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Ejército de chile: 30 años de mentiras
Tito Tricot
Sociólogo
Por un laberinto de brumales silencios estalló en ramalazos multicolores el
grito de asombro y dolor de los agredidos por la electricidad, los golpes y las
balas. Era el odio armado hasta los dientes de los militares que se replicaba en
un millar de recintos de detención por todo Chile. Era el horror y la
inhumanidad de la tortura, las violaciones, los asesinatos, los
desaparecimientos incoados en nuestro país a partir de septiembre de 1973 y que
materializaban, claramente, una política sistemática de aniquilamiento de todos
aquellos considerados enemigos por las Fuerzas Armadas. No fueron acciones
aisladas de terror ni practicas implementadas por algunos individuos, por el
contrario, todas y cada una de las violaciones a los derechos humanos acaecidas
durante el periodo de la dictadura del general Pinochet correspondieron a una
política de Terrorismo de Estado. Ello significa que existió planificación,
asignación de recursos humanos y financieros, instrucción, infraestructura y
apoyo logístico nacional e internacional para cometer los crímenes. Por ende,
hubo y hay responsabilidad institucional de todas las ramas de las Fuerzas
Armadas, Carabineros e Investigaciones en la represión a nuestro pueblo, y esto
fue categóricamente establecido y oportunamente denunciado por múltiples
organizaciones de derechos humanos, así como también por las víctimas de dichas
violaciones. Sin embargo, ello fue reiterada y majaderamente negado por los
institutos armados y por todos los principales actores políticos en el país los
cuales, como es sabido, siempre sostuvieron la inverosímil tesis de que todas
las violaciones a los derechos humanos constituían excesos de algunos
funcionarios de exacerbado celo "profesional"y que, por lo tanto, solo existían
responsabilidades individuales.
Es por todo lo anterior que los asertos del general Juan Emilio Cheyre,
comandante en jefe del ejército, en el documento intitulado "El Fin de una
Visión" donde reconoce por vez primera responsabilidad institucional en las
violaciones a los derechos humanos, ha suscitado un sismo político, siendo
incluso calificado de histórico por una variedad de actores políticos
nacionales. Quizás la persona que mejor ha sintetizado la algarabía orgásmica
que parece haber provocado en algunos la actitud del general Cheyre es el propio
presidente Ricardo Lagos quien expresó que "como presidente de Chile, me llena
de satisfacción y orgullo que el Ejército del país señale con meridiana claridad
que respecto de las violaciones a los derechos humanos nunca y para nadie puedan
tener justificación ética". Destacó, además, "el coraje del ejército de Chile",
por asumir su responsabilidad por lo sucedido durante los luengos años de la
dictadura. ¿Cómo puede el presidente enorgullecerse y congratularse de que el
ejército haya reconocido lo obvio y que haya señalado parte de la verdad después
de treinta años de mentiras? ¿Cómo es posible que Gonzalo Martner, presidente
del partido Socialista, afirme que la entidad "valora enormemente" el
planteamiento de Cheyre y, además, lo caracterice como " valiente e histórico".
Ni una sola palabra acerca del hecho que el ejército ha pretendido manipular la
historia y ha mentido por tres décadas para eludir su responsabilidad en los
crímenes cometidos en 17 años de dictadura. No cabe duda que lo señalado por el
general Cheyre implica una postura distinta a la sostenida hasta ahora, pero
ello no puede considerarse como un gesto de arrepentimiento y honestidad, toda
vez que reconoce lo evidente en vista de la acumulación de antecedentes
contenidos en el Informe sobre Prisión Política y Tortura que constata, una vez
más, la responsabilidad institucional en las violaciones a los derechos humanos.
Menos aún, puede catalogarse el documento del general como "un significativo
paso para lograr un Chile más democrático, fraterno y cohesionado", tal cual
estipula la declaración del gobierno de Chile. Claro, porque entre el discurso y
la realidad existe una enorme distancia y, por lo demás, el ejército ha señalado
solo parte de la verdad en relación a las atrocidades cometidas.
