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Latinoamérica

Barbarie y omisiones

Octavio Rodríguez Araujo
La Jornada

Los linchamientos en Tláhuac han tenido muchas interpretaciones. Yo me permito resumirlos en dos hechos: una masa irracional que comete dos asesinatos (y un tercero posible), y dos conjuntos de autoridades que dejaron actuar a esa masa, por omisión, negligencia e irresponsabilidad.
El primer hecho es que, con provocadores o sin ellos, un grupo humano golpea y mata a dos personas, quemándolas. Poco importa si estas personas eran policías y lo que estuvieran haciendo en San Juan Ixtayopan. Es, por donde quiera que se le vea, un acto de barbarie que no tiene justificación, ni siquiera por "usos y costumbres" o porque una masa enardecida se rebasa a sí misma y lleva a cabo actos que individualmente (supongo) nunca realizaría. Tampoco sirve decir que los linchamientos se han cometido antes, más de cien en los últimos 15 años, o que en países desarrollados también los ha habido (en Estados Unidos contra supuestas brujas y, desde luego, contra la población negra en manos del Ku Klus Klan u otras organizaciones semejantes).
Hay algo que se llama civilización, les guste o no a los defensores de las antiguas tradiciones, y una persona civilizada es, entre otras cosas, alguien que no dispone de la vida de los demás. Por eso quienes nos creemos civilizados estamos en contra de la pena de muerte, por brutal y dañino socialmente que haya sido el criminal, por legítimo que sea el gobernante que la aplica o aunque esté contemplada en el orden jurídico vigente.
Tampoco se justifica esa barbarie por el hecho de que los policías linchados fueran sospechosos de lo que la gente haya creído. Si yo veo un auto ocupado por personas estacionado frente a mi casa, por varios días y en actitud sospechosa, llamo a la policía, no le aviento una bomba molotov. Todos sabemos el daño que puede hacer un rumor propagado, y creído por la gente. Ha habido grupos humanos que jurarían que vieron un ovni o la aparición de la virgen, por sugestión. Y que se cuide el que se atreva a decir, en medio de una masa sugestionada, que no es cierto. Esto pasa incluso en las asambleas, por eso son tan fáciles de manipular. La razón queda relegada cuando una masa ha aceptado una verdad inducida… y conveniente al momento de que se trate. Sigue siendo un misterio por qué individuos considerados socialmente normales actúan de manera ignominiosa cuando se encuentran protegidos por el anonimato de la masa. Dejémosles el tema a los filósofos y a los psicólogos sociales. Por lo pronto sabemos que hay gente que incluso paga por ver peleas de perros o de gallos, no sólo por las apuestas sino porque les gusta la barbarie. Quiero suponer que no es el caso de Tláhuac, sino más bien la exacerbación de los ánimos entre una población con fuerte y quizá justificado rencor social.
¿Lo sucedido en San Juan Ixtayopan hubiera ocurrido en Polanco o en Bosque de las Lomas donde la gente vive muy bien? La relación de linchamientos que hizo Jesús Ramírez Cuevas en su reportaje de Masiosare (La Jornada, 28/11/04) sugiere que estos se han dado en barrios y pueblos deprimidos económicamente, y buena parte de ellos con alta densidad de población rural y de escasos medios de subsistencia. Otro tema de investigación, ahora para sociólogos, y quizá también para antropólogos. Una compañera zapatista de Oaxaca me dijo alguna vez que entre los zapotecas el que mataba o violaba a una mujer era amarrado a un árbol y quemado vivo. Me dijo que eran los usos y costumbres. No me gustaron esos usos y costumbres y, aunque me critiquen, me parecen incivilizados. Sí, en cambio, los que se siguen en Chiapas: el que mata a un jefe de familia no va a la cárcel, estará obligado a trabajar en la comunidad para mantener a su familia (que de otra manera quedaría desprotegida) y a la familia del muerto, pues la privó de quien provee. Muy sabio, me parece.
Por lo que se refiere a las autoridades policíacas, tanto de la PFP como del Distrito Federal, bastaría recordar que su papel es proteger a quien es amenazado de muerte, sea por una persona o por un sector de un pueblo. El asesinato, individual o colectivo, es un delito, y si la televisión pudo estar ahí para registrarlo, antes que ésta debió estar la autoridad. No hay pretexto, ni legal ni logístico. Los mandos de la Policía Federal Preventiva y los mandos de la policía del DF debieron dar la orden de intervenir, la primera porque por ley puede actuar ante delitos en flagrancia, la segunda porque es su obligación. Alguien tiene que ser responsable de la no intervención policíaca. Deberá pagar las consecuencias. Este es un tema de investigación ministerial o, como en las películas gringas, de la oficina de "asuntos internos", si es que existe en México.
PD: El ejemplo de Tláhuac es muy peligroso. El lunes pasado, en las inmediaciones de Tlalnepantla, Morelos, los integrantes del autodenominado movimiento popular persiguieron a elementos de la PFP (caminos) que detuvieron a un conductor ebrio que provocó un feo accidente en la carretera. Tuvieron que llevarlo a otro municipio para presentarlo a las autoridades correspondientes. ¿No hay pena por obstrucción de la justicia, o la gente puede hacer lo que le dé la gana?