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URUGUAY: CAMPAÑA EN LAS ULTIMAS
La mesa esta servida
BRECHA
La cuasi certeza, cada vez más presente en las encuestas y 'en la calle', de
que la suerte electoral está echada se apoya en razones nada coyunturales y
adquiere cuerpo, sobre todo, en el Interior, movilizado como nunca antes en
favor de la izquierda. Lo errática que se ha vuelto la campaña de los blancos y
la virulencia que está adquiriendo la propaganda de los colorados refuerzan esa
hipótesis. La cobertura se completa con una entrevista a Danilo Astori, en la
que da su visión sobre el contenido del cambio.
Faltan un par de semanas para las elecciones, y crece la percepción de que está
todo el pescado vendido. Gran parte de la izquierda no quiere adelantarse a los
hechos, y hace bien, pero la conducta de blancos y colorados es quizás el
indicio más fuerte de lo que vendrá.
Si no andan muy erradas las encuestas que se conocen, y algunas otras encargadas
por dirigentes políticos para consumo privado, hay un efecto de bola de nieve
que no sólo confirma a la Nueva Mayoría como tal, sino que además tiende a
aumentar el arrastre de su candidato, Tabaré Vázquez, a la Presidencia. Ese
fenómeno es especialmente notorio en el Interior, donde el tono emotivo de la
campaña es muy distinto del montevideano.
Si se mantiene tal tendencia, la principal incógnita ya no sería quién gana,
sino con qué ventaja. En palabras más crudas, el principal problema de blancos y
colorados no residiría en la posibilidad de que su adversario llegue a la mitad
más uno de los votos en la primera vuelta, sino en la perspectiva de que
traspase ese límite y siga creciendo. No les faltaría tiempo para acortar
distancias, sino que estarían deseosos de que la campaña termine cuanto antes.
En vez de buscar el empate, terminarían pidiendo la hora.
Ante semejante panorama se reacomodan muchos cuerpos, en los lugares más
imprevistos, y se esbozan conductas semejantes a la de quienes desobedecieron,
cuando las Torres Gemelas estaban por caer, la orden trasmitida por altavoces de
no abandonar los puestos de trabajo.
Zafarrancho
Es considerable el desconcierto que crea esta situación entre quienes se habían
convencido de que nunca llegaría. El Frente ganó la Intendencia de Montevideo en
1989, y si no sobreviene algún cataclismo la va a retener por lo menos hasta
2010. Serán 21 años. Un político blanco o colorado de 60 años de edad, que en
este país y este sistema partidario es un pibe, puede pensar que si la cosa
viene así, la Presidencia de la República permanecerá en manos de la izquierda
durante lo que le queda de vida. Desde ese punto de vista, se comprende el
desasosiego.
La campaña de Jorge Larrañaga parece a punto de perder el rumbo, y empieza a
parecer una sucesión improvisada de manotazos contra un adversario que ni
siquiera necesita arriesgarse a cambiar golpes.
Agotado sin mayores consecuencias el reclamo de un debate con Vázquez, el
candidato blanco quedó en grave riesgo de ridículo al alegar que la plataforma
electoral frenteamplista es una copia del programa blanco, no sólo porque está
extendida la impresión inversa, sino ante todo por la sencilla razón de que esa
plataforma del Frente se limita a recoger definiciones aprobadas en su más
reciente Congreso, de diciembre del año pasado, o sea antes de las internas de
junio de este año y mucho antes de que se definieran el candidato y las
propuestas del Partido Nacional.
Hasta ahora, los mejores avisos de Larrañaga en televisión (el de varias
personas que se ponen la mano sobre el corazón y el que lo muestra dispuesto a
debatir pero sin rival) son aquellos en que el ex intendente de Paysandú no
habla. Alguien ha decidido que debe parecer refinado e ingenioso, para revertir
una imagen de persona poco cultivada, y le dan unos libretos intrincados, con
juegos de palabras, que no le quedan bien.
Los colorados están, tras diez años de gobierno, en la pavorosa zona de un solo
dígito cuando se registran intenciones de voto, y los pronósticos coinciden en
que obtendrán, todos juntos, apenas tres senadores, mientras el Espacio 609
encabezado por José Mujica logra por lo menos seis.* Eso ha precipitado gestos
muy agresivos que, además de deberse a simple rabia, buscan dos objetivos:
acaparar el espacio más hostil a la izquierda, que los blancos cultivan poco; e
intentar que no se consolide la percepción de que hay que elegir, desde la
primera vuelta, entre Vázquez y Larrañaga.**
Han fallado, uno tras otro, los intentos de hallar 'el' punto débil de la
izquierda. Tal vez porque esa búsqueda se basó en una percepción errónea de lo
que pasó hace cinco años. En aquella primera elección con balotaje, los
colorados y blancos sabían que no eran invencibles, pero en realidad mantenían
ventaja y pegaban desde arriba. Sin embargo, y porque en algún momento temieron
que les hubiera llegado la hora, se convencieron luego de que habían encontrado
el golpe salvador, y ahora pensaron que podían repetir la proeza. Pero esto ya
no es cuestión de talentear.
Puede ser, por supuesto y hasta el último día de campaña, que los liderados por
Vázquez cometan algún error muy grueso y pierdan. Pero ya no parece posible que
sus rivales ganen porque se les ocurra algo muy genial.
Al mismo tiempo, la posibilidad de ensuciar la campaña se angosta, y el
contraataque violento se parece cada vez más a un suicidio político.
