Latinoamérica
|
Entrevista a Pedro Rosas Aravena desde la Cárcel de Alta Seguridad de Santiago
Historia prisionera
Dauno Tótoro Taulis
Cada mañana, apenas se libera el cerrojo de la gruesa puerta metálica de su
celda, Pedro Rosas Aravena cumple la primera rutina diaria de las pequeñas
grandes batallas: encola un trozo de papel de diario con stick fix y lo aplica
sin miramientos a la lente de la cámara de vigilancia ubicada en el pasillo de
su piso, el tercero en este pabellón de la Cárcel de Alta Seguridad. Cada
anochecer, a la hora en que los presos políticos quedan por fin del otro lado de
las gruesas puertas metálicas, encerrados en sus diminutas celdas y los pasillos
son un sitio lúgubre y seguro, algún gendarme cumple la primera rutina nocturna
de su triste encomienda: raspar con ahínco los papeles encolados que obstruyen
la mirada impertinente de la cámara de vigilancia. Y ésta, que suena a una
guerra insignificante, es sólo un detalle que, en toda su grandeza, refleja la
gran lucha permanente de esos que, casi olvidados, sobreviven en la CAS (Cárcel
de Alta Seguridad de Santiago), batallando día a día por su dignidad, por
conquistar su libertad.
A comienzos del mes de octubre del 2004, logramos lo que hasta la fecha había
sido imposible: ingresar a la Cárcel de Alta Seguridad con una cámara de video,
micrófonos y luces, para entrevistar a un preso político: Pedro Rosas Aravena,
militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR.
Muy delgado, de larga cabellera rizada y una sonrisa nerviosa que no se le
despinta ni cuando habla, ni cuando bebe un café tras otro, ha cumplido ya diez
años y medio de encierro en una condena total de veintiocho, en la que se suman
penas parciales por infracción al código militar y civil, a la ley de control de
armas y a la Seguridad Interior del Estado. Ocho años después de su detención
realizada en marzo de 1994, fue absuelto de la condena por violación a la
Seguridad Interior del Estado y de aquella que le sindicaba como responsable de
Asociación Ilícita Terrorista.
Pedro Rosas era estudiante de Licenciatura en Historia en la Universidad de Los
Lagos cuando a los 27 años de edad fue capturado en la sureña ciudad de Osorno.
Desde entonces y hasta la fecha, en el curso de una década, ha salido de la
cárcel sólo por tres motivos: para comparecer, engrillado, ante los jueces que
le condenaron; para ser diagnosticado, operado y sometido a un duro tratamiento
médico contra un cáncer que los informes del Servicio Médico Legal aseguran le
dejará vivir sólo hasta el año 2006; y para presentar el día 11 de agosto de
este año, por primera vez sin esposas ni cadenas, su libro titulado "Derechos
Humanos en la Transición", lanzado en el Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna
de Santiago. Y es que Pedro Rosas Aravena se recibió profesionalmente como
Profesor de Historia con una tesis de grado titulada "Rebeldía, Subversión y
Prisión Política", que fuera dirigida por los historiadores Gabriel Salazar y
Sergio Grez y que pronto será puesta a disposición de los lectores por la
Editorial LOM. El peso específico de Pedro Rosas como investigador de la
historia de las luchas populares de nuestro país ha sido ampliamente reconocido
por sus pares y por los académicos de la Universidad ARCIS que cada semana se
dan cita en la celda de Pedro para guiar su Magíster en Historia y Ciencias
Sociales. Pero alguien ha decidido que Pedro Rosas no merece el indulto
presidencial que solicitara al Presidente Ricardo Lagos en 2003; alguien
considera que Pedro Rosas, el historiador, el académico, no es un aporte para
nuestra sociedad; alguien tendrá que preguntarse porqué es preferible que Pedro
Rosas muera en la Cárcel de Alta Seguridad. La Ley de Indulto Presidencial
existe y con ella Pedro Rosas quedaría en libertad, pero alguien parece haber
decidido otro destino para él.
