Latinoamérica
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El modelo de El Salvador
Mark Engler
Rebelión
Lo que comenzó siendo un extraño comentario de Dick Cheney en el debate
vicepresidencial se ha convertido ahora en un patrón. Los conservadores han
citado repetidamente a la nación centroamericana de El Salvador como modelo para
la construcción de la democracia en Irak y Afganistán.
Destrozado por la guerra civil en los años 80, desde entonces El Salvador ha
hecho la transición a una democracia estable. Sin embargo, las torcidas
lecciones que los halcones de la administración Bush han sacado de la
intervención en este país durante la era de Reagan sugieren una ceguera
voluntaria, incluso ante las consecuencias más asesinas de la política exterior
norteamericana de la Guerra Fría. Nos dan razones para observar de nuevo
críticamente las acciones que la Casa Blanca está tomando bajo el pretexto de
promover la libertad.
Durante una visita a mediados de noviembre a El Salvador, la única nación
latinoamericana que actualmente tiene tropas en la "coalición de los dispuestos"
de EEUU, el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld alabó al gobierno conservador
de ese país. Él dijo que El Salvador "comprende bien la lucha humana por la
libertad y la democracia".
Al hacer un paralelo con Irak, el Secretario se hizo eco de los comentarios de
Cheney en su debate del 5 de octubre con John Edwards. El vicepresidente
argumentó que en El Salvador de los años 80 "una insurgencia guerrillera
controlaba aproximadamente la tercera parte del país, 75 000 personas murieron.
Y celebramos elecciones libres. Yo estuve allí como observador a nombre del
CongresoŠ Y cuando los terroristas llegaban y tiroteaban los colegios
electorales, en cuanto se marchaban regresaban los electores y se ponían en cola
y no permitían que se les negara su derecho a votar. Y en la actualidad El
Salvador estአmucho mejor porque celebramos elecciones libres".
Hay un serio problema con esta historia. Las 75 000 personas que Cheney mencionó
ciertamente fueron asesinadas por terroristas, pero no por las fuerzas rebeldes
del FMLN que él quiso condenar. En realidad estuvieron bajo el ataque del propio
gobierno salvadoreño que la administración Reagan estaba apoyando y de los
escuadrones paramilitares de la muerte. Con una lista de políticos opositores ya
ejecutados o en el exilio, las elecciones de 1984 fueron poco más que una farsa
destinada a dar respetabilidad democrática a un régimen que estaba perpetrando
algunos de los peores abusos de derechos humanos en el hemisferio.
Antes de que los acuerdos de paz terminaran con la guerra civil en 1992, Estados
Unidos entregó al ensangrentado gobierno salvadoreño más de $6 mil millones de
dólares en ayuda.
Los hechos de la historia salvadoreña fueron establecidos definitivamente en
1993 por una comisión de la verdad patrocinada por Naciones Unidas. Se llegó a
la conclusión de que el 90 por ciento de las atrocidades en el conflicto fueron
cometidas por el ejército y sus protegidos, con los rebeldes responsables del 5
por ciento y el 5 por ciento restante indeterminado.
"El ejército, las fuerzas de seguridad y los escuadrones de la muerte vinculados
a ellos cometieron masacres de a veces cientos de personas al mismo tiempo",
reportó la comisión de la verdad. Entre los crímenes que la administración
Reagan había intentado ocultar o negar estuvo el asesinato de seis sacerdotes
jesuitas, la matanza de cientos de aldeanos y el asesinato del arzobispo Óscar
Romero.
Incluso si la participación de EEUU en el país no fuera suficientemente
condenatoria, no hay certeza de qué lecciones quisiera sacar del conflicto la
actual administración. Mientras que El Salvador experimentó una guerra civil
convencional con adversarios claramente definidos, la invasión de Irak ha creado
una amplia y variada resistencia. Ha colocado a los soldados norteamericanos en
un tipo de guerra de guerrillas que incluso muchos expertos en
contra-insurgencia consideran que es imposible ganar.
Por supuesto, "ganar" según los términos del Presidente George W. Bush puede no
ser deseable, especialmente si significa usar a Irak como una base a largo plazo
desde el cual se proyecte el poder militar. En El Salvador fue sólo después de
que terminara la Guerra Fría y Estados Unidos suavizara su obsesión
anticomunista que la ONU y otros mediadores internacionales pudieron ayudar a
facilitar una transición a la democracia -algo que el FMLN deseaba desde hacía
mucho tiempo y que al pueblo iraquí puede que se le niegue por mucho tiempo.
La actual democracia de El Salvador no es perfecta, y las intervenciones de EEUU
en las más recientes elecciones -amenazas apenas veladas de que los votos a
favor del FMLN, ahora el principal partido opositor, provocarían represalias de
la Casa Blanca- no han ayudado mucho. Pero los años desde que se suspendió el
apoyo norteamericano han sido testigos de mejoría. Las más claras lecciones del
modelo de El Salvador son que la Casa Blanca es suficientemente capaz de
perpetrar crímenes en nombre de la libertad. Y de que la retirada de EEUU a
veces puede ser el mayor servicio a la libertad.
Mark Engler, escritor residente en la Ciudad de Nueva York, puede ser
contactado por medio del sitio web
http://www.DemocracyUprising.com.
Jason Rowe ayudó en la investigación para este artículo.
Traducido por Progreso Semanal.