Latinoamérica
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En su Centenario
El Neruda Total
Fernando Quilodrán
Rebelión
Buscan los pueblos símbolos que los identifiquen, les confirmen su unidad y
les sirvan para pasear por el mundo su forma particular de ejercer la condición
humana. Sirven para ello tanto los monumentos de la naturaleza como los creados
por la mano del hombre, pero sirven particularmente aquellos mujeres u hombres
que han hecho de su vida misma una obra lograda.
Es ya un lugar común el decir que Chile es el único país que nace a la historia
en forma de poema, hazaña que le debemos a don Alonso de Ercilla. Si eso es
cierto, también lo es que otro poema, el extenso poema que escribió Neruda a
través de su vida, es el que sirve hoy de algo así como emblema, tarjeta o
estandarte de presentación en el mundo. Y es así: Neruda es, o al menos tal es
la más generalizada convicción, el chileno más universal.
En este centenario -1904-2004- nos preguntamos el porqué de este emocionado
estremecimiento que recorre nuestra geografía en torno a su nombre. Como
también, el porqué de las innumerables actividades que lo celebran en la mayoría
de los países del mundo.
Si tan sólo fuera por sus cantos de amor, no tendríamos una respuesta eficiente.
Ni la tendríamos por su sola poesía "política", ni por su "metafísica poblada de
amapolas". Es preciso, entonces, buscarlo en su integridad, no despreciar
ninguna de sus provincias ni desechar su vida como un dato accesorio. Y es
también necesario no hacer de él un hombre sin matices ni dolores ni dudas, para
petrificarlo como una fría estatua ya ganada para siempre por la indiferencia.
Es necesario, en pocas palabras, hablar de él como "El Neruda Total".
¿De quién es el poeta?
Digámoslo de inmediato: poeta, Neruda pertenece a un universo que va más allá de
las letras. Militante del Partido Comunista de Chile, pertenece, como otros
grandes de esta tierra, al pueblo y a su patria.
¿Por qué sigue vivo en el corazón de su pueblo, y mantiene su alto lugar en la
poesía universal de nuestro tiempo?
Decía Stendhal que él escribía para "los pocos felices" capaces de apreciar su
literatura. Es posible que tuviera razón, con respecto a su propia obra, el gran
novelista francés. Pero Neruda escribió para todos los hombres de la Tierra y
luchó para ampliar el territorio de "los pocos felices".
Y su obra obtuvo en vida el reconocimiento admirativo de millones de seres
humanos a lo largo del planeta, y todo indica que cuando cumpla otros 100 años
habrá muchas páginas suyas que mantendrán plena vigencia.
¿Por qué?
¿Quedarán sus "20 poemas de amor"? Sí, mientras exista el amor.
¿Seguirán vigentes "España en el corazón" y "Cantar de gesta"? Sí, mientras no
se enfríen en el corazón de los hombres las llamas o cenizas de la libertad.
¿Persistirá su "Residencia en la Tierra"? Sí, mientras acucien al hombre los
riesgos de la vida y las certezas de la muerte.
¿Persistirá su "Canto General"? Sí, mientras los pueblos del mundo sigan
escribiendo -con risas y sangre, alturas y caídas- su laboriosa saga de combates
y esperanzas.
Este hombre de todo menos mármol, corrió los riesgos de los suyos, a pesar del
espacio de privilegio que la excelencia de su poesía parecía reservarle.
"Sube a nacer conmigo, hermano", le dice al hombre americano, cuya huella en el
tiempo reconoce en la sangre y las lágrimas que ocupan el lugar de cimiento de
toda civilización y cultura.
Su vida y su obra fueron hechas a la intemperie de la historia. Por ello, son
patrimonio de quien quiera acceder o acogerse a ellas. No están garantizadas
contra la crítica ni, mucho menos, contra la incomprensión y aun la
maledicencia.
Es posible oponer a la poesía de Neruda reservas y precisiones que son materias
de la estética. Se puede disentir en cuanto al valor permanente de más de uno de
sus libros y, por cierto, de cada uno de sus poemas. En ese terreno, pueden
contender desde el serio estudioso y el detractor acérrimo, hasta el admirador
exigente y el partidario apasionado.
El amor, el tiempo, la muerte
Neruda es poeta del amor. En la vastedad de su gestión sobresalen los "Versos
del Capitán", sus sonetos de amor, su "Estravagario". Pero también es poeta de
la naturaleza, que escribe de los pájaros de Chile, de sus comidas, y alaba al
aire y al agua en sus "Odas elementales". Se pregunta por los significados
profundos del tiempo, de la muerte, del amor mismo y de su oficio de poeta.
