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Latinoamérica

31 de enero del 2004

México: Testimonio de un ex preso político de la UNAM
Cuatro años después... seguimos de pié

CGH-Ho Chi Minh

"¡Tú eres un pinche porro ¿verda' cabrón?!". Apenas le iba a responder y seguía: "¡cómo no!, a ver si aquí hacen sus desmadres". Era la madrugada del 3 de febrero del 2000, y el frío entumía los músculos y calaba hasta los huesos. Ya nos había tocado la bienvenida: un golpe en las costillas a cada uno de los 43 fue el saludo al bajar del autobús que nos trajo de la PGR. Terminando el "conteo" nos condujeron a una pequeña estancia para quitarnos las prendas que pudieran parecerse al uniforme de los custodios, a los que llevaban pantalón negro se los rasgaron con una navaja para arrancar en una pierna, la tela de la rodilla para abajo, yo ya sin cinturón ni agujetas, apenas caminaba sosteniéndome el pantalón, hicieron que me quitara la playera y me aventaron una chamarra verde de piel muy chiquita que recogieron del suelo. De ahí formados al patio de la zona de ingreso, para que el jefe de custodios nos diera las instrucciones, a las que casi nadie ponía atención, todos nos manteníamos pendientes de ver o escuchar indicios de nuestros demás compañeros, que debieron llegar ahí un día antes por la tarde. Mientras tanto, desde el área de clasificación de internos algunos presos comunes nos daban el recibimiento, muy a su manera: "¡ cuuuulo les va a hacer faalta, culeeroos!".

Al terminar de leernos la cartilla, entre bravatas e insultos, el carcelero se fue, dejando a tres de sus acompañantes a cargo. Pensé que venía lo peor, se acercaron mirándonos cuidadosamente y uno de ellos se detuvo frente a nosotros para decirnos: "no le hagan caso, así es ese güey, pero nosotros los apoyamos". Se nos enchinó la piel, era como una pequeña caricia en medio de los golpes de todo el día y fue ahí cuando aprovechamos para expresarnos, para decirles que luchábamos por la educación de todos, incluyendo la de sus hijos. Notábamos que querían decirnos algo más, pero su trabajo se los impedía, así que sólo sonrieron, asintieron con la cabeza e indicaron: "Ahorita van a servicios médicos, y luego regresan".

Caminamos en la oscuridad, al llegar a la enfermería vimos que nuestras compañeras salían de ahí, ya con el uniforme beige de presidiario. La alegría era mutua, se veían cansadas pero en buen estado. Apenas pudimos intercambiar palabras: "¿cómo están?, ¿cómo las han tratado?", y ellas "no se preocupen, todo va a estar bien". El "examen médico" fue breve, nada de checar signos vitales, enfermedades, padecimientos o alergias, se trataba sólo de desnudarse frente a la doctora, y dar un par de vueltas mientras ella miraba despreocupada y distraída, para luego ordenarnos ponernos la ropa y salir.

De regreso a la zona de ingreso nos asignaron las crujías por grupos, 10 o más persona para cada estancia de 2 metros por tres, con 2 literas de concreto y los inservibles lavamanos, retrete y regadera. Fue una cruda noche, sin cobijas ni colchón y con el viento invernal entrando entre los barrotes. Me tocó dormir en una de las planchas de menos de un metro de ancho con dos compañeros, tres horas de sueño y la primera lista del día. "Todos arriba" ordenaba uno de los custodios que pasaba celda por celda pegando con su macana en los barrotes, las películas se quedaban cortas.

Nos abrieron las rejas y salimos al pasillo, entre las seis y las siete de la mañana, cansados, hambrientos y con la mugre de varios días encima. Hincados frente al guardia, él gritaba el nombre y apellido paterno de cada uno y nosotros respondíamos con nuestro apellido materno. Informaron que bajaríamos por bloques a desayunar y que teníamos 30 minutos para bañarnos; en toda la zona 1 sólo servían dos regaderas, así que tuvimos que apresurar el paso, el agua helada nos despabiló y bajamos al "comedor". Un té caliente, de un sabor que nadie pudo averiguar, un bolillo y un plato de huevo en salsa verde fue el menú, que devoramos sentados en el piso a falta de mesas y sillas, y con los dedos porque están prohibidos los cubiertos.

