona del canal, 600 militares argentinos. De éstos últimos, 58 militares tenían
como plan de estudios, en el período 1970-1975, determinados cursos escogidos:
en ellos se graduaron once en "operaciones de contrainsurgencia", siete en
"contrainsurgencia urbana", trece en "operaciones en el monte", cinco como
"oficial sin mando en inteligencia militar" y seis en "interrogatorio militar".
Contradiciendo la ingenua imagen del "exceso" ocasional en la tortura cometido
por algún represor perverso y psicológicamente desequilibrado, en este último
curso, según el testimonio directo de un militar chileno apellidado González,
ex-alumno boina negra del curso E-16 de Suboficial de Inteligencia Militar, los
militares latinoamericanos eran torturados por sus propios instructores y a su
vez se torturaban entre ellos, para poder luego ejecutar mejor ese mismo
"procedimiento de interrogatorio" a su enemigo, es decir, a nuestros pueblos
(18).
Evidentemente, el hábito de torturarse entre los mismos participantes de los
cursos en contrainsurgencia —que retratan las famosas fotografías, recientemente
difundidas por el actual gobierno argentino— no nació en el cono sur...
En el período 1961-1972 —durante el auge de la influencia política de la
revolución cubana en nuestro continente—, el aparato de Estado de la Argentina
también entrenó en EEUU, con cargo al Programa de Seguridad Pública de la OID
(Oficina Internacional de Desarrollo) a ochenta y cuatro oficiales de policía,
capaces a su vez, de retransmitir su aprendizaje. Los cursos incluían simpáticas
materias... como "Electricidad básica", "Introducción a bombas y explosivos",
"Artefactos incendiarios" y "Armas asesinas".
Los militares locales no recibieron enseñanzas en tortura de sus maestros
norteamericanos únicamente en escuelas estadounidenses. También estuvieron en
Vietnam .En 1968, una misión militar argentina, al mando del general Mariano De
Nevares (jefe de la Caballería y hermano del obispo Jaime De Nevares, luego
vinculado a la Teología de la Liberación), que en ese momento tenía a su cargo
la estratégica provincia de Tucumán, visitó Saigón. Según las declaraciones
oficiales del ministro de defensa de aquella dictadura, comandada por el general
Juan Carlos Onganía, su objetivo en Vietnam era "estudiar la lucha contra las
guerrillas y la táctica para la represión de motines" (19).
Recordemos que la práctica de arrojar prisioneros vivos desde los aviones, tan
practicada en Argentina por las Fuerzas Armadas en el río de la Plata, en
Vietnam era utilizada por los norteamericanos contra el Vietcong bajo la
denominación de "Operativo Phoenix".
Habiendo recibido instrucción francesa y norteamericana, las Fuerzas Armadas
argentinas, con un grado de autonomía operativa interamericana nada despreciable
exportaron, durante fines de los ’70 y comienzos de los ’80, la
contrarrevolución a Centroamérica. Principalmente destinada a sofocar la
revolución salvadoreña y guatemalteca, pero, sobre todo, a la sandinista. Los
cursos de contrainsurgencia y el adiestramiento en tortura, que ellos habían
adoptado de Francia y EEUU, a su vez lo trasladaron y reprodujeron en Honduras,
donde militares argentinos fueron los primeros entrenadores de la contra
nicaragüense. Según estimaciones del período, los asesores militares argentinos
en contrainsurgencia con asiento en Honduras llegaban aproximadamente a
cincuenta (20). Tenían como finalidad participar junto con militares
norteamericanos, en impartir instrucción en métodos anti-guerrilleros al
ejército y la policía hondureños, y también colaborar en el entrenamiento de los
grupos contras nicaragüenses que hostilizaban al gobierno sandinista de
Nicaragua (21).
Corroborando esa exportación de la contrainsurgencia, en una nota del New
York Times, reproducida en México por el Excelsior (22), se informa
que la participación estadounidense en las actividades clandestinas contra el
gobierno sandinista de Nicaragua aumenta considerablemente en 1982, cuando
Argentina deja de entrenar y ayudar a la contra, luego de que la administración
Reagan respalda a Gran Bretaña en la guerra de las islas Malvinas. En esta nota,
se dice que hasta los primeros meses de 1982, las Fuerzas Armadas de Argentina
han sido las principales encargadas de financiar y entrenar a la contra
nicaragüense, incluso superando por momentos a la ayuda estadounidense. Sea
correcta o no esta última estimación, lo que resulta innegable es que la
presencia de las Fuerzas Armadas argentinas jugó un papel de primer rango al
interior de la guerra civil centroamericana (23).
Esos datos han sido corroborados por el testimonio del capitán argentino Francés
García en un video, exhibido el 30/11/1982 en la Federación Latinoamericana de
Periodistas (FELAP), de México. El militar no era un desertor. Había sido
capturado en la capital costarricense en un operativo de la inteligencia
sandinista. En su testimonio reconocía: "Soy el ciudadano argentino Héctor
Francés García y he realizado en Costa Rica tareas de inteligencia y
asesoramiento tendientes al derrocamiento del régimen revolucionario de
Nicaragua. Hace dos años ingresé al Batallón de Inteligencia 601, y en una
escuela de la provincia de Buenos Aires [Argentina] preparada a tal
efecto recibí instrucción en materias tales como reunión y análisis de
información, seguimiento y contraseguimiento, técnicas de interrogatorio y
contrainterrogatorio, fotografía, escritura con medios especiales y apertura y
cierre de correspondencia". Además, había operado como agente secreto en
Panamá, El Salvador, Guatemala y Honduras. En este último país, reveló, existía
un estado mayor argentino que se relacionaba con un estado mayor hondureño.
Argentinos y hondureños dirigían, con orientaciones de la Agencia Central de
Inteligencia (CIA), un estado mayor de la contra nicaragüense. Estados Unidos
aportaba los dólares y los principales equipos de guerra; Argentina suministraba
los instructores, ya fogueados en la contrainsurgencia y en la desaparición de
personas, Honduras proporcionaba el territorio para entrenamiento de los contras
y las bases de ataque a Nicaragua.
Según admitió el general Leopoldo Fortunato Galtieri en una entrevista (24),
existía la posibilidad de que tropas argentinas participaran, además de en
Nicaragua, en la guerra civil de El Salvador. La misión argentina en América
Central apuntaba a derrocar al gobierno sandinista y frenar el supuesto flujo de
armas a los revolucionarios que combatían en El Salvador. Cabe destacar que los
militares argentinos permanecieron en Honduras hasta los primeros meses de 1984,
cuando el presidente Raúl Alfonsín llevaba más de un año en el gobierno
constitucional. Recién se retiraron de allí, cuando la CIA los descartó (25).
