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El "goyo" Alvarez y los asesinatos de Michelini y Gutiérrez Ruíz
Samuel Blixen
Brecha
El general Gregorio Álvarez se suma al exclusivo círculo de los responsables que
impulsaron el secuestro y asesinato de Michelini y Gutiérrez Ruiz. Para
desentrañar el protagonismo de quienes ostentaban el poder, será interrogado
Julio María Sanguinetti, la figurita que faltaba.
El general Gregorio Álvarez, presidente de los uruguayos por mandato de los
sables, tiene un doble discurso. ¿A cuál de los dos Álvarez hay que creer? El
general Álvarez de 2004, hierático, inamovible en su desprecio a los hurgadores
del pasado, impertérrito en su silencio, exigente en la elección de quienes lo
acompañan a misa cada semana, acaba de afirmar, tajante, que no tuvo nada que
ver con los asesinatos de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, y se indignó
cuando le preguntaron si sabía quién había dado la orden de eliminar a los dos
legisladores exiliados en Buenos Aires: "¿Usted cree que yo estoy encubriendo
criminales? De ninguna manera...".
El general Álvarez de julio de 1978, exultante en el descabezamiento de una
fracción interna de las Fuerzas Armadas, enfilando desde la Comandancia del
Ejército hacia la Presidencia de la República, afirmaba desde la certeza de su
impunidad: "Yo di la orden primera", y se hacía responsable de todas las
violaciones a los derechos humanos ocurridas en el período en que ejerció la
jefatura del Estado Mayor Conjunto. Aquella vieja orden interna del Comando
General, hoy olvidada, revela que el general Álvarez se encubre a sí mismo y que
la afirmación de que nada sabía porque ejercía la jefatura de un cuerpo de
Ejército en Minas es una simple coartada. La soberbia del comandante Álvarez en
1978 lo incrimina como responsable de numerosos crímenes y lo pone, junto con el
general Julio César Vadora, a la cabeza de la coordinación represiva que cobró
decenas de desapariciones en Argentina y Uruguay.
Imprevistamente, el general Álvarez fue obligado a abandonar el recato de su
retiro y pasó a un incómodo primer plano, a raíz de las revelaciones del
periodista estadounidense John Dinges, quien en su libro Operación Cóndor lo
identifica como el oficial que ordenó los asesinatos de Michelini y Gutiérrez
Ruiz. Dinges sostiene que en octubre de 2001 el inspector Hugo Campos Hermida,
un policía que participó activamente en la represión de uruguayos en Buenos
Aires, le confesó, tres semanas antes de morir, la acusación contra Álvarez.
Según el periodista estadounidense, Campos Hermida relató que un mayor del
Ejército, ahijado de Álvarez, había sido designado como enlace ante el gobierno
del general Jorge Rafael Videla para impulsar el asesinato de Michelini y
Gutiérrez, que acababan de ser secuestrados. En esta hipótesis, los agentes
uruguayos y argentinos del Plan Cóndor habían planificado el secuestro de los
dos legisladores con el propósito de extraditarlos a Uruguay en forma
clandestina. Según la versión de Dinges de la confesión de Campos Hermida,
Álvarez promovió el asesinato porque "Michelini estaba apoyando a los tupamaros
en Argentina". La decisión habría sido tomada entre el 18 de mayo, día en que
fueron secuestrados los dos legisladores, y el 20 de mayo, día en que
aparecieron sus cadáveres -y los de otros dos exiliados, William Whitelaw y
Rosario Barredo- en un automóvil abandonado en un barrio de la capital.
La versión de un cambio de objetivo sobre la marcha ha sido una hipótesis
estudiada en el marco de las investigaciones, oficiales y extraoficiales, sobre
los asesinatos y es funcional a otro testimonio recogido por Dinges en Buenos
Aires sobre la identidad de los autores materiales de los homicidios.
