Latinoamérica
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Socialdemocracia e izquierda en AL
Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada
Los años 70 del siglo XX marcan un punto de no retorno en la reconstrucción del
orden capitalista. Su desarrollo no puede ser integrador. La exclusión social,
económica y política es parte de su estructura. Por consiguiente, las batallas
de los trabajadores abriendo espacios democráticos y conquistando derechos
laborales y civiles se truncan y sufren un proceso de involución que continúa
abierto en la actualidad. Sólo por razones ideológicas en tiempos de la
guerra fría, en el mundo occidental, se realizan concesiones en el ámbito
socio-laboral para contrarrestar la influencia de los partidos obreros, la
fuerza del socialismo y el comunismo en lo político y social. Al concluir la
Segunda Guerra Mundial, el enemigo deja de ser el nazi-fascismo. El peligro real
vuelve a ser el socialismo, la revolución proletaria, los comunistas y los
partidos de izquierda. Si por un breve periodo en la historia del capitalismo la
lucha contra el Holocausto suscita la unión de voluntades, ese espejismo se
desvanece tras el juicio de Nuremberg. En el siglo XXI la recuperación de las
prácticas del Reich permite su renacer sin necesidad de la esvástica. La
economía de mercado se impone con su ideología de la globalización destruyendo
la quimera del capitalismo como una sociedad de integración social, pleno empleo
y redistribución de la riqueza. Asimismo se evapora la ideología socialdemócrata
que sustenta dicho argumento.
Si la lucha contra el nazi-fascismo supone un instante de sensatez, el triunfo
sobre las fuerzas del Eje desata la locura en el orbe capitalista. Una
interpretación ad-hoc unirá fascismo, socialismo, nazismo y comunismo.
Tardará dos décadas en acoplarse; pero se consigue gracias a los millones de
dólares invertidos y los muchos ideólogos dedicados a imponerla. Violencia,
muerte y campos de concentración se asocian a la disidencia, los Gulag, la
revolución bolchevique y los comunistas. Se trata de dar vida a una explicación
del socialismo fundada en la destrucción de la persona, la inteligencia, la
iniciativa privada y creadora de la vitalidad humana. La Unión Soviética y,
desde 1949, China son junto a sus llamados "satélites" los enemigos de las
libertades y del mundo occidental. Mundo que pasa a representar los valores de
la cultura y la civilización cristiana frente al comunismo ateo, icono de la
muerte. Este relato construye un capitalismo sin explotación ni desigualdad cuyo
éxito se debe al buen hacer del mercado y del acceso de los trabajadores al
consumo de bienes. La socialdemocracia sería el resultado de dicho proceso.
A pesar de esta visión maniquea, los trabajadores, las clases sociales
explotadas del mundo occidental, ven en el socialismo y el comunismo una
respuesta y luchan por superar las estructuras de explotación capitalista. La
revolución, los partidos de izquierda y la acción sindical constituyen su
realización militante de lucha reivindicativa. En este contexto, la revolución
anticolonial en Asia, Africa y América Latina toma cuerpo en movimientos de
liberación nacional durante las décadas de los 50 y los 60 del siglo XX. El
capitalismo emprende su cruzada y le asigna un nuevo papel a la socialdemocracia,
que arremete con fuerza buscando la domesticación política de los partidos
comunistas, cuando no su desarticulación. La izquierda radical también se ve
inmersa en esta estrategia. Por otro lado, los partidos comunistas con
influencia teórica y política, como el francés, el italiano, y más tarde el
español, una vez terminada la dictadura franquista, prefieren las mieles del
poder institucional y disfrutar de sus regalías, antes que aplicarse a la lucha
anticapitalista. Ello acaba por disolver su identidad y constituirlos en parte
del poder institucional.
Mientras tanto, en América Latina la izquierda sufre los embates del
anticomunismo. La guerra sucia forma parte de la desarticulación de la izquierda
política en la región. Nombres como Carlos Andrés Pérez, José Figueres, Luis
Echeverría, Frondizzi, Pacheco Areco, Bordaberry, Siles Suazo o Balaguer, todos
ellos presidentes elegidos, mandan a torturar a militantes en sus respectivos
gobiernos. Es la tónica general. Por otro lado, las tiranías militares ya no
buscan reconstruir el poder tradicional: fundan un nuevo orden. Las fuerzas
armadas se enfrentan ideológicamente a los partidos políticos de la derecha
tradicional y crean las bases para un sistema donde todo debe ser nuevo. La
izquierda política es desarticulada. En los años 80 América Latina se ve inmersa
en la marea de la contrarrevolución. Conceptos como gobernabilidad, flexibilidad
laboral, racionalidad y eficiencia, corrupción pública, recursos humanos,
liberalización, privatización, descentralización, fondos de pensiones privados,
falsa sustitución de importaciones, reconversión industrial, desregulación,
crisis del Estado, de la izquierda, de las ideologías, de la historia, del
comunismo o del socialismo se tornan comunes en el vocabulario de los políticos
y los medios de comunicación. La nueva derecha busca aliados y los encuentra en
la socialdemocracia. Se apropian de la realidad en un contexto donde la lucha
antimperialista y anticapitalista pierde fuelle tras la caída del Muro de
Berlín. El neoliberalismo se expande y su discurso es hegemónico. La izquierda
política es desacreditada. Sus espacios naturales son ocupados por una
socialdemocracia financiada por la Internacional Socialista, que no duda en
admitir partidos con tal de ampliar su influencia y seguir su batalla
anticomunista. Así sientan las bases de un pacto de gobernabilidad fundado sobre
los principios de una economía de mercado. Esta dinámica que se generaliza en
toda América Latina, con excepción de Cuba y, en el breve lapso que dura la
Revolución sandinista, en Nicaragua (1979-1991), se rompe a fines de los años 90
con el triunfo electoral en 1998 de Hugo Chávez en Venezuela, la crisis en
Argentina en 2001, y la elección de Lula en Brasil en 2002, que abre la puerta a
la incertidumbre y hasta hoy no la cierra. Y, sobre todo, con el éxito del
Frente Amplio en Uruguay. La renuncia en 2003 del presidente de Bolivia,
representante de la socialdemocracia, es significativo del grado de
deslegitimación de las políticas neoliberales. Nuevos aires hacen pensar que una
izquierda política nace sobre una socialdemocracia que deja al descubierto la
otra cara de una moneda llamada neoliberalismo.