Evidentemente, los cursos "comando" realizados por el Ejército argentino, que
recién ahora muestran las fotografías exhibidas por el actual gobierno
argentino, conformaron una metodología regular, planificada, estudiada, aplicada
en el propio territorio y exportada a otros países de América Latina (26).
Aunque los militares acusaban a los revolucionarios —principalmente a los de
orientación guevarista o políticamente solidarios con la revolución cubana— de
desconocer las tradiciones nacionales en aras de "exportar la revolución", en
realidad, quienes exportaban —la contrarrevolución— eran ellos.
La llamada «guerra contra la subversión»
Una década antes del escándalo de las fotografías del curso en
contrainsurgencia, algo similar había ocurrido con las truculentas confesiones
del capitán de corbeta (r) y miembro de la Escuela Superior de Mecánica de la
Armada (ESMA), Francisco Scilingo, encargado — como muchos de sus cómplices— de
arrojar prisioneros vivos al río de la Plata.
Aquellas declaraciones del marino no aportaron absolutamente ningún dato o
información nuevos, aunque confirmaron —por primera vez de boca de uno de sus
ejecutores directos, y esto fue lo novedoso de aquella instancia (27)—
algunos de los perversos y sistemáticos métodos utilizados por las Fuerzas
Armadas en su "lucha contra la subversión".
Dejando a un lado los múltiples análisis psicológicos que se podrían ensayar
sobre sus notorias ambigüedades, el capitán Scilingo —hoy encarcelado en España—
había sido claro y terminante en un punto. Sostuvo sin eufemismos que: "Recibíamos
órdenes extremas, pero coherentes en función de una guerra que se estaba
librando, tanto las de detener al enemigo como las de eliminarlo", a lo que
más adelante agregaba —especificando de qué tipo de guerra se trataba según la
versión militar—: "Porque si se emplearon tantos métodos no convencionales
era porque la guerra no era convencional" (28).
Obviamente Scilingo no es el autor original de semejante interpretación, cuyos
mentores ideológicos provenían de Francia y Estados Unidos. Sin embargo, pone en
el primer plano del debate la cuestión —aun hoy sin cerrar— de la
caracterización de ese particular período de la historia latinoamericana, cuyas
consecuencias todavía seguimos padeciendo.
La convicción de que en Argentina había que aplicar elementos de la guerra
contrainsurgente era una creencia común, compartida por diversos cuadros
militares, eclesiásticos y financieros. Por ejemplo, según reconoce el
capitán-ingeniero Álvaro Alsogaray, ministro de economía de varias dictaduras e
ideólogo temprano del neoliberalismo: "En 1962, con motivo de la posibilidad
de reequipar el Ejército, discutimos el tema con mi hermano, el general Julio
Alsogaray, a la sazón, subsecretario de Guerra. Mi opinión era que en ese
reequipamiento debíamos asignarle una alta prioridad a las armas y equipos
destinados a la guerra antisubversiva, en particular a la que podría
desarrollarse en las grandes ciudades" (29).
No sólo los financistas como Alsogaray pensaban eso. Tanto aquellas fracciones y
tendencias de las Fuerzas Armadas, genéricamente identificadas con el mote de
"liberales", así las declaraciones en el Senado argentino de los capitanes de
fragata —entonces en actividad— Juan Carlos Rolón y Antonio Pernías, como
también las autodenominadas "nacionalistas", coinciden en caracterizar aquel
período como un "guerra contra la subversión" (30).
Por ejemplo el general Lanusse, último presidente de la dictadura argentina
iniciada en 1966 y uno de los exponentes más lúcidos e ilustrados dentro de la
fracción liberal del Ejército, sostiene en sus memorias que: "El secuestro
del general Aramburu [realizado por Montoneros en 1970] fue parte de una
ofensiva del enemigo para dividirnos y esclavizarnos. La diabólica alianza de
las fuerzas totalitarias demostró, desde ese momento, que estaban en guerra
contra nuestra libertad y contra nuestro propósito de vivir en el clima creador
de la democracia" (31).
En su interpretación, al igual que otros países de América Latina, Argentina
ingresa entonces en un período de guerra en el año 1970. Esta guerra marcará,
desde su óptica, todos los sucesos políticos hasta el momento en que escribe sus
memorias —1977, plena dictadura del general Videla—. Incluso admitirá
explícitamente que el llamado a elecciones de 1973 no buscaba la democratización
del país sino que tenía como principal finalidad "quitar todo argumento a la
subversión". Si bien ubica el comienzo de la guerra en 1970, no debemos
olvidar que ya en 1969 este mismo general había sostenido en el día del Ejército
que: "La guerra ha cambiado de forma [...] ya que la existencia
palpable de fronteras ideológicas internas coloca al enemigo también dentro de
las naciones mismas" (32).
Dentro de la misma corriente militar "liberal", el brigadier Crespo, jefe del
Estado Mayor General de la Fuerza Aérea durante el gobierno del presidente Raúl
Alfonsín (1983-1989), aun reafirmando su "fe republicana", dejaba en claro una
década después que: "La mentalidad que hace que las Fuerzas Armadas estén más
para gobernar que para ser Fuerzas Armadas empieza allá por el año ‘30 y
proviene de una situación política. Son ciertas clases sociales las que empujan
a las Fuerzas Armadas a los golpes de Estado, insisten y a veces los militares
pecan por ingenuos. Con el correr del tiempo eso llevó al Proceso de
Reorganización Nacional (PRN). Fue una bola de nieve que creció y creció. Lo que
no hay que negar es la necesidad de lucha contra la subversión para sacar al
país del caos" (33).
Por su parte, el sector "nacionalista" de las Fuerzas Armadas compartirá con los
liberales la misma interpretación de la "lucha contra la subversión". Todos sus
exponentes, más allá de rivalidades fraccionales y disputas mafiosas
circunstanciales, sostendrán sistemáticamente y en bloque que en la Argentina
existió "una guerra contra la subversión marxista y el terrorismo".
Por ejemplo, se preguntaba el teniente coronel Aldo Rico —luego devenido
político del Partido Justicialista (PJ)— en un documento previo al intento de
golpe de Estado de 1987, elevado a su comandante de brigada: "La amnistía
[para los que violaron derechos humanos] es ignominiosa de por sí. ¿Por qué
amnistía si peleamos una guerra justa y necesaria?", posición que luego
reafirmará en público durante el cuartelazo militar de ese mismo año, cuando
reclamaba "la solución política que corresponde a un hecho político como es
la guerra contra la subversión" (34).
Sólo un pequeño sector marginal del Ejército argentino, nacional-populista pero
constitucionalista, agrupado en 1984 (al año siguiente del retiro ordenado de
los militares y de la asunción del presidente Alfonsín) en el Centro de
Militares por la Democracia (CEMIDA), sostendrá una caracterización distinta de
las corrientes principales y hegemónicas. Desde su óptica, si bien dejan en
claro que en la Argentina hubo "dos «terrorismos»" (político y estatal), al
mismo tiempo plantean que no hubo "combate", sino que en realidad se implementó
una "represión" (35), lo que equivalía a negar el carácter de guerra al
conflicto social interno.
En el juicio a las juntas militares argentinas por sus crímenes y violaciones a
los derechos humanos, realizado durante 1985, toda la defensa jurídica y
política de los comandantes de las Fuerzas Armadas estuvo centrada en demostrar
que en la Argentina el conflicto social alcanzó niveles de "guerra", con las
consiguientes inferencias que pueden deducirse de ello en lo que atañe a métodos
de lucha (36). La razón jurídica se asentaba principalmente en los
decretos de 1975 dictados por la presidenta constitucional peronista Isabel
Perón e Italo Luder (N°261 del 5 de febrero y directiva N°1 del Consejo Nacional
de Defensa del 15 de octubre de ese mismo año) que disponían textualmente "el
aniquilamiento de la subversión".
Durante los últimos años, si bien el sector nacionalista del Ejército argentino
—cada vez más marginal— mantiene la caracterización de la supuesta "guerra
contra la subversión y el terrorismo", ha intentado aggiornarse apelando a una
retórica nacional-populista que mezcla la reivindicación del peronismo como
"movimiento nacional" con el coqueteo —puramente verbal y únicamente discursivo—
de una defensa difusa del chavismo e incluso de Fidel Castro. Uno de los máximos
exponentes ideológicos de este segmento militar es el ex asesor e instructor en
comandos de guerra contrainsurgente en las escuelas de Panamá, el teniente
coronel Mohamed Alí Seineldín, quien estuvo casi una década preso, durante el
gobierno del presidente Menem, a quien inicialmente había apoyado. Las
declaraciones tragicómicas de supuesto "apoyo" a Fidel Castro —en oportunidad de
la visita del líder cubano a la Argentina— por parte de este militar de extrema
derecha, persiguen encontrar bases de apoyo civiles en algún sector desprevenido
o despistado de la izquierda local y, fundamentalmente, de la burocracia
sindical peronista, siempre nostálgica de los "militares nacionales".
Coqueteos y piruetas discursivas al margen, el actual nacionalismo militar,
aunque intenta despegarse de la herencia económica del golpe de Estado de 1976
(acusándolo de "liberal" [¿?]), mantiene intacta la necesidad de haber
aniquilado, incluso físicamente, a "la subversión". Aunque el mono se vista de
seda, mono queda.
En el otro extremo del arco ideológico, ubicado a la cabeza de la vertiente
liberal, se encuentra el ya mencionado general Martín Balza, jefe del Ejército
durante la presidencia de Carlos Menen y actual embajador en Colombia de Néstor
Kirchner.
Como Seineldín, también Balza busca su aggiornamiento y su despegue de los
viejos y desprestigiados militares de 1976. Pero en lugar de ceder a la prédica
nacional-populista y a los coqueteos seudo "antiimperialistas" al estilo del ex
instructor contrainsurgente Seineldín, Balza ha preferido asumir una pose
"autocrítica" frente a la dictadura militar del general Videla. Por eso realizó
una crítica absolutamente formal —en la cual continuó responsabilizando a "la
subversión" por haber iniciado la lucha... y siguió, a pesar de todo,
defendiendo al ejército...— a lo actuado por las Fuerzas Armadas durante la
dictadura de 1976 (la autocrítica la formuló el 25 de abril de 1995) (37)
.
No obstante la puesta en escena "autocrítica" —realizada, sugestivamente, por
televisión...— que tanto le ha valido para promocionar políticamente su figura
personal, al punto de conseguir una embajada en la administración actual, cuando
tres periodistas del diario Clarín lo entrevistaron preguntándole por los
datos de la "represión ilegal", el jefe militar les respondió sin dubitaciones:
"No hablo de represión ilegal. Hablo de todo lo actuado en la lucha contra la
subversión" (38). Mucho ruido, pocas nueces.
Mientras estamos escribiendo estas líneas, el actual jefe de la Marina acaba de
expresar una "autocrítica", esta vez referida al papel de la Escuela Superior de
Mecánica de la Armada (ESMA) durante la represión. Al igual que en su época hizo
Balza para el caso del Ejército, el jefe de la Marina argentina, almirante Jorge
Godoy, ha pronunciado un "arrepentimiento" institucional llamando a la ESMA "símbolo
de barbarie e irracionalidad". Sin embargo, en su discurso "autocrítico"
vuelve a defender —según sus palabras exactas— "el rol fundacional y esencial
que en la Nación desempeña esta casi bicentenaria Fuerza [la Armada]". Tan
sólo cuatro días después, el jefe de la Fuerza Aeronáutica imita a su par de la
Marina, pero alertando: "Si [en la dictadura] hubo errores y
horrores... fue de ambos bandos".
A pesar de la diversidad de estrategias discursivas elegidas por la corriente
del teniente coronel Seineldín y por la del general Balza, lo cierto es que en
ambos casos nos encontramos con el intento por reconstruir consenso para los
militares tratando de recrear el vínculo entre las Fuerzas Armadas y el pueblo.
Un vínculo que se rompió históricamente, no por la maldad innata de "tres o
cuatro generales alocados, alcohólicos y autoritarios" —como acostumbra a
describir cierto periodismo superficial— sino por el papel estructural de
ejército de ocupación, al servicio directo del imperialismo y sus principales
socios locales, asumido por esta institución a lo largo de la historia.
¿La historia como método o la "metafísica del alma latina"?
Si resolver "la cuestión militar" fuera tan sencillo como recomienda cierta
prensa liberal, bastaría remover a los viejos cuadros de sus puestos y
reemplazarlos por militares más jóvenes y "constitucionalistas", para así
reinsertar a las Fuerzas Armadas en "la vida democrática" de nuestros países. De
este modo se lograría la tan deseada (por la burguesía y el imperialismo)
"reconciliación", imprescindible para volver a construir un "capitalismo
normal", es decir, para recomponer la corroída hegemonía de las tradicionales
instituciones políticas burguesas.
Precavidos de antemano contra esa peligrosísima ilusión que tanta sangre y dolor
nos infligió, constatamos que la realidad latinoamericana resulta ser mucho más
compleja y porfiada que dicho esquema.
Sólo se podrá eludir hacia el futuro la tentación de ofrecer mansamente la otra
mejilla y, una vez más, abrazar ingenuamente al verdugo, al enemigo histórico de
nuestros pueblos, si nos esforzamos por comprender los avatares sangrientos y
genocidas de esta institución a partir de un registro histórico-social. Ese es
el único camino para no chocarnos dos veces con la misma piedra y para volver
inteligibles las prácticas del genocidio (que, para el pensamiento posmoderno,
por ejemplo, resulta "inconcebible, indecible, inmostrable, destinado a un
más allá metafísico sustraído a toda comprensión"). Si las matanzas
sistemáticas se inscriben en un horizonte histórico atravesado por las alianzas
y las lucha de clases, toda la "incomprensión" metafísica que las rodea se
esfuma rápidamente.
Lejos de nosotros, entonces, la habitual opción metodológica (de factura
positivista) que se limita a coleccionar "hechos puros" —por ejemplo,
cuartelazos y golpes de Estado—, sin contexto ni condicionamientos sociales. Tan
lejos como la opción posmoderna, que abstrae los genocidios de sus coordenadas
históricas, considerando el presente como algo eterno y absoluto, por lo tanto
inmodificable.
Ambos puntos de vista terminan abordando "la cuestión militar" latinoamericana
(y su relación con las clases sociales de la sociedad civil) como si fuera algo
insondable, enigmático e inserto en la "metafísica del alma latina", con las
habituales atribuciones eurocéntricas a nuestros pueblos de caudillismo,
autoritarismo, falta de cultura cívica, incapacidad para autogobernarse,
inmadurez política y otros lugares ideológicos semejantes, que abundan de modo
inconfesado en el ensayismo sobre la cuestión militar (principalmente el de los
especialistas académicos estadounidenses).
Al abordar entonces la historia de estos verdugos y sus "nuevas" funciones en
tiempos de globalización capitalista, partimos de los siguientes presupuestos.
En primer lugar, las Fuerzas Armadas latinoamericanas no son una institución
estatal absolutamente autónoma e independiente o recluida exclusivamente en la
esfera técnico-militar. Por el contrario, constituyen una institución
fundamentalmente política y su intervención en la esfera pública es, siempre,
política. Aunque en la historia latinoamericana los militares han logrado un
grado de autonomía nada despreciable — comprensible teóricamente a partir de la
autonomía relativa que siempre conlleva la política y el Estado frente a las
lógicas inmediatas de la acumulación y la reproducción económica capitalista—,
el comportamiento de la institución se encuentra inscripto en un contexto
histórico, político y social determinado. No se puede comprender la trágica
repetición de los cuartelazos y los golpes de Estado ni sus matanzas
sistemáticas si no se tiene en cuenta la crisis orgánica del capitalismo
latinoamericano y el déficit hegemónico de sus clases dominantes y dirigentes.
En segundo lugar, a diferencia de lo que habitualmente sugieren comentadores
televisivos y "opinadores" mediáticos, las FFAA latinoamericanas no siempre han
mantenido el mismo tipo de vínculo en su relación con las clases sociales y los
sujetos colectivos de la sociedad civil. Sus variaciones y mutaciones no son, de
ningún modo, ajenas a las transformaciones socioeconómicas, políticas,
institucionales, ideológicas y culturales que ha experimentado el capitalismo
latinoamericano y las diversas alianzas de clases que han tenido lugar en su
seno durante el siglo XX y lo que va del XXI.
En tercer lugar, sólo atendiendo a la historia económica, social y política de
América Latina, en tanto parte inseparable del sistema mundial del capitalismo y
de la cada vez más agresiva dominación del imperialismo, pueden comprenderse las
transformaciones y adaptaciones específicas de las FFAA de la región: su cada
vez más estrecha vinculación con las FFAA de Estados Unidos, sus diversas
doctrinas militares, las influencias ideológicas recibidas, sus hipótesis de
conflicto (las antiguas y las nuevas), su papel amenazante frente a la crisis
institucional de las nuevas repúblicas, etc.,etc.,etc.
Las FFAA latinoamericanas durante el auge de los populismos (la expansión del
bonapartismo militar)
Haciendo un recorte histórico a partir de la década del ’30, nos encontramos ya
en esa época de América Latina con la emergencia de una crisis orgánica del
capitalismo dependiente y periférico. Si bien resulta innegable que el
capitalismo latinoamericano ha sufrido —y sigue sufriendo— la crisis de
reproducción de su desarrollo desigual, combinado y dependiente, los años ’30
constituyen una década emblemática. Al estar estrechamente conectado con los
avatares del mercado mundial en la fase imperialista del capitalismo
metropolitano, las sociedades latinoamericanas reciben de manera directa e
inmediata los efectos de la crisis del ’29. A partir de los ’30, se resquebraja
la relación privilegiada del cono sur con el imperialismo inglés y ese lugar
comienza a ser ocupado por el imperialismo estadounidense (que, en el Caribe, ya
ocupaba ese sitio desde su intervención de 1898 en la guerra hispanocubana-
norteamericana).
Con la crisis del ’30, las burguesías locales inician un proceso de sustitución
paulatina de importaciones cubriendo los agujeros vacíos y los rubros vacantes
dejados por las industrias monopólicas y los capitales imperialistas. Se inicia
de este modo un proceso de seudoindustrialización que consiste en una
industrialización deformada y dependiente, que no modifica la estructura agraria
atrasada de nuestros países. Al estar encabezada por los socios locales del
imperialismo y el neocolonialismo, no logra romper el estrecho marco del
capitalismo periférico. Es una industrialización "a medias" o
seudoindustrialización: "Mientras la industria ligera necesitaba mercados
para la producción de artículos de consumo, la industria pesada necesita también
mercados, pero para su producción de herramientas. Estos mercados reemplazan a
los de artículos de consumo" (39).
En el mismo sentido: "Denominamos al fenómeno seudoindustrialización, parodia
o caricatura de industrialización [...] Por sobre todo, se realiza sin
modificar sustancialmente la estructura social del país, y los desplazamientos a
que da lugar dejan en pie las antiguas relaciones de propiedad y entre las
clases. La seudoindustrialización no subvierte la vieja estructura sino que se
inserta en ella" (40).
Entre las características de la seudoindustrialización, se encuentran:
(a) No aumenta la composición técnica del capital social, sólo la mano de obra.
(b) No se desarrollan las industrias básicas que producen medios de producción,
ni lasfuentes de energía ni los transportes.
(c) No aumenta la productividad del trabajo.
(d) El incremento de la producción de artículos de consumo sobrepasa el
incremento de la producción de medios de producción.
(e) La agricultura permanece estancada y no se tecnifica.
La alianza de clases entre los propietarios burgueses terratenientes y los
industriales comparte con el capital financiero el mismo interés en la
perpetuación del atraso de nuestros países. Estos sectores sólo permiten el
transplante o el injerto de islotes industriales en unas cuantas fábricas,
manteniendo y reproduciendo la estructura social de conjunto atrasada y
subordinada al imperialismo.
En medio de esa profunda crisis económica, que la seudoindustrialización no
termina de conjurar y que los diversos intentos de modernizar desde arriba la
sociedad tampoco resuelven, el aparato de Estado juego un rol central. Como
también sucede en los capitalismos metropolitanos de la mano de la estrategia
keynesiana, en América Latina el Estado comienza a intervenir en el mercado
económico.
Nacen entonces en aquel momento las empresas estatales de petróleo, carbón,
estaño, fabricaciones militares y otros recursos estratégicos. Lo interesante es
que las Fuerzas Armadas juegan un papel completamente destacado y relevante en
ese proceso: ya no sólo cumplen el rol de actor político sino también de actor
económico.
Mientras protagonizan numerosos golpes de estado y cuartelazos, preparan planes
estratégicos de industrialización y desarrollo energético. Se produce de este
modo la emergencia de militares "industrialistas", como integrantes e ideólogos
de alianzas sociales burguesas durante la era de los populismos (41).
Así, las Fuerzas Armadas asumen un rol crecientemente protagónico en la vida
política y económica, excediendo largamente la especificidad "técnicomilitar".
Aparentando estar por sobre las clases, las Fuerzas armadas del período terminan
cubriendo la ausencia de una burguesía nacional autónoma y pujante, dado que la
burguesía realmente existente mantiene un notable y evidente déficit de
hegemonía social integradora.
Transformándose de hecho en un partido político-militar, las Fuerzas Armadas se
convierten en una especie de "árbitro" de la lucha de clases que, mediante una
retórica nacionalista y diversos intentos de alianzas con industriales locales y
las fracciones más reformistas del movimiento obrero sindical, terminan
asumiendo el control del aparato de Estado. Cabe aclarar que durante este
período "nacionalista" y populista, la tortura policial-militar se sigue
implementando de modo habitual para la represión política interna (42).
La influencia ideológica del ejército prusiano (desde los planes de estudio
hasta los uniformes...) se deja sentir en diversos ejércitos del continente
durante este período, mientras que la Armada de Gran Bretaña influye sobre las
respectivas fuerzas marinas (43).
Después de haber completado entonces el sometimiento y el aniquilamiento de los
pueblos originarios — expropiándoles sus tierras y destruyendo sus comunidades—,
las Fuerzas Armadas se autopostulan, en un derroche de verborragia nacionalista,
como "las fundadoras y guardianas de la soberanía del Estado-nación".
Vinculadas a la parcial revitalización del mercado interno, gracias a la
seudoindustrialización, las Fuerzas Armadas terminan durante este lapso
histórico conformando la columna vertebral de la dominación en los capitalismos
periféricos, en el área de la política, pero con ramificaciones también en la
economía. El auge de los populismos se hace incomprensible si se hace
abstracción de esa presencia inconfundible.
La inscripción de las FFAA latinoamericanas en la lógica del dominio continental
estadounidense (del populismo al neoliberalismo)
Agotado el modelo económico de la seudoindustrialización —basado, por otra
parte, en un fuerte predominio del capital variable y la explotación extensiva
de la fuerza de trabajo por sobre la débil inversión en capital constante y
tecnología, en la extracción de plusvalor absoluto por sobre el relativo, en la
subsunción formal del trabajo en el capital por sobre la subsunción real, en la
explotación en extensión por sobre la explotación en profundidad—, las Fuerzas
Armadas rompen sus antiguas alianzas de clases de signo populista.
En el imaginario militar de la alianza social burguesa-populista, el movimiento
obrero organizado en sindicatos deja de ser "base de maniobra" y "columna
vertebral" para transformarse, vertiginosamente, en "enemigo interno". A partir
de ese momento, entra en crisis la ideología estatal asentada en la
identificación entre "soberanía nacional = desarrollo industrial". Conservando
el protagonismo bonapartista y su autonomía relativa frente al Mercado,
reconfiguran sus alianzas vinculándose con las fracciones más concentradas del
gran capital transnacional.
No es secundario que durante este nuevo período, numerosos militares de rango
pasan a formar parte de los directorios empresariales de las grandes firmas
multinacionales. En ese cambio de rumbo y orientación, la vieja influencia
ideológica prusiana (44) es reemplazada por los instructores franceses y
norteamericanos.
El antiguo papel de "guardianes de la soberanía del Estado-nación" es suplantado
por el de fuerzas auxiliares en la nueva guerra mundial, la guerra fría: la
guerra de las "fronteras ideológicas" y las áreas de influencia entre el Este y
el Oeste. Manteniendo la tortura como método de represión política, la misma se
convierte en un instrumento privilegiado de dominación social a nivel masivo.
De recurso para amedrentar y reprimir puntualmente a los dirigentes sindicales y
a los cuadros revolucionarios, durante este nuevo período la tortura se
transforma en recurso central de guerra. No de la guerra entre Estados-naciones,
sino de la guerra interna, contrarrevolucionaria, contrainsurgente. Estados
Unidos intenta entonces homogeneizar ideológicamente a las Fuerzas Armadas
continentales en el anticomunismo galopante bajo la Doctrina de la «Seguridad
Nacional» (45).
Si en la época del predominio de la alianza de clases entre el capital
industrial y el capital terrateniente, centrada en la seudoindustrialización y
el mercado interno, la figura política de integración social privilegiada es la
del "soldado-ciudadano" (vía la conscripción masiva y obligatoria de los jóvenes
de 18 años), en la transformación neoliberal de las antiguas Fuerzas Armadas
populistas, la nueva figura emblemática será la del agente de inteligencia.
La ciudadanía integradora desde arriba, desde el aparato de Estado, mediante la
conscripción obligatoria y de masas, deja lugar a la penetración de las
organizaciones populares, a través del clásico personaje militar del nuevo
período: "el infiltrado". Las guerras en tiempos del predominio del capital
financiero ya no son, fundamentalmente, entre Estados-naciones, sino guerras de
represión interna. Ya no se trata de integrar y ciudadanizar a la población en
forma masiva, en extensión, sino de infiltrar y penetrar a través de la
inteligencia selectiva, en profundidad (46).
Paulatinamente, las nuevas FFAA, y no es casual, van abandonando la conscripción
obligatoria para convertirse en ejércitos profesionales. El enemigo está dentro,
habla el mismo idioma, le reza al mismo dios, come la misma comida, le gusta el
mismo deporte y se viste con la misma ropa. Para ese nuevo tipo de guerra,
resulta más "enemigo" y más peligroso alguien que habla el mismo lenguaje y
comparte una misma historia y una misma cultura, que quien habla otro idioma y
pertenece a una potencia extranjera (47). Las Fuerzas Armadas
latinoamericanas se transforman entonces en virtuales ejércitos de ocupación de
sus propios pueblos. Pero, a diferencia de Francia en Indochina y Argelia o de
Estados Unidos en Vietnam —los dos casos paradigmáticos empleados en la
pedagogía militar del período—, las Fuerzas Armadas latinoamericanas no se
diferencian por sus componentes étnicos, religiosos o nacionales, de su propio
"enemigo": el pueblo, la clase trabajadora, los revolucionarios, la "subversión"
(48).
Durante este período, las Fuerzas Armadas latinoamericanas conservan su
tradicional bonapartismo, pero despojado de todo gesto populista y de cualquier
ademán que pueda asociarse a lo que Gramsci denominaba "cesarismo progresivo".
Para contrarrestar el ejemplo continental de la revolución cubana, se
transforman en un apéndice absolutamente servil y rastrero del comando sur del
Ejército norteamericano. El saldo final de semejantes mutaciones
ideológico-políticas resulta tristemente sangriento.
"Los desaparecidos por motivos de la represión —recuerda Gabriel García
Márquez al recibir en Suecia el premio Nobel en 1982— son casi los 120.000,
que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad
de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles
argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que
fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las
autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto
cerca de 200.000 mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100.000
perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central,
Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la
cifra proporcional sería de 1.600.000 muertes violentas en cuatro años. De
Chile, país de tradiciones hospitalarias, hahuido un millón de personas: el 10
por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio
millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del
continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra
civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El
país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de
América latina, tendría una población más numerosa que Noruega".
Aquella frase famosa de El Capital, donde Marx escribía: "Si el
dinero, como dice Augier, «viene al mundo con manchas de sangre en una mejilla»,
el capital lo hace chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la
cabeza hasta los pies", parece pensada especialmente para América Latina...
Las FFAA en tiempos de transiciones —incumplidas— a la democracia (o "el mismo
perro con otro collar")
Derrotadas a sangre, tortura y fuego la mayoría de las insurgencias
latinoamericanas (a excepción de Nicaragua) durante los ’70 y ’80, Estados
Unidos promueve en la región un cambio político cosmético y superficial. Los
estrategas del poder imperial llegan a la conclusión de que pueden implementar
los ajustes estructurales de los programas económicos neoliberales, así como
también sus estrategias contrainsurgentes, con regímenes formalmente
parlamentarios (49). De este modo, mantienen y reproducen su predominio
económico-político, pero evitando las "disfuncionalidades" y los dolores de
cabeza asociados a las dictaduras clásicas. Nacen así las democra-duras, las
democracias tuteladas y vigiladas, las democracias neoliberales.
¿Qué rol juegan los militares en estos nuevos regímenes? La respuesta no es
uniforme. En las sociedades donde continúan operando fuerzas insurgentes de
masas durante los ’80 —caso Colombia, El Salvador o Perú—, las Fuerzas Armadas
se convierten en el poder real paralelo, tras la máscara formal de elecciones
"protegidas" por los fusiles y tanques militares. En los casos donde la
insurgencia ya había sido totalmente derrotada — caso Argentina, Uruguay o
Bolivia—, los militares ya no hacían falta para la lucha política inmediata y
cotidiana. Retirándose a los cuarteles, pasaron a cumplir otro rol: el de
"guardianes" y "reaseguros" de las instituciones políticas de la propiedad
privada y el Mercado, resignando la administración del Estado a los cuadros de
los partidos políticos burgueses tradicionales. A cambio de ese botín, los
partidos burgueses tradicionales —por esa época ya totalmente integrados a la
ideología neoliberal— les garantizaron a los genocidas militares la impunidad
por sus violaciones sistemáticas a los derechos humanos y sus crímenes de lesa
humanidad. La tan mentada "transición" se convirtió, lisa y llanamente, en una
transacción. El ejemplo del Chile post-Pinochet constituye el arquetipo de esta
retirada pactada de los militares a los cuarteles.
Las consecuencias sociales de esa impunidad, pactada y negociada entre los
militares y los partidos burgueses tradicionales del continente (de la cual no
fueron ajenos ni estuvieron al margen la jerarquía oficial de la Iglesia
católica, los jueces o los grandes monopolios de comunicación) tuvieron un
amplísimo abanico de consecuencias. Si en el campo psicológico de la
subjetividad de los torturados sobrevivientes, los presos liberados y los
millones de exiliados, el desenfado de la impunidad dejó una huella siniestra
imposible de erosionar, en la vida cotidiana de las clases subalternas sucedió
algo similar.
Tanto en las áreas rurales, con las guardias blancas de los terratenientes y su
permanente hostigamiento de los campesinos rebeldes o sin tierra, como en las
grandes urbes, con los escuadrones de la muerte que asesinan niños de la calle,
el precedente de la impunidad militar se convirtió en un modelo repetido y
recreado hasta el infinito. Por ejemplo, las numerosas violaciones que, día a
día, se suceden sin castigo alguno en las capitales latinoamericanas, son en
alguna medida un producto secundario de aquella impunidad primigenia.
Desligadas ya de las antiguas alianzas de clases integracionistas,
desarrollistas y populistas, y habiendo transitado por las guerras de baja
intensidad, las Fuerzas Armadas de este nuevo período asumen un rol tutelar de
los frágiles regímenes electoral-parlamentarios (repetimos: escasamente
democráticos). Al haber quedado completamente diluidos los tímidos intentos
burgueses locales por desplegar un modelo de desarrollo de capitalismo asentado
en el mercado interno, las hilachas y los retazos que restaban de la "burguesía
nacional" terminaron acoplándose a los grandes conglomerados de empresas
transnacionales. Cada monopolio local diversifica en esos años sus mercados
(desligándose de los ciclos económicos del mercado interno), integrando al mismo
tiempo firmas industriales y grupos de bancos, que operan dentro y fuera de cada
país.
No es casual, entonces, que las Fuerzas Armadas latinoamericanas abandonen
definitivamente las viejas ilusiones desarrollistas o nacional-populistas y
asuman con bombos y platillos las tareas auxiliares asignadas por el
imperialismo en las "misiones internacionales" en Irak, en los Balcanes, en
Afganistán y en otras aventuras imperiales de idéntico tenor.
Las FFAA latinoamericanas en la época de la globalización y la crisis actual del
neoliberalismo
Ante la actual crisis latinoamericana provocada por la apertura absoluta de las
economías dependientes durante un cuarto de siglo y por los programas de ajuste
estructural del FMI y el Banco Mundial, ¿cuáles son las nuevas hipótesis de
conflicto de los militares vernáculos? ¿Las Fuerzas Armadas latinoamericanas han
cambiado sus doctrinas y su agenda de "seguridad" hemisférica en tiempos de
globalización?
Más allá de puestas en escena, piruetas de artificio, "autocríticas" pour la
galerie, malabarismos verbales y recurrentes campañas mediáticas destinadas
a recomponer su consenso en el seno de la sociedad civil del continente, creemos
no equivocarnos al afirmar que los principales cuadros políticos de las Fuerzas
Armadas latinoamericanas se han adaptado sólo discursivamente a la nueva
institucionalidad política surgida en el hemisferio, tras las crisis de las
dictaduras clásicas de los años ’70 y ’80.
No obstante su aceptación a regañadientes de las repúblicas formalmente
electoral-parlamentarias (y la consiguiente reducción del gasto público,
incluido el militar, que éstas han llevado a cabo aplicando las recetas del FMI
y el Banco Mundial), los principales ideólogos y estrategas de las Fuerzas
Armadas locales siguen subordinados puntualmente a los dictados estratégicos de
las Fuerzas Armadas y el Estado norteamericanos.
Si esto no fuera así, no se entendería, por ejemplo, por qué las diversas
Fuerzas Armadas nacionales continúan realizando periódicamente los tradicionales
ejercicios militares conjuntos, bajo la dirección directa del comando sur del
Ejército norteamericano. Al crecer y aún profundizarse la ya tradicional
sujeción de los militares latinoamericanos al Pentágono, a las Fuerzas Armadas y
al Estado norteamericano, la antigua práctica de la exportación de la
contrainsurgencia se va progresivamente reemplazando por otro tipo de
"internacionalismo": la participación de las FFAA latinoamericanas en las
misiones globalizadas de "paz" y en las incursiones militares en diversos
continentes de las últimas administraciones yanquis, por ejemplo la de Bush.
¿Dónde se encuentra ahora, en la nueva agenda de "seguridad", el "enemigo"?
Resulta sintomático que las nuevas doctrinas y agendas de "seguridad"
hemisférica de los militares latinoamericanos, aunque cambian el lenguaje,
siguen manteniendo a los propios pueblos como enemigos internos y futuras
amenazas en potencia. Dichas doctrinas han reemplazado al antiguo fantasma
omnipresente del comunismo —típico de la guerra fría y de la supuesta amenaza de
una tercera guerra mundial— por "el terrorismo y el narcotráfico", pero
mantienen inalteradas las relaciones de sujeción política con la potencia
hegemónica del continente —los EEUU— (50).
Por supuesto que, cuando los militares hablan de combatir al "narcotráfico", no
están pensando en los grandes traficantes —algunos de los más importantes tienen
sede en Estados Unidos— sino en los empobrecidos campesinos latinoamericanos.
Esa transformación y readaptación doctrinaria, tan sólo formal y discursiva, se
asienta en un nuevo telón histórico de fondo: la crisis de los Estados-naciones
periféricos y la completa renuncia de las burguesías vernáculas a la soberanía
nacional (si es que alguna vez la tuvieron...), en aras del libre comercio (ALCA,
Tratado de Libre Comercio-TLC o NAFTA, etc.) y la integración hemisférica, en un
proceso de creciente militarización continental.
En ese nuevo contexto histórico de crisis ampliada surge, nuevamente, la amenaza
sempiterna de la intervención militar (para frenar las crecientes resistencias)
y la inestabilidad institucional. Las nuevas alianzas de clases, tejidas entre
la fracción financiera de las burguesías locales de América latina y el capital
financiero transnacionalizado, no han abandonado el recurso de las Fuerzas
Armadas como guardianes políticos del orden interno, para aquel momento cuando
la crisis orgánica (económica y política al mismo tiempo) se torne demasiado
explosiva y emerja una posible rebelión popular. Para cuando los de abajo no
quieran y los de arriba no puedan, como solía decir alguien que conocía un poco
de estos temas.
Las nuevas hipótesis de conflicto — supuestamente renovadas y adaptadas al nuevo
orden internacional— encubren, bajo nuevas formas, el viejo proyecto de sujeción
de las sociedades latinoamericanas al talón de hierro de la dominación imperial,
la violencia sistemática y el control social.
El imperialismo de nuestros días, aunque plural —Samir Amin se refiere a él como
"el imperialismo de la tríada"—, sigue teniendo como uno de sus centros
privilegiados a los Estados Unidos. A pesar de la crisis económica interna, este
último pretende continuar con la ofensiva que lo ha caracterizado durante el
último cuarto de siglo. En ese esfuerzo por conjurar su propia crisis, debe
inscribirse el ALCA, el Plan Puebla-Panamá, el Plan Colombia, el reforzamiento
de las antiguas bases militares norteamericanas en América Latina, la
instalación masiva de nuevas bases y la apropiación de los recursos naturales
estratégicos de nuestro continente como el petróleo, la biodiversidad, los
espacios naturales selváticos y el agua.
Mientras las economías latinoamericanas naufragan una a una, la militarización
interna y la penetración norteamericana aumentan día a día. El nuevo pretexto es
la ya mencionada "nueva hipótesis de conflicto": la lucha contra "el
narcotráfico y el terrorismo".
Ya hay bases militares de Estados Unidos en Manta (Ecuador), Tres Esquinas y
Leticia (Colombia), Iquitos (Perú), Reina Beatriz (Aruba), Hato (Curaçao),
Vieques (Puerto Rico), Guantánamo (Cuba), Soto de Cano (Honduras). A esto se
suma el intento de construir nuevas bases en Tierra del Fuego (Argentina) y
controlar la base de Alcântara (Brasil) (51)
Esa violenta militarización hemisférica —que conjuga el avance de tropas
norteamericanas y sus nuevos asientos en territorio latinoamericano con la mayor
sujeción de las Fuerzas Armadas locales al amo imperial— corre pareja con el
intento de implementar "el libre comercio" del ALCA, una nueva manera de
concretar la vieja estrategia estadounidense destinada a controlar y dominar
todo el continente (52).
Mientras tanto, como una herramienta más de dominación, al conjunto de los
países del Tercer Mundo se les exige el pago de intereses y utilidades de una
deuda de 2,5 millones de millones de dólares (de ellos, 900.000 millones
corresponden a América Latina). ¡Una deuda completamente fraudulenta!.
Exceptuando obviamente a Cuba y al proceso social actualmente en curso en
Venezuela bajo liderazgo de Hugo Chávez, en la inmensa mayoría de las Fuerzas
Armadas continentales no han existido resistencias visibles a la presencia
masiva de militares norteamericanos en la región. Para que esto sucediera,
deberían darse, como mínimo, una serie de condiciones de posibilidad cuya
existencia realmente no se visualiza en el horizonte. Entre todas ellas, la
principal debería ser el resurgimiento de una "burguesía nacional"
latinoamericana, autónoma, independiente, antiimperialista, que pueda oponerse,
de forma realista y viable, a la estrategia estadounidense.
Contra todas las ilusiones y fantasías compensatorias de los ya clásicos
ideólogos nacional-populistas y desarrollistas, que viven soñando con el
renacimiento de una burguesía nacional y de un empresariado local
antiimperialista, confundiendo aspiraciones con realidades, hoy en día asistimos
a una creciente internacionalización de los capitales latinoamericanos (el
comportamiento neoliberal de los empresarios brasileños bajo el gobierno de Lula
es un claro indicador en esa dirección). Hace rato que las burguesías locales
han dejado de ser "nacionales" (si es que alguna vez lo fueron...). Su tasa de
ganancia está asociada desde larga data a los avatares del mercado mundial. Por
eso, difícilmente apoyen o alienten procesos de independencia nacional centrados
en una nueva alianza social focalizada en el mercado interno, en el desarrollo
industrial autártico, y en la recreación hegemónica de un nuevo liderazgo
bonapartista militar de signo populista.
Es más que probable que si las Fuerzas Armadas latinoamericanas asumen
nuevamente un protagonismo bonapartista, independizándose de las
representaciones políticas clásicas de los partidos burgueses tradicionales,
será más bien para enfrentar y reprimir procesos de rebelión popular e
independencia nacional, antes que para encabezarlos.
Si se observa desprejuiciadamente la realidad actual de nuestro continente, el
fenómeno del presidente Hugo Chávez y su valiente y encomiable intento por
independizar Venezuela de la bota norteamericana y de la burguesía venezolana a
ella asociada (53), resulta más bien una excepción a la regla antes que
una regularidad continental.
Entre otras razones, antes que depositar falsas ilusiones en proyectos de
aventuras militares que apelan a retóricas nacional-populistas para ganar
consenso civil, pero siguen manteniendo las añejas hipótesis de conflicto
antipopulares, debería atenderse a la desigual conformación social de las
Fuerzas Armadas del continente. ¿O acaso no existen notorias diferencias y
claras asimetrías entre el componente social de clase —y hasta étnico— de la
joven oficialidad de Venezuela encolumnada junto a Chávez y las aristocráticas y
elitistas FFAA de Chile, Argentina o Brasil?. Sin dar cuenta de esta variable,
entre muchas otras, no podrá evaluarse con realismo los alcances y los límites
de cualquier posible generalización de la experiencia militar venezolana para el
resto del continente (desde nuestro punto de vista, mayormente inviable).
Los señuelos ideológicos del "terrorismo" y la lucha contra la droga (adoptados
por la inmensa mayoría de las FFAA regionales como caballito de batalla de sus
ejercicios militares conjuntos con EEUU), son más bien intentos destinados a
renovar, readaptar, resignificar y reproducir funciones antiguas de control
social y dominación política. Es decir, no anuncian ningún proceso de
independencia nacional. Todo lo contrario: conforman nuevos ropajes para
disfrazar las viejas hipótesis estratégicas de contrainsurgencia. En ese
sentido, resultan útiles para reinsertarlas en la nueva agenda "globalizada" que
los partidos políticos burgueses del continente aprueban en las respectivas
cámaras legislativas sin levantar un solo dedo o emitir una sola voz de
protesta.
Tras la crisis del neoliberalismo, y frente a la creciente radicalización del
conflicto social latinoamericano y el avance de la resistencia popular, la
llamada globalización — repetimos: hegemonizada en América Latina por EEUU—
reserva a las FFAA locales una nueva y al mismo tiempo vieja función: de antiguo
ejército de ocupación (en el período de las dictaduras clásicas) a policía
interno de la región (en épocas de repúblicas formalmente parlamentarias).
Pero, al mismo tiempo, aquellas sufren un debilitamiento paralelo y acorde con
la notable fragilidad de las "burguesías nacionales". En la medida en que
aceptan el rol asignado por Estados Unidos, se van convirtiendo progresivamente
en un gigantesco y agresivo policía doméstico, compartiendo sus áreas de
influencia con las policías y gendarmerías actualmente existentes. Por eso la
tendencia a largo plazo de ese proceso, si es que el movimiento popular
latinoamericano no logra enfrentarlo y no vuelve a plantearse seriamente una
estrategia para la "cuestión militar" —olvidada durante dos décadas—, es que se
ponga en riesgo el monopolio del uso estatal de la violencia considerada
"legítima".
No tanto por parte del pueblo insumiso y rebelde sino más bien por parte de
policías privadas urbanas (caso la Argentina), por guardias blancas rurales
(caso Brasil o México), o por grupos paramilitares (como los que asolaron
Colombia). Todos ellos, objetivamente, contrarrevolucionarios.
En suma, las nuevas rebeliones latinoamericanas del siglo XXI, antiimperialistas
y anticapitalistas, no vendrán seguramente del liderazgo militar de las Fuerzas
Armadas continentales, sino de la mano de la resistencia de los pueblos, de la
lucha de la clase trabajadora y de sus aliados, los campesinos pobres, los
estudiantes y las capas medias. Es más que probable que, cuando esas rebeliones
se produzcan, los militares latinoamericanos se pondrán de la vereda de
enfrente, en la que por otra parte siempre estuvieron.
Ellos, los fieles perros guardianes del imperialismo, los verdugos de sus
propios pueblos, los "valientes" violadores de mujeres indefensas, torturadores
de embarazadas y apropiadores de sus hijos nacidos en cautiverio, siguen siendo
y seguirán siendo nuestros enemigos de siempre.