Latinoamérica
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Sobre enemigos y adversarios
La esperanza, ¿expresión pequeño burguesa?
Carlos Santiago
Bitácora
-¡Sir! la fuerza opositora crece.
Nuestros enemigos son cada vez más poderosos.
-Se equivoca, aquellos son nuestros adversarios.
Los enemigos están de este lado, entre nosotros.
Un diálogo atribuido
al primer ministro británico.
Winston Churchill
La agudeza de Churchill era inconmensurable. Su ironía y la justeza de sus
argumentos políticos, sus agudos comentarios, daban cuenta de un pensamiento
conocedor de las alternativas cambiantes y, por supuesto, de la condición humana
que se entrelaza de manera sólida con las coyunturas que se verifican en cada
orden de la vida.
Por ello, más allá de reseñar hechos – que, chocolate por la noticia, es
el elemento sustancial del periodismo - permítasenos tratar de reflexionar sobre
algunos temas que se verifican en la complicada transición entre el gobierno
colorado aún en funciones y, por supuesto, el entrante, una inédita experiencia,
pues uno de los contendientes tradicionales luego de 174 años de historia, ha
cambiado.
Decimos complicada, pues se están verificando – a ojos vista – hechos
bochornosos en la administración, con nombramientos, ascensos, cambios de
destinos, consolidación de privilegios, todo un escándalo innecesario, sobre el
que pende la necesaria revisión de todo lo actuado que desde el pique mismo a
anunciado la administración entrante.
Es malo tener que señalar, verificando que el gobierno saliente, al que le
quedan pocas semanas de gestión, sigue haciendo las cosas mal. ¿Por qué decimos
esto? En razón de que, ni siquiera en las postrimerías de su gestión - quizás la
última del Partido Colorado por décadas - se han podido sustraer de prácticas
clientelísticas, producto de un funcionamiento de país en qué el "enganche"
político fue siempre consecuencia de este fenómeno.
Recordemos los "clubes" políticos de antaño, verdaderos centros de reclutamiento
de funcionarios para el Estado, que durante décadas fueron el camino de ingreso
a la administración pública.
Casi ninguna persona que haya pasado por la administración - con algunas
excepciones que confirman la regla - pudo sustraerse en el pasado de recorrer
ese camino, tortuoso y esencialmente hipócrita, en que "un padrino" político, en
base a la tarjeta de recomendación, abría puertas y abarrotaba oficinas de
personas que por su sola presencia - claro, ¡había que justificar funciones! -
hacían cada vez más engorrosos los trámites en un mar de sargazo burocrático
que, en algunos casos, todavía se mantiene y que empantanaron, a nivel de
parálisis, la función estatal.
Qué no se interpreten estas palabras como una crítica a quienes debieron
utilizar ese mecanismo para poder insertarse en la función pública, una de las
únicas salidas laborales que existían en esos períodos con ciertas perspectivas
de desarrollo, que hicieran posible la concreción de sueños de una existencia
digna en este país formado, desde su fundación, por campesinos pobres que de
manera aluvional llegaron a nuestras costas, reales parias económicos de casi
todos los principales países que hoy conforman la Unión Europea.
| Fueron los que construyeron al país, los que impulsaron su progreso, sectores
progresistas que llevaron en su momento a José Batlle y Ordóñez al poder, un
modernizador que colocó a nuestro pequeño territorio, con forma de corazón, en
uno de los sitiales más avanzados del continente. Un país rico en su relación
producción extensiva – población. Un país de pocos habitantes que contrastaba
con la fertilidad de su suelo y, por supuesto, con la riqueza que se producía.
Un país que logró vivir períodos de holgura, especialmente, cuando las materias
primas sin elaborar eran apetecidas por un mundo convulsionado por
conflagraciones bélicas que destruyeron a Europa.
Uruguay creció en base a exportaciones redituables. Y, por supuesto, se derrumbó
cuando ese fluir de riqueza, por otras razones, se redujo. Es lo que pasaría en
este momento, cuando el país crece a muy buen ritmo como resultado de la buena
colocación de carne en el mercado estadounidense, a donde va el 70% de nuestros
saldos exportables. ¿Qué pasaría con la política exportadora, impulsada y
ideologizada por el presidente Jorge Batlle, si mañana se modificaran esas
contingencias comerciales? ¿Por qué no se explica claramente que paralelamente
al crecimiento de las compras en EE.UU. han caído, de manera sintomática, las
que se realizaban en otros destinos?
