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Latinoamérica

Sobre la corrupción

El candidato a puesto de elección que anuncie que va a terminar con la corrupción "de un solo tajo" no solo es un iluso: afirmo que es un irresponsable

Rubén Blades

Aún no sé cuántos años tiene Dios, ni si él celebra su cumpleaños. Tampoco sé a quién le reza Dios. No sé siquiera si reza. Cuando era un niño, estas preocupaciones las consulté con mi abuela Emma, la sabia, y savia de mi casa. Recuerdo que se me quedó mirando fija y largamente, y en vez de responder me dedicó una de esas sonrisas anchas y enigmáticas que solo una abuela sabe regalar a un nieto preguntón.

El primer acto de corrupción, según lo establece la Biblia, fue consumado por Eva y Adán sopotocientos mil años atrás, cuando ignorando las advertencias divinas decidieron probar "la prohibida fruta". O sea, la aparición de la corrupción es un poquito más joven que la creación del ser humano, según lo afirma el sagrado texto. Esto indica que la corrupción es un problema tan viejo como la vida misma. ¿Creó Dios la corrupción? ¿O se creó ella con nuestra ayuda?

Las escrituras afirman que Dios es omnipotente, que sobre su voluntad nada impera. Un argumento teológico sostiene que él decidió conceder el privilegio de la voluntad a su creación humana, y que vio traicionada su confianza.

Esto señalaría que a consecuencia de la irresponsabilidad de los dos únicos representantes civiles en la tierra nace la corrupción, antes de la democracia, antes de la dictadura, antes de Torrijos, antes de Arnulfo. Desde entonces, por más de 2 mil años nuestra Iglesia ha combatido la corrupción sin poder eliminarla de nuestra vida diaria. Hoy, en América, señalamos la corrupción política como la única responsable por la miseria, el caos y la mediocridad de nuestras instituciones, públicas y privadas; la culpable por nuestro encierro en un laberinto de oportunidades perdidas. En Panamá también atacamos la corrupción política. Pero aquí, como ocurre en otras Repúblicas, pocos aceptan o critican el problema de la corrupción personal y/o social. Una multitudinaria complicidad hace el punto inmencionable. Somos países sumidos en la mayor de las hipocresías: la de negar que es la corrupción espiritual nacional la que fomenta, alimenta, ayuda y fortalece la corrupción política que criticamos. La corrupción presupone la descomposición de un ente que es, o que fue sano. En nuestro caso, ¿quién puede afirmar la última vez que el ente público fue sano en Panamá? La descomposición política actual viene gestándose desde hace muchísimo tiempo, imagino que desde el primer Gobierno nacional.

El presente nivel de nuestra descomposición espiritual, a nivel nacional, no soporta ya cosméticas explicaciones, ni dedos señalando a gringos, comunistas o militares como los responsables por nuestra desgracia administrativa. La corrupción requiere de un proceso, no es instantánea: demanda el espacio que da el tiempo. En su creación y desarrollo hemos participado todos y todas, de mil maneras. El reflejo del espejo de nuestra sociedad convierte a nuestras caras en las de los políticos que criticamos como corruptos. El candidato a puesto de elección que anuncie que va a terminar con la corrupción "de un solo tajo" no solo es un iluso: afirmo que es un irresponsable. Si la corrupción en Panamá fuera acabada de un tajo, se nos cae el país. La corrupción lo sostiene, porque está en cada uno de nosotros y en nuestros actos. Bajo las actuales condiciones, más práctico sería votar por el candidato más corrupto.

¿Cómo administrar a un país corrupto prescindiendo de la corrupción? ¿Quién dice que aquí ya no mandan los militares? ¡La corrupción es general! ¿Acaso no es corrupto el que engaña a su semejante, el que no paga impuestos, el que coimea y se deja coimear, el que ignora el hambre del que la tiene, el que no cumple con sus obligaciones, el irresponsable social, el que no reconoce el derecho ajeno? ¿No es corrupción la diaria mentira, la falta de conciencia, la vanidad, la arrogancia, el egoísmo, la ausencia de espiritualidad, de consideración a los demás? En cada uno de los detalles diarios de nuestros actos que elimina nuestro deber para con los demás, está presente el germen de la corrupción. En pretender alcanzar nuestra felicidad a expensas de la felicidad de los demás, está reflejada la corrupción. ¿De qué nos quejamos entonces en Panamá? De la corrupción de los otros, la que nos impide alcanzar los frutos de nuestra propia corrupción espiritual, sin querer entender que los políticos de los que nos quejamos están allí porque nosotros los pusimos allí, con nuestros votos corruptos, nuestra hipocresía corrupta, nuestra indiferencia corrupta, nuestra mediocridad corrupta, nuestro odio corrupto, nuestro cinismo corrupto, nuestra complicidad corrupta. La corrupción en nuestro medio no es la excepción: es la regla. La corrupción en nuestro país no es una aberración: la hemos convertido en un estilo de vida. Incluso, para no identificarla por lo que es, y con eso justificar nuestra utilización diaria, le hemos dado un sobrenombre: "el juega-vivo". ¿Hasta cuándo vamos a seguir con la falsedad de afirmar que es por culpa de los políticos que el país está como está y va como va?

¿Qué político puede salvarnos de nosotros mismos? La corrupción política existe en cualquier sociedad cuando sus ciudadanos participan del proceso que descompone su espíritu, individual, colectivo y nacional. Dicen que la voz del pueblo es la voz de Dios. No creo que a Dios le importe lo que pensemos, ni si decidimos perder nuestro tiempo preguntándonos si él tiene cumpleaños, si él se reza a sí mismo, o a quién sabe qué. Más allá de la inútil y eterna discusión sobre si existe o no un cielo y un infierno, o la patética costumbre de invocar su santo nombre para ganarnos la lotería, o para que gane nuestro equipo, lo que nos debe importar es que estamos aquí, que existimos, y que, en el marco de un misterio impenetrable que nos da la oportunidad de vida, somos los únicos responsables por nuestras decisiones.

¿Existe Dios? Solo en la medida en que nuestro espíritu pueda reconocerse en la idea del bien. ¿Queremos acabar con la corrupción política en Panamá? Empecemos por enfrentar individualmente nuestra corrupción espiritual. La eventual respuesta a nuestros problemas sociales dependerá de nuestro poder de recuperación individual y colectiva, a nivel espiritual. La esperanza quizás una vez fue gratis. ¿Hoy? Hoy tenemos que justificar la razón por merecerla.



El autor es abogado y cantante