Así vivimos, aislados del resto de los presos e incomunicados de la banda de afuera durante varios días, con las rejas de las crujías abiertas pero la del pasillo cerrada, sin poder salir al patio y con derecho a llamadas telefónicas esporádicas. Tres pases de lista y ranchos (comidas) al día, dormir y nada más. A las 10 de la noche todo debía estar tranquilo y en orden, cada preso en su celda y las entradas, salidas, pasillos y crujías cerrados. Tuvimos tiempo para conocernos, platicar, pensar y recordar.

El primero de febrero habíamos despertado temprano en el CCH, con la amenaza de que los "antiparistas" llegarían en marcha a romper la huelga, así que salimos a defender con vallas, pero sobre todo con argumentos, las instalaciones, la huelga y el movimiento estudiantil. Los que hicimos guardia nocturna éramos más que los que pedían reanudar clases sin ganar el pliego petitorio. No nos quitó mucho tiempo, fue cuestión de invitarlos a una asamblea conjunta para discutir el levantamiento o no de la huelga para que los funcionarios esquiroles se espantaran y se llevaran rápidamente a su rebaño. Siempre le han temido a la discusión.

Cuando todo se normalizaba nos avisaron que en la FES Zaragoza la situación estaba mucho peor, y pedían apoyo para escudar a nuestros compañeros y contrarrestar la violencia de los antihuelga. Llegamos decenas de estudiantes para construir una valla humana frente a la entrada de la FES. Una o dos horas de espera fueron suficientes para que las partes acordaran convocar conjuntamente una asamblea general de la Facultad, y sin más nos retiramos. Desde esas horas ya había rumores de que la Prepa 3 había sido tomada por los porros, pero nada confirmado. Llegamos al colegio y escuchamos la radio, era cierto, ya no teníamos la tres. Queríamos ir deprisa, pero no podíamos, para un grupo de compañeros era martes de cocina y nos tocaba estar preparando la comida para los brigadistas de todo el día, café para las guardias, etc. Vimos un camión lleno de estudiantes que salía a la preparatoria y nos resignamos a quedarnos.

Un poco más tarde escuchamos en las noticias que al lugar ya habían llegado cientos de "paristas" y "seudo estudiantes" del CGH para recuperar las instalaciones que los "estudiantes universitarios" les habían quitado "pacíficamente", pero que no eran suficientes para lograrlo. De inmediato sacamos unas cajas de cereal, leche, huevo y salimos corriendo hacia la prepa. Llegamos un poco tarde, afuera ya habían contingentes de casi todas las escuelas de la UNAM y los porros de adentro les arrojaban piedras.

Poco a poco fuimos tomando fuerza y logramos acercarnos hasta la reja de la entrada. Las puertas no soportaron más la presión de los zangoloteos y de pronto las vimos abiertas de par en par; todos corrimos al interior, el ambiente estaba impregnado de coraje y desconcierto. Algunos estudiantes cayeron en la trampa del gobierno y participaron en la cacería de porros e infiltrados, que unos cuantos provocadores de consigna iniciaron para golpearlos y sacarlos violentamente, enrareciendo aun más la situación. Ninguno de los "antiparistas" era estudiante de la escuela, eran porros, trabajadores de confianza de Auxilio (¡) UNAM y gente de escasos recursos comprada con 50 pesos para estar ahí. Detuvimos a estas personas y leímos una declaración ante la prensa para mostrar lo que realmente pasaba, después de eso los dejamos ir. Ya para entonces el cuerpo de granaderos tenía rodeado el lugar, y en los medios se decía que estaba en camino la recién creada Policía Federal Preventiva (PFP), que más que por policías, está constituida por militares, disfrazados de gris.

