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Latinoamérica

19 de abril de 2004

Chile: La confesión de los ex CNI que participaron en la Operación Albania
Frente a los asesinos

Jorge Escalante
La Nación

La verdad se ha impuesto después de 17 años. Los falsos enfrentamientos y aquellas mentiras que tapizaron al Poder Judicial en el régimen de Pinochet, son parte de la historia. Hoy los ex CNI confiesan cómo dieron muerte a sus adversarios en un juego de traiciones que inunda los tribunales. El "sálvese quien pueda" parece ser la misión actual de los asesinos.

Sólo horas antes de que se iniciara la Operación Albania, Alvaro Corbalán invitó el sábado 13 de junio de 1987 por la noche a una cena en su casa. Uno de los primeros invitados en llegar fue el ex director del diario La Tercera, Alberto Guerrero. Acudieron también el ex director de TVN Manfredo Mayol; el actual abogado de la Auditoría General del Ejército y uno de los que participó en el crimen del comandante en jefe del Ejército René Schneider, Guido Poli; además del cantautor Willy Bascuñán, autor del himno de lo que fue Avanzada Nacional, el partido de Corbalán. La lista fue larga.

Esta semana en los tribunales a "Don Alvaro" no lo acompañó ninguno de ellos. Pero sí estuvieron en el mismo palacio de Justicia los familiares de los frentistas asesinados de la Operación Albania, quienes miraron por primera vez a los ojos a los asesinos de sus hijos y hermanos.

Ellos soportaron estoicos la prueba, pero a veces debieron salir de la sala de audiencias porque el relato detallado de los crímenes les partió el alma.

Uno a uno, jefes y subalternos, desfilaron por el estrado. Y de sus bocas fueron saliendo detalles, horas, nombres, armas, lugares... también mentiras y verdades, que han quedado establecidas en la investigación y que han permitido que todo lo relevante ya esté aclarado.

Sentados en el sillón de los acusados, los asesinos se frotaban las manos, hacían gestos, se tocaban el pelo, se arreglaban una y dos veces la chaqueta, y algunos tendían a saltar del sillón ante alguna pregunta.

Las miradas de varios de ellos daban miedo: ojos penetrantes, rostros blancos y morenos, voces claras, o medias voces cínicas. Grandes mentirosos la mayoría, que siguen eludiendo hablar todo cuanto saben.

Hombres abatidos por la muerte, especialmente los subalternos. Pero todos convencidos de que lo hicieron bien y que por ello fueron felicitados por su general director de la CNI, Hugo Salas Wenzel. Que incluso pocos días después de la matanza celebró junto a todos los suyos los doce crímenes con la sangre de la carne, pero carne a las brasas en un asado bien comido y bien regado. Todos citados a celebrar, tal como fueron citados a matar el día 15 de junio de 1987.

Presenciar en la sala de audiencias este espectáculo era sentir que se hacía historia, que el registro escrito y fílmico un día sería estudiado en las aulas, pero sobre todo que permanecerá en el disco de la memoria para que nunca se olvide.

Al entrar y salir del Metro o tomando un café se les puede encontrar a los asesinos, porque andan libres todavía, aunque procesados hasta que lleguen sus condenas.

"Y pensar que yo me pude cruzar con alguno en la calle creyendo que era un simple ciudadano", comentó uno de los familiares asistentes a las audiencias.

No era difícil imaginarlos matando, con la cara retorcida por el celo de cumplir la orden. Los últimos siete militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez fueron obligados en la calle Pedro Donoso a encuclillarse con las manos en la nuca en las distintas piezas, y grupos de dos a tres agentes los mataron a quemarropa a la orden de disparar.

UNA SOMBRA

La CNI buscó causar bajas en sus propias filas para transformar el homicidio en enfrentamiento. En las audiencias salieron los antecedentes, las acusaciones de dos ex agentes contra el segundo comandante del Cuartel Borgoño, el entonces capitán de Carbineros Iván Quiroz. De disparar con una pistola con silenciador buscando alcanzar a algún CNI. "Todo es un mito. Jamás disparé contra mi gente", aseguró Quiroz. Pero admitió que tenía una pistola con silenciador, pero nunca impactó a alguno de sus "colegas", ni menos provocó una baja de algún CNI.

Un silencio pesado se hizo en la sala cuando el ex agente Gonzalo Maas relató paso a paso cómo dieron muerte al hombre que a su equipo se le había encargado asesinar. Era obvio que diría que él no disparó, pero no tanto que revelara que le había pasado en ese momento: "Me defequé y oriné de miedo, de terror. Salí arrancando en punta y codo de la pieza". Creía que la CNI lo mataría para justificar bajas "porque era detective y no del Ejército". Esa sombra siempre rondó entre los agentes.

LA TRAICIÓN

La sala estuvo repleta de dramas y fantasmas. Y de traición. Sin presentarse a declarar, el jefe máximo de los agentes, el general Hugo Salas, el mismo que los felicitó dos veces por la misión cumplida, una vez en el auditorio repleto del Borgoño y la segunda levantando la copa, ahora en las declaraciones previas ante el juez Hugo Dolmetsch, los negaba dos, tres y más veces para tratar de salvar su alma. Era tan burda su defensa y evidente su truco, que todos quienes esta vez declaraban en público, oficiales y subalternos, cerraron filas tras el culpable sindicado por el general, el mayor Alvaro Corbalán, el jefe operativo de Corpus Christi.

Corbalán fue el jefe y bajo él estaban subordinados todos los que dispararon, custodiaron, detuvieron e hicieron seguimiento de los frentistas. Pero la orden de matar la dio obedeciendo a su general Salas Wenzel, que apenas iniciado el exterminio, la mañana del lunes 15 de junio de 1987, se fue a La Moneda para reunirse con su jefe, el general Augusto Pinochet.

El dictador estaba perfectamente informado de todo y dio su bendición a las ejecuciones.

La CNI operó exclusivamente bajo su mando. Por eso Salas Wenzel fue tajante con Corbalán:

"Hay que eliminarlos a todos". Todos estos detalles afloraron esta semana, por primera vez en público y de boca de los ejecutores.

La desesperada estrategia del general Salas no convenció al juez y lo procesó igual, por los 12 homicidios.

Su audacia llegó a tal extremo, que le dijo a Dolmetsch que, junto con Pinochet, pretendían cambiar la imagen de la CNI transformándola en un organismo que "produjera sólo inteligencia político-estratégica" y abandonara su labor coercitiva, para lograr que la Cruz Roja la certificara como tal, revisando sus cuarteles y calabozos.

"Lamento no haber podido sacar provecho político" de la Operación Albania, dejando "con vida a los personajes detenidos de gran relevancia jerárquica del Frente Manuel Rodríguez", dijo Salas Wenzel al juez, al acusar a Corbalán como quien "se arrancó con los tarros" ordenando las muertes, con el fin de "hacerme cómplice y obligarme a un accionar más duro contra la subversión y el terrorismo".

Pero la historia era otra, y de ello fueron testigos varios oficiales comandantes de unidades que participaron en el operativo, y que lo declararon sin dudas en las audiencias.

500 FICHADOS

Ellos lo sabían, siempre los familiares supieron que sus hijos y hermanas murieron indefensos y ya totalmente sometidos, al menos en el momento preciso de la muerte. Pese a ello se pudieron escuchar sus suspiros cuando el ex segundo comandante del Borgoño, el entonces capitán de Carabineros Iván Quiroz, admitió en la sala que, al menos para la última fase de calle Pedro Donoso, "se ordenó que se fuera a buscar armas distintas a las de servicio de la CNI para montar un enfrentamiento, y así presentarlo".

El teniente coronel retirado de Ejército Kranz Bauer, tenía 28 años en 1987 con el grado de capitán. Su inteligencia aguda lo llevó a convertirse en el comandante de la Brigada Verde de la CNI, encargada de reprimir al FPMR y al PC. Fue la principal unidad operativa y la responsable de implementar Albania.

Contó que su unidad alcanzó en unos meses a fichar 500 militantes del FPMR, y que "fue mi criterio de selección el que primó" para elegir a quiénes se detendría para implementar la Operación Albania y aplicar un duro golpe al frente y desarticularlo, luego del atentado a Pinochet, la internación de armas a Carrizal Bajo y el secuestro del coronel Carlos Carreño.

Nadie le refutó en la sala cuando afirmó que cuando a las tres de la madrugada del martes 16 de junio de 1987 Corbalán le dio la orden de hacerse cargo para eliminar con gente de su brigada a los siete prisioneros que todavía quedaban vivos en los calabozos del Cuartel Borgoño, él se negó a cumplirla. Un antecedente muy poco conocido de este episodio de la historia reciente. Los elementos de prueba establecidos son coincidentes para avalar su declaración. Claro que Bauer tenía el poder de la información de inteligencia.

Se pensó que se había presentado a declarar con un chaleco antibalas que se le marcaba en la espalda, pero luego se descubrió que era una carpeta guardada. Fue el único, junto a Quiroz, que mantuvo absoluta calma durante las más de tres horas que duró su interrogatorio.

En una probatoria, cada abogado, por cada procesado o en grupos de éstos, lo mismo los querellantes por los familiares de las víctimas, y el Consejo de Defensa del Estado si es parte, como lo es en esta causa, presenta a quienes ha pedido al juez que cite para los fines de su defensa o de la querella.

ASESINO Y LÍDER

Ante la soledad en que quedó el general (R) Salas en la causa cuando sus subalternos destaparon esta semana públicamente sus falsedades, su defensa y quienes lo habían pedido para preguntarlo en el estrado, optaron por retirarlo el miércoles pasado. Su comparecencia iba a ser una catástrofe y todos se chupaban los bigotes por adelantado.

Los abogados Nelson Caucoto y Adil Brkovic por los familiares y las abogadas María Inés Horwitz y Lupi Aguirre por el Consejo de Defensa del Estado, no tenían más que tomar palco para presenciar cómo las defensas de los subalternos lo harían charqui. Especialmente la de Alvaro Corbalán.

Sin la presencia de Salas Wenzel, la expectación se concentra en el lunes de la semana que se inicia, cuando acuda a declarar Corbalán.

Quiérase o no, "Don Alvaro" como con respeto le dicen los que fueron sus hombres para matar, entró ya hace tiempo al cartel de las leyendas de la dictadura, como Carlos Herrera Jiménez. Con la diferencia de que Corbalán tiene la condición de líder y es un asesino ideológico, y jamás reconocerá un crimen ni pedirá perdón.