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Latinoamérica

4 de mayo del 2004

Colombia
Uribe Vélez, el "karzai" suramericano

Federico Sarmiento
Rebelión

En un país común y corriente, que no fuera esta Colombia sumida en el sueño soporífero de la realidad virtual de los Mass Media y de las encuestas, plantear la reelección de un presidente con los desastrosos resultados (incluso para el mismo Establishment dominante) que ofrece Alvaro Uribe Vélez a la fecha, hubiese sido, o un mal chiste o un desvarío delirante.

Llamado a ser el triunfante Napoleón ungido por el imperialismo estadounidense para derrotar la más formidable resistencia anti-imperialista del hemisferio occidental, la del pueblo bolivariano de Colombia encabezado por las FARC-EP, hoy en día no parece ser más que el "Hamid Karzai" de Sudamérica, pálida sombra de la marioneta afgana en las guerras imperiales de agresión contra los pueblos de este continente.

A Uribe y sus titiriteros, no parece estarles saliendo bien, nada. Su política de "seguridad democrática" adelantada desmantelando el exiguo ordenamiento democrático de la Constitución de 1991 y en contra de las más mínimas reglas de los derechos humanos internacionalmente reconocidos (incluyendo el llamado Derecho Internacional Humanitario), hace agua por todos lados.

Las instituciones estatales, "paraestatizadas" al extremo en el contexto de la estrategia contrainsurgente del Plan Colombia, rebautizado ahora como "plan patriota", tales como el ejército, la policía, la fiscalía, el Congreso, los poderes regionales y locales, etc., se sumen en un profundo caos institucional y de corrupción. Escándalos de corrupción, vínculos con el narcotráfico, flagrantes errores operativos con muertes de civiles inermes y de sus mismas tropas propias bajo el propio fuego, evidencian una escasa eficiencia operativa en la misma estrategia militar contrainsurgente y una baja moral combativa de las tropas.

Para colmo de males para el uribismo, las FARC-EP acaban de sacar a la opinión pública su balance en las operaciones militares en 2003 y en lo que va corrido de 2004, que muestra la crudeza de confrontación armada (un promedio de 12 combates por día) y un creciente numero de bajas entre las fuerzas contrainsurgentes del Estado colombiano (ejército, policía y "paras") que indican que las fuentes militares y de los medios privados de comunicación han venido desinformando sistemáticamente a la población sobre los resultados de la guerra, como parte de una política deliberada de guerra sicológica.

Una demostración de que el régimen no las tiene todas consigo en el campo de la confrontación militar, la constituye la solicitud misma de Uribe de una reelección presidencial para después de 2006, puesto que "el tiempo no le alcanza" para cumplir la promesa de "victoria militar" con la que lo eligió el Establecimiento.

La imagen de incapacidad militar del régimen uribista y de engañosos resultados en su "cacareada" política de "seguridad democrática", también se evidencia en el desespero de los desordenados operativos de las fuerzas militares, en el derrumbamiento del "godzilla" paramilitar, la creciente dependencia militar y financiera del apoyo yankee, y sobre todo, en el desboque de la máquina represiva contra la población inerme (informe de Amnistía Internacional del 20 de Abril de 2004), el arrasamiento de las libertades civiles, y la creciente intolerancia que cada día evidencia el régimen contra sectores del mismo Establecimiento que hasta hace algunos meses lo apoyaban.

De que el comunicado de las FARC-EP del pasado 18 de abril dejó en evidencia las mentiras de los diarios partes militares "de victoria" del ejército colombiano, se colige por la rápida reacción de los militaristas, a través de su vocero oficioso el diario El Tiempo. El domingo 25 de abril dicho diario difundió la noticia, de que sin que el país lo supiera, se estaba llevando a cabo el "plan patriota", diseñado en el Comando Sur de EEUU y ejecutado por la gendarmería colonial del ejército colombiano, con el fin de "cambiar equilibrio de la guerra contra las FARC".

Este tipo de informaciones son un reconocimiento implícito que desde febrero de 2002, cuando se rompieron las negociaciones del Caguan, el ejército ha sido incapaz, pese a la enorme ayuda gringa y el gigantesco flujo de recursos para la guerra, de modificar el "equilibrio estratégico" de la confrontación.

De otro lado, la farsa negociadora de un "proceso de paz" con la federación de pandilleros que tanto le ha colaborado al ejército colombiano en su política de tierra arrasada y genocidio contra el campesinado colombiano y las organizaciones sociales y políticas populares, los "paramilitares", se encuentra en un proceso acelerado de descomposición.