Cuando llegan las "Residencias", es un deslumbramiento. La poesía castellana ha
dado un salto mágico. El mismo Neruda, bien sabía que su intento era algo nuevo.
La aguda percepción del paso del tiempo y el inexorable trabajo de la muerte,
inundan la tierra en que reside:
"Como cenizas, como mares poblándose,/ en la sumergida lentitud, en lo
informe,/o como se oyen desde el alto de los caminos/ cruzar las campanadas en
cruz,/ teniendo ese sonido ya aparte del metal,/ confuso, pesado, haciéndose
polvo/ en el mismo molino de las formas demasiado lejos,/ o recordadas o no
vistas,/ y el perfume de las ciruelas que rodando a tierra/ se pudren en el
tiempo, infinitamente verdes". ("Galope muerto")
Y en "Alianza (Sonata)": "De miradas polvorientas caídas al suelo/ o de hojas
sin sonido y sepultándose".
Y en "Sólo la muerte": "La muerte está en los catres:/ en los colchones lentos,
en las frazadas negras/ vive tendida, y de repente sopla:/ sopla un sonido
oscuro que hincha sábanas,/ y hay camas navegando a un puerto/ en donde está
esperando, vestida de almirante".
En "Débil del alba", nos describe su mundo: "El día de los desventurados, el día
pálido se asoma/ con un desgarrador olor frío, con sus fuerzas en gris,/ sin
cascabeles, goteando el alba por todas partes:/ es un naufragio en el vacío, con
un alrededor de llanto".
Para terminar: "Estoy solo entre materias desvencijadas,/ la lluvia cae sobre mí
y se me parece,/ se me parece con su desvarío, solitaria en el mundo muerto,/
rechazada al caer, y sin forma obstinada".
Y si en "Walking around" concluye con la suprema confesión "sucede que me canso
de ser hombre", en "Unidad" ha dejado una constancia: "Cómo se nota que las
piedras han tocado el tiempo,/ en su fina materia hay olor a edad/ y el agua que
trae el mar, de sal y sueño".
En "Sonatas y destrucciones" dirá: "amo lo tenaz que aún sobrevive en mis ojos".
Los motivos del poeta
¿Por qué escribía Neruda y por qué escribió lo que escribió?
No pretendemos entregar, ni siquiera insinuar, una respuesta "completa", total y
suficiente. Cada poeta -cada escritor, en general- escribe por las mismas
razones por las que otros cantan o se dedican a las matemáticas, juegan al
fútbol, ejercen la medicina o cultivan flores.
Se trata, dicho en otras palabras, de una vocación, de un impulso irresistible.
Algo así como una compulsión.
Aborda el poeta temas que le son caros, acoge y trabaja sus intuiciones para
darles forma, y aspira a que su obra sea conocida de todos. De todos, aunque no
escriba pensando en un "mercado", en la operación anónima y fría de una
compra-venta, ya que no dirige su trabajo al bolsillo sino a la sensibilidad, a
la conciencia de los suyos.
Todo esto para intentar una respuesta -o, al menos, una reflexión- acerca de lo
que pudiéramos llamar "los motivos del poeta". O sea, por qué escribió Pablo
Neruda precisamente esas obras suyas que conocemos, y no otras, y por qué no
pudo sino escribir lo que escribió.
¿Escribiría, de seguir vivo entre nosotros:
"Preguntaréis, por qué su poesía/ no nos habla del suelo, de las hojas,/ de los
grandes volcanes de su país natal", para responder: "Venid a ver la sangre por
las calles"?
Yo creo que Neruda volvería a escribir:
"Sube a nacer conmigo, hermano".
Y: "Devuélveme al esclavo que enterraste!/ Sacude de las tierras el pan duro/
del miserable, muéstrame los vestidos/ del siervo y su ventana".
Repetimos la pregunta: ¿qué hizo que Neruda escribiera esto, que escribiera así?
Una vieja astucia quiere explicar las conductas humanas -y no sólo del hombre
tomado aisladamente sino hasta de los grupos humanos, las clases o los pueblos-
por motivos estrictamente psicológicos. Es claro que la psicología puede
responder muchas preguntas. Pero es más claro que sólo una miseria de elementos
sociológicos reduce las explicaciones de las conductas humanas a "motivos del
alma", a "impulsos reprimidos", a "complejos" de la A a la Z, o a "secretas
pulsiones". Esta trampa metodológica no es nueva, ni siquiera es original.