"¡Júntense, júntense!", y todos nos reunimos en el estacionamiento de la preparatoria, en un círculo compacto, cientos de estudiantes aferrados brazo con brazo. Obscurecía y escuchábamos consignas de los padres de familia, organizaciones populares y estudiantes que nos apoyaban desde el camellón de enfrente. De repente, entre gritos de furia y desesperación venidos de afuera, sonó la marcha de las botas militares. Dentro, la resistencia y la tenacidad, la incredulidad y el miedo; las lámparas de las cámaras de televisión nos alumbraban desde el techo de la caseta de entrada. Un compañero nos informó que en la radio estaban diciendo que en los disturbios había resultado muerto un estudiante, "ya nos cargaron a un difunto" decía.

Vimos de frente a los pefepos, como verdaderas bestias comenzaron a arrojar las bancas, sillas y mesas que resguardaban la entrada. Nadie corrió, sin hacerlo explícito decidimos mantenernos unidos y esperar lo que viniera. Espontáneamente cientos de voces comenzaron a lanzar, cada vez más enérgicamente, apunto de desgarrar las gargantas, las porras, los cantos, los himnos y las consignas que durante más de 9 meses nos hermanaron, todos juntos al unísono, sin saber lo que iba a ser de nosotros. Con martillos botaron los candados y entraron corriendo, rodeándonos totalmente. Nos mantuvieron así al menos una hora, casi no veíamos lo que pasaba, era una noche sin luna y los flash's de decenas de cámaras cegaban la vista.

De pronto comenzaron los empujones, no podían hacer mucho frente a todos los medios de comunicación, así que intentaron introducirnos a la oscura privacidad del interior de la prepa, pero no lo lograron, todos nosotros empujamos y con trabajo nos conservamos firmes. Entonces, los militares de la primera fila empezaron a jalar a los estudiantes que se encontraban en el contorno, y por más resistencia que opusimos no logramos evitar que los arrancaran, uno a uno, de la masa. Golpes, zapes, puntapiés, jalones y empujones nos llevaron a los autobuses entre filas de "preventivos". Yo me aferraba a dos de mis compañeros, los más pequeños; uno de ellos estaba mal, trataba de gritar pero no podía respirar siquiera, caminaba y sus piernas se doblaban, tuvimos que cargarlo de los brazos y nos empujaron hasta el primer autobús, pero ahí ya no cabía un alfiler, ni de a mosquita, así que entre tropezones, escudazos y patadas nos llevaron al tercero y ahí nos metieron.

Algunos compañeros lograron escapar entre los camarógrafos y las muestras de apoyo que no paraban: "¡no están solos!". Pero nosotros no tuvimos esa suerte, cerraron las puertas y comenzó el viaje, que si al Campo Militar número uno, que si al Reclusorio o al Ministerio Público (MP) de la PGR, nadie lo tenía claro. "¡Estamos secuestrados!" escribían y gritaban por las ventanas varios compañeros, "somos estudiantes de la UNAM y nos están secuestrando". Uno que otro automovilista que se percató de lo que ocurría, se unió a la pequeña caravana de coches que los padres de familia tenían detrás de los autobuses para resguardarnos. Pasamos frente a unas oficinas del PRI, y ante los gritos de auxilio de los universitarios, los ocupantes respondieron "por fin, hasta que se nos hizo".

Nos llevaron al MP de Camarones, en Azcapotzalco, bajamos de los autobuses y nos condujeron al interior del edificio, asediados por judiciales armados apuntándonos a la cabeza. Nos detuvieron en un patio rodeado de oficinas e inició el fichaje: fotos de frente y perfil, huellas digitales de todos los dedos de las manos, nombres, apellidos, domicilios, escuela o facultad de procedencia y hasta nuestro número de cuenta de la UNAM querían. Los representantes de la Comisión Nacional de "Derechos Humanos" más bien fungían como gendarmes que incitaban a los estudiantes a declarar por la fuerza.

Se hizo de día, era el 2 de febrero y nos pasaron a los separos, habíamos dormido en el suelo de aquel patio. La torta y el té que nos dieron por la noche habían surtido efecto, primero nos hicieron dormir (no se si por algún somnífero agregado o por el alivio de haber comido algo, yo más bien creo lo primero) y ya para la mañana muchos estábamos enfermos del estómago. Por más que insistíamos no nos llevaban a ningún médico, hasta que alguien comenzó con la protesta, seguido por todos los demás: "¡tenemos chorro, tenemos chorro!", pegando con los puños en los cristales. Al fin se apareció un doctor y nos dijo que no teníamos nada, "sólo tomen agua y ya", recetó.

