Latinoamérica
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Así opina uno de los asesores de Uribe
O los paramilitares o la Seguridad Democrática
EL DILEMA DEL GOBIERNO
Alfredo Rangel Suárez
El Gobierno no está en condiciones de aceptar inmediatamente toda la
propuesta de concentración que le hacen los paramilitares.
El acuerdo de Tierralta fue un paso necesario y conveniente, aunque tardío, que
marcó el inicio formal de las conversaciones entre el Gobierno y los grupos
paramilitares. Hay que señalar que el Gobierno tardó más de un año y medio en
dar este paso, que en buena parte legaliza una situación ya existente en San
José de Ralito: allí los paramilitares ya habían establecido su sitio de
encuentro y un lugar de reuniones con los voceros del Gobierno. Así, aun cuando
esta situación era de conocimiento público, nunca las autoridades intentaron
capturar a los paramilitares, por lo que, de hecho, ya estaban suspendidas sus
órdenes de captura.
No hay duda de que es meritorio que el acuerdo sobre esta zona de encuentro se
haya plasmado por escrito, se haya hecho público y haya sido muy claro sobre las
condiciones bajo las cuales se manejará la zona: las instituciones y las leyes
del Estado mantienen su vigencia (aun cuando no se sabe si la Policía va a
permanecer dentro de esa área), no podrá haber presiones sobre la población
civil (¿la reunión de Mancuso con los pobladores fue totalmente voluntaria?), no
podrá haber acopio de armas ni reclutamiento de nuevos combatientes, tampoco se
podrán ocultar ni negociar secuestrados, etc. Todo esto, más lo reducido de la
zona, cien veces menor, marca una diferencia abismal con respecto a la forma
como se entregó la zona del Caguán a las Farc. Por ello, es de esperar que allí
no se cometan los abusos de los paramilitares contra la población, ni
reconvierta en escenario de fortalecimiento militar de las Auc.
Pero si las diferencias son alentadoras, las similitudes son inquietantes.
En efecto, en ambos casos solamente se concentró el equipo negociador con su
guardia de seguridad y el grueso de los combatientes quedó por fuera de las
respectivas zonas de encuentro. En ambos casos las zonas se convierten en
escenarios de propaganda, contactos y visibilidad política, gratis, mientras no
haya tregua. Esto último es lo más grave, pues en el Caguán ocurrió y en
Tierralta ocurrirá que mientras se dialoga en la mesa continuará la violencia y
el narcotráfico por fuera de la zona. Un botón: el mismo día en que se anunció
el acuerdo, los paramilitares secuestraron a seis personas en La Guajira y
asesinaron a dos personas en distintos sitios del país.
Así, a pesar del avance que significa la concentración de los negociadores y el
inicio formal de las negociaciones, los problemas clave del proceso continúan
sin solución: la concentración, la tregua y la ley de justicia y reparación.
Como se ha insistido, para una tregua efectiva se necesita la concentración de
los combatientes. Y aquí empiezan las dificultades. Los paramilitares han
propuesto al Gobierno concentrarse en cinco zonas en los próximos meses.
Allí concentrarían más de cinco mil hombres. Claro, siempre y cuando el Gobierno
ofrezca garantías de seguridad en esas zonas para impedir el retorno de la
guerrilla. Pero, dado que los recursos y el pie de fuerza de la Fuerza Pública
son limitados y que por cada paramilitar inmovilizado en una zona se tendrían
que movilizar allí entre tres y cinco soldados para impedir el retorno de la
guerrilla, el Gobierno se empieza a ver frente a un dilema trágico: tendrá que
escoger entre consolidar y ampliar los logros de su política de seguridad en
muchas zonas del país, o garantizar el éxito del proceso con los paramilitares
ofreciendo seguridad en las zonas donde estos se concentren. O la seguridad
democrática o los paramilitares. Ambos objetivos no se pueden lograr al mismo
tiempo. Es preciso, además, señalar que el margen de maniobra del Gobierno entre
estas dos opciones se reduce si se tiene en cuenta que el Plan Patriota contra
la retaguardia estratégica de las Farc absorberá durante dos o tres años cerca
de diez y siete mil hombres de las Fuerzas Militares en el Caguán.
En consecuencia, aun cuando es el primer interesado por que se cumpla la tregua
para que el proceso recupere credibilidad, el Gobierno no está en condiciones de
aceptar inmediatamente toda la propuesta de concentración que le hacen los
paramilitares y que es la condición de una tregua seria y verificable. Así la
cosas, el proceso podría permanecer en el limbo y en la angustiosa ambigüedad de
una negociación sin tregua, a pesar de que el Gobierno siempre ha afirmado que
sin tregua previa no iniciaría ninguna negociación. Es decir, el Gobierno no
está en capacidad de permitir a su contraparte cumplir su propia condición.
Hubo un error de cálculo: el Gobierno creyó que la guerrilla desaparecería del
escenario muy rápidamente por efecto de su política de seguridad, y ello no ha
ocurrido. Tal vez los paramilitares cometieron el mismo error, pero a diferencia
del Gobierno están aprovechando ese error para darse un aire político, mientras
aquel asume todos los costos. Para acabar de completar el cuadro, el Gobierno no
le ha dado carácter de urgente al proyecto de justicia y reparación, cuya
aprobación en el Congreso sin duda será el punto de inflexión que dividirá a los
paramilitares en dos: los que aceptan las condiciones del Gobierno y se
desmovilizan, y los que las rechazan y continúan en armas. Así está prolongando
la agonía.
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