Razones para ser un prisionero político
Trasponemos una decena de gruesas rejas con cerrojos magnéticos (una por cada
año que Pedro Rosas ha pasado encerrado, pensamos), conducidos por un gendarme
hasta la sala en que pronto aparece Pedro con su tetera eléctrica, su bolsa de
nylon con tazas, café, azúcar, cigarrillos. Y su sonrisa. También trae Pedro un
mantel, porque por muy preso que se esté, nada justifica el descuido en la
atención a las visitas. Los focos están instalados, la cámara encendida, pero
antes conversaremos un café, bajo la atenta mirada del oficial que nos custodia,
y del enviado de la Dirección Nacional de Gendarmería. El ambiente no es
propicio para las palabras libres, pero aún así surgen.
"Hasta ahora el indulto presidencial ha sido negado, a pesar de que es un
proyecto de ley votado favorablemente en el Senado, a pesar que fue promulgado y
que ya permitió la libertad de 5 prisioneros políticos y la salida regulada y
parcial de otros 6 compañeros", explica Pedro Rosas. "El resto de nosotros
estamos esperando que se nos entreguen ‘beneficios carcelarios’, o que se nos
indulte la totalidad o la parcialidad de nuestras condenas".
- ¿Cómo se explica que la mayor parte de los presos políticos que hoy están aquí
hayan sido condenados por delitos cometidos cuando ya el país se encontraba en
el período de transición a la democracia?
"Nosotros caímos detenidos en el contexto del término de una dictadura larga,
sangrienta, que producto de presiones internacionales, de presiones internas, de
acomodación del capitalismo en Chile, se vio obligada a ‘transitar’ hacia
espacios de mayores libertades democráticas y públicas que permitieran favorecer
el proceso de acumulación capitalista; permitir niveles eficientes de control
social, ya no a través de la presión, sino mediante el repliegue del movimiento
social de masas, de su retirada, de su desmovilización. Entonces, nosotros
caímos en un momento en que se encontraba en plena vigencia la constitución de
Pinochet, su institucionalidad; en que se encontraba en plena vigencia su modelo
económico, que favorece la acumulación de capital para las transnacionales y el
capital nacional, que desarticula 60 años de conquistas sociales a través de la
venta de las empresas del Estado; con un Plan Laboral diseñado para favorecer al
empresariado y que impide la libre asociación de los trabajadores; con una
legislación antiterrorista que actualmente nos tiene presos a nosotros, los
revolucionarios, que ha perseguido al movimiento mapuche, que ha perseguido a
los trabajadores. Y todo sumado a un cuadro de impunidad generalizada en que los
violadores de los derechos humanos no son juzgados ni castigados, a la vez que
se mantiene la utilización de la tortura y de la violencia del Estado contra
expresiones de organización y movilización popular".
-Entonces, ante ese análisis, ¿justificaron mantener el uso de violencia
política?
"Decidimos mantener nuestras formas de lucha. Desarrollamos acciones de
sabotaje, de propaganda, que apuntaban en ese período contra los símbolos del
poder fáctico, contra quienes hubiesen estado asociados al régimen dictatorial o
que representasen la permanencia y avance del modelo neoliberal en Chile y de
una democracia política controlada por la esfera militar. Nosotros jamás
actuamos contra la población civil; el tipo de acción que se desarrolló entre
1990 y 1994 fue de corte propagandístico militar, orientada a manifestar un
desacuerdo profundo, una forma de lucha de resistencia alternativa a la
transición que se estaba viviendo en ese momento".
- Desde entonces han pasado más de 10 años. ¿Cómo percibes a ese Chile que se
desarrolla allá afuera, más allá de estos muros y estas rejas?
