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Viaje al fondo de una maquiladora nicaragüense
Yanina Turcio Gómez
Esta investigación, hecha en una fábrica de maquila textil,-cuyo nombre se omite- nos muestra cómo se trabaja, cómo se vive, qué se siente y qué se piensa en las Zonas Francas que se levantan hoy por toda Nicaragua mientras se anuncia que 'desarrollarán' a ese país.
Pasé doce días en una empresa maquiladora de Zona Franca ubicada en el Parque Industrial Las Mercedes de Managua. Aunque mi estadía fue relativamente corta en comparación a los largos meses y años que miles de mujeres -también hombres- pasan en estos campos de concentración, la experiencia, tan buena como agotadora, me dio la oportunidad de conocer por dentro un 'mundo' que caracteriza ya a Nicaragua.
En el portón de entrada
La entrada a la Zona Franca es similar a las calles del tumultuoso Mercado
Oriental de Managua un domingo después de un día de pago. Impresiona ver a miles
de mujeres y hombres pasar por la entrada principal, apenas un callejón
estrecho. Diariamente entran y salen por aquí unas 20 mil personas. Otras 5 mil
ingresan por otra entrada.
A ambos lados de las entradas se instalan pequeños chinamos donde se puede
encontrar desde un equipo de sonido hasta una panadol. Pequeño es el espacio,
como el de una cuadra, pero siempre está atiborrado en las horas de entrada y de
salida. A la hora de entrar, la gente se concentra en torno a las vendedoras que
vocean café y pan con mantequilla o a las que palmean tortillas, vendidas solas
o con cuajada. Otros prefieren los desayunos fuertes: carne con gallo pinto o
arroz y frijoles. También están los que sólo tienen para una galleta y una taza
de café, que compran allí mismo. La gente que va con tiempo más holgado come
dentro de la empresa, en los comedores o en algún otro lugar donde poder
sentarse. Otra gente desayuna en el camino a la fábrica.
Buscando un empleo
Lunes, martes y miércoles son los días de mayor aglomeración ante los
portones del complejo industrial. Una multitud llega en busca de trabajo. Unas
tendrán la suerte de ser seleccionadas a la primera, otros pasarán meses
llegando, con la ilusión de 'tal vez mañana...' El requisito más importante que
debe portar el solicitante de empleo es su cédula de identidad.
Hacia las siete de la mañana varios microbuses y camionetas están ya parqueados
a la entrada de la Zona Franca. Servirán para trasladar a los seleccionados por
los representantes de las diferentes empresas que necesitan mano de obra. Las
encargadas de ingreso -así les llaman a las muchachas que seleccionan personal
en la entrada- escogen en algunos casos al azar o se inclinan por quienes tienen
más en regla sus papeles. Yo fui seleccionada por las representantes de una de
las empresas maquiladoras -en la cual fui inscrita- con otras treinta más. De la
entrada principal de la Zona Franca hasta la fábrica hay dos cuadras grandes con
algunas fábricas dispersas.
Una es la fábrica Rocedes, la única que exhibe su nombre en un rótulo, a las
otras no se les mira el nombre. Ya montadas en los vehículos, todas nos miramos
con incertidumbre. Aunque yo iba recomendada y tenía la seguridad de que me
quedaría trabajando, me contagié del nerviosismo general.
La camioneta se detuvo ante la gran instalación donde trabajaría. Me pareció la
estructura de un campo de concentración, como los que he visto en las películas.
Aunque están instaladas en un complejo grande y con seguridad, cada empresa toma
sus propias medidas. La que me daba trabajo está totalmente enmallada. En la
parte superior de la malla, rollos de alambre de púas la defienden aún más de
ladrones más osados. A la entrada principal de la fábrica, hay jardines con
grama y palmeras enanas que embellecen la instalación. En datos de 2001 esta
fábrica tiene una superficie cubierta de más de 10 mil metros cuadrados y
absorbe a unas mil 300 trabajadoras y trabajadores.
El horario y los 'Diez Mandamientos'
En los extremos de las dos entradas, en letras grandes, pude leer el horario
y 'diez mandamientos' de la empresa.
Horario: 7:00 am - 5 :15 pm y 12 :40am - 7 :15 am
1. Observar el tiempo de entrada y salida. No debe de dejar su puesto de trabajo
sin permiso.
2. Se prohíben estrictamente las faltas de trabajo. Puede ausentarse del puesto
de trabajo solamente con la autorización de su jefe inmediato.
3. Se prohíben estrictamente juegos de azar, ingerir bebidas alcohólicas y
peleas en la fábrica y sus alrededores.
4. Se prohíbe estrictamente tomar materiales y objetos de la empresa sin permiso
y dañar propiedad de la empresa.
5. Se prohíbe estrictamente escupir y tirar basura sobre el piso.
6. Se debe mantener la salubridad y limpieza de la fábrica y sus alrededores.
7. Deben de presentar constancia del MINSA cuando se solicita permiso por
atención médica.
8. Se prohíbe llevar armas de fuego y objetos peligrosos en la fábrica.
9. Se debe develar con mucha atención la seguridad propia y de sus compañeros de
trabajo.
10. Sobre el reglamento del trabajo, observamos las disposiciones
correspondientes de la empresa.
Listas y advertidas
Alrededor de las 7:05 am las trabajadoras y trabajadores ya se encontraban en
sus puestos y las dos puertas se cerraron. Una de las muchachas nos pidió que
hiciéramos cinco filas. Hablaba como lo hacen quienes llaman por parlantes a los
doctores en los hospitales o a los pasajeros en los aeropuertos. Hablaba
caminando y lo repetía todo sin mirarnos.