Sí, jugó y vivió Neruda. Y coleccionó mascarones de proa, anclas, objetos que en
todas las tierras le regalaban o que se empecinaba en poseer para adornar sus
casas. Una de ellas es la de Isla Negra. ¿Por qué colecciona Pablo Neruda
caracoles, mariposas, mascarones de proa, libros? Simplemente porque ama la
materialidad del mundo. Porque venera lo que diariamente dice el gran libro de
la naturaleza a quien quiera acercarse a él. Cuando debe salir del país con un
pasaporte falsificado, pide que como profesión le pongan "ornitólogo". Pero lo
que sobre todo busca es la huella del hombre, la aventura sin fin del que deja
su acento en cada piedra, del que cultivó la papa y la cebolla y dominó las
alturas para instalar allí las construcciones de dura y pulida piedra que aún
resisten al tiempo. Y el fino coleccionista, el delicado esteta, escribe un
testamento en que dispone: "Dejo a los sindicatos/ del cobre, del carbón y del
salitre/ mi casa junto al mar de Isla Negra./ Quiero que allí reposen los
maltratados hijos/ de mi patria, saqueada por hachas y traidores,/
desbaratada en su sagrada sangre,/
consumida en volcánicos harapos".
Es cierto que no bastan la rectitud moral y las mejores intenciones para hacer
de una obra mediocre una alta cumbre artística. Pero no es menos cierto que este
pueblo nuestro posee, junto a la rectitud moral y las mejores intenciones, el
talento y la gracia, la inteligencia y el gesto, para alcanzar las más altas
cimas del arte y la cultura. Véase, si no, la poesía literaria y musical de
Violeta Parra, en opinión autorizada quizás la más alta expresión de nuestra
música -culta o inculta, artística o aficionada; sabida o intuitiva.
Cuando los mejores creadores no han venido del pueblo, lo han buscado, lo han
encontrado y, al asumir sus esperanzas y darles expresión en sus obras, se han
elevado por encima de la condición vil del poetillo de salón o el retratista de
las boletas de compra de los hambrientos de los prestigios del plástico.
¿Acaso no estaría hoy cantando Pablo Neruda como lo hizo toda su vida, pero con
mayor energía en esta hora mediocre, chata y mercantilizada: "¿Qué haré sin
conducir sobre mis hombros/ una parte de la esperanza?"
Todos los registros
Del caudal nerudiano pueden beber todos. En su amplio registro hallan cabida los
dolores y los anhelos, los estupores y las certezas, las alegrías y los amores
de todos los hombres.
Su mirada abarcó todos los espacios, y con lúcida inteligencia dio cuenta de las
injusticias y las desarmonías de un mundo que luchó por transformar con las
armas de su poesía y de su acción cívica.
Porque Neruda -mal que les pese a quienes intentan reducirlo, cercarlo,
acordonarlo en alguna de sus tantas significaciones- fue un luchador social que
enarboló la prosa y el verso, que recorrió Chile y el mundo compartiendo su
convicción de que la realidad es injusta pero redimible y que el hombre -el
hombre plural y concreto de las aglomeraciones ciudadanas y de los campos
postergados- es el centro de esta aventura compartida.
Hoy cumple 100 años este habitante imprescindible, este triunfal enemigo de la
muerte, este amigo fraterno de los oprimidos y compañero de cuantos lucharon y
lucharán por la libertad.
Fue hombre de Paz, pero sabedor de que ella es palabra vacía si no se la
acompaña con Justicia. Coincidía en ello con su compañera de oficio, que le
entregara en su infancia sureña las primicias de la cultura universal: Gabriela
Mistral.
Fue un revolucionario inconmovible en sus aspiraciones de igualdad social, y no
porque ignorara las complejidades del alma humana ni las debilidades de su
vuelo, sino precisamente porque, sabedor de honduras y cimas, aprendió y enseñó
como nadie a ver "la unidad y la diferencia de los hombres" y la tuvo por el
mayor tesoro de humanidad.
Todo esto, a propósito de estos 100 años que encuentran a Neruda en medio de la
polémica, de los intentos por domesticarle en muerte una rebeldía que nunca
lograron acallarle en vida.
Hablábamos de "polémica" en torno a estos 100 años de su nacimiento. Polémica
porque algunos -no pocos, en verdad- se esfuerzan por cambiarle la vida a Pablo
Neruda. Quieren hacer creer que si viviera hoy no escribiría igual que antes.