En su libro, el periodista estadounidense atribuye a un antiguo miembro del
Batallón 601 de Inteligencia, cuyo nombre se reserva, la versión de que
Michelini, Gutiérrez Ruiz, Whitelaw y Barredo fueron asesinados por el
subcomisario Miguel Ángel Trimarchi de la Policía Federal argentina.
Trimarchi habría llevado al estacionamiento de la Policía Federal a los cuatro
secuestrados. Preguntó qué debía hacer, y le ordenaron matarlos. La fuente de
Dinges afirmó que allí mismo, en el estacionamiento, Trimarchi mató a balazos a
los cuatro uruguayos y después, tras abandonar el vehículo, se comunicó por
radio para que efectuaran el "descubrimiento". Un patrullero que llegó al lugar
informó que sólo había encontrado dos cadáveres y no cuatro: por radio,
Trimarchi indicó: "Fijate en el baúl".
La versión que difunde Dinges -y que, de paso, atribuye toda la autoría de los
homicidios a personal argentino- contradice algunos detalles confirmados por la
indagatoria judicial y por los exámenes forenses realizados inmediatamente
después de ocurridos los hechos. En especial, el detalle sobre la forma en que
Trimarchi habría ultimado a los cuatro uruguayos -disparándoles en el interior
del auto- no se compagina con el examen forense sobre la trayectoria de los
disparos, todos similares, que sugiere que los cuatro fueron ultimados a balazos
en la nuca, presumiblemente mientras estaban boca abajo en el suelo.
Los testimonios recabados por Dinges permiten conciliar ambas versiones: la de
la fuente del Batallón 601 con la del policía uruguayo. En una entrevista con la
periodista Sonia Breccia, Dinges afirmó que Campos Hermida -un notorio
torturador integrante de los cuerpos de inteligencia durante la dictadura
implicado en numerosos casos de violaciones a los derechos humanos- "quería
limpiar su nombre, decía que no era él, que eran otras personas que incluso en
algunos casos habían utilizado su nombre y credenciales, pero que en ese momento
él ya se había alejado de las operaciones antiterroristas y se dedicaba a las
operaciones de Policía Antinarcóticos". Modificando su postura anterior, Campos
Hermida parecía dispuesto a confesar lo que sabía, cuando lo sorprendió la
muerte.
La versión de Dinges, difundiendo el "arrepentimiento" de Campos Hemida y la
acusación contra Álvarez, suena a un "ajuste de cuentas" entre violadores de los
derechos humanos; el propio Campos Hermida había sido vinculado directamente al
seguimiento, secuestro y asesinato de Michelini, en un documento de inteligencia
presumiblemente fraguado a los solos efectos de incriminarlo y que se difundió
por las fechas en que dio la entrevista a Dinges. Así, la confesión sobre el
protagonismo de Álvarez parece más una nueva movida en esa partida de ajedrez
donde los antiguos represores se hacen zancadillas mientras mantienen el secreto
sobre lo que verdaderamente ocurrió.
De todas maneras, los elementos dados a conocer aportan nuevos impulsos a las
investigaciones en curso sobre un episodio clave de la dictadura.
Actualmente se despliegan dos investigaciones judiciales en forma paralela: una
en Buenos Aires, que instruye el juez federal argentino Rodolfo Canicoba Corral,
a partir de una denuncia de los familiares de las víctimas, patrocinadas por el
Centro de Estudios Legales y Sociales; y otra que instruye el juez penal de 11º
turno, Roberto Timbal. En las dos sedes judiciales los magistrados encaran la
etapa de recepción de testimonios. En Montevideo ya han declarado en la causa el
dirigente blanco Alberto Zumarán (a raíz de una versión según la cual los
asesinatos fueron decididos, mediante votación, en una reunión del Consejo de
Seguridad Nacional, un órgano presidido por el presidente Juan María Bordaberry
e integrado por ministros civiles y mandos militares), el ex senador y embajador
Juan Raúl Ferreira, el propio Bordaberry y el ex canciller de la dictadura,
actualmente procesado por la desaparición de Elena Quinteros, Juan Carlos
Blanco.