Ahí pasamos todo el día, con incertidumbre y retorcijones en el estómago. Era ya de noche cuando abrieron las puertas: "¡fórmense, manos a la nuca y mirando al piso, van a salir corriendo!". Cientos de familiares y amigos nuestros se encontraban fuera pero no pudimos ver a casi nadie, todo fue muy rápido, apenas alcanzamos a alzar la "V" de la victoria y nos subieron otra vez a los lujosos autobuses para llevarnos al Reclusorio Norte (RENO), acusados de terrorismo, sabotaje, asociación delictuosa, motín, robo agravado, lesiones agravadas, despojo y daño en propiedad ajena. En el camino, con la PFP de acompañante, nos obligaron a ir con las manos en la nuca y la frente pegada al respaldo de adelante. Al poco rato oí ruidos raros y se me ocurrió alzar un momento la mirada, vi como uno de los policías le daba un golpe en la cabeza a un compañero, de tal modo que con la inercia del zape el respaldo le alzara la cara, y de inmediato el flash, le tomaron una fotografía.

Pues ahí estábamos, hacinados en pequeñas celdas de la zona de ingreso del RENO y llegó el 6 de febrero.

Desde las 8 de la mañana se decía que la PFP ya había tomado Ciudad Universitaria, pero nadie lo creía. Teníamos llamado en el juzgado, así que todos los del bloque 2 nos preparábamos, en cuanto abrieron la reja un estudiante de Veterinaria bajó corriendo a hablar por teléfono, unos minutos después nos confirmó la noticia: "sí entró la policía". De golpe nos entró un espasmo; la tristeza, el miedo y el coraje se apoderó de nosotros. Fuimos en silencio a los juzgados, nadie decía nada, cruzamos los primeros tres retenes internos, donde pudimos ver en la televisión las imágenes de la PFP caminando por la explanada de la rectoría, manchando con sus botas militares nuestro auditorio Che Guevara. Los custodios, trabajadores de limpieza y oficinistas nos miraban, unos con alegría y los más con compasión, caminamos por ese largo túnel, húmedo y frío, para subir las escaleras y llegar al juzgado sexto. Nos sentamos en el suelo, silencio absoluto, segundos después un compañero comenzó a llorar, abrazando sus piernas entre la media luz del corredor, nada podía contra el desamparo.

Poco tiempo después llegaron las compañeras, desde temprano pudieron ver la televisión y sabían también la noticia, pero su actitud era diferente. Nos vieron decaídos y con una fortaleza impresionante nos alentaron rápidamente con el grito de guerra de los estudiantes presos: "¡ánimo delincuencia!". Nos aseguraron que "la lucha no ha terminado, vamos a salir de aquí y ya verá el gobierno como le va a ir", "esto está comenzando". Aun cuando su tristeza era evidente, su gran espíritu de lucha nos hizo entender que no era el fin del mundo, que debíamos sobreponernos y enfrentar la situación con entereza.

Terminó la audiencia, ese mismo día cumplió años una estudiante de Economía y ya con el ánimo un poco repuesto hasta Las Mañanitas le cantamos, y regresamos a la zona de ingreso. Al llegar vimos a 5 de nuestros compas que cayeron presos ese día, ya con el uniforme beige y pasando por todos los fichajes del reclusorio. Los saludamos de lejos, también se veían fuertes. "Agarraron al CGH de madrugada en el Che", fue lo único que pude entender de lo que nos trataban de decir desde donde estaban.

Ese mismo día pudimos pisar el patio por primera vez, los rayos del sol se sentían raro en la piel, tanto tiempo sin ellos. Al principio sólo podíamos salir tres horas, y encerraban en sus crujías a todos los demás, pero conforme pasó el tiempo conseguimos tener contacto con todos los presos políticos, y los comunes también, con quienes por cierto, la relación mejoró constantemente, era de esperarse, todos ellos son la franja de la población más golpeada por el sistema, los que roban por pobreza, por hambre y por desempleo, así que entendían perfectamente nuestra lucha, y la compartían.