"Aquí terminé muchos procesos personales que habían quedado inconclusos como
resultado de la detención, pues cuando caí estudiaba el último año de la carrera
de historia, proceso que he terminado aquí, en la cárcel. He desarrollado un
trabajo de investigación social, sin salir de la CAS, y desde esa perspectiva me
he mantenido vinculado tanto a académicos e historiadores, como a los procesos
que se han venido desarrollando en la sociedad chilena durante estos años. No me
quedé estancado en la visión de país que tenía cuando fui detenido; he estado
atento a los procesos sociales que se han desarrollado, a la desagregación
social, a la atomización, a la incomunicación social. Soy sensible al cambio que
el neoliberalismo ha forzado en nuestra cultura, fundamentalmente en el mundo
popular. La inmovilidad ante cuestiones que son de orden colectivo -y que no
pueden sino resolverse colectivamente-, y que lleva a la gente a permanecer en
estados de soledad, de angustia, buscando frenéticamente la satisfacción de sus
necesidades espirituales por la vía del consumo. Después de 10 años de cárcel,
soy muy sensible a ese proceso, por supuesto que sí".
- Desde la perspectiva de un historiador, de un investigador social que lleva
una década apartado del desarrollo diario de la sociedad chilena, ¿en qué plano
consideras la existencia o ausencia de conceptos tales como la solidaridad, la
intransigencia, la soledad, la dignidad?
"Me parece que los conceptos que nosotros podríamos evaluar como presentes o
ausentes de la sociedad chilena de hoy son el resultado de una historia larga de
lucha. En esa larga historia hay que entender los conceptos como la solidaridad,
como la dignidad, o incluso un poquito más complicados desde el punto de vista
de las ciencias sociales, como la historicidad (que es esa sensación o esa
capacidad de sentirse parte de una colectividad, para sentir que la vida
particular tiene un sentido en el movimiento que se logra cuando muchos otros
hombres y mujeres comparten ese sentido).
"Sostengo entonces que la existencia de esos conceptos y valores es el resultado
de décadas de organización, de movilización, de lucha, de reflexión en el mundo
popular, de reflexión en las organizaciones políticas y sociales. Ese universo
simbólico es precisamente el que intentó ser destruido y desarticulado por la
dictadura militar. Paradójicamente, no fue la dictadura quien terminó por sellar
el entierro de este tipo de sensibilidades, sino los sucesivos gobiernos de la
Concertación. Pero finalmente la dignidad, la solidaridad, el compromiso social,
son cuestiones que surgen al interior de las relaciones sociales y que no
dependen ni de un grupo de revolucionarios, ni de las organizaciones políticas,
pues se dan en el mundo popular cuando éste lucha por su supervivencia, cuando
enfrenta los rigores que le son impuestos desde el mercado, desde una sociedad
que está mutando hacia el individualismo, que favorece únicamente los procesos
de acumulación de capital".
- ¿Entonces, esos conceptos y valores están más ausentes que presentes en el
Chile de hoy, cuando comparado con el Chile que conociste mientras fuiste un
hombre libre?
"Entiendo que la atomización y la desintegración de los tejidos sociales es
claramente más notoria y mucho más fuertes que la que existía en 1985, por
ejemplo, y que es muy distinta a lo que existía durante la década del 70, cuando
la historia en Chile claramente tenía otro sentido, cuando la gente se sentía
arrastrada por la fuerza de esa historia a aunarse en objetivos comunes, a
marchar junta, a mirar los mismos horizontes, donde no solamente había un
programa político sino que había un horizonte de vida común… Claro, eso nosotros
no lo encontramos hoy, pero sí encontramos bolsones de resistencia".
- ¿A qué te refieres con ‘bolsones de resistencia’?
"A que esa misma esperanza y esa misma expectativa de la que hablo se encuentra
hoy presente en los jóvenes que se juntan a recordar, en los jóvenes que se
juntan a hacer rap, en los jóvenes que se juntan a hacer hip hop; en las mujeres
que se juntan a producir los elementos materiales que les permiten llegar al fin
del día y al final del mes; en los trabajadores que se juntan en colectivos
cuando ven que el mundo sindical ya no tiene la capacidad para resolver sus
problemas; en los jóvenes y los adultos que se juntan en colectivos de reflexión
y acción política; en los académicos que sin recursos se juntan para rehacer
nuestra historia; en los prisioneros políticos que, cercados, golpeados,
aislados del exterior, rotos en sus lazos comunicativos o políticos con aquel
que los contuvo, resisten con sus cuerpos en la solidaridad, en la empatía que
se produce en la resistencia compartida, y con esa resistencia, con esa
experiencia que apela a esta ética que persiste en nosotros como
revolucionarios, y que está dada por nuestra pertenencia al mundo popular.
"Por eso creo que podemos decir que en Chile no todo está perdido. En Chile
existen estos bolsones de resistencia, existen lugares donde se está pensando,
donde se está sobreviviendo en una sensibilidad que está mirando más allá de la
particularidad, y mas allá de la pobre individualidad".
- El cinco de octubre recién pasado se conmemoraron los 30 años de la caída en
combate de Miguel Enríquez. Como ‘mirista’, ¿qué te evoca su figura? "A mi me
parece que Miguel habla desde 2 planos. Miguel habla, y habló a mi generación en
el plano de la inteligencia, en el plano de la racionalidad de occidente, en el
plano de la idea de progreso que se anidó en la cultura de la izquierda, pero
también habla en el plano de las emociones. Yo tengo la fortuna de conocer los
textos de Miguel Enríquez, textos inteligentes, severos y rigurosos desde el
punto de vista teórico, exigentes y maduros desde el punto de vista político.
Pero también Miguel habla a través de su vida; habla a través de la experiencia
de los grupos fundadores del MIR, esta gente que viajaba de ciudad en ciudad, de
ciudad al campo, que no dormía, que hacía política en las más rigurosas
condiciones, que hizo política en la clandestinidad pero también supo hacer
política en las condiciones de una democracia avanzada como fue el gobierno de
la Unidad Popular, que hizo en esas condiciones una aporte tremendamente
significativo (desde el punto de vista de pensar un poder que fuera realmente
popular, que no dependiera de los espacios otorgados desde la institucionalidad
del Estado, sino un poder que fuera expresión de la generación de la voluntad
popular, un poder que es capaz de organizar las necesidades cotidianas, la
autodefensa, la creatividad, el pensamiento, la regeneración de la vida).
- En el plano de la simbología al que te refieres, y visto desde la experiencia
carcelaria, ¿cómo se entiende la resistencia?
"Es que, mira… cuando todos los elementos racionales dicen que no es posible
sobrevivir, cuando todos los elementos lógicos y racionales dicen que es mejor
entregarse, que es mejor aceptar lo que te dan, esos otros elementos simbólicos
que tienen que ver con el valor, con la esperanza esperanza, te dicen a ti
‘bueno, es posible mantener la resistencia, es posible mantener la identidad
bajo presión, es posible mantener los sueños, , la esperanza en una vida mejor,
más allá de las circunstancias concretas por las cuales tengamos que atravesar
para poder realizar esa esperanza’".
De la Visibilización a la Libertad
"La lucha de los prisioneros políticos ha sido muy larga", explica Pedro Rozas
ante la atenta mirada de los funcionarios de Gendarmería de Chile que se
encuentran a pocos metros de distancia en este estrecho espacio enjaulado; "ha
sido una lucha que primero tenía como objetivo lo que llamamos la ‘visibilización’,
pues durante años, en el Chile de la transición a la democracia no existían
‘prisioneros políticos’, ese era el discurso oficial. La por entonces Ministro
de Justicia, Soledad Alvear, dijo alguna vez que ‘en Chile no hay presos
políticos, hay unas personas que están presas en la cárcel de alta seguridad que
tienen agua caliente, que no pueden estar mejor’. Eran los momentos en que la
existencia nuestra no tenía reconocimiento en la sociedad chilena; éramos
delincuentes terroristas, estábamos estigmatizados, no teníamos derecho a la
palabra, no teníamos derecho a la presencia pública, no teníamos derecho a decir
que nuestros derechos procesales y humanos más elementales habían sido violados
por el Estado chileno. La primera tarea fue entonces resistir ese aislamiento, y
el concepto que se manejó en ese período fue el concepto de la dignidad: a pesar
de estar presos teníamos que luchar por vivir dignamente, por tener derecho al
estudio -que estaba negado-, por tener derecho a trabajo -que estaba negado-,
por tener derecho a ver y a tocar a nuestros hijos y a nuestras compañeras - y
eso también estaba negado. Es notable constatar que somos los únicos presos –en
Chile y quizás en el mundo-, que a través de nuestra lucha, y la lucha de
nuestros familiares, logramos romper las medidas férreas de seguridad, romper
esas políticas que buscaban aislarnos de nuestros seres queridos y de nuestro
pueblo. Esa es una gran victoria nuestra: poder abrazar a nuestros familiares,
poder estar con nuestros hijos, poder estar con nuestras compañeras, poder
seguir viviendo como seres humanos dignos, y nuestra lucha se centró durante
mucho tiempo en ese escenario, en el escenario de la resistencia y en el
escenario de la dignidad".
