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Venezuela: populismo y democracia
Luismi Uharte
Rebelión
En los últimos años, desde diversos espacios tanto académicos como políticos,
se está intentando presentar al proceso de cambio que se está desarrollando en
Venezuela y al líder de este proceso, como un fenómeno populista, como otro
ejemplo más del denostado populismo, con toda la carga semántica negativa que
conlleva. Estos análisis, a pesar de originarse en espacios académicos, tienen
un contenido mucho más basado en la demagogia ideológica que en el rigor
científico. Por ello, es obligación, desde el propio ámbito de las Ciencias
Sociales, aclarar ciertos análisis erróneos e interesados sobre el binomio que
han querido establecer entre el proceso de cambio venezolano y el término
‘populismo’.
Populismo y neopopulismo
Un modelo de análisis bastante extendido ha sido el que parte del concepto ‘neopopulismo’.
Algunos autores, valiéndose de este término, han equiparado la figura de Chávez
con las de Fujimori y Ménem. El error aquí, radica en que dan prioridad al
análisis de figuras carismáticas respecto al contenido y la puesta en práctica
de los proyectos que estos líderes carismáticos defienden. Es decir, intentan
darle más importancia a la forma que al contenido. Por ello, es fundamental
aclarar que un estudio serio sobre el populismo se debe encuadrar en el
contenido de los proyectos y en su materialización práctica. Teniendo esto
claro, se puede concluir que mientras Fujimori en Perú y Ménem en Argentina
implementaron políticas funcionales al modelo neoliberal, Chávez está siguiendo
una senda cualitativamente diferente. Por ello, es absurdo calificar al gobierno
de Chávez como neopopulista.
El único análisis mínimamente serio y riguroso sobre Venezuela y el populismo es
el del analista Steve Ellner. Afirma el autor que el proceso venezolano no se
puede calificar como neopopulista, y que en todo caso, las similitudes se pueden
establecer con el populismo clásico latinoamericano de los años treinta y
cuarenta, pero en sus rasgos más radicales, como el aumento de la intervención
estatal en la economía, su política exterior independiente y su poder de
movilización social. En otros aspectos, sin embargo, las diferencias son
notables respecto al populismo clásico, principalmente en el ámbito de la
participación, ya que los regímenes populistas eran marcadamente verticales y
poco participativos, al contrario del proceso venezolano, que se está destacando
por su impulso a la participación ciudadana.
Un análisis actual sobre el populismo, exige rescatar dos de sus características
más explicativas para identificar como tal a cualquier proceso de cambio. Una de
sus características es la que identifica como populista a todo movimiento
político que promete pero no cumple. La otra característica es la que identifica
como populista a todo proyecto que asegura la puesta en marcha de políticas a
favor de los más desfavorecidos y luego no las pone en marcha e incluso práctica
las contrarias. Un estudio básico del proceso venezolano permite comprobar que
no se cumplen en esencia ninguna de estas dos características.
Además, si se quiere establecer algún paralelismo entre lo que está pasando en
Venezuela y otros momentos y modelos históricos, podemos encontrar experiencias
concretas mucho más cercanas en cuanto a su similitud con el cambio en
Venezuela, que los modelos populistas. Se puede afirmar que el proceso actual en
Venezuela tiene mucho más parecido con el New Deal de la época de F. D.
Roosevelt (Petras), o con el modelo de Estado de Bienestar europeo de la
posguerra mundial, que con modelos populistas o neopopulistas.
Democracia
Sin embargo, lo más importante actualmente es analizar el proceso venezolano con
las herramientas conceptuales que más centralidad tienen hoy en día, tanto en
los espacios académicos, como políticos. Sin duda, una de las herramientas
conceptuales más importantes es el término ‘democracia’, por el intenso debate y
producción intelectual e ideológica que genera. Por ello, la actualidad
venezolana y su evolución hay que observarla desde el prisma de la democracia,
en sus cuatro órdenes fundamentales: político, económico, social y de soberanía
nacional.
Los cambios implementados en el ámbito político, son un reflejo de promesas que
se han materializado en la práctica, y por tanto, se deben considerar como una
expresión de profundización en la democracia política, y no como parafernalia
populista. La promulgación de una nueva Constitución y su orientación
progresista, junto al impulso a la participación política de los ciudadanos, son
el ejemplo más notorio de esto.
El reparto de más de dos millones de hectáreas a cientos de miles de personas en
el marco de la reforma agraria; la creación de miles de cooperativas
productivas; la recuperación de la empresa pública de petróleo; los miles de
microcréditos concedidos a sectores desfavorecidos; el freno a la privatización
masiva de empresas públicas; el impulso a un sindicalismo independiente del
capital privado; y la apertura de espacios de participación ciudadana en el
ámbito económico, tienen muchos más que ver con el cumplimiento de promesas y
con el avance en términos de democracia económica que con políticas de corte
populista.
En la misma línea, la alfabetización de más de un millón de personas en menos de
un año; la incorporación de miles de niños pobres a guarderías públicas; la
apertura de la Universidad a miles de pobres que tenían su ingreso vetado en la
práctica; el aumento del presupuesto en educación del 3% a más del 6%; la
instauración de un servicio de atención primaria hasta ahora inexistente en el
sector de la salud, ofreciendo asistencia médica básica a millones de pobres en
todo el país; la construcción de miles de viviendas a precios populares; y la
creación de una red distribución de alimentos a precios asequibles, entre otras
medidas, están más cerca de un proceso de democratización social que de un
proceso de orientación populista.
Por otra parte, la política independiente respecto a Estados Unidos; la
oposición al militarista Plan Colombia; el acercamiento a Cuba; el impulso a una
estrategia de unidad latinoamericana; su negativa expresa al ALCA; y el
liderazgo en el seno de la OPEP, son una expresión de profundización en clave de
soberanía nacional, más que demagogia populista.
Los datos presentados no indican que el proceso de cambio es ejemplar en todos
sus aspectos. De hecho, como todo proceso social, es dialéctico y por tanto está
lleno de contradicciones. Las acusaciones de corrupción y de ineficacia contra
algunos gobernadores y alcaldes bolivarianos, y el freno a la participación de
las bases en la nominación de los candidatos oficialistas para las próximas
elecciones regionales de octubre, son un ejemplo de esto. Pero esto no significa
que la orientación del cambio, a nivel estructural, sea populista.
La conclusión que se puede extraer de aquí es doble. Por un lado, es necesario
reafirmar que el proceso venezolano supone un cambio en clave de profundización
democrática, y por lo tanto, no se le puede encuadrar dentro de los fenómenos
populistas. Por otro lado, se observa que este tipo de análisis de mínimo rigor
científico, están desposeyendo al concepto populismo de su condición de
instrumento de análisis, convirtiéndolo en un vocablo de descalificación contra
todo proyecto no funcional al modelo neoliberal imperante.