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Latinoamérica

LA GUERRA DE LA SOJA

Adolfo Giménez*

El monocultivo de la soja en Paraguay avanza con los pasos de un monstruo que seca los suelos, expulsa a los campesinos, contamina el medio ambiente, enferma y mata a niños y adultos. Para abastecer de materia prima barata a los países europeos y a los Estados Unidos se paga este precio altísimo, para que ellos puedan producir carne que después competirá con la producción de los países sudamericanos.
Las fumigaciones masivas con poderosos herbicidas son utilizados por los grandes productores como un arma de guerra y de expulsión mientras altos funcionarios del gobierno intentan evitar el tema. Sin embargo, las principales organizaciones campesinas se han declarado en movilización contra la utilización indiscriminada de los agrotóxicos ante la cantidad de víctimas de una guerra que lleva años, pero que en los últimos años creció en intensidad.
Los diarios de la capital mostraron hace poco tiempo fotografías de criaturas afectadas con la piel levantada por los agrotóxicos en la localidad de San Pedro del Paraná, un cuadro de terror que hacía recordar los efectos del agente naranja en la guerra de Vietnam.
El 21 de enero pasado, en el departamento de Caaguazú, la policía disparó a un camión repleto de campesinos que se trasladaban a una zona de cultivo para evitar la fumigación con veneno. Arzamendia y Robles, dos jóvenes labriegos, recibieron proyectiles de fusiles M 16 y murieron en el lugar, quedando heridos otras diez personas.
Silvino Talavera, de ocho años, hijo de una dirigente de la Coordinadora Nacional de Trabajadoras Rurales e Indígenas (Conamuri) murió luego de una terrible agonía en Itapúa: un tractor fumigador lo roció con veneno al pasar a su lado.
Estos datos parecen no asustar a los responsables, pese a las advertencias hechas que se acerca una catástrofe de mayores dimensiones. Hechos similares se suceden cada día en un nueva tragedia que azota al campesinado de Paraguay como secuela de una economía agroexportadora, latifundista, que enajena el país y destruye a los pequeños productores que son arrojados a la miseria en los cinturones de pobreza de las ciudades, marginados del empleo, de la salud y la educación. El 48 por ciento de la población hoy es pobre y los índices sociales empeoran en una economía recesiva que lleva décadas.
La soja es hoy el principal rubro de exportación del país y su nivel de producción va aumentado: los cultivos ocupan cerca de dos millones de hectáreas de tierras y se estima que en las próximas cosechas se alcanzarán cuatro millones de toneladas de granos.
El neoliberalismo en el campo
La política estatal en las últimas décadas profundizó la dependencia de semillas, maquinarias y agrotóxicos importados, el acaparamiento de las tierras de parte de capitalistas extranjeros (en particular brasileños) que aprovechan su menor costo y la falta de control del cumplimiento de las leyes medioambientales que son letras muertas.
En consecuencia, el campesinado comienza a sentir los efectos de una política de descampesinación neoliberal que con la soja profundiza el proceso de expulsión que antes llevaron a cabo la empresas ganaderas, tanineras y yerbateras, arrasando al mismo tiempo con los pueblos indígenas cuyos sobrevivientes muestran hoy la cara patética de un genocidio que lleva más de 500 años, con niños, mujeres y adultos deambulando por las calles de las ciudades, hambrientos y enfermos.
El gobierno de Duarte Frutos que asumió en agosto del año pasado es una nueva cara de este neoliberalismo, pero con un lenguaje populista. Todo su proyecto económico pasa por un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y sus primeros medidas lo dicen todo:
Reforma fiscal (con el argumento de 'aumentar' los contribuyentes, pero sin tocar la renta), reforma de la caja fiscal del Estado recortando derechos históricos de la jubilación de los trabajadores/as, el aumento del precio del gasoil, la reducción de los gastos sociales mediante la aplicación cada vez más extensiva de los aranceles en salud y educación.
A todo este debe agregarse una nueva campaña por las privatizaciones en el campo de las telecomunicaciones, agua, servicio sanitario y el petróleo, campaña suspendida en el año 2002 luego de grandes movilizaciones populares articuladas en el Congreso Democrático del Pueblo (CDP), hoy inactiva.
La producción de este rubro agrícola avanza de la mano de un gobierno populista y represivo, encabezado por el Partido Colorado que tiene 57 años en el poder y ahora (en un marco de conflictos) pasa al campo neoliberal repitiendo de alguna manera la historia de Menem y el peronismo en Argentina.
La guerra de la soja aún no alcanzó su máxima intensidad y la paz no se alcanzará si es que no se construye una nueva unidad de las organizaciones del campo y la ciudad para frenarla con lucha sostenida. El 'boom' de esta oleaginosa que favorece a un pequeño grupo de capitalistas puede acabar en cualquier momento como suele ocurrir con una materia prima barata, recién entonces es probable que muchos de los que hoy defienden su cultivo vean sus efectos sobre la salud y la calidad de vida de los niños en el campo y la población en general, sobre el medio ambiente, aunque es probable que ya sea muy tarde.
La soja transgénica en Paraguay -de la manera en que se la está manipulando, sin ningún control ni regla- puede constituirse en un corto tiempo en el Chernobyl guaraní.

* Adolfo Giménez es periodista y militante del Partido Convergencia Popular Socialista (PCPS).