Se da la extraña paradoja de que un país donde la población, abrumada por la
crisis, luego traspasar un largo proceso vinculado a luchas populares y a una
concientización creciente de la población, eligió a un presidente socialista,
viva una dependencia tan peligrosa como abrumadora en su comercio exterior, a lo
que se debe sumar, como coletazo de la desastrosa política económica de
"manual", una deuda externa tan gigantesca como impagable en la actual coyuntura
del país.
Por ello pensamos que Tabaré Vázquez debe emprender una enorme cadena de
equilibrios en que, cualquier desliz propio o fortuito, puede determinar
contingencias de difícil solución para un país empobrecido y, ¿por qué no
decirlo de manera cruda?, con parte de su población hambreada como consecuencia
de mecanismos aconsejados por los organismos multinacionales de crédito para
impulsar su modelo foráneo para el "desarrollo" económico que fracasó en forma
rotunda.
A lo ancho y largo del país están las muestras del descalabro que, por
contingencias propias del rebote de la economía basado, en lo fundamental, en la
compra de carne por parte de EE.UU., parece haberse comenzado a revertir. Hay un
mayor poder de compra en algunos sectores de población; se venden más vehículos
que en los años anteriores, los shopping están atiborrados de compradores
impulsados por las sorprendentes ofertas.
Sin embargo la cadena de locales cerrados, donde antes funcionaban pequeños
comercios, talleres de distinta índole, y muchos etcéteras más, muestran que
todavía en la economía uruguaya no circula la cantidad de dinero necesaria para
volver a la situación previa a la crisis que se detonó al día siguiente a la
devaluación en Brasil (13 de enero de 1999) y que tuvo como su vortice de
dramatismo el año 2002, cuando se produjo el gigantesco descalabro bancario.
A esa altura ya vivía el país el proceso de "astringencia" sobre la sociedad, a
la que se le extraían recursos presupuestales y para presupuestales, achicando
la economía. El Estado dejó de comprar, pues los ministros de Economía Bensión,
Atchugarry y Alfie, resolvieron utilizar los dineros de todos, recaudados por la
vía de los impuestos, los que tenían fines precisos, en su "salvataje" fallido a
los bancos que después igualmente se derrumbaron.
Esa "astringencia" que se vivió en la economía uruguaya y que sigue siendo la
piedra angular de la actual conducción, algunos la siguen aplaudiendo, pues con
ella se revirtieron los números de algunas cuentas. Pero esta la contracara: esa
misma política fue el factor determinante de la actual situación que tiene como
resultado perverso a ese millón de personas que viven por debajo de la línea de
la pobreza.
Hoy los reclamos son generales. Mientras en Economía se baten palmas y se
reciben las felicitaciones de los organismos multilaterales de crédito, diversos
ministerios están en ruinas. Los docentes y los policías siguen recibiendo los
sueldos más bajos de la historia del país, la investigación científica – factor
innegable de desarrollo – fenece por carencia de fondos, la actividad privada –
en razón de que el Estado redujo sus compras – debió achicarse a niveles nunca
vistos anteriormente, expulsando a miles y miles de trabajadores.
La mejoría de las exportaciones – vendemos los mismos productos que a principios
de siglo, sin mano de obra incorporada – que tiene una evidente importancia
coyuntural, ha mejorado algunos índices pero, el país en su conjunto, sigue
postrado esperando que alguien modifique la orientación y comience a derramar,
como es necesario, riqueza en los bolsillos de los uruguayos para que el ciclo
de la economía se reanime con fuerza.
La esperanza es un sentimiento pequeño burgués, nos decía hace algunos años un
amigo marxista leninista o marxista y leninista (no recordamos muy bien la
significación de aquel embrollo ideológico), al que el materialismo se le había
subido a la cabeza y adaptaba su vida a sus rígidas convicciones. Sin embargo
hoy, cuando estamos viviendo un período de transición, entre el último gobierno
del Partido Colorado y el primer gobierno de la izquierda en el país, esa
palabra, "esperanza", es la que puede describir con más claridad nuestro estado
de ánimo.
Tenemos la esperanza en que, con claridad y mesura, el nuevo gobierno reactive
en ciclo económico, sin lo cual todas las otras cosas se convertirán en
esperanzados proyectos muy difíciles de cumplir. Y tenemos confianza – quizás
otro sentimiento pequeño burgués, como los que criticaba mi amigo – en los
hombres que están al frente del proyecto entrante que a partir del 1ro de marzo
se convertirán en los gobernantes que tratarán de enfilar el barco del país,
contra viento y marea, rumbo al progreso.
Y por eso – como sostenía Churchil – es bueno que desde ya se definan enemigos y
adversarios, que no son la misma cosa.
(*) Periodista. Secretario de redacción del diario LA REPUBLICA y del
suplemento Bitácora. Montevideo. Uruguay.