Hacíamos asambleas, teníamos comisiones y organizamos varias actividades, inclusive con donaciones establecimos una biblioteca para todos los reclusos, políticos o no, de la zona. Pero no sólo la organización, también la resistencia traspasó los muros, cuando afuera el CGH hacía sus multitudinarias manifestaciones por nuestra libertad y por la solución de las demandas, dentro del RENO también nosotros marchábamos, salíamos con banderas de huelga y carteles, nos formábamos por contingentes y a la hora señalada arrancábamos la manifestación. Había representaciones de prácticamente todas las escuelas, colegios y facultades de la UNAM, y hasta de la UAM y el Colegio de Bachilleres, todos dando vueltas al patio: "¡ de norte a sur, de este a oeste, ganaremos esta lucha, cueste lo que cueste!". Desde el primer y segundo piso nos arrojaban hojas de papel hecha pedacitos como confeti; ochos, olas y hasta oradores especiales: dos de los asesores del CGH asistieron a una de nuestras marchas y dieron su discurso al final, entre cientos de prisioneros políticos. Por dentro la cárcel se estremecía totalmente, "¡el preso consiente se une al contingente!", gritábamos al pasar por la entrada al patio, y muchos reclusos comunes atendían nuestro llamado y se sumaban a la manifestación; los técnicos penitenciarios y otras personas salían a mirar, para ellos era algo inusual, insólito.

Un día llegó un compañero agitado informando que un custodio le había pegado a un compa de la Prepa Dos. De inmediato salimos de las celdas y nos concentramos en la entrada de la zona de ingreso, quitamos a los técnicos penitenciarios y empujamos la puerta, estábamos decididos a llegar hasta donde el custodio, pero llegaron refuerzos policiacos y no pudimos avanzar más. Ante esto decidimos hacer un plantón en el patio, "no nos movemos de aquí, ni pasamos lista hasta que hablemos con el director del penal y despidan al custodio". Así lo hicimos, una comisión logró llegar hasta la dirección mientras nosotros esperábamos pacientes. Llegaron los técnicos a pasar lista y nos negamos, no lo podían creer, menos los presos comunes quienes nos miraban incrédulos y alegres. Un rato después llegó la comisión e informó: "llegamos con el director y ya despidieron al custodio".

Desde una huelga de hambre hasta torneos de ajedrez, siempre teníamos algo que hacer o que impulsar: círculos de lectura, discusiones, asambleas, reuniones de áreas, guerras de toallazos, invitaciones a comer (en la crujía de al lado por supuesto), etcétera. Pero sin duda la lucha más tenaz y valiente la hicieron los miles de estudiantes, padres de familia, trabajadores, campesinos y maestros que fuera de los muros, de las mallas ciclónicas y las púas del reclusorio, mantenían en defensa del derecho a la educación, y por nuestra libertad.

La enfermedad se pagaba caro en la cárcel, con los intensos fríos muchos sufrimos de tos, gripa y anginas. Una vez llegaron unas personas a repartirnos y leernos el "ABC del interno", donde se explican "los derechos y obligaciones" de todos los encarcelados, nos sacaron al patio y nos sentaron a todos para escuchar. Yo estaba muy enfermo, trataba de oír lo que se decía pero no me concentraba, ni siquiera podía sostener la mirada. El mareo, el frío y la fiebre me obligaron a recostarme, cuando las nauseas ya no me dejaron soportar más fui con los técnicos penitenciarios a pedirles que me llevaran al doctor. Me respondieron que "aquí no estás en tu casa, dame tu nombre y nosotros te llamamos después". No sé que pasó el resto de la tarde, poco a poco fui sintiéndome mejor, la fiebre y la gripa estaban cediendo, me la pasé durmiendo y ya para el otro día en la noche lo grave había pasado, volví a dormir y a la mañana siguiente, por ay de las 11 hrs. un estafeta (preso que la hace de mensajero) me gritó, era día de ir a los tribunales, tomé mi llamado y fui a la entrada, "aquí estoy" les dije, me miraron y preguntaron "¿tú pediste un doctor?".