Subjetivamente, está muy cerca el comienzo de un nuevo gobierno, y si es del
Frente, como parece cada vez más probable, los demás tienen que decidir pronto
desde dónde van a mirarlo. ¿Estarán dispuestos todos los políticos blancos y
colorados a alinearse, en una oposición cerrada y sin puentes, tras los
dirigentes más reaccionarios, que fueron los grandes derrotados de los últimos
años?
La izquierda está pendiente de no cometer errores, y eso es indudablemente
razonable, pero también se debe tener presente que la mayor parte de las
intenciones de voto no se define en el último tramo de las campañas, sino
bastante antes. En este caso, y sin pretensiones de exhaustividad, cabe señalar
por lo menos diez factores que vienen empujando desde hace tiempo a Vázquez
hacia el triunfo.
1. Ante todo, y como dijo el vicepresidente de la República, Luis Hierro, 'hubo
gobiernos de cercanía, de coalición, de entendimientos parlamentarios, que han
ido demostrando en los últimos 20 años que claramente hay orientaciones
políticas e ideológicas similares' en colorados y blancos, y la ciudadanía lo
percibe con gran claridad. Se vota por el Frente o contra el Frente, y se sabe
que, en la segunda opción, da más o menos lo mismo uno u otro.
2. Esa percepción se apoya en una tendencia de acumulación histórica de la
izquierda que lleva decenios. Está por resolverse un pleito iniciado con la
crisis de los años cincuenta, justo cuando se terminan los tiempos políticos y
biológicos de quienes vieron su inicio. La dictadura, que vino a sangre y fuego
para frenar esa tendencia, se rompió los dientes con una izquierda que no sólo
persistió, sino que también se negó a que le impusieran nuevas formas. Mucho se
habla de los inconvenientes que trajo la 'restauración', y muy poco de lo que
habría pasado si prosperaban, en otro extremo, las propuestas de dar por difunto
al Frente y formar algo distinto.
3. Esa izquierda no es sólo partidaria. El que no entiende que el ascenso de
Vázquez hacia el gobierno se apoya en una densa trama social y cultural,
construida por varias generaciones y cementada por formadores de opinión en los
más diversos ámbitos, no entiende casi nada de lo que ocurre.
De abuelos a nietos se ha trasmitido una cultura que identifica a los culpables
del derrumbe, y es un poco tarde para que la derecha quiera zafar del lazo, a
último momento, con el argumento pueril de que 'buenos y malos hay en todas
partes'.
4. La reforma constitucional que estableció la elección presidencial en dos
vueltas levantó la valla que debía saltar el Frente, pero también lo obligó a
conquistar la mayoría absoluta, un objetivo estratégico que antes de esa reforma
no era compartido por todos sus dirigentes.
5. Los partidos tradicionales se comportan desde hace años como la izquierda
cuando era pequeña y no sabía crecer: atribuyen su desgracia a que el pueblo es
inconsciente, irresponsable y manipulable. Así se tarda más en levantar cabeza.
6. La crisis de 2002 representó a los ojos de la inmensa mayoría el fin de un
modelo, y el agotamiento histórico de las fuerzas que habían terminado por
llevar a Jorge Batlle a la Presidencia.
7. El referendo sobre la ley de ANCAP, el 7 de diciembre del año pasado, mostró
que la confianza de la ciudadanía en Julio María Sanguinetti y Luis Alberto
Lacalle, grandes abanderados del No, figuras emblemáticas de los llamados
partidos tradicionales y presumibles candidatos a nuevos períodos
presidenciales, estaba incluso por debajo del 27,7 por ciento que votó esa
opción (porque en ese 27,7 por ciento hubo, también, izquierdistas que, como
Danilo Astori, consideraban conveniente la norma impugnada).
8. Este año, el proceso que desembocó en la elección de Larrañaga y Guillermo
Stirling como candidatos presidenciales confirmó el ocaso anticipado de Lacalle
y Sanguinetti, que dejó a Vázquez en el umbral de la victoria (y le quitó de
antemano a esta campaña buena parte de las proporciones épicas que podría haber
alcanzado).
9. El Frente supo, a su modo y con sus ritmos, procesar el recambio de la
generación de dirigentes fundadores de primera línea, que terminó de extinguirse
este año, mientras recuperaba aliados que había perdido y atraía a nuevos
socios. Esos procesos han dejado mucho que desear, pero también han invertido
algunos términos históricos. Ahora son los izquierdistas los que cuentan con un
elenco nutrido, variado y fogueado de cuadros, frente a la endeblez e incluso
inexperiencia de sus rivales.
10. Otra inversión, cruel paradoja para los inventores de lo que se dio en
llamar ley de lemas, es que la izquierda presenta un abanico muy variado de
opciones, con acuerdos básicos consolidados, frente a una oferta de colorados y
blancos que, por la lógica del propio crecimiento frenteamplista, ha perdido
matices y alternativas.
De todo esto surge esa sensación de que la suerte está echada. La imaginación ya
pide cancha para pensar cómo podrán cambiar, a partir de un triunfo de la
izquierda, la sociedad y sus partidos, qué nuevos procesos comenzarán y qué raro
parecerá, luego, este país de ahora, cuando tratemos de explicarlo a gente más
joven y quizá más feliz.
* Para remachar la sensación de que el país necesita que la izquierda gane, las
proyecciones de distribución de bancas sugieren que lograría mayoría
parlamentaria incluso sin ganar la Presidencia. O sea que, como de todos modos
tendría en sus manos el gobierno, más vale que lo ejerza del todo y de una vez.
** Cierta desidia en la publicidad colorada es un síntoma elocuente del estado
de ánimo que atraviesa el partido gobernante. En el aviso en que Sanguinetti
habla de la educación terciaria, quedó un vaso sobre el banco de plaza que ocupa
el veterano dirigente, y nadie se molestó en repetir la toma.