El derrumbamiento de esta tramoya obedece a la contradicción introducida por los condicionamientos impuestos por los estadounidenses en materia de extradición y las aspiraciones a la impunidad, más en relación con el narcotráfico que con los delitos de lesa humanidad de estos capos, para quienes Uribe y su "Congreso" estaban diseñando una ley de "alternatividad penal" a la medida de secuaces y socios de antaño.

En este punto, el resultado de la intromisión yankee en "la política de paz" de Uribe (que está en la base de la desaparición del "prócer" Carlos Castaño) fue, como se suele decir adaptando el adagio colombiano, que "gringo" mata a "viejas amistades". Como afirmaba el estratega contrainsurgente Alfredo Rangel (El Tiempo, Viernes 23 de abril de 2004) estamos "en medio de una guerra interna que continúa, que se va a escalar en el futuro y que para afrontarla requiere con urgencia de la ayuda norteamericana".

Más claro no canta un gallo: para Rangel los "paras" deben hacer un "acto de fe" en el gobierno en lo que a "extradición" se refiere, quizás por aquello que decía en alguna oportunidad Jorge Luis Borges, de que "ser colombiano es un acto de fe".

Sobre el acuerdo humanitario con la guerrilla, también quedaron visibles la farsa y las mentiras uribistas ante la opinión pública nacional e internacional. Tantos meses de argumentos tramposos, demoras, leguleyadas y mentiras, terminaron, cuando Uribe desnudó sus verdaderas intenciones (primero en Neiva el pasado 17 de abril y luego mediante un oscuro y sinuoso comunicado presidencial del 27 de Abril) al rechazar brutalmente toda posibilidad de un intercambio humanitario, en medio de la desazón tanto de los familiares de los retenidos como de los ex-presidentes de la república que promovían dicho acuerdo con las FARC.

La misma declaración presidencial del 27 de abril es mentirosa y tramposa en el mejor estilo Uribista. Así como en los partes militares "de victoria" que reproducen los noticieros nocturnos se mezclan "presuntos guerrilleros" –la gran mayoría civiles inermes masacrados-, "paras" y otros "sectores armados al margen de la ley", en la declaración de anuncio del rechazo gubernamental al acuerdo humanitario se amalgaman temas como la crisis del paramilitarismo, la mentada política de seguridad democrática y el tema del intercambio humanitario, dando pie a lo que los Medios al unísono bautizaron como el "endurecimiento de la política de paz" de Uribe (tal como le gusta a la "clase media").

Tal estrategia informativa busca enmascarar el fracaso de Uribe como gobernante y su total incompetencia para responder no solo con sus promesas electorales a su bloque empresarial ultraderechista sino también para satisfacer las más mínimas expectativas de sus conciudadanos, como lo señaló López Michelsen, al llamar la atención sobre la "satanización" de que había sido objeto el acuerdo humanitario por parte del presidente y sus secuaces.

El caos del país de hoy no puede ser más elocuente. La virulencia, la pugnacidad y la testarudez irracional del Führer colombiano han conducido al país aun callejón de sin salida (pese al beato optimismo de los informes del PNUD y de los "teóricos" del "posconflicto") que mezcla colapso estatal en la "periferia" del país, crisis de gobernabilidad en el "centro", polarización intra- Establecimiento y auge del terrorismo de Estado como única alternativa viable de la política de "seguridad democrática".

Hoy observamos que hay un importante sector del Establecimiento colombiano intimidado con la virulencia uribista, la cual se ha convertido en desbozadamente fascista, en la medida en que emergieron a la luz pública las ambiciones reeleccionistas del "fujimori" colombiano.

Pero el reeleccionismo de Uribe significa también enormes costos históricos para el Establecimiento colombiano y la carta de defunción política del partido conservador en manos de Carlos Holguín Sardi o la atomización del partido liberal, no son los menores. Desde ya se anuncia una "crisis de gobernabilidad" inédita, aún más grave que la vivida en los tiempos de Ernesto Samper con el famoso "proceso 8000" (1994-1998), la cual, aunada al predominio regional de los señores de la guerra del narco-paramilitarismo, hará aparecer cada vez más al régimen de Uribe como el de un "Karsai sudamericano".

Uribe se ha convertido en un peligroso entrampamiento para el Establecimiento que lo eligió, no sólo por el aceleramiento que ha introducido en el caos institucional del "paraestado colombiano", sino por el patético fracaso de sus políticas fascistas y por la profunda crisis de gobernabilidad y de polarización en el país que ha desencadenado su ambición reeleccionista.

Lo peor para él y para la oligarquía colombiana que lo apuntala, es que las noticias que llegan de los frentes de guerra son también inquietantes. Y todo esto pareciera no tener efectos en "la popularidad" del Presidente que difunden los Medios y la "patria boba" no pareciera darse por percatada.

Si Colombia fuera un país normal, a nadie se le ocurriría reelegir semejante desastre.