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Latinoamérica

Por un nuevo sujeto político

Carlos Ruiz
Revista Surda

El que pasó fue un año en que la política hubo que leerla en las páginas policiales. El lugar del desfile militar por los tribunales de justicia, propio de las violaciones de los derechos humanos, lo ocupó la política formal: diputados, ex ministros, altos funcionarios de gobierno. A los casos de indemnizaciones, de sobresueldos y luego abiertamente de coimas, siguió el robo de información confidencial en el Banco Central y las transferencias fraudulentas de valores de Corfo a empresas privadas. Nadie discutía entonces que era el peor momento de la Concertación. Los oscuros negocios de los señores de la alianza oficialista parecían apurar su descalabro político, esa anunciada ceremonia del adiós, bajo un implacable avance de la derecha.

Pero la derecha no se queda atrás y muestra una decadencia todavía peor. Si la Concertación abría el año con un desfile de ladrones por los tribunales de justicia, la derecha seguía con otro, esta vez de degenerados. Grande ha sido el espectáculo de las fuerzas que animan la política formal.

El sistema político no tiene nada que ofrecer (ni aunque se vista de mujer).

Esto abre un problema de fondo. La permisividad otorgada a las élites por la impunidad que cobijan los oscuros arreglos del pacto de la transición chilena, que además de las violaciones a los derechos humanos abarca los negocios y la actividad de muchos personajes y redes de poder que gracias a ello se tornaron intocables, alentaron prácticas nada presentables.

Pero ocurrió lo que nadie esperaba. La tenacidad de medios de información alternativos, la desesperada competencia de los grandes medios de comunicación, una efectividad desconocida de un poder judicial empeñado en reivindicarse, se confabulan en un asomo de transparencia que empaña aún más la deteriorada imagen del sistema político.

Ante este panorama, la política formal sólo ofrece más de lo mismo. Una derecha que invita a extremar los rasgos excluyentes del modelo político y económico no precisa mayor comentario. Pero tampoco las izquierdas -concertacionista y extraparlamentaria- ofrecen algo nuevo. La tarea de reimaginar la izquierda no se puede hacer desde sus torres tradicionales, sean o no oficialistas. La izquierda actual está agotada, incapacitada para salir de sus viejos nichos, para pensar una alternativa para amplias franjas que no se definen de izquierda y pasar a la disputa de conciencias con una derecha que, pese a todo, sigue avanzando en diversos escenarios sociales.

La izquierda concertacionista no puede hacerlo porque se redujo a administrar un modelo económico y político heredado. Buena parte de ella se acomodó en la élite dominante. Los "Brunner" se unen a unos "Edwards" de sabida responsabilidad en la decisión política del Golpe, el genocidio y el proyecto dictatorial; denostan al capataz Pinochet pero no tocan al patrón del fundo. El consenso excluyente que ponen en práctica trae la reconstitución de la fronda aristocrática, y de la mano del neoliberalismo sobreviene una neoligarquización.

Su sistema político cerrado no da cabida a las nuevas expresiones e inquietudes que surgen en la sociedad, y relega a toda expresión política y social discordante. Mantener la desarticulación social heredada de la dictadura -producto tanto de la represión como de los cambios estructurales- es el secreto de su celebrada gobernabilidad democrática. Esa es la base de la nueva democracia y del desprestigio de la política. Fracasa así la izquierda concertacionista en la tarea de recuperar la humanidad perdida en este país, esa democratización social que tardó décadas en erigirse. De ahí su flaqueza para enfrentar a la derecha: carece de voluntad de transformación.

Pero la izquierda extramuros tampoco es capaz de hacer frente a esta tarea. Reducida a una resistencia en torno a su sobrevida, se sume en una larga crisis de incidencia. De tal suerte, ambas quedan cada vez más carentes de anclajes y legitimidades sociales organizadas.

En suma, la izquierda del siglo XX está agotada. Es más, la épica izquierda del siglo pasado, que a partir del Estado, a conquistar por las urnas o las armas, concibió la superación del capitalismo, ya no volverá a ser. La izquierda del siglo XXI está por imaginarse y abrirse paso.

La Concertación hoy se entusiasma con un próximo gobierno, pero no tiene nada nuevo que ofrecer; ni aunque se vista de mujer. La ausencia de progresismo en el gobierno de Lagos, de marcada opción empresarial, así lo confirma, a pesar de toda su retórica. Y no sólo en el plano interno; en política exterior, el más derechizado de los gobiernos concertacionistas se ata abiertamente a Washington y se aparta de una ola progresista y de integración latinoamericana.

Posibilidad y necesidad de una nueva articulación.

Hoy lo peor que puede pasarle al país es que se profundice el modelo político y económico excluyente. Un gobierno de derecha significa eso. Pero esto no obliga a tener que someternos a una Concertación IV que sea más de lo mismo. Así lo entienden en la propia Concertación quienes pugnan por una alianza amplia, que incorpore expresiones críticas, incluida la izquierda condenada por el apartheid institucional.

El rechazo de algunos parlamentarios a un humillante TLC con Estados Unidos mostró un sector digno en la Concertación. Otros enjuician hoy a la renovación socialista por su destino real, que sucumbe a la razón mercantil, termina igualando democracia y mercado y desdibuja todo sentido socialista. Se trata de una reflexión que apunta a una refundación crítica de las fuerzas que han gobernado el país en el último tiempo.

Mundos antes distantes hoy se acercan y labran articulación. El encuentro de enero pasado entre personajes del llamado progresismo de la Concertación, la Corporación Representa, Fuerza Social y la propia SurDA, es una muestra de ello.

Es que las creencias que sostuvieron por más de una década esta atávica precariedad democrática hoy están en retirada. Cada vez es más difícil esperar un progresismo de una Concertación gobernante. Tampoco opera ya la amenaza del retorno dictatorial que llevó a muchos a aceptar la lógica oscura del consenso. El ocaso de estas creencias hoy abre un desafío que desborda a cualquier vertiente por sí sola. Articular es el verbo de hoy. Ahí deben converger antiguas y nuevas fuerzas, desde sectores honestos de la Concertación y comunistas hasta la SurDA, Fuerza Social y otras expresiones de la sociedad civil. Pero ello plantea a la vez algunos requerimientos.

La SurDA está disponible para enfrentar a la derecha en una alianza amplia, pero no para prolongar la Concertación que hasta hoy hemos conocido, ni para sucumbir a la añoranza de reeditar la vieja izquierda. Los desafíos son muchos y requieren de nuevos caminos, de un nuevo sujeto político para un nuevo ciclo de luchas sociales y democráticas. Por eso lo central es la construcción de una fuerza política y social gestora de nuevas dinámicas y espacios. Una genuina democracia y un orden más equitativo sólo llegarán con una sociedad civil más organizada y participante.

La organización de distintos sectores de la sociedad, su apropiación de los espacios de trabajo, estudio y de vida y su involucramiento en las decisiones que les competen, son la base de la gestación de un sujeto político nuevo, capaz de superar los moldes elitistas de la política actual.

Esto no niega la organización política, pero obliga a repensar su lógica representativa y suplantadora de los actores sociales. En una sociedad desarticulada por los cambios capitalistas el reto es pensar una fuerza más allá de los convencidos. El reto es muy grande, y los atajos autorreferenciales no sirven. La política debe ser reformada por una sociedad civil organizada e incidente. Es la dirección política de la sociedad la que debe ser repensada, y por tanto la práctica política misma tiene que ser transformada si se quiere transformar algo en el país. De lo contrario, estos esfuerzos de articulación no serán sino una más de las escaramuzas cupulares y/o electorales que hemos conocido.

Algunos retos inmediatos.

Para avanzar requerimos líneas que nos acerquen de forma práctica e inmediata. En este sentido hay una cuestión fundamental. Aparte de una identidad antineoliberal, que no suscita mayor discrepancia, hay que añadir otro eje de definición de este nuevo sujeto político: el objetivo de romper el ordenamiento político actual, el binominalismo. Para ir más allá de la retórica y abrir una efectiva práctica antineoliberal, capaz de incidir en la dictación de políticas y frenar cursos de profundización neoliberal, hay que romper el esquema político imperante hasta hoy.

Bajo esta premisa, cualquier asomo de continuismo debe ser enfrentado. De lo contrario, poco avanzaremos más allá de la crítica testimonial en la tarea de la equidad, la democracia, la defensa de los recursos naturales y otras cruzadas que nos esperan.

Hay otro elemento. La constitución de un nuevo sujeto político, tal cual lo urgen los problemas del país y el desgaste de la política formal, precisa de aprovechar creativa y constructivamente las elecciones presidenciales que vienen como espacio de crecimiento y proyección. Las fuerzas que nos involucremos en la empresa de forjar un nuevo sujeto político debemos levantar un candidato independiente. Pero nuestra práctica no puede repetir las ya desprestigiadas formas políticas existentes. No se trata de otra escaramuza electoral más. No podemos delegar la elaboración de políticas a élites asesoras como las que abundan en la política formal. Hay que conformar a lo largo y ancho del país, en los espacios laborales, de estudio, de la cultura y la vida cotidiana, comités y redes de organizaciones capaces de analizar cada realidad local, inaugurando una nueva práctica participativa, construyendo acuerdos destinados a configurar el programa nacional. Allí han de involucrarse decisivamente los intelectuales y profesionales.

Es que no se trata de expresar a sujetos sociales constituidos y diseñar políticas para ellos, sino que se trata de construirlos y, en ese mismo proceso, gestar los programas y las políticas: en caliente. Es la oportunidad de construir una nueva práctica política al calor de sujetos y fuerzas sociales más avanzadas, capaces de superar los pesados lastres del economicismo, el corporativismo, el reivindicacionismo egoísta, así como el basismo y el apoliticismo. Todo ello es parte de la crisis de la política representativa y, como tal, debe abrir camino a una auténtica política participativa.

Es que la formación de este sujeto político no puede ser un proceso cupular ni reducirse a un puñado de "personalidades". Las vanidades y el caudillismo son una pobreza política y mental que, de hacerlo, sólo produce réditos mezquinos de corto plazo. Valga entonces reiterarlo: no estamos disponibles para intentar reflotar la vieja izquierda, en sus versiones extraparlamentarias o concertacionistas. El desafío es construir una nueva fuerza, social y política, con imaginación y audacia. Bajo estos términos nos abrimos a articularnos. Es la dirección política de la sociedad la que debe ser repensada, y por tanto la práctica política misma tiene que ser transformada si efectivamente queremos transformar algo en el país.