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Latinoamérica

El Big stick contra el espíritu bolivariano

Antonio Maira
Cádiz Rebelde

Los políticos de Washington acaban de darse cuenta de que su Gran Máquina de Matar, orientada contra los países del Eje del Mal –los rogue states-, mata también, aunque mucho menos, hacia el otro lado, hacia el lado de los propios Estados Unidos. Terrible circunstancia. A pesar de la magnífica tecnología para matar desde lejos, a cubierto, y con daños colaterales regulables si es preciso, de vez en cuando sale el tiro por la culata Eso de que la guerra con garantías de impunidad, la "guerra de destrucción masiva unilateral" que con tanta devoción había preparado el Pentágono, se convierta en guerra para todos, como está empezando a ocurrir en Iraq, está causando una tremenda frustración en los EEUU.
La frustración de la guerra que empieza a doler a los estadounidenses les va a llevar a reconsiderar las intervenciones armadas y a reencontrar métodos indirectos de control político y militar sobre los países del Tercer Mundo.
La doctrina de Robert Kaplan, uno de los teóricos de los sectores neofascistas de los EEUU, ha establecido algunas reglas para reactivar los mecanismos de control que se utilizaron en la década de los 70. Nada nuevo. Una de ellas se refiere a las relaciones entre las fuerzas armadas. Dice lo siguiente: "Usar al ejército para promover la democracia a partir de las redes militares y de los servicios de inteligencia. Sostiene que los políticos civiles en las democracias débiles van y vienen, pero los jefes militares y de los aparatos de seguridad permanecen con su influencia tras bambalinas."(1).
La reincorporación de estas viejas ideas sobre las "redes militares y de los servicios de inteligencia", que ahora recoge Kaplan –la "globalización" de los aparatos militares, policiales y de espionaje, bajo control de los EEUU-, a la doctrina militar de los Estados Unidos se hace evidente cuando se encuentran en las declaraciones públicas de los generales de los Estados Unidos. En una intervención de James T. Hill, jefe del Comando sur de los EEUU, ante el Senado de su país, insistía en la misma idea salvadora hace sólo algunas semanas:
"tenemos que mantener y ampliar nuestros contactos de militar a militar, a manera de institucionalizar de forma irrevocable el carácter institucional de estas fuerzas militares con las que hemos trabajado tan de cerca en las últimas décadas".
"Continuaremos trabajando para mejorar tanto las capacidades como el profesionalismo de los militares de nuestros aliados, para que puedan mantener su propia seguridad y ayudar a combatir las amenazas transnacionales comunes".(2)
Ocurre sin embargo que los escenarios naturales para el restablecimiento de estas redes que funcionaron a nivel continental en la América Latina la década de los 70 –la Operación Cóndor- están ahora menos abiertos para la labor "democrática" de los uniformados pentagonales.
En Venezuela -podemos suponer-, la impotencia de los Estados Unidos es doble. Por una parte el aparato militar está empantanado en Iraq y la doctrina que lo ha llevado hasta allí debe estar en franca retirada o al menos en revisión profunda, y por otra, los previsibles agentes locales de la intervención armada indirecta para terminar con la revolución bolivariana –las Fuerzas Armadas de Venezuela- resultaron mucho más contaminadas por el "factor pueblo" de lo que habían previsto los estrategas del Imperio. Sus componentes dispuestos a "combatir las amenazas trasnacionales comunes" -el "populismo radical" en este caso- resultaron escasos y poco combativos para sostener durante más de dos días el golpe triunfante del 13 de abril de 2002. Su movilización fue rabiosamente intentada ocho meses más tarde durante el lock out empresarial y sabotaje petrolero de la intentona de diciembre-enero.
Parece que a esa hermosa creación de redes militares, "irrevocablemente institucionalizadas" para "promover la democracia" del imperio (Hill-Kaplan), le ha surgido un poderoso antagonista: el espíritu bolivariano que está proyectando con su ejemplo el ejército de Venezuela.
En ese frente latinoamericano del proyecto de dominación mundial puesto en marcha por el gobierno de los Estados Unidos, cabe todavía el recurso a la estrategia paramilitar combinada o no con la intervención de un ejército realmente amigo. Esa es la sustancia originaria del Plan Colombia. Para iniciar los pasos previos el Senado colombiano ha tenido la desvergüenza de solicitar la activación de la Carta de la OEA contra Venezuela.
Otra vez Chávez encontró la respuesta precisa:

"Esta es la hora para que seamos libres de verdad, aunque parezca imposible, ya que el mundo se encuentra bajo la terrible amenaza de un poder que no parece detenerse ante nada"
.

Simultáneamente, los Estados Unidos han vuelto a revisar las alianzas "incondicionales" y a promover "alianzas bajo presión irresistible", para activar esa ceremonia anual de vasallaje en que se ha convertido la condena a Cuba por la Comisión de DDHH de la ONU. Honduras actuó de palanganero y la humillada UE de cómplice cualificado.

"Imperio". León Bendesky. La Jornada, 19 abril 2004
"Un general de ‘Las Américas’". Antonio Maira. Cádiz Rebelde 85