Latinoamérica
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Después de Octubre, relanzar el socialismo revolucionario
Crítica del romanticismo "anticapitalista"
Roberto Sáenz
Socialismo o Barbarie
"En general, se diría que en Bolivia se produce una suerte de
concentración trágica de los problemas culturales e históricos de América Latina
y que se trata de un país que sin cesar se sitúa en el recodo donde los hechos
se suceden, para convocarlos, para descifrarlos y agitarlos. No es un país
apacible y, por el contrario, se puede decir que ni siquiera es un país natural,
porque aquí nada es fácil y parece todo tener el contenido de un reto; pero su
exigencia, su desventura, la facilidad con que se compromete y concierta las
marchas unánimes hace ahora un modo de ser. Su dificultad es también su mejor
gloria" (1).
La lucha socialista en el contexto del imperialismo ha incluido a lo largo de
todo el siglo XX reivindicaciones en los países coloniales de unidad nacional e
independencia de sus respectivas metrópolis. Ha proclamado siempre la vigencia
del derecho a la autodeterminación de los pueblos oprimidos. Los obreros,
"arrastrando tras de sí" (Trotsky) a los campesinos, debían combinar en una
revolución permanente las tareas modernizadoras nacionales,
democrático-burguesas, la expropiación y toma del poder en un "eslabón débil"
nacional, con tareas socialistas internacionalistas.
¿Esta vigente esto hoy en Bolivia en el proceso revolucionario en curso? Sí, lo
está, pero bajo una forma complejizada, dificultad que hay que reconocer para no
afirmarse dogmáticamente sino de manera verdaderamente revolucionaria. Esto es
esencial en las actuales condiciones de Bolivia, que no son las de la revolución
de 1952, cuando la centralidad de los trabajadores se daba por sentada. Por eso,
el proceso boliviano no simplemente "reestablece temas abandonados" (2) sino que
relanza el debate estratégico en las nuevas condiciones, con nuevas dificultades
y potencialidades.
De ahí la tan fuerte emergencia de la cuestión indígena, que exige un abordaje
desde el marxismo revolucionario y la clase trabajadora sin recaer en el
indigenismo, como es el caso de los intelectuales de moda en Bolivia. Esto es,
no retroceder a la tesis romántica por excelencia, según la cual las fuerzas
antisistema centralmente provendrían por fuera del proletariado.
Este es el debate estratégico planteado hoy en el proceso revolucionario
boliviano: ¿cómo reestablecer el lugar central de la clase trabajadora en
alianza con el resto de los explotados y oprimidos, luego de la debacle de 1985
(3) y del fracaso del proceso de la revolución de 1952? (4) Discusión que hace
parte del debate abierto en la vanguardia en las nuevas condiciones de la lucha
a comienzos del siglo XXI: en particular con la emergencia del movimiento
anticapitalista a nivel mundial, el proceso del Argentinazo de 2001 y, más
recientemente, acerca de la dinámica de clases del Octubre boliviano en 2003.
Nuestro objetivo es, también, ayudar a relanzar la tradición del socialismo
revolucionario en la propia Bolivia en el actual proceso, que creemos es de
extrema necesidad (5).
Modernidad (trunca), romanticismo y marxismo
La barbarie capitalista al ingreso al siglo XXI ha puesto en discusión el legado
no sólo del mismo capitalismo, sino la consideración del concepto más abarcador
de modernidad. En particular, esto es muy visible en la base de la crisis actual
en Bolivia. Lo que está en cuestión no es sólo el balance del ciclo neoliberal
desde la 21.060 (6) en adelante. Es algo más de conjunto: la crisis del ciclo
total de la revolución de 1952 y del proyecto "modernizador" (trunco, por sus
límites burgueses) que ella encarnó (7).
Así, la paradoja es que Bolivia, sin haber llegado a constituirse plenamente
como país capitalista (aunque lo es en su forma dominante), ya está destruido.
Esta es la tremenda contradicción que se vive en las entrañas de la crisis del
país, lo que ha dado pie al desarrollo de las concepciones en boga en la
vanguardia y los movimientos sociales.
Concepciones que se inspiran en las corrientes históricas "románticas" de
oposición al capitalismo, paradas desde la perspectiva de reivindicar las formas
de trabajo y de vida precapitalistas. Esta corriente (originada hacia finales
del siglo XVIII) incluyó manifestaciones no sólo artísticas y culturales (que
son las que el vocablo evoca en primer término), sino económicas y políticas,
desde todo el arco de izquierda a derecha. Se vuelve a presentar hoy con fuerza
en América Latina, en condiciones del desarrollo de elementos de barbarie
capitalista. Siguiendo un trabajo de Lenin, podemos decir que : "Los deseos de
los románticos son muy buenos (...). Su conciencia de las contradicciones del
capitalismo los coloca por encima de los optimistas ciegos que niegan estas
contradicciones. Y si se califica a Sismondi de reaccionario, no es por haber
querido regresar a la Edad Media, es porque en sus aspiraciones concretas
‘comparaba el presente con el pasado’ y no con el futuro, porque ‘demostraba las
eternas necesidades de la sociedad’ mediante ‘las ruinas’ y no mediante las
tendencias del desarrollo moderno (...) lo que lo lleva a elegir medios (para la
consecución de fines muy loables) que en la práctica no pueden ser eficaces, que
no pueden satisfacer más que al pequeño productor" (8).
Una nueva versión de esto está en boga hoy en Bolivia, producto de que en el
país siguen imperando formas de vida pre-modernas y mestizas/híbridas producto
del fracaso de la modernización capitalista. Estas formas precapitalistas
conviven con las formas dominantes de un capitalismo en crisis pero que aun así
le imprime el sentido general al conjunto de la formación social.
Esto ha dado lugar al desarrollo de concepciones como las del influyente
intelectual Álvaro García Linera (9) que llega a decir que la mayor parte de la
población estaría sometida a relaciones sociales no capitalistas.
Citaremos in extenso: "En Bolivia, se puede afirmar que existen cuatro grandes
regímenes civilizatorios. Estas cuatro civilizaciones serían:
a) La moderna industrial, que abarca a personas que, poseedoras de una
racionalidad práctica eminentemente mercantil y acumulativa han atravesado
proceso de individuación, de desarrollo comunitario tradicional, viven la
separación de lo político respecto a lo económico y asientan el fundamento de
sus condiciones de existencia, como actor dominante o subordinado, en
actividades laborales como la minería y manufactura industrial, la banca, el
gran comercio, los servicios públicos, el transporte con sus respectivos
circuitos de acumulación e intercambio directamente mercantil de productos,
bienes y fuerza de trabajo.
b) El segundo régimen civilizatorio es la economía y cultura organizada en torno
a la actividad mercantil simple de tipo doméstico, artesanal o campesino; son
portadores de una racionalidad gremial o corporativa y poseen un régimen de
instituciones políticas basadas en la coalición normada de pequeños propietarios
mercantiles. Una buena parte de la llamada informalidad, de los artesanos y los
pequeños campesinos parcelarios corresponden a este segmento social.
c) En tercer lugar, esta la civilización comunal, con sus procedimientos
tecnológicos fundados en las fuerza de masa, en la gestión de la tierra familiar
y comunal, en la fusión entre actividad económica y política, con sus propias
autoridades e instituciones políticas que privilegian la acción normativa sobre
la electiva y en la que la individualidad es un producto de la colectividad y su
historia pasada.
d) Por último, está la civilización amazónica, basada en el carácter itinerante
de su actividad productiