Latinoamérica
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El peor ciego y sordo
Las masacres, desplazamientos, robos de tierras, asesinatos de jueces, son pecadillos.
Lo imperdonable es el narcotráfico
Por Antonio Caballero
Lo dicen todos, unánimes. Los políticos, los analistas de la prensa, los
generales del Ejército y de la Policía, los funcionarios del gobierno, el
embajador de los Estados Unidos, los observadores de la ONU y de las ONG. En
opinión de todos ellos, lo preocupante de las negociaciones que adelanta el
gobierno con los paramilitares es que de pronto, en un descuido, se vaya a
infiltrar en ellas algún narcotraficante. Y todos ellos rechazan la mera
posibilidad de esa posibilidad con gran vehemencia.
Con hipócrita vehemencia. Con mentirosa, con hipócrita, con grotesca vehemencia.
Pero ¿a quién creen que engañen con su indignada vehemencia? Sólo a sí mismos. Y
eso sí es de verdad grave y preocupante.
En primer lugar, porque si algo sabemos a ciencia cierta todos los colombianos -los
políticos, los periodistas, los militares, los curas, los ganaderos, los
agricultores, los transportadores, los ñeros de las esquinas, y hasta el
mismísimo Presidente de la República- es que todos los paramilitares son narcos.
Y lo son desde su origen: desde que los hermanos Ochoa fundaron el MAS (Muerte A
Secuestradores) para rescatar a su hermana Blanca Nieves de manos de la
guerrilla del M-19, que se la había llevado y pedía rescate. El célebre y quizás
difunto Fidel Castaño era narco. Su hermano el quizás también difunto Carlos
Castaño también era narco. Y es narco el hermano mayor, a quien acusan de haber
mandado matar a Carlos. Son narcos todos los jefes de bloques de autodefensas de
todas las regiones del país en donde hay paras (que son todas). Lo sabemos
todos. Por lo visto, el único que no lo sabe en toda Colombia es el alto
comisionado de Paz, doctor Luis Carlos Restrepo. Alguien debería sacarlo de su
inocente error. Lo haré yo mismo, desde aquí. Doctor Restrepo, doctor Ternura:
no es que haya narcotraficantes infiltrados entre los paramilitares. Lo que pasa
es que TODOS los paramilitares son narcotraficantes. Pregúnteles y verá.
Otra cosa es que, además de ser narcos ellos mismos y de financiar su violencia
con el dinero del narcotráfico, los paramilitares reciban fondos y armas y
ayudas y colaboraciones de otros sectores que no son, estrictamente hablando,
narcos: de los ganaderos, de los agricultores, de los transportadores, de los
ñeros de las esquinas, de los curas, de los militares, de los políticos. No me
atrevería a decir que eso lo reciben también del Presidente de la República;
pero tampoco me atrevería a decir que ese dato el Presidente de la República no
lo sabe: sería tomarlo por idiota. Tal vez quiera ser ciego, y no verlo. Tal vez
quiera ser sordo, y no oírlo tampoco. Pero idiota no es.
Ahora: lo verdaderamente escandaloso de esa indignación de políticos, analistas
de prensa, obispos, embajadores, etc., es que vaya dirigida contra el posible
delito de narcotráfico de los paramilitares, y no contra sus evidentes crímenes
de lesa humanidad. Contra sus masacres, contra el desplazamiento al que han
obligado a cientos de miles de campesinos, contra el robo de cientos de millares
de hectáreas de las mejores tierras de Colombia, contra la destrucción de los
páramos y de los ríos, contra el asesinato de cientos de jueces, de policías, de
periodistas e incluso de políticos, por lo general tan cautelosos. Esas
atrocidades, por lo visto, merecen perdón y olvido. Son simples pecadillos que
no hay que tomar en cuenta. Lo que es imperdonable, en cambio, lo que no se
puede tolerar y merece un castigo severísimo de prisión perpetua en esas
cárceles norteamericanas de la extradición en donde los condenados sólo pueden
ver la luz del sol, encadenados, una hora por semana, es el delito del
narcotráfico. Si se mira con ojos sobrios, no pasa de ser una simple burla a las
leyes que rigen el comercio: es mero contrabando de una mercancía prohibida.
Pero a la vez, claro, es nada menos que un delito contra el Imperio.
No voy a entrar de nuevo en eso. Sólo quiero decir que la indignación por el
insignificante delito del narcotráfico que ofende al Imperio, y la lenidad y la
comprensión y el perdón frente a los otros crímenes atroces de los narcos, y
sobre todo la imbécil pretensión de ceguera ante el hecho de que los narcos y
los paras son los mismos, nos impide resolver cualquiera de esos problemas. Si
el gobierno del presidente Uribe se empeña en ignorar que los narcos son paras,
que los paras son narcos, que los narcoparas son aliados y socios de los
militares y de la policía, de los ganaderos y de los transportadores, de los
políticos y hasta de los ñeros de las esquinas, jamás se resolverá, ni se
empezará a resolver siquiera el problema de los paras. Y aún menos el problema
de los narcos.
Engañándose a uno mismo las cosas no se resuelven.