- ¿Y en qué momento se transita desde la ‘lucha por la visibilidad’ a la ‘lucha
por la libertad’?
"Bueno, en la época a la que me acabo de referir veíamos la libertad como un
objetivo lejano, intangible. Pero con la ‘operación vuelo de justicia’ y con la
salida de nuestros compañeros frentistas, cambió por completo la perspectiva de
nuestra resistencia. Para nosotros, a partir de ese hecho, la libertad se hizo
posible, tangible… ya, ahora. Por supuesto que entendíamos que no había
posibilidad alguna de otra salida a través de esa vía, pero roto el cerco
informativo, roto el cerco de invisibilidad a través de ese ‘vuelo de justicia’,
accedimos a la posibilidad de empezar a soñar la libertad a través de un camino
político".
- ¿Qué gatilló esa operación de rescate que pueda haber significado un cambio
tan profundo en la perspectiva de ustedes como presos?
"Es que, en primer lugar, la gente comprendió que los que estábamos en la cárcel
por razones políticas lo estábamos producto de un conflicto social en Chile; se
entendió la existencia de una cárcel política y que los que ahí estábamos
encerrados habíamos sido perseguidos, criminalizados, torturados por
instituciones del Estado, sin acceso al debido proceso, sin la posibilidad de
contar con una defensa jurídica, sometidos a dobles procesamientos, recibiendo
condenas altísimas si las comparamos con las que tienen los delincuentes comunes
o los militares procesados por delitos de violaciones a los derechos humanos.
"Entonces, el rescate permite que empecemos a pensar que a través de nuestra
movilización, a través de nuestra gestión, a través de la presión internacional,
a través de la sensibilización de ciertos actores políticos significativos en
Chile, nosotros podemos abrir un espacio que nos permita lograr la libertad por
la vía político jurídica. Por eso sostengo que la ‘operación vuelo de justicia’
nos hizo pensar en la libertad como algo posible. Y en términos subjetivos y
simbólicos para nosotros fue estar un poco en libertad. ¡No solo se fueron
cuatro compañeros del Frente… en alguna medida también nos fuimos todos
nosotros, todos volamos en esos tres inmensos minutos, fuimos todos nosotros los
que en esos 3 gigantescos minutos fuimos completamente libres!".
- ¿Y cómo fue la respuesta del Estado? Porque imagino que desde ahí también
surgieron evaluaciones…
"La respuesta fue feroz. Un castigo largo… casi cincuenta días encerrados,
hacinados en las celdas, aislados, con una huelga de hambre larguísima para que
se restituyera la plataforma de derechos conquistados con tanto esfuerzo hasta
ese momento -y que iba a ser eliminada como represalia por la fuga de los
compañeros. Pero en realidad no importaba nada, no importaban los cuarenta y
siete días de encierro, no importaban los cuarenta y cinco días de huelga de
hambre, no importaba el tipo de movilizaciones que tuviéramos que hacer después,
lo importante en ese momento era solamente que cuatro compañeros nuestros, y
nosotros con ellos, habíamos volado y estábamos libres".
