Latinoamérica
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Asumir la democracia directa
Homar Garcés
Aporrea
En uno de sus recientes artículos, Heinz Dieterich Steffan definió cuatro
referentes explicativos en torno a la situación del proceso revolucionario en
Venezuela, a saber, el Presidente Hugo Chávez, la elite económica, las
instituciones y las masas; dándole a éstas últimas una relevancia especial en la
tarea de protagonizar e impulsar los cambios estructurales aún pendientes.
Frente a los otros referentes explicativos, sumidos en los reacomodos del poder,
las masas viven un proceso de metamorfosis bastante interesante, ya que están
asimilando con mayor conciencia lo que debiera ser un realmente un proceso de
cambio revolucionario en Venezuela, teniendo como primera herramienta a la
democracia directa. Según refiere Heinz Dieterich Steffan, "tal proceso, que en
la física se llama `transiciones de fase´ y que implica la posibilidad de un
salto cualitativo del sistema hacia un estado cualitativamente diferente, choca
con las estructuras verticales estatales, sociales, partidistas y mentales,
tanto heredadas como nuevas".
Esto explicaría, en parte, porqué las masas se muestran reacias a aceptar
pasivamente elementos o conductas que encajan perfectamente en lo que fue el
puntofijismo. Así, podemos distinguir una separación bastante pronunciada entre
las masas y quienes ocupan los cargos dirigentes. Mientras estos se afanan en
conquistar el poder para aprovecharlo en su propio beneficio, las masas se
hallan mejor dispuestas a cumplir las distintas tareas tuteladas por el
Presidente Chávez con el objetivo de preservar el proyecto bolivariano, aunque
enfrentan los múltiples obstáculos que aquellos pudieran colocarle en el camino
a la democracia directa, esgrimiendo una falta de conciencia de parte de éstas
o, simplemente, lo inoportuno del momento.
Esta realidad, en cierta forma causa de los resultados electorales del pasado 31
de octubre, exige la superación de las condiciones subjetivas que impiden
todavía que sea el pueblo revolucionario el que asuma, definitivamente, el
protagonismo y la participación que le ha sido regateada constantemente. Para
ello, es requisito insoslayable apuntalar una nueva forma de pensamiento que
sea, al mismo tiempo, una ruptura radical con el pasado. Hay que desterrar, de
una vez por todas, esa mentalidad lineal que nos hace simples subordinados y no
verdaderos revolucionarios, en todo el sentido de la palabra, obstruyéndonos, de
paso, adoptar perspectivas de mayor alcance, enmarcadas en lo que debería ser el
cambio estructural de nuestra sociedad, ensayando rutas alternativas que ayuden
a concretar la revolución bolivariana.
Asumir la democracia directa sería, entonces, comprender que las distintas
estructuras que sostienen el orden actual deben trastocarse radicalmente,
persiguiendo un mejoramiento continuo, a pesar de los riesgos. En contraposición
a ello, la actitud estática, conservadora o convencional observada hasta ahora
entre la dirigencia chavista, tiene que combatirse en todos los frentes
posibles. La misma tiene que ser desplazada, forzosamente, a fin de darle cabida
a unos nuevos paradigmas.
Como bien lo expresara William Izarra, "definimos la democracia directa como la
plataforma política, ideológica y económica que puede otorgar el poder real al
pueblo, al ciudadano, al vecino y al individuo en particular. La democracia
directa como sistema político nos permite llevar a la práctica que la comunidad,
de manera organizada, elabore sus planes de desarrollo, administre sus recursos
económicos, estimule la autogestión y establezca sus propias normas de
convivencia", siendo su objetivo permanente la búsqueda del bien común.
Sin ella, se podrá hablar con insistencia de revolución, pero no de una
revolución verdadera. Asumirla constituye, en los actuales momentos, el mayor de
los retos que pudiéramos imponernos los revolucionarios, de manera que no quede
duda alguna respecto a la irreversibilidad y fortaleza del proceso bolivariano
en el país.