LO QUE DIJO CHEYRE Y TODO LO QUE FALTA POR DECIR
En una clara operación política ad portas del mencionado informe sobre la
tortura en Chile, el general Juan Emilio Cheyre emite un documento que es
proyectado por muchos como una continuación lógica de un proceso de
distanciamiento institucional del pasado dictatorial y de reinserción societal
en el marco de una profunda modernización de la institución castrense de cara a
los desafíos del siglo XXI. Para contextualizar dicho proceso, el ejército – de
acuerdo a lo establecido en el documento – ha adoptado decisiones " tendientes a
abandonar una concepción centrada en una óptica propia de la Guerra Fría. Una
visión -por cierto generalizada en los diferentes actores sociales nacionales y
organizaciones en todo el mundo- que llevó a la radicalización del conflicto y a
la imposición de una lógica de confrontación, que llegó a aceptar como legítimos
todos los procedimientos y medios de lucha como métodos para obtener o mantener
el poder. Una visión que condujo a la comprensión de la política desde una
perspectiva que consideraba enemigos a los que eran sólo adversarios y a la
reducción del respeto a las personas, su dignidad y sus derechos". El general
omite decir que esa lógica de confrontación no condujo a otros de los que él
denomina actores sociales nacionales a detener, torturar y asesinar, como sí lo
hicieron las Fuerzas Armadas. Lo que sí admite por primera vez es el carácter
institucional de la represión en nuestro país al expresar que el ejército ha
tomado "la dura, pero irreversible decisión de asumir las responsabilidades que
como institución le cabe en todos los hechos punibles y moralmente inaceptables
del pasado". Esto aparece como positivo en el discurso, sin embargo sabemos que
las acciones del ejercito distan mucho de ser congruentes con el contenido de
algunos de sus planteamientos, para ello solo basta mencionar la Mesa de Diálogo
de Derechos Humanos que, en teoría, buscaba clarificar el destino de los
detenidos desaparecidos y que contó con la participación y supuesta colaboración
de los institutos armados y que, en los hechos, se constituyó en una maniobra
política más concertada entre las Fuerzas Armadas, el gobierno y algunos
abogados de derechos humanos, pero que no produjo resultados substantivos. En
definitiva, luctuosamente, los desaparecidos continúan más desaparecidos que
antes, porque los actores políticos mencionados utilizaron aquel espacio para
crear la impresión que ya se había hecho todo lo posible por averiguar su
paradero y que las Fuerzas Armadas no poseían más información al respecto. Se
estipuló un plazo de investigación, se acabó el plazo y, claro, no se acabaron
los desaparecidos.
Es precisamente considerando este marco referencial que no podemos sino
asombrarnos cuando la abogado Pamela Pereira sostiene que "tiene un gran valor
este reconocimiento de la responsabilidad institucional, un valor histórico muy
profundo, porque creo definitivamente que esto va a marcar el antes y el después
del Ejército, y para mí es un continuo que viene desde los debates de la Mesa de
Diálogo". Si representa un continuum desde la Mesa de Dialogo, como ella
asevera, simplemente significa que estamos ante una nueva farsa, un discurso
vacuo destinado, nuevamente, a eludir la verdadera responsabilidad: la de
contribuir de manera diáfana, inequívoca y efectiva a la verdad y la justicia en
todos los casos de violaciones a los derechos humanos. Este es el punto central,
la medida que establecerá la verdadera honestidad y transformación del ejército
y sólo entonces podremos creer al general Cheyre cuando señala que "la verdad
libera y trae paz a los espíritus". Sin embargo, la historia del ejército
chileno está atiborrada de sombríos hechos y de sistemáticos intentos por
ocultar la verdad. Es más, el mismo documento del general sostiene que la verdad
debe ser "entendida siempre en el contexto histórico en que ocurrieron los
hechos". Esto es, para cualquier observador, un claro intento de justificación
de lo sucedido debido a las supuestas excepcionales circunstancias en que se
verificaron los crímenes.
Por lo mismo, al general Cheyre y al ejército les falta mucho por decir, les
falta decir los nombres y ubicación actual de todos los oficiales, clases y
civiles pagados que participaron en la represión; les falta decir que sucedió
con todos y cada uno de los detenidos desaparecidos y donde están sus restos;
les falta decir por qué mintieron al país y al mundo por treinta años; les falta
decir dónde estaban ellos cuando se torturaba, asesinaba y secuestraba
opositores; les falta decir qué dijeron e hicieron todos los civiles de la
dictadura que sabían lo que acontecía, toda vez que era política institucional;
les falta decir por qué aun defienden a criminales utilizando recursos de todos
los chilenos; les falta decir por qué contrataron en el ejército a miembros de
la Central Nacional de Informaciones, CNI, luego que esta fuera disuelta; les
falta decir que Pinochet sabía exactamente todo lo que sucedía en el país; les
falta decir que están por la verdad y la justicia sin condicionantes y sin
relativizarla. Y, por sobretodo, les falta decir Perdón, así con mayúscula y con
vergüenza, como tendrán que hacerlo los demás comandantes en jefe y la clase
política que, también por años, subscribió la tesis uniformada de que las
violaciones a los derechos humanos no eran de responsabilidad institucional.
Tito Tricot
Sociólogo
Director
Centro de Estudios Interculturales ILWEN
CHILE
Noviembre 2004