Para una historia de los rebeldes
Durante los últimos cuatro años, además de participar activamente en las luchas
y movilizaciones de los presos políticos por sus derechos y libertad; además de
entregarse a lo que él mismo denomina su propia "lucha política" contra el
cáncer terminal que lo aqueja, Pedro Rosas Aravena ha dedicado sus mayores
esfuerzos a la investigación social, amparado por el respeto y reconocimiento de
sus colegas y profesores de la Universidad ARCIS. Y este esfuerzo se ha
materializado en sus dos libros. "Son dos libros de historia", explica Pedro
Rosas, "pero de historia particular; son dos libros de historia que están hechos
desde la marginalidad, desde la invisibilidad de los actores sociales".
- ¿Por qué una historia desde la ‘marginalidad sin poder’ para quedar plasmada
en la historia misma?
"Es que estoy haciendo un ejercicio de historia que se inscribe en una tradición
historiográfica presente en Chile y en Europa, que ve a los actores populares, a
los trabajadores, a los marginales, a las mujeres, a los niños, a las minorías
sexuales, a las minorías étnicas, como los actores de la historia, como la gente
que construye el mundo en que vivimos, trabajadores que fabrican las calles por
las que andamos, mujeres que sirven los cafés que los hombres beben.
"Mi compromiso profesional y político es con esa historia, con la historia de
‘los de abajo’, de los que no tienen la posibilidad de escribir un libro de
historia, y aunque a mí en algún momento me fue negada la posibilidad de la
palabra, gracias a la lucha del conjunto de los prisioneros políticos pude
recuperarla y darle a la palabra misma un nuevo significado. Entonces, se trata
de convertir a esa palabra, como lo han hecho otros historiadores sociales, en
un instrumento de lucha, en un instrumento de reflexión, de pensamiento, de
realización personal -por cierto- pero también en un instrumento que pretende
llegar a plantear una subjetividad social mucho más amplia".
- ¿De qué tratan específicamente tus textos?
"De la existencia de condiciones sociales en Chile que favorecen la
marginalidad, que favorecen el sufrimiento humano, la acumulación de capital y
de riqueza, pero que también generan la existencia de resistencia, la existencia
de una dignidad en el mundo popular para sobrevivir, para luchar, para recordar,
para erigirse en sí misma como identidad, y que en determinados momentos se
organiza, se estructura, realiza acciones de resistencia, de supervivencia, de
contestación al régimen y al sistema económico, social y cultural que las
oprimen".
- ¿Historias de rebeldes y de rebeldías?
"La historia de los rebeldes chilenos que lucharon contra la dictadura, que
transitaron el período de la transición política en Chile enfrentando un régimen
que consideraban continuista, que consideraban garantizaba la impunidad de los
responsables de las violaciones a los derechos humanos, y que como resultado de
esa opción -que es una opción compartida por muchos durante muchos años-,
vinieron a dar a una cárcel.
"Yo hago la historia de estos rebeldes, pero no es sólo una historia del
sufrimiento. Sin dejar de hablar de la forma en que el Estado viola nuestros
derechos humanos, o de la forma en que los organismos represivos torturaron y
aniquilaron a compañeros nuestros, también doy cuenta de nuestra simbología, de
nuestra historia, del cómo se ha construido nuestra identidad; de los lugares de
donde venimos, de nuestra memoria, de nuestras poblaciones. Los lugares desde
donde nosotros nos hemos hecho. Y escudriño en las formas que ha adquirido
nuestra organización, nuestra acción política, tanto en libertad como luego en
prisión, y la resistencia que se ha dado desde una cárcel ante un régimen de
aniquilamiento".
- Es decir, el recuento de una historia de rebeldías…
"Eso es un plano, pero también hay un plano más historiográfico, donde pretendo
dar a estos rebeldes, a estos militantes, una categoría de historicidad. Quiero
decir en estos libros que estos rebeldes y este movimiento popular también hacen
historia; que estos rebeldes y este movimiento popular tienen derecho a tener
una historia, y yo me ocupo bastante en estos textos de afirmar teóricamente
este derecho a tener una historia. Diría que es un ejercicio de la palabra que
se encuentra marginada y que lucha por tener una visibilidad, pero que también
se arroga una autoridad ética, moral, política y también intelectual, para poder
ser dicha… de eso se trata".
