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Latinoamérica

Carta cerrada al presidente batlle

Rodolfo Braceli
BRECHA

Señor Batlle, buen día: Esta carta abierta será una carta cerrada hasta que usted la abra. Mejor que sea pronto, no la deje para después y nunca. Bien sabemos que a las cartas cerradas no las carga el diablo, las carga el insomnio.

Usted ya la abrió. Rápido le digo: a su presidencia le quedan unos pocos días y seguimos sin saber el destino del cuerpo matado de María Claudia García Irureta Goyena de Gelman, la nuera del poeta Juan Gelman. María Claudia fue secuestrada con un embarazo de casi nueve meses. Después de parir fue condenada a ser una desaparecida porque los violadores de la vida fueron violadores de la muerte. Arrancaron, de cuajo, la ética primordial de todas las religiones. La denodada búsqueda de Gelman llegó hasta la identidad de su nieta. Usted participó de ese parto alumbrador, pero quedó pendiente el encuentro de los restos de María Claudia. Usted dio un paso, pero evitó el siguiente. Usted sabe. Usted sabe lo que sabe. Usted sabe que sabe. Decidió silencio. Y el silencio, por más 'razones de Estado' que lo justifiquen, sólo sirve para convalidar la oscuridad. Fíjese, oscuridad rima con impunidad.

Se pasan los días con sus noches, señor Batlle, y usted sigue escondiendo lo irreparable. No voy a ponerle vaselina estratégicamente correcta a mis palabras: su silencio significa lealtad con los hacedores de la asesinación: ladrones perpetuos de cuerpos insepultos.

Todos tenemos 'lado oscuro del corazón', si es que tenemos 'lado claro'. Con esta carta redondamente se pide, señor Batlle, que le conceda una oportunidad a su lado oscuro. A ese lado que esconde el secreto, tal vez por indebida obediencia debida. Obediencia debida, mas no de vida. Abra la puerta de su despacho, salga y díganos en voz alta ese secreto de profesión, secreto de presidente que usted, por altas razones de Estado, guarda sellado. Rómpale la crisma al secreto.

No es para nada fácil lo que se le pide. Porque si usted habla y ventila, algunos señores y señoras muy aseñorados le retirarán el saludo y otros beneficios. Para ellos usted será entonces un descarriado, un traidor. Y tendrán razón: porque usted delataría a los violadores de vidas y de muertes. En otras palabras: para esta imprescindible 'traición' usted tendrá que apelar al mayor de los corajes. Si lo hace, cuando llegue su hora podrá morir sin esconder el corazón, con los calzoncillos del alma limpios de toda cobardía, de toda lesa impunidad.

Augusto Monterroso dice que 'sólo se cumple lo que no se ha soñado'. Ni soñando, tantos bien paridos del mundo se atreverían hoy a suponer que usted, a esta altura de su pertinaz secreto, depondrá su silencio. Ni soñando se puede concebir, que usted, por fin, abrirá su secreto. Pero, como 'sólo se cumple lo que no se ha soñado', tal vez suceda que un día de éstos usted despierte, pida micrófonos y diga sin vueltas todo lo que sabe: alumbrará entonces la pista que llevará al cuerpo incesantemente robado de María Claudia García Irureta Goyena de Gelman.

¿La suposición suena a ingenuidad, a imposible disparate delirante? No importa. Considere que si usted le rompe la crisma al secreto, concretará esa clase de actos esenciales, cruciales, que permiten que la condición humana, tan encallada en la absurdidad, consiga avanzar aunque sea un milímetro en un milenio. Un milímetro, ¡una enormidad! Este cálculo, optimista sin duda, está por comprobarse. Y fíjese: usted, como pocos, tiene la oportunidad de gestar ese milímetro crucial para emparejar y tal vez ganarle la pulseada al famoso mal absoluto.

Quien calla, señor Batlle, otorga. Y convalida. En su caso, por las razones con mayúscula que sean, usted otorga convalidación al crimen. El asesinato sin sepultura es una asesinación que no cesa, que no cesa.

Si usted habla, señor Baltlle, será abominado por esos individuos que su secreto hoy resguarda con el escudo de la impunidad. Eso sí, después de hacerlo notará otro sabor en el aire que respira. Y verá que el sol tiene otro semblante. Es más, usted que es abuelo, sentirá que sus nietos lo miran desde otra mirada.

Todos los humanos, al parecer, en nuestras acciones tenemos autorizados una cantidad de exabruptos. Los exabruptos se consideran ocurrencias infelices, negativas. En su caso, permítase un exabrupto. Digamos, un exabrupto al revés. Déjese. Suelte la lengua. Hágale caso al corazón. Si usted dice lo que sabe que sabe, le hará una zancadilla a la impunidad, por fin. Traicionará a la traición.

Señor Batlle, está a tiempo. Si consigue vadear el arduo qué dirán de los garantes del poder, si triza y derrama, por fin, ese silencio que usted entiende por fidelidad y que es, y que es, complicidad con lo más atroz, habrá desnucado al horror impuesto por los que matan, roban criaturas y hasta niegan sepultura.

Si así no lo hiciere, que Dios y la entrañable patria uruguaya y la ecología del cosmos se lo demanden. Pero, aunque no se lo demandasen, vamos, don Batlle, hágalo. Déle. Si lo hace notará que sus humanas pesadillas tienen otro cielo. Advertirá que vale la pena lo que vale la alegría y lo que vale la dignidad. Al mirar a sus nietos podrá sostenerles las miradas en ayunas y les verá, como nunca antes, el semblante.

¿Tiene un martillo a mano? Péguese un golpe en la uña de cualquier dedo. Qué dolor, ¿no? Ese dolor físico y momentáneo compárelo ahora con el dolor, perpetuo, de los que no saben dónde están los huesos postreros del ser amado.

Por más que uno esté atacado de un descabellado optimismo, la verdad, señor Batlle, es que las posibilidades de que usted sea tocado por estas líneas es una en un millón. Pero quién sabe. El milagro en una de ésas nos dice que usted, herniándose el alma, se sobrepone y desde su 'milímetro' da vuelta la taba de la enquistada condición humana y vadea su secreto y confiesa lo inconfesable. Recuerde: la solidaridad y cohesión que nunca coaguló el invertebrado Mercosur la tuvo el Plan Cóndor, para bien del mal absoluto. Sea, usted, el tiro que le sale por la culata a ese plan siniestro. Entonces su entrañable paisito tendrá para sí una hazaña todavía más imposible que aquella consumada en el heroico Maracaná.

Haga de cuenta que su Dios se lo pide. Ningún Dios con pulso le pediría menos: rompa el silencio que sirve de guarida a los asesinos que hasta se robaron los cuerpos sin aliento. Destape la horrorosa olla. Hable. Artíguese hasta las últimas consecuencias. Sea Artigas de usted mismo. Elija el sol.