Latinoamérica
|
Apuntes para una sociologia de la crisis militar
Federico Sarmiento
Fuera de algunos trabajos pioneros, de norteamericanos como el General
Russell W. Ramsey, o 'criollos' como el del Mayor Bermudez Russi y Francisco
Leal, es poco lo que se conoce, sistemáticamente, sobre el ejército colombiano,
el de mas larga trayectoria contrainsurgente en América Latina.
Una serie de acontecimientos recientes relacionados con el estado de la 'moral
de combate' del 'ejército constitucional colombiano', nos remiten nuevamente a
la dinámica y evolución de dicha organización, en la fase actual del conflicto
colombiano.
En efecto, la prensa colombiana no ha podido evitar informar estas últimas
semanas, sobre los constantes excesos y 'errores operativos' en que han venido
incurriendo las fuerzas armadas del Estado colombiano.
La gran prensa ya no puede esquivar la avalancha de información sobre los
constates crímenes de guerra y de lesa humanidad que comete el 'ejército
constitucional colombiano', como resultado de un irremediable proceso de
degradación que se remonta a más de cincuenta años de crímenes contra civiles
inermes y que durante los últimos veinticinco años ha sido abrumadoramente
documentado tanto por organismos y ONGs internacionales de Derechos Humanos como
por asociaciones ciudadanas y populares e incluso por instancias judiciales y de
control institucional del mismo Estado colombiano.
A estos hechos se suma su ya casi consuetudinario vínculo con operaciones de
envío de drogas al mercado estadounidense, los escándalos de corrupción,
reiterados casos de muerte de sus unidades 'bajo fuego amigo' y sus permanentes
confrontaciones con la 'policía nacional' por proteger o 'llegar primero' a las
caletas del narcotráfico. Pero últimamente, resaltan dos hechos llaman
particularmente la atención.
En primer lugar, hay un dato consignado un working paper de una estudiante
colombiana de la Universidad Internacional de la Florida, Nubia Romero Carrillo
(quien además es procuradora judicial delegada para las Fuerzas Militares) según
el cual, entre el 30% y el 40% de los soldados de la primera división del
ejército (que cubre los departamentos de Costa Caribe) son consumidores
habituales de drogas, lo cual ha producido numerosos incidentes con victimas
fatales en las mismas unidades militares. Estos datos bien pueden resultar
conservadores respecto a la magnitud real del problema.
El otro hecho, es el del suicidio de Coronel William Cruz Perdomo, comandante de
una de las más temibles brigadas móviles contraguerrilleras (tropas de élite) de
la infantería colombiana, en su zona de operaciones de Tame (Arauca), justamente
una de las regiones objeto del escalofriante informe de Amnesty Internacional (Arauca
Laboratorio de Guerra) del 20 de abril de 2004.
Dicho Coronel estaba al mando de una brigada móvil (la número 5) que operaba en
el área donde tuvo entre el 7 y el 21 de mayo de 2004, un 'operativo' del más
genuino 'estilo Mapiripán' (la 'operación borrasca'), que dejó mas de 20
campesinos colombianos degollados con motosierra, previa tortura, 11 de los
cuales en las veredas de Flor Amarillo y Cravo Claro. Según lo ha filtrado la
misma prensa colombiana, en carta dirigida a su familia, el fallecido coronel
Cruz Perdomo pide perdón por su decisión de suicidarse y manifiesta que no tuvo
nada que ver con las masacres cometidas durante las últimas semanas.
Cuando se leen este tipo de noticias y se advierte que se trataba de un
brillante oficial de infantería, comandante de una temible unidad
contraguerrilla de élite, además de padre de familia ejemplar y profundamente
católico (el Tiempo informa que incluso que era miembro del Opus Dei),
difícilmente se puede colegir que una personalidad de esta naturaleza se suicide
por motivos sentimentales, amorosos o por una posible dificultad de tipo
económico.
Estos acontecimientos, sin duda, constituyen manifestaciones profundas de un
determinado estado animo que puede estar cobrando cada vez mayor fuerza al
interior del 'ejército constitucional colombiano'.
Hay varios factores que explicarían esta dinámica. Ellos susceptibles de
interpretarse en términos de la compleja teoría de la Guerra que nos legó el
general prusiano (tantas veces citado pero poco comprendido) Clausewitz.
Sobra decir que uno de los grandes méritos de la obra clausewitziana es no sólo
haber convertido la guerra en un objeto de reflexión teórica y haber percibido
las distintas aristas que inciden en la naturaleza de la guerra. Uno de sus
grandes aportes fue haber desentrañado el componente de las 'fuerzas morales'
como fundamentales, junto a las 'materiales', en el fenómeno de la guerra.