La fiscal de 2º turno, Mirtha Guianze, se propone también interrogar al ex
presidente Julio María Sanguinetti, convocado a sede judicial para el 30 de
noviembre próximo. Se pretende que el actual secretario general del Partido
Colorado revele las razones que lo llevaron, durante su primera presidencia, a
considerar los asesinatos de Michelini y Gutiérrez Ruiz como episodios
comprendidos dentro de la ley de caducidad, para promover el archivo de los
expedientes judiciales respectivos. Conviene recordar que cuando se aprobó la
ley de caducidad, tanto blancos como colorados sostuvieron que los casos de los
dos legisladores no estaban comprendidos en los alcances de la ley, porque se
descartaba que hubieran sido ordenados por los mandos militares.
Seguramente Sanguinetti tendrá información decisiva que involucra a los
asesinatos de Michelini y Gutiérrez Ruiz como actos de la guerra contra la
subversión, cuyos excesos fueron piadosamente perdonados por ley. Deberá -o
debería- detallar quién ordenó ejecutar a los dos legisladores como actos de
servicio sometidos a la cadena de jerarquías de las Fuerzas Armadas. Si no
existieran los elementos que prueban ese carácter institucional de los
asesinatos, entonces resultaría que el presidente Sanguinetti utilizó la
potestad de archivar los casos para favorecer a asesinos que no están amparados
por la ley de caducidad.
Por el contrario, si los asesinatos fueron actos institucionales, como vendría a
confirmar la versión del periodista Dinges, entonces se plantearía una novedad
jurídica: por un lado, aquellos subalternos involucrados en los asesinatos
estarían en principio amparados por la caducidad (tal es el caso de la supuesta
complicidad de un ahijado del general Álvarez, cuyo cometido habría sido
coordinar con el gobierno argentino la ejecución de los secuestrados). Pero
pondría en evidencia que la caducidad no ampara a quienes dieron la orden, a los
mandos que según la propia ley asumen la responsabilidad de los hechos.
En este sentido cobra doble importancia el protagonismo del general Álvarez en
el caso Michelini-Gutiérrez Ruiz, ya sea como participante directo en la trama
que desembocó en los asesinatos, como en su carácter de jerarca. La orden
firmada por Álvarez en 1978 dice textualmente en su literal dos: "Este Comando
General, de acuerdo a la política oportunamente trazada, no permitirá ninguna
forma de revisionismo de lo actuado por sus integrantes durante la guerra contra
la subversión y si alguna actividad reñida con los derechos humanos se le
adjudica, el suscrito se responsabiliza de haber dado la primer orden en tal
sentido, por su condición de Jefe del Estado Mayor Conjunto en la época de
referencia".
La responsabilidad del mando en la violación de los derechos humanos -que
Álvarez admitía en 1978 y elude en 2004- lo involucra a él directamente en el
caso de los asesinatos de Buenos Aires, y en las restantes desapariciones de la
época, pero también involucra al entonces comandante en jefe del Ejército,
general Vadora, y al propio presidente Bordaberry, en su carácter de comandante
en jefe de las Fuerzas Armadas.
La situación de Álvarez aparece seriamente comprometida y es muy posible que sea
citado a declarar en el despacho del juez Timbal. El expediente parece destinado
a cobrar un impulso decisivo una vez que el juez argentino Canicoba Corral envíe
a su colega uruguayo los documentos desclasificados por el gobierno argentino
sobre la coordinación de vigilancia de Michelini, Gutiérrez Ruiz y Wilson
Ferreira, vigilancia y persecución solicitadas por el gobierno de Bordaberry.
Todo indica que Sanguinetti estuvo en lo correcto al adjudicar al caso Michelini-Gutiérrez
Ruiz una responsabilidad institucional. Por lo tanto, las responsabilidades
ahora se distribuyen entre el ex presidente Bordaberry, el ex canciller Blanco
(que impulsó el acoso a los exiliados) y los mandos militares.
Blanco, Bordaberry y Álvarez han declarado total inocencia y desconocimiento,
una actitud que sólo aprieta más la soga al cuello.