- Desde esa mirada histórica, ¿cómo se perciben las luchas y los rebeldes de
mañana?
"Es que la revolución hoy pasa por muchos caminos, quizás por caminos que ayer
no se imaginaron y que nosotros no somos capaces de imaginar; la revolución pasa
por un pensamiento mucho más crítico, por una autocrítica más profunda de
nosotros como revolucionarios, por la necesidad de comprender cabalmente al país
donde vivimos; por la necesidad de comprender el sentido y el significado de
estos procesos de desagregación social, donde unos globalizan y otros son
globalizados; donde tenemos que comprender cuál es el valor que tienen las
experiencias grupales y colectivas que se viven a nivel local, a nivel barrial,
a nivel comunitario; donde se tiene que pensar aún más cuál es el papel que
juegan las organizaciones, los partidos.
"Yo diría que la experiencia nuestra como presos políticos ha servido para ver
cómo es posible resistir el acoso extraordinario, el aislamiento extraordinario,
el castigo extraordinario vivido en soledad. Porque aquí existe una comunidad
humana, un grupo de compañeros que mantiene la identidad bajo presión extrema, y
que tiene como norte la mantención de una esperanza".
- ¿Es posible hacer historia desde el aislamiento?
"Llevo más de diez años en la cárcel, por lo tanto hay mucho que no conozco y
que está más allá de estos muros. Mi relación con el mundo se da a través de la
gente que viene, que me visita, a través de los textos que leo, a través de los
ejercicios de historia social que realizo… pero comprendo que desde hace mucho
más de un siglo, desde las organizaciones de artesanos, desde las organizaciones
mutuales, desde las organizaciones de resistencia en la zona central y del norte
de Chile, desde los primeros sindicatos, desde los primeros partidos políticos,
viene existiendo una línea de continuidad en la generación de identidad popular
en el camino de la realización de su dignidad; una dignidad o una dignificación
de la condición social de su existencia, que necesariamente está dada por lazos
de asociatividad, de encuentro, de comunicación en el mundo popular. Pero hay un
vasto mundo popular que no tiene rostro y que no alcanzó a quedar registrado en
organizaciones o en simbologías que hoy pueden ser revisadas como vestigios
arqueológicos del mundo popular. Hay todo un vasto mundo que se encuentra en las
zonas de frontera, en los campamentos mineros; el mundo que habita en el
conventillo urbano; que habita en las barriadas marginales; este mundo popular
que habita en las mujeres trabajadoras, en las lavanderas, en las mujeres que
trabajan en las chinganas. Este mundo de pobres tiene una cultura, una
organización para sobrevivir, y en esa sobrevivencia ha creado lazos, lenguaje,
ha creado palabras; ha construido desde su propia sensualidad un universo
simbólico alternativo. Nosotros podemos preguntar a nuestros compañeros y a
nuestros hermanos marginales cómo viven, y cómo vivieron sus padres y los padres
de sus padres, y esa también es una forma de hacer historia.
"Y nosotros podemos preguntar acá, en una cárcel, a nuestros compañeros, de
dónde vienen, de dónde venían sus padres, porqué migraron del norte a la ciudad,
porqué migraron del campo a la ciudad, cuál era la vida que sus abuelos y sus
padres tenían en el campo, cómo vivía ese inquilino, porqué se produce ese
tránsito humano que puebla las ciudades y las construye. Los pobres en Chile han
construido las ciudades que hoy nosotros habitamos, pero ellos viven en los
márgenes, sufriendo la misma miseria que sufrieron sus abuelos y los abuelos de
sus abuelos".
A la salida, a nuestras espaldas se cerraron diez cerrojos magnéticos. Uno por
cada año que Pedro Rosas Aravena ha pasado encerrado.