Habló de los horarios de entrada y de la estricta puntualidad. Habló del marcado
de la tarjeta y del color de la tarjeta: debíamos marcar en la cara azul en los
primeros quince días de cada mes y en la cara roja los otros quince días. Lo de
los dos colores lo repitió varias veces, preguntando si entendíamos. Si la
tarjeta se pierde, no es responsabilidad de la empresa, sino del trabajador. Si
viene a trabajar y no marca la tarjeta, porque la perdió o no la encontró, el
día le será descontado, porque no hay ningún registro de si vino o no al
trabajo, sólo la tarjeta. Y para las tarjetas no hay reposiciones. Nos explicó
que para guardar las cosas de cada quien había casilleros, y quien quisiera uno
debía traer su propio candado. Donde más recalcó y repitió fue en el respeto a
los dos supervisores, uno nica y otro taiwanés. Todos los permisos nos los daría
cualquiera de los dos. Con todas estas advertencias, ya estábamos listas para
entrar a la fábrica.
Nos hablan a gritos
Ingresamos a la fábrica en fila india. Trabajadoras y trabajadores nos
observaban con curiosidad. Nos hicieron subir a un segundo piso, a un cuarto con
viejas máquinas de coser, un ventilador también viejo y unos carteles en las
paredes con dibujos que explican pruebas de destreza. Como si fuera una
grabadora, la muchacha nos volvió a repetir casi todo lo que ya nos había dicho.
Lo único nuevo en su explicación fue el tipo de permisos que podríamos pedir.
Existen dos tipos de permisos: para resolver cualquier problema personal -va a
cuenta de vacaciones- y para ir a una clínica. En este caso, si se tarda más de
dos horas, se asume como un permiso personal. Para conseguir cualquier permiso
hay horas de autorización: en la mañana antes de las ocho, y en la tarde entre
la una y las dos. Fuera de esas horas no pueden solicitarse.
Estando en el cuarto de las máquinas viejas, me pidieron mis documentos. Las
responsables hablan entre ellas de mejor forma, con nosotras es al grito. Mi
única reacción era quedarme mirándolas fijo a los ojos. La forma de dirigirse a
quienes demandan una plaza de trabajo es siempre grosera. Nos gritan haciéndonos
sentir que somos incapaces de entender o de aprender. Nos hablan haciéndonos
sentir que llegamos a pedir una limosna.
Las preguntas eran similares para todas: ¿Dónde vive? ¿Qué experiencia tiene?
¿Por qué salió del trabajo anterior? ¿Tiene problemas para llegar tarde a su
casa o hacer horas extra? ¿Tiene marido? ¿Cuántos hijos tiene? Tuve que mentir
para ponerme a la par de mis futuras compañeras: Mis estudios no llegan al
tercer año aprobado de secundaria, soy madre soltera sin ninguna ayuda del padre
de mi hijo, el niño me lo cuida mi madre, es la primera vez que trabajo, no
tengo ninguna experiencia en la maquila y si me dan el trabajo sería el sustento
de mi hogar... Todo eso dije. En el cuarto éramos treinta y cuatro jóvenes la
mayoría mujeres. Yo era la mayor en un grupo con promedio de 18 años.
Los papeles básicos que piden son: cédula de identidad, carnet del seguro,
partida de nacimiento y dos fotos. Para conseguir los otros -dos cartas de
recomendación, récord de policía, notas y diplomas de estudios- te dan un mes
más.
Destino: el área de empaque
Después de atender algunos casos, una encargada de ingreso me llamó de mala
manera y me pidió mis documentos. Se los llevó y llegó al rato: Doña Fidelina la
llama. Era la Jefa de Recursos Humanos. Recorrí un pasillo sin fin entre el
ruido de las máquinas de coser. Doña Fidelina me preguntó si tenía carnet del
seguro o colilla de pago. No, porque nunca he trabajado, éste será mi primer
trabajo. Estamos jodidos, pues. Y lo resolvió así: La única solución es no
anotarla en la fábrica como asegurada, con el compromiso de que no se lo diga a
nadie, que se cuide mucho dentro de la fábrica y en el camino hasta llegar aquí.
Porque si le sucede algo, la empresa no asumirá nada y diremos que no sabemos
nada y que no pasó nada.
Trabajaría en el área de empaque. Según doña Fidelina, era el de menor peligro y
el que requería menos experiencia. Ya para entonces la cabeza me dolía. Escuchar
a estas dos mujeres repitiendo una y otra vez la misma cosa, sin decirnos quién
se quedaba y quién no era admitida, mantenía en gran tensión el ambiente.
Firmé el contrato. Era por un mes, con un salario básico de 960 córdobas
mensuales (poco más de 60 dólares norteamericanos), más el pago de horas extra.
Recibiría el pago el 15 y 30 de cada mes. De las 34 seleccionadas, contrataron a
28. Buscaron a las de menos edad y menos experiencia. En el grupo de empaque
donde quedé éramos seis. Cuatro nunca habían trabajado en nada. Las demás fueron
ubicadas como dobladoras, en lavandería y tres en las diferentes líneas de
producción.
Salimos de aquel cuarto en fila india. A cada quien la iban dejando en su puesto
de trabajo. Las demás trabajadoras sólo se quedaban mirándonos. No faltaron
hombres que nos chiflaron o nos decían cosas que ellos consideraban un cumplido.
Las seis del grupo de empaque tuvimos que recorrer toda la fábrica hasta el
fondo. La mayoría de las muchachas de esta área dejaron de trabajar y
cuchichearon, unas nos sonrieron, otras nos hicieron señas con los ojos, otras
ni nos miraron. Nos presentaron al supervisor nica, un tal Leoncio. Y otra vez,
nos insistió en algunas de las normas que ya nos habían repetido las señoritas
de ingreso.
La principal norma que nos comunicó fue que si no teníamos problema de
transporte trabajaríamos después del horario normal (5:15 pm). Aquí en empaque
la salida diaria es hasta las 7:15 pm. En ocasiones se quedarán trabajando
todavía más tarde. Esto significa dos horas extra. Las horas de los sábados y
domingos son pago como horas extra. Y esta otra advertencia. Una de las
recomendaciones principales es que no se relacionen con las trabajadoras viejas,
que se mantengan alejadas de ellas porque tienen muchas mañas. Nos preguntó a
todas si teníamos hijos y quiénes nos los cuidaban, buscando averiguar si no
habría después problemas con los permisos. Nos recordó que estaríamos un mes a
prueba y que sólo siendo bien cumplidas en el trabajo nos quedaríamos en la
empresa.