'...lo físico no es casi nada más que el mango de madera mientras que lo moral
es el metal noble, la verdadera arma, brillantemente pulida' [Libro III, Cap 3].
La guerra no es solo una tecnología de la operación bélica. El objetivo de la
guerra y cada uno de sus componentes (táctica, estrategia, determinación del
centro de gravedad, la trilogía estratégica, etc) están atravesados por el
elemento moral. La guerra en sí misma, adquiere su nivel de 'moralidad' en tanto
que forma de la política y su objetivo, la victoria, no consistiría solamente en
la destrucción física del adversario (lo cual sólo sería un 'medio'), sino en su
'capitulación moral', que no sería otra cosa que la cesación de su voluntad de
combatir.
La compleja reflexión de Clausewitz nos coloca ante el 'nivel de seriedad' de la
guerra. Es un medio serio para un fin serio; no es una vulgar matanza, apela a
las mejores cualidades morales y mentales de un pueblo. El genio de la guerra,
el Príncipe (el Líder), la mente adecuada que domina la incertidumbre y el azar,
que puede sobreponerse a la 'inercia de la masa' ('la disolución de todas las
fuerzas físicas y morales') al fin y al cabo depende del estado general del
desarrollo mental y moral del pueblo. Clausewitz es contemporáneo de la
Ilustración, de Kant, Hegel, Condorcet y de la Revolución francesa.
En consecuencia, el valor ante el peligro no es sólo osadía o desprecio a la
muerte (en Colombia abunda en un sinnúmero de casos de bandolerismo social), es
también entusiasmo, emoción, sentimiento. El dominio de la incertidumbre supone
inteligencia y valor, es decir, chispazo mental de compresión iluminada del todo
de la trama bélica (el coup d'oeil) y determinación para hacer frente a las
responsabilidades.
La percepción del genio militar por Clausewitz recoge en un solo haz las
intuiciones de Machiavelo, Hegel y Max Weber sobre el Príncipe, el patriotismo y
la vocación de la política, referidas en la reflexión sobre el genio militar
superior.
El momento de la reflexión de Clausewitz recoge la modernidad política que se
anuncia en el pensamiento de Machiavelo. Genio, entusiasmo popular y virtud
militar de un ejército son los principales poderes morales para la guerra.
Clausewitz sintetiza teóricamente los componentes de un ejército nacional y
popular, nacido de las entrañas de la nación para realizar y proteger la
libertad moderna.
Es todo lo opuesto a un ejercito mercenario, 'pretoriano' o como lo observara
Gramsci en su tiempo, propenso al 'arditismo' (la utilización de bandas
mercenarias paramilitares por fuera de la legalidad estatal para proteger al
mismo estado).
Los anteriores elementos conceptuales nos ubican en la perspectiva de la
compresión de la naturaleza del 'ejército constitucional colombiano', de la
dinámica de sus métodos 'contrainsurgentes' y en el carácter que asume su crisis
moral interna en la actualidad.
Históricamente, el 'ejercito constitucional colombiano' no tiene ningún
referente o vínculo de tradición con el Ejército Libertador de Simón Bolívar.
Mas aún, como resultado de una histeria anti-bolivariana, creciente actualmente
entre el alto mando militar colombiano, se han proscrito incluso algunos restos
de la búsqueda de identidad bolivariana, que algunos oficiales de vieja escuela,
cultivaban como estímulo intelectual. El pensamiento bolivariano se ha vuelto
'subversivo' para el 'ejército constitucional colombiano'.
Hoy en día, el 'ejército colombiano' ha perdido todo vestigio de 'ejercito
nacional', de carácter estatal o como producto de un determinado ordenamiento
constitucional.
Un 'ejército nacional' que encajara mínimamente en los criterios
clausewitzianos, no hubiese admitido dócilmente su condición de 'ejercito
pretoriano' al que lo redujo la oligarquía colombiana, mas o menos después de
1928 (cuando realizó la masacre contra los obreros bananeros en Fundación,
Magdalena), que ha llevado a cabo sistemáticamente una guerra de agresión la
agresión contra el campesinado colombiano después del 9 de abril de 1948, y que
actualmente no puede librarse de su condición de genitor del 'frankenstein'
paramilitar, que creó desde finales de los años 1970s, para tratar de reponerse
del retroceso estratégico que le ha impuesto el ejército del campesinado
revolucionario, después de 1964.
Mucho menos dicho 'ejercito', si fuese realmente 'nacional' (incluso en los
términos 'constitucionales' y 'políticos' a la usanza de América Latina), habría
aceptado su auto - reducción a la condición de una gendarmería colonial
'cipaya', actualmente totalmente adscrita al Comando Sur del Ejército de los
Estados Unidos.
Un 'ejército nacional' que amerite tal calificativo no actuaría como un ejército
de ocupación colonial contra su propio pueblo y, muy a su pesar, normalmente
revierte sus derrotas militares en crisis de estabilidad política en sus propias
metrópolis. Lo demuestran los casos del ejército francés en durante la guerra de
Argelia o el portugués durante las guerra coloniales en Guinea Bissau, Cabo
Verde y Mozambique.
Directamente o indirectamente, jugando un papel reaccionario (en el caso del
ejército francés) o progresista (en el caso del ejército portugués), como
secuela de sus derrotas coloniales, estos ejércitos propiciaron salidas
políticas a los conflictos periféricos en los que estaban enfrascados y cambios
políticos sustanciales en sus metrópolis.
La salida política al conflicto argelino (mediante los acuerdos de Evian en
1962) fue acelerada por la Quinta República del General Charles de Gaulle,
después del fracasado 'putsch militar' de una facción del ejercito francés en
Argelia (abril de 1961) que desestabilizó el orden político en la metrópoli. Es
igualmente conocido el papel que jugó el ejercito portugués derrotado en las
guerras coloniales de Africa, ante el vacío de las fuerzas sociales capaces de
encabezar un proceso de cambio contra la decrepita dirección fascista del país,
en el desencadenamiento de la 'revolución de los claveles' que permitió una
posterior transición de Portugal a la democracia.
Pero los ejércitos de las potencias coloniales o sub-coloniales practicaban sus
métodos de 'guerra sucia' contra poblaciones que consideraban 'otras', 'ajenas',
'colonizadas', inferiores o 'bárbaras'. Ni ética, ni jurídica ni políticamente
tales prácticas se justifican (actualmente menos a la luz del DIH), pero es
pertinente resaltar que dichos métodos de hacer la guerra eran impensables de
ser puestos en práctica, por tales ejércitos nacionales, en sus propias
metrópolis, contra su propia población.
La aberración que desligitima el carácter 'nacional' del 'ejército
constitucional colombiano' es justamente que pelea su 'guerra colonial' de
manera interna y trata a la población colombiana, como el 'otro' como su
'enemigo', como el objeto de su violencia y sevicia, con la más absoluta
inconsciencia de que se trata de ciudadanos de su propio país.
La 'paramilitarización' de la guerra contrainsurgente por parte del 'ejército
colombiano' obedeció a un profundo estado de corrupción interna del alto mano
militar y a la aceptación de su misión de 'ejército nacional' en la condición de
lo que el pueblo colombiano denomina 'guachimaniar'.
El 'ejército colombiano', su alto mando, aceptaron de manera oportunista, a
cambio de dádivas y prebendas, su condición de ejército 'guachimán' de la
oligarquía colombiana. El término 'guachimán' es españolización que hizo el
pueblo colombiano de la palabra inglesa 'watchman', puesta de moda en los
oficios nativos por las transnacionales gringas, cuando reclutaban personal para
cuidar sus instalaciones.
Un tal ejercito, no se identifica con un interés nacional, no se concibe a sí
mismo como una fuerza nacida y puesta servicio de una nación. Tal ejercito
carece de la 'virtud militar' (ese 'refinamiento del mineral que se transforma
en metal brillante' como lo señalara Clausewitz), y en ausencia de esa virtud,
tampoco encuentra reemplazo en el 'genio superior' -imaginémonos a Uribe Vélez,
Mancuso o al General Carreño- y mucho menos en el 'entusiasmo popular' del
pueblo que avasalla.
En alguna medida el 'ejército colombiano' esta recogiendo los frutos de la
desmoralización que le producen de mas de veinticinco años de implementación del
'paramilitarismo' como estrategia contrainsurgente, orientada sobre todo a
aterrorizar las bases sociales de la insurgencia y lograr recuperar y equilibrar
el terreno estratégico-militar perdido en cuarenta años de confrontación. La
culminación de su degradación es aceptar su actual condición de gendarmería
colonial 'cipaya', al servicio directo del Comando Sur del ejército
estadounidense.
Este es un lastre que predominará en el carácter anti-nacional del 'ejército
constitucional colombiano' y que sólo podrán remontar sus sectores honestos (si
los hay), mediante una ruptura patriótica y revolucionaria del aparato y la
misión a los que los han destinado la oligarquía colombiana y el imperialismo.