¿Qué no volvería a escribir Neruda, al decir de esa gente? De creer a estos "refundadores"
de Neruda, él no volvería a cantar: "Dime si sobre el árbol todavía está el
cielo,/ dime si aún la pólvora suena en Stalingrado".
O, como en "Canción de gesta", cantándole a Fidel Castro: "Y si se atreven la
tocar la frente/ de Cuba por tus manos libertada/ encontrarán los puños de los
pueblos,/ sacaremos las armas enterradas;/ la sangre y el orgullo acudirán/ a
defender la Cuba bienamada".
Esto, porque hoy, después de los profundos cambios y retrocesos de que la
humanidad viene recién saliendo, ya un Neruda "modernizado" no celebraría la
esperanza concreta del socialismo ni marcaría a fuego a los fascistas de todo
pelaje, como cuando dice: "Preguntaréis, por qué su poesía/ no nos habla del
suelo, de las hojas,/ de los grandes volcanes de su país natal?", para responder
simplemente "venida a ver la sangre por las calles".
Obligados a reconocer la vastedad de la obra de Neruda, ponen ciertos "refundadores"
el acento, los énfasis del marketing, en el poeta del amor. Como si se pudiera
amar con la hondura de "Estravagario", o los "20 poemas de amor", sin sentir a
la vez: "Quiero que al limpio amor que recorriera/ mi dominio, descansen los
cansados,/ se sienten a mi mesa los oscuros,/ duerman sobre mi cama los
heridos".
"La cama dura de mis hermanos"
Prodigiosa fue la vida de este poeta nacido en Parral y que vivió su infancia en
el sur de Chile hasta hacerlo suyo; que habitó el mundo entero llenando de
experiencia vital y de tiempo trágico su poesía; que recaló en su Isla Negra y
murió entre los humos y las ráfagas de la mayor tragedia de la historia chilena.
¿Cómo no recordar, en esta ocasión, sus funerales -los primeros, porque tuvo dos
tumbas antes de ser llevado frente al mar de Isla Negra-, a los pocos días del
golpe de Estado con que los intereses foráneos interrumpieron el tránsito de la
dependencia a la soberanía, de la injusticia social a la participación más plena
de todos, empezando por los trabajadores? Fue aquélla una demostración del valor
y de la lealtad de quienes se reconocían en un Neruda Total.
Lee Neruda la historia de América con los ojos de los primeros Galvarinos,
Atahualpas y Cuauhtémocs que la poblaron. Para los dictadores, los que vendieron
sus patrias al oro y el fuego enemigos, desprecio y "tal vez, tal vez el
olvido...". Ante el poderoso imperio depredador clama "que despierte el
leñador", que Abraham Lincoln "levante el hacha en su pueblo/ contra los nuevos
esclavistas".
Poeta, sin duda; luchador, combatiente, amigo de su pueblo y de todos los
pueblos. Pero, también, poderoso filósofo cuya sabiduría en pocos lugares de su
obra se despliega más pedagógica y a la vez deslumbrante que en su :Canto
general" un canto para todos. Leyéndolo, ganamos la inteligencia de los hechos
de la historia y sus causas, de los motivos y sus consecuencias.
No, parece decirnos: no es cierto que los pueblos sean culpables. No es cierto
que los humillados tengan la responsabilidad de sus dolores. Pregúntenle a
Cristóbal Miranda, palero de Tocopilla; a Jesús Gutiérrez, agrarista de México;
a Luis Cortés, de Tocopilla; a Olegario Sepúlveda, zapatero de Talcahuano; a
Arturo Carrión, navegante de Iquique. Pregúntenle a Abraham Jesús Brito, poeta
popular; a Antonio Bernales, pescador de Colombia; a Margarita Naranjo, de la
Oficina Salitrera María Elena; a José Cruz Achachalla, minero de Bolivia; a
Eufrosino Ramírez, de Casa Verde, Chuquicamata; a Juan Figueroa, de Casa del
Yodo, María Elena. Pregúntenle al Maestro Huerta, de la Mina La Despreciada,
Tocopilla; a Amador Cea, de Coronel; a Benilda Varela, de la Ciudad
Universitaria de Concepción; a Calero, trabajador del banano, de Costa Rica.
Todos ellos encontraron morada en la sección de su "Canto General" que bautizó
"La Tierra se llama Juan".
Dijo: "Detrás de los libertadores estaba Juan/ trabajando, pescando y
combatiendo,/ en su trabajo de carpintería o en su mina mojada".
Y más adelante:
"Juan, es tuya la puerta y el camino./ La tierra/ es tuya, pueblo, la verdad ha
nacido/ contigo, de tu sangre".