Ruido, pelusa y calor
El supervisor nos distribuyó en diferentes lugares. Dos fueron a las mesas
donde se le ponen las tallas a las camisas: una en la parte inferior de la bolsa
y otra en el cuello. Son unas calcomanías transparentes. En esas mesas también
se pegan el precio y la etiqueta de marca. Después se embolsan las piezas. A mí
me enviaron a Control de Calidad con otras tres. Leoncio pidió a una muchacha
que nos explicara lo que teníamos que hacer. El trabajo consistía en revisar
chaquetas. Estaban sacando un pedido de la J C Penny. No puede llevar hilos
colgados, tiene que estar bien planchada, en el forro no puede llevar residuos
de tiza, deben fijarse bien en la unión de las costuras y en que las rayas vayan
casadas. La tela de aquellas chaquetas era a rayas: tenían que ir en el mismo
sentido y encontrarse un corte con el otro. Si no, 'no pasaba' y la anotaban
como pieza fallada. Dependiendo de lo que uno le encontrara mal en la plancha,
en la lavandería o en lo hecho a máquina, 'no pasaban'. La muchacha que nos
explicó todo aquel proceso sí fue amable con nosotras.
El ruido allí era insoportable y la pelusa que pululaba en el ambiente -las
chaquetas eran de algodón, forradas de edredón- me provocó una alergia
inmediata. Frente a Control de Calidad estaba una de las líneas de producción.
Eran contadas las muchachas que usaban máscaras de protección, solamente cuatro.
Pregunté si la empresa las proporcionaba. ¡Qué va ! -me dijeron-. Si la querés,
la tenés que comprar.
Para revisar las chaquetas, las teníamos que ir a retirar a los planchadores, en
unos tubos que tenían rodos. Cada planchador nos daba chaquetas de seis en seis.
La tarea de planchado la realizan dos: el planchador y la dobladora, o la
planchadora y el doblador. El supervisor iba recogiendo los números de las que
nos entregaban para así determinar el nivel de producción por empleado. Se
trabaja en cadena: primero las líneas de producción, después la plancha, luego
el control de calidad y por fin, el empaque.
Llegar a traer aquella media docena de chaquetas es una tarea peligrosa. El
espacio por donde pasas es estrecho y puedes resultar quemada. El calor es
insoportable por el vapor que expulsan las planchas y por la concentración de
gente. Entre un planchador y otro la separación es de sólo cuatro baldosas (1,20
metros) y en esos espacios transitamos las de Control de Calidad buscando las
piezas planchadas, los encargados de llevar piezas sucias a lavandería, los
encargados de llevar piezas a reparación -'volver a máquina' dicen ellos- y los
supervisores de área. Llama mucho la atención que en un centro fabril con miles
de personas y gran cantidad de productos químicos y explosivos dentro no existan
planes de evacuación en caso de terremoto o incendio, ni haya extintores o
brigadas de emergencia.
En las mesas de Control de Calidad y de Empaque hay dos empleadas que se
encuentran al comienzo de la banda de plancha y realizan el control de calidad.
Tras ellas hay otras dos que son las que 'pistolean' -ponen el precio a la
camisa con una pequeña pistola- y otras dos para 'el pegado de letra' -la talla
en calcomanía en la bolsa y el cuello-. Después, otras dos embolsan según las
tallas.
Al final están las que colocan las camisas según la talla en cada cajón. La que
embolsa tiene que fijarse que la talla sea la que corresponde, y la que coloca
se tiene que fijar que tanto la bolsa como la talla sean correctas. Si no, se
devuelve para la corrección. Las diferentes trabajadoras acuerdan que si alguna
camisa va mala se retorna de inmediato, sin esperar que se acumulen más de tres,
porque si varias salen malas el castigo es perder el incentivo de producción y
llegar más temprano. Todo lo que no esté correctamente hecho es motivo de
amonestación y se paga con una deducción del salario.
Las viejas, las nuevas y el miedo
En la fábrica existen, de hecho, tres grupos de poder: el grupo de
supervisores extranjeros (taiwaneses), el grupo de supervisores nacionales, y el
grupo de empleadas, dividido entre las viejas y las nuevas. Los conflictos más
frecuentes se dan por razones laborales. En un segundo lugar, por razones
afectivas, principalmente peleas entre mujeres por varones. La relación entre
las nuevas empleadas y las que tienen más tiempo en la empresa es difícil.
Llegas a conquistar un lugar y las otras no quieren ceder su espacio. Los
primeros días de las novatas son duros, enfrentadas a las antiguas y a los
supervisores.
Las 'serruchaderas de piso' son permanentes. En los primeros días, y ante los
supervisores, la actitud de las antiguas es de ayuda para tu aprendizaje, pero
en cuanto el supervisor da la vuelta, el trato cambia y te ignoran. Cuando
deseas involucrarte en el trabajo para empezar a hacer lo tuyo, te dicen que te
hagas a un lado, porque si algo sale mal les van a echar la culpa a ellas. El
castigo es quitarles el incentivo por producción. Y así, como no te permiten
hacer nada, lo único que te queda es 'detenerte la quijada'. Poco a poco se
inicia el proceso del miedo. Enseguida te dicen: No es bueno ponerse así porque
al chino no le gusta eso y si te ve que no trabajás, te correrá rápido, no les
gustan las mujeres haraganas, te van a azarear.
Te hablan así para que el temor te invada. No se puede negar que algunas de las
cosas que te dicen son ciertas, pero otras no. Se trata de una cadena de
mensajes dañinos que inicia en las trabajadoras viejas y se transmite a las
nuevas, que poco a poco los repiten a las que llegan. Se arma así un círculo
vicioso de mentiras y verdades. Tuve la posibilidad de constatar las mentiras y
las verdades y también las medias verdades y las medias mentiras. Por lo
general, el grupo de trabajadoras antiguas se ha especializado en maldades y
mañas para que las nuevas sean reprendidas, aún más si éstas demuestran
habilidades para el trabajo.
Ser como todas, ser aceptada
Cuando las muchachas llegan a estas fábricas, tienen que buscar cómo
sobrevivir y la única vía es ser aceptada por el grupo de predominio. Esto las
hace cambiar su forma de ser, su forma de tratar a los demás y muchas veces
hasta su forma de pensar. A menudo, asumen las mañas, los gestos y hasta la
forma de hablar que predominan, buscando comportarse como la mayoría. La moda en
el vestir se impone y todas quieren andar el mismo modelo de jeans y de blusa,
las mismas chinelas, las mismas pinturas. Las camisas del mismo estilo se
compran y venden por docenas, a menudo del mismo color. Todas uniformadas.
Las charlas en las mesas de trabajo están en función de los problemas del hogar
y de los problemas con el novio. Y siempre, algún chisme nuevo que surge en la
empresa. Acercándose el día de pago, platican de cuánto les saldrá, en qué lo
invertirán, las deudas que tienen pendientes por gastos inesperados en el
hogar... En su mayoría, las muchachas que trabajan en el área que me tocó son
adolescentes de 17-18 años. Las mayores tienen 25 y llegaron a la fábrica hace
seis o siete años. La mayoría, por no decir todas, ya tiene responsabilidades
familiares. Hay muchachas de 22 años con tres y cuatro hijos. Y las que llegaron
con uno sólo, al rato de estar en la fábrica empiezan a salir con un muchacho de
la fábrica y al poco tiempo quedan embarazadas. Este patrón se repite en la
mayoría de las empleadas de toda la fábrica.
Las relaciones entre empleados y empleadas son lo común, aun más cuando la
muchacha o el muchacho son nuevos. Y no sólo se dan parejas entre obreras y
obreros, también entre supervisoras nicas y extranjeros. Estos tienen a sus
parejas trabajando en la fábrica, aunque en áreas diferentes. En la maquila se
congregan hermanas, primos, cuñadas y todas las variantes de compadrazgo y
parentesco. Unas son llevadas por otras y recomendadas por los familiares ante
los jefes. Las maquilas están llenas de familias extensas en busca del sustento
para hogares cercanos y emparentados.
Vender, comprar y el hambre que aprieta
También se dan entre las empleadas las relaciones basadas en el comercio.
Dentro de la empresa existe un amplio mercado clandestino: se venden y compran
galletas, caramelos, bombones, chiclets, prendas de oro laminado y medicamentos
sencillos -zepol, tiamina, dolofor y curitas para las ampollas que provocan en
las manos algunas tareas y en los pies permanecer paradas tantas horas-. Todos
estos productos tienen gran demanda y venderlos genera buenas ganancias. Si una
pastilla de panadol se vende en la pulpería a peso, en la fábrica cuesta el
doble. Es mercado clandestino, porque según la empresa no se puede ingresar a la
fábrica ningún alimento y está terminantemente prohibido comprar en el bar en
horas laborables.
El grueso de los trabajadores llega a la fábrica alrededor de las 6:30 am, para
poderse garantizar el incentivo que pagan por llegar por lo menos diez minutos
antes que toque el timbre de entrada. Para poder llegar tan pronto, tienen que
levantarse a las 4 am para preparar el alimento que llevan para el día y muchas
veces el que dejan listo en la casa. Entre las 9 y 10 am, todo el mundo ya está
loco del hambre, porque desde que uno llega no hay ningún receso hasta las 12 am,
hora del almuerzo.
La gente ha buscado alternativas al hambre para poder cumplir con el horario,
muchas veces de quince horas seguidas, e introducen hábilmente en la ropa
pequeños alimentos azucarados para comer o para vender. Tanto comer como vender
a escondidas exige mucho cuidado. Si los supervisores te ven, estás despedida.
Platicando con muchachas que ya tenían tiempo en la empresa, les pregunté por
qué se escondían bajo las mesas para comerse algo. Me contaron un 'caso sonado':
A una muchacha el supervisor la corrió por dunda. No le había arrancado el palo
al bombón que se estaba comiendo, la vio y la mandó arriba (la dirección y área
administrativa). Y cuando una va para arriba, va para su casa.
Las testigas mudas de todo lo que se mordisquea con riesgo en la fábrica son las
mesas. Por debajo de ellas, las trabajadoras se pasan desde galletitas hasta
tortillas con frito y queso traídos desde la casa. Lo más cruel es ver al
supervisor tomar café y comer galletas en la bodega tres veces al día. Esto pude
comprobarlo dos días que me tuvieron en la bodega llenando bolsas con ballestas,
esas pequeñas piezas que ponen duro los picos del cuello de las camisas.
Los supervisores nicas son los que más amonestan a las trabajadoras, a pesar de
que ellos participan de este mercado clandestino. El supervisor de nosotras
vendía curitas y zepol, que tiene mucha demanda para frotarse las sienes.
Constantemente, las mujeres se quejan de dolores de cabeza y ya se ha hecho
costumbre frotárselas a las 10 am y a las 3 pm, cuando llevan ya varias horas
trabajando de pie.
Gritos, violencia y mucho miedo
Los llamados de atención tienen muchos motivos: ser encontrada fuera del
puesto de trabajo, estar demorando la meta prevista, llegadas tardes
injustificadas, falta injustificada de un día de trabajo, conversar mucho, ir
varias veces al baño, pedir muchos permisos para salir de la empresa...
La forma de llamarte la atención de los supervisores nicas y extranjeros es
similar: Todo es a gritos, para que el llamado de atención lo escuche el resto y
así se imponga el respeto y el temor. En mi impresión, los supervisores nicas
son más chinos que los chinos en el maltrato a trabajadoras y trabajadores. Y es
que los chinos les exigen ese trato, si no también los despiden a ellos.
En muchos casos, los llamados de atención no son para mejorar el trabajo, son
sólo una forma de insultar y de desvalorizar el trabajo que hacemos. Las dos
frases favoritas que escuché a los chinos fueron : Esto malo, ¡caballo mucho
caballo! y ¡Tener mucha cabeza de pollo, no entender! Sienten que son las
mayores ofensas que te pueden decir.
Este maltrato ha sido un patrón impuesto por el círculo de dirigentes taiwaneses
con más tiempo de residir en el país. Una de las muchachas me contó que cuando
llega un taiwanés nuevo no maltrata así. Te tratan con respeto, hasta te abren
la puerta para que entres, son gentiles. Después, cambian por la influencia de
los demás, que los fuerzan a ser groseros y al final, si pueden, hasta te dan
una patada. Realmente, no sé si la cultura asiática es violenta, pero
supervisores y supervisoras se salen con mucha facilidad de sus casillas con
expresiones violentamente injustificadas. La mayoría de las faltas que cometen
los empleados en la zona franca no son motivo para verlos reaccionar tirándole,
por ejemplo, un desarmador a un muchacho. El control no parece ser parte de su
racionalidad y con gran facilidad deciden despedirte aunque no exista motivo
alguno.
Esta posibilidad crea un temor increíble entre todos los trabajadores. Me dijo
una compañera: Creo que muchas de estas muchachas nunca han tenido tanto miedo
ni a su padre ni a su madre juntos, como el que le tienen a éste, a Yu, el
supervisor chino. Al final, los trabajadores escuchan los gritos con
naturalidad, y algunos, aunque se enojen, lo único que saben decir es: ¡Qué jode
este hombre!
Los servicios higiénicos: Un refugio multiusos para las trabajadoras y
trabajadores de la fábrica los servicios higiénicos son el sitio donde se
descargan muchas más necesidades que las fisiológicas. Es el lugar donde se
reúnen a comerse una galleta o un dulce, a fumarse un cigarro o a concederse un
descanso. Es el sitio de las confidencias, de desahogar el enojo ante los
llamados de atención de los supervisores y hasta de derramar lágrimas de
arrechura y de impotencia por la represión y el castigo que son la atmósfera de
todo el día. Allí encuentran paz, aunque sea por unos momentos, allí el
supervisor no alcanza.
A pesar de carecer de la más mínima condición de salubridad, este lugar es
considerado un refugio. Se acumulan allí los dolores, a la par de tucos de tela
y papeles sucios, en montones casi del tamaño de los inodoros, en su mayoría
descompuestos. Las costras en los inodoros son gruesas, los fondos de las tazas
son oscuros, la humedad es permanente y las paredes dan la impresión de no haber
sido pintadas desde la construcción de la fábrica. En todas las paredes se leen
mensajes de estilo colegial, desde insultos hasta declaraciones de amor o
confesiones de infidelidad.
Los servicios higiénicos están aseados, o buscan estarlo, solamente cuando llega
a la empresa alguna visita. Entonces los lavan, ponen rollos de papel higiénico
y recipientes de jabón líquido para las manos, aunque para que dilaten les hacen
un orificio tan pequeño, que es más grande la ampolla que te sale de tanto
presionar que la gota de jabón que le sacas. En esta empresa son tres los
servicios higiénicos, cada uno con nueve inodoros. En los doce días que trabajé
en la fábrica, sólo un día ví que la muchacha de aseo los estaba lavando. Me
sorprendí. Después escuché a unas empleadas: ¡Quién sabe quién irá a venir! Ese
día llegaron unos funcionarios del Ministerio del Trabajo acompañados ni más ni
menos que de Gilberto Wong, Secretario Ejecutivo de la Corporación de Zonas
Francas de Nicaragua, la máxima autoridad, quien por sus rasgos orientales se
confundía con una humildad única entre los asiáticos, que lo rodeaban con
grandes reverencias.
Tras quince horas, estallan todos los dolores
El horario normal es de 7 am a 5:15 pm. Más horas de trabajo son asumidas por
la empresa como horas extra. En temporadas muertas, las de poca producción, no
las hay. Como en el hemisferio norte, destino de las prendas que elaboran las
maquilas nicaragüenses, hay cuatro cambios de estación, hay mucha variación en
la ropa que confeccionamos. Los encargos cambian mucho y a menudo se multiplican
nuevas faenas, más largas y más pesadas.
La sección de empaque, área que por lo general sale a las 7:15 pm en horario
normal, tiene que dejar las mesas siempre limpias. Sin ni una sola camisa de
plancha. Para el mes de junio, cuando yo estuve allí, trabajábamos hasta las 10
pm. Otro grupo trabajaba toda la noche. En ocasiones les dan el día para
descansar. Todo está en dependencia del ritmo de trabajo o de las fechas de
entrega del producto. Estas jornadas de más de quince horas de trabajo (7 am a
10 pm) provocan desgastes inimaginables en los cuerpos de las trabajadoras. Sólo
tienen 40 minutos de descanso para el almuerzo y otros 40 hacia las 8 pm, hora
de la cena. Al caer la noche los dolores se agudizan más y brotan todo tipo de
lamentos. Los dolores de cabeza son masivos, también los pies hinchados que no
resisten el peso del propio cuerpo. Abundan los dolores de espalda. Quienes
tienen problemas de várices las muestran a punto de reventar. Sobran dolores
para todos, sin que importen edades o sexo. Y en el botiquín de nuestra área, lo
único que había era alka-seltzer y algodón.
La hora de los sueños
Al final de la tarde, los rostros vistos en la mañana frescos y maquillados
ya están apagados y los ánimos caldeados por las riñas, por las equivocaciones,
por los malos gestos. El cansancio genera susceptibilidad. Tampoco faltan grupos
que bromean para no sentir el tiempo, para matarlo. Entre las mujeres, el tema
más común a estas horas es que se quedarán sin marido, porque llegan tan
cansadas a sus casas que lo único que hacen es tirarse a la cama a dormir.
También es la hora de los reclamos al medio en que nacieron: Si hubiera nacido
en otro mundo no tendría necesidad de trabajar en esto y estaría bien sentada en
mi casa, con mis hijos y con mi marido. O de expresar sueños tan sencillos como
imposibles: ¡Qué no daría por llegar a mi casa, encontrar comida hecha y
caliente, sábanas aseadas y alguien que me llevara la comida hasta la cama!
Otras sueñan con más ambición: ¡Si pudiera entrar a la universidad y sacar una
profesión!
La realidad es que muchas mujeres y hombres al entrar en la maquila, llegan con
el sueño de buscar su superación en este trabajo. No es posible. La imagen que
venden los propietarios es que aquí se gana mucho dinero en un trabajo muy
accesible. Después, el ansia de realizar horas extra para obtener mejor salario
se vuelve adicción. Después, mucho después, se entiende que no habrá superación,
sino solamente rutina, estancamiento y un cuerpo casi discapacitado.
Ministerio del trabajo: el aliado de las empresas
Según lo establecido por el Código del Trabajo, sólo pueden realizarse nueve
horas extra a la semana. En el área de empaque, trabajamos en una semana treinta
y seis horas extra. Con un promedio de quince horas de trabajo diario y sin una
alimentación adecuada, es muy difícil poder resistir este ritmo de trabajo.
El abuso al trabajador y la falta de respeto al Código laboral son conocidos por
el Ministerio del Trabajo (MITRAB), quien debe velar por los derechos de los
trabajadores y regular a los empleadores. Sin embargo, en el actual modelo
económico el MITRAB se ha convertido en protector y aliado de las empresas y
corporaciones de la Zona Franca haciendo oídos sordos a las demandas de los
trabajadores. Es más lo que te demoras en llegar al Ministerio que lo que dilata
la empresa en darse cuenta. Al regreso a la fábrica, lo que uno encuentra en sus
manos es el despido, sin nada que te ampare. La Zona Franca y el MITRAB son la
misma cosa, me dice una muchacha.
El Ministerio como ente regulador de los empleados y empleadores, debería asumir
una postura menos política y más de arbitraje. No puede seguir convirtiéndose en
el soplón de las acciones de los trabajadores y en el guardián de los intereses
de las empresas maquiladoras. El Ministerio debe hacer énfasis en el salario
mínimo y saber realmente qué tabla salarial existe en el sector maquilero. Los
reclamos y comentarios de los trabajadores, después de recibir lo que ganan cada
quincena, demuestran que no tienen conocimiento de la ley, que no manejan el por
qué de sus salarios o las deducciones que les hacen del seguro social, cuando en
muchos casos ni están inscritos en el seguro.
Las obligadas horas extra
En esta fábrica, las horas extra no son opcionales, son obligatorias. Quien
no las trabaja, es despedida. No se consultan. A eso de las 2 de la tarde pasan
la hoja de las horas extra y lo único que tienes que hacer es firmar. Para
evitar que alguien del área de empaque salga de la fábrica a la hora del timbre,
a las 5:15 pm, el supervisor mantiene bajo llave las tarjetas de los empleados.
Así, nadie puede salir ni a escondidas. Para no quedarte realizando horas extra
tienes que pedir permiso al supervisor, que en la mayoría de los casos te dice
que no, y si acaso te lo da, la excusa debe de ser de fuerza mayor y debes
convencerlo.
El pago por hora extra trabajada es de 9.92 córdobas (75 centavos de dólar).
Eso, en caso de que te las paguen, porque según las trabajadoras no les han
pagado horas extra de faenas muy duras. Por comentarios de algunas muchachas que
han trabajado en otras empresas, las horas extra las pagan cuando les da la
gana, y en algunas empresas no entregan los comprobantes de pago, sólo les dan
el dinero, quedándose ellas sin saber cuáles son los ingresos o las deducciones
reales.
La realidad es que no se sabe cómo son reguladas las horas extra ni cómo son
calculadas, ya que hay períodos que se trabajaba la semana completa, incluyendo
sábado y domingo, y la variación en el salario era de apenas 100 córdobas,
debiendo haber sido más por los días y la gran cantidad de horas extra. Hay
trabajadoras y trabajadores que llegan a sus casas a las 12 de la noche o a la 1
de la madrugada, y han de estar en pie de nuevo a las 4-5 am. El desgaste es
increíble y son muchos los que a las 10 de la mañana ya empiezan a tomar
tabletas de supertiamina, para poder aguantar el resto del día.
La apresurada hora del almuerzo
Según el reloj de la empresa, el timbre para el almuerzo suena a las 12
meridiano. Es la hora del desorden, del revuelco total. La mayoría de la gente
sale desesperada, corriendo, como si algo adentro las empujara a huir. La
corredera es por llegar primero al bar para comprar la comida o el refresco que
acompañará lo que trajeron preparado de la casa. Las compras se realizan en dos
bares y en unas mesas donde venden enchiladas, tacos, churritos y frutas. Los
bares no tienen condiciones de higiene. Lo que más abunda son moscas y como
están a orillas de las bodegas, se les suman ratas y ratones. Las cocineras
preparan la comida, la sirven y manejan el dinero sin lavarse las manos. Casi
siempre se vende a crédito, pagando a la quincena, pero como no resulta muy
rentable, muchos trabajadores optan por traer la comida de sus casas.
Los comedores se llenan de gente que come y conversa. Quienes no encontraron
lugar, se sientan en la grama debajo de las palmeras enanas de la entrada. Hay
que comer en 40 minutos. Al sonar el timbre para regresar al trabajo, las áreas
de la comida quedan totalmente sucias, con platos, bolsas y restos, como la
rotonda de Santo Domingo después de un 10 de agosto.
Un servicio de comida corriente con refresco cuesta once córdobas. La ración de
tacos, enchiladas, tajadas con queso o maduro con queso cuesta cinco córdobas.
La mayoría se asocia para comprar un litro y medio de gaseosa. Resulta más
rentable que comprar un vaso. Además de suministrar comida y refrescos, los dos
bares venden también toallas sanitarias, papel higiénico, cigarrillos, caramelos
y chiclets.
Cuando toca hacer horas extra, la empresa asume la cena de los trabajadores. O
como dicen todos: Sale de nuestros bolsillos, de las horas extra que no nos
pagan. Entonces, la comida la encargan en uno de los bares de la empresa. En una
de las tantas cenas que hice con las muchachas que trabajaban conmigo, recibimos
la comida en un empaque. Aquel día nos dieron chancho frito.
Cuando una de ellas mordió la carne, el centro estaba verdoso, pero no le
permitieron comprar otra cosa en el bar y se quedó sin comer. Como uno no sabe
la hora real de salida -¿será pronto o será tarde?- no suele llevar nada
preparado de la casa para la cena. No pude saber si la comida que comerán los
empleados la deciden los del bar o los supervisores, pero casi siempre se están
quejando de la mala calidad.
La hora de los olores
A las 5 pm es la hora de los olores. Pases por donde pases, huele a
desodorantes, cremas corporales, pasta dental, perfumes de todas las fragancias,
que se mezclan con los malos olores de todo un día de trabajo. En los servicios
higiénicos las mujeres se aglomeran en los
lavamanos lavándose los dientes, mientras muchas se maquillan. Impresiona ver
cómo el agotamiento no detiene el arreglo personal. El viernes, sea o no día de
pago, hay aún más tiempo para la vanidad. Es día de cita entre las parejas. Por
lo general, los viernes son raras las horas extra. Dicen que es una política de
la empresa, aunque cuando yo trabajé en la fábrica, no sucedió así.
A las 5:15 pm, cuando suena el timbre de salida para las áreas de líneas de
producción -donde se cosen y arman las camisas- sale de la fábrica el grueso de
las trabajadoras y trabajadores, más de mil. Todo el mundo previene: ¿Ya
cachaste tu tarjeta? Y todo el mundo la busca antes que suene el timbre para ser
primero en las filas.
La revisión rutinaria
Al salir diariamente, no sólo existe el rito del marcado de tarjeta. También
hay que pasar por una revisión corporal. A los varones se las hace un vigilante.
A las mujeres, una mujer de esa misma empresa de vigilancia y una china de la
fábrica. El primer día, como era nueva, salí a las 5:15 pm con el grueso de las
trabajadoras. Marqué mi tarjeta. No sabía nada de la revisión en el portón de
salida. Sólo ví la fila y que las mujeres salían por la puerta peatonal y los
hombres por la entrada vehicular. Como iba distraída viendo pasar la cantidad de
gente que salía de otras fábricas ubicadas más adentro, no me fijaba en las
compañeras que iban delante.
El susto fue cuando me llegó el turno. La china, una mujer muy pequeña que ni me
llegaba al hombro, empezó a tocarme, pasándome la mano desde el pubis hasta la
parte alta del trasero y luego desde el pubis hasta la parte alta del vientre.
Me invadió una sensación de asco y la piel se me erizó. Me invadió un violento
deseo de golpearla y de pegar cuatro gritos. Fue una sensación desagradable que
no había experimentado nunca, ni siquiera cuando en la calle me he encontrado
con hombres morbosos y atrevidos que te dicen groserías. Por un instante pensé
que sólo a mí me habían tocado y que sólo yo había reaccionado así. Pero las
compañeras que entraron el mismo día que yo compartían mi sensación: ¡Uy, qué
horrible que me tocó esa china!, dijo una. Y otra: Yo he trabajado en otras
empresas y nunca me habían tocado así.
Tocarte para imponerse
La forma de tocar de la nica era diferente a la de la china. Entendí que esa
forma de violentar a cada mujer es también una manera de demostrar que los
dueños pueden hacer lo que quieran con las obreras. Es además una forma de
control sin sentido: los jeans que yo llevaba puestos, los de casi todas, nos
quedaban muy ajustados. ¿Cómo me podría alcanzar dentro de mis pantalones una
camisa de manga larga ? Imposible.
Aunque esta tocadera se vuelve una rutina para las trabajadoras, yo no me
acostumbré en los doce días que estuve en la empresa. Cada vez que escuchaba el
timbre de salida, el estómago me dolía sólo de pensar por lo que tendría que
pasar para poder salir a la calle. Hubo días en que el asco me quitaba el hambre
y no cenaba y llegaba a mi casa aún con aquella horrible sensación. Me quedó
claro que la mayor violencia se la hacen a las muchachas. A los hombres los
revisan, pero un inspector nicaragüense sólo les palmotea en las piernas. Según
la dirección, la 'revisión rutinaria' busca evitar que los trabajadores se
lleven piezas de la empresa. En las pláticas que tuve con las muchachas,
contaban que en algunas fábricas quienes siempre sacan piezas de la fábrica son
los hombres, que salen con ellas puestas como pañales. La mayoría los apoya en
estas sustracciones: Está bueno que roben. De todos modos, ellos lo hacen por
nosotras, y por unas cuantas piezas que saquen no es nada lo que se pierde.
Naturalmente, son robos esporádicos y las piezas se comercializan entre los
mismos trabajadores de las empresas.
Enojos y humillaciones
Los registros son parte de un estilo basado en las humillaciones. Un día,
antes de las 10 pm, todas estábamos desesperadas por salir y el supervisor tenía
las tarjetas guardadas bajo llave. Cuando todas le rodeamos, cada una en busca
de su tarjeta para salir más rápido, él tomó todo el fajo y las tiró hasta otra
mesa con violencia y enojo. Las tarjetas se desparramaron por el piso y todas
nos tuvimos que tirar al suelo y arrebatárnoslas de las manos, mientras el
supervisor se reía de su hazaña.
¿Será el exceso de trabajo que dicen tener estos señores la causa de su
comportamiento inhumano o éste se deberá a imposiciones de la administración que
les exige este estilo? En su mayoría, quienes ahora son supervisores, llegaron a
la empresa como el resto de todos los trabajadores. Este fue el caso de una
muchacha que entró a trabajar junto con nosotras en empaque. A los días, ya no
aguantaba el trabajo, le resultaba muy pesado y decidió renunciar. Pero, cuando
llegó a Recursos Humanos a presentar su renuncia, una de las muchachas
encargadas de ingreso le pidió que aguantara unos días más, porque la tal doña
Fidelina andaba buscando una muchacha nueva, con estudios, para que trabajara
como su asistenta. Y la candidata era ella.
Cómo 'cambiar' de personalidad
Al día siguiente, la muchacha que iba a renunciar no llegó a trabajar.
Pensamos que se había retirado, pero a medio día la vimos ir a almorzar con la
élite de la empresa, las de Recursos Humanos. Tienen una mesa sólo para ellas y
ningún otro empleado se puede sentar allí. Como para nosotras seguía siendo
nuestra compañera de trabajo, nos alegramos al verla. Ella no. Ya había
'cambiado'. Pasó al lado de nosotras y secamente sólo nos dijo hola y se fue a
la mesa selecta. Ya se le subieron los humos, comentamos.
Al poco tiempo pude platicar con ella. La pobre mujer me explicó: Me han
prohibido relacionarme con todas ustedes, me dicen que recuerde que yo tengo un
nivel totalmente diferente al de la gente inferior. Es obvio que los
inversionistas asiáticos pretenden crear en las Zonas Francas una
estratificación de clases. ¿Será que en su país pertenecen a la clase superior
que aparentan en Nicaragua o será que quieren retrocedernos a la época de la
esclavitud, menoscabando nuestros derechos a fuerza de menospreciarnos?
Contratos que no se cumplen
Al firmar el contrato en estas empresas, el puesto donde trabajarás es un
acuerdo mutuo entre empleador-empleado. Una firma el contrato conforme a su
experiencia, en el caso de que la tenga en el área que ellos estén demandando
personal. Muchas de las que llegan a solicitar trabajo ya llevan una idea del
sitio donde quedarán o dicen dónde quieren ser ubicadas.
Según lo establece el Ministerio del Trabajo, para que un empleado sea removido
de su cargo, aunque sea de forma ocasional, tiene que existir un arreglo mutuo.
Sin embargo, las trabajadoras realizan actividades no contempladas en los
contratos. Te ubican en cualquier área para que no estés sin hacer nada. A
nosotras, las de empaque, nos tuvieron en otras áreas porque no habían llegado
los accesorios para pegarle a las camisas. Primero, nos metieron toda una mañana
en el área de los comedores armando cajas de cartón para empacar las camisas
Perry Ellis. El cartón tenía señalado por dónde doblar para hacer la caja y la
tapa. A cada una nos dieron cinco cajas. Cada caja tenía 250 piezas y teníamos
que montar 1,250 cajas. A simple vista, la tarea parecía fácil y de poco
desgaste. Sin embargo, a las dos horas, la espalda hormigueaba y se te hacían
heridas en cada mano, incluso profundas, por el roce con el cartón.
Días de lavandería
Aquel día, nos mandaron después de almorzar al área de lavandería. La tarea
era lavar las partes de las camisas que venían señaladas por tener suciedad o
grasa. El pedido que estaba saliendo esos días era de camisas blancas. Teníamos
que blanquearlas con cloro y acetona. En lavandería pasamos dos días y medio,
desde las 7 am hasta las 7 pm, para continuar hasta las 10 pm en empaque.
Dos días en la lavandería nos dejaron las manos totalmente agrietadas. La
combinación de acetona y cloro, sin ninguna protección, nos quemaron las manos y
nos dejaron hongos en dedos y uñas. En la lavandería, donde lavábamos sin parar
28 mujeres, el calor era insoportable. Estábamos al lado de las calderas y el
fuego y el humo se concentraban allí. En la lavandería estaban también los
ruidosísimos sopletes que utilizan para limpiar las piezas que tienen mucha
pelusa.
El pago es por producción y lo menos que debes lavar al día son 700 camisas. Si
no lavas esa cantidad, pierdes el derecho al incentivo por producción. Cada vez
que terminas de lavar cierta cantidad, una encargada anota el número. Pareciera
un mecanismo justo, pero también sucede que si no eres del agrado de la que
anota, ésta cambia los números de tu producción y no puedes hacer nada.
Yo le caía mal, porque cada vez que iba a pedir camisas para lavar, ella me
anotaba menos o no me anotaba nada. Igual les ocurría a otras compañeras. Por
nuestra parte, ripostábamos con mañas para ampliar el número. Sólo humedecíamos
muchas camisas que no estaban sucias, para hacer la mueca y sumar más. Al caer
la tarde, la vida empeora en la lavandería. La luz natural se va y casi no ves.
En invierno, las mujeres se empapan, porque la parte alta de la lavandería no
está cubierta y la lluvia entra a raudales.
En riesgo desde que tomas el bus
Durante los doce días que duró el estudio que realicé viajé en buses del
transporte urbano colectivo, los que utilizan en un cien por ciento los
trabajadores de la maquila. Levantarse muy temprano resulta clave para poder
cumplir con el horario. Tomaba el bus a las 6:15 am. Iban repletos, la gente
colgada de ambas puertas. Son buses viejos y en condiciones mecánicas
deplorables, donde viajar es un gran riesgo. La aglomeración de pasajeros
permite a equipos de carteristas, mujeres y hombres, operar con éxito. A los
hombres les facilita estar manoseando a las mujeres.
Un día, urgida por el horario de entrada, abordé el primer bus que se detuvo.
Venía abarrotado. Me monté por la parte trasera y sólo pude encontrar lugar en
la primera grada, colgada de la puerta. A las pocas cuadras, el bus frenó de
forma tan brusca que me caí de espaldas en la cuneta. El cobrador del bus me
gritó: ¡Andan como dundas, ni siquiera se agarran y después nos echan la culpa!
No hubo nadie que me ayudara a levantarme. Mi opción no podía ser retomar aquel
bus, pero ésa es la única opción que tienen las trabajadoras: sacudirse la ropa
y volver a montar en la unidad que las lesionó. En la fábrica escuché que otras
empresas de la Zona Franca Las Mercedes tienen sus propios buses y realizan
recorridos por algunos barrios de la capital sin ningún costo recogiendo a las
trabajadoras. Nunca pude investigar esto.
¿Nos desarrollarán?
Hasta aquí llega esta narración. No quisiera que de ella se desprendiera una
crítica destructiva. Sólo he querido contar mi experiencia para que podamos
imaginarnos lo que miles y miles de mujeres, también hombres, viven o vivieron a
diario durante semanas, meses y años en las más de cuarenta fábricas
maquiladoras que existen ya en Nicaragua, industrias de las que se espera el
'desarrollo' de nuestra patria y de nuestra gente.
* Yanina Turcio Gómez, es Investigadora de Nitatlapán-Uca, equipo maquila.