Principios del año 2004, miren que el tiempo corre. Hace algunas semanas fui al CCH, un amigo y yo platicábamos sobre la huelga y un estudiante de ahí, también amigo nuestro, escuchaba. Una experiencia tras otra y de pronto nos vimos rodeados de muchos chavos más. Lo tenía presente, aunque no me había puesto a reflexionar: todos los que oían eran unos niños cuando la huelga estalló, a lo sumo estudiaban la secundaria, y el tema les llamaba la atención, les interesaba e inquietaba. Muchos se impresionan por la tenaz resistencia y se sienten orgullosos de ser parte de su continuación, a otros les da miedo, tristeza o rabia, pero todos saben que su estancia en el bachillerato universitario es fruto de esa lucha, que sin ella probablemente no hubieran llegado y otros no tendrían la certeza de poder continuar, por eso sus preguntas de ¿y cuándo fue?, ¿cuántos?, ¿dónde?, ¿cómo?, ¿por qué?

Casi diez meses duró la huelga universitaria, desde el 20 de abril de 1999 hasta el 6 de febrero del 2000. Con ella decenas de miles de estudiantes de la UNAM sacudimos a la sociedad y enfrentamos una de las más grandes campañas de difamación que los medios de comunicación hayan realizado contra algún movimiento popular en México. Al final derrotamos al neoliberalismo, encerraron a 998 estudiantes, muchos incluso por varios meses, pero vencimos, prueba de ello es que la UNAM sigue siendo gratuita, no hay colegiaturas y se han ido eliminando los demás cobros ilegales. Además le dimos un duro golpe al aparato de espionaje y represión de las autoridades, la correlación de fuerzas que dejó la huelga mantiene en mucha mejor posición al movimiento que antes de ella.

Siempre hace bien recordar, no sólo para contemplar el retrato que nuestro pasado nos ofrece, sino para conocernos a nosotros mismos, para entender el por qué somos lo que somos, y por qué estamos donde estamos. Y es que cada quien es lo que ha vivido, lo que lo ha rodeado y forjado: el lugar donde nació, las escuelas, los parques, los amigos, la familia, los juguetes, el comedor de casa, la cama, los libros, las costumbres... en fin, todo lo que a cada paso se nos topa de frente para ser parte de uno mismo.

Ya han pasado 4 años desde que la PFP entró a nuestra universidad y rompió la huelga del CGH, pero el tiempo en estos casos no transcurre, porque ahora, los mil estudiantes que caímos en las mazmorras del gobierno, ya no sólo somos las aulas en las que estudiamos, las bibliotecas y los auditorios, las platicas de pasillo con nuestros compañeros y profesores de clase, ahora también somos el gris de la policía militarizada, somos los gritos y los golpes de los custodios, los muros y las mallas de púas. Estas heridas ahora nos pertenecen, y no importa cuanto tiempo pase, somos y seguiremos siendo los barrotes verde agua del reclusorio, esos de los que no escapamos durante días, semanas o meses al abrir los ojos por la mañana en el primer pase de lista, ni al pegar la oreja a los vidrios rotos para escuchar las consignas de nuestros compañeros que noche a noche nos confortaban.

Sólo hace falta ver ese retrato del pasado para entender que todo esto es y será siempre parte de nosotros, como la misma sangre, igual que las guardias frente a una fogata defendiendo la escuela de porros y ladrones; las brigadas al metro, camiones, plazas y mercados para llevarle nuestra voz al pueblo; las multitudinarias, enérgicas y feroces marchas en defensa de nuestra universidad, en protesta por la pretendida privatización que el Banco Mundial y la OCDE ordenaron, y que el gobierno federal ya se apresuraba a concretar.

Eso es lo que somos y es por eso que aquí seguimos, 4 años después, con la frente en alto vislumbrando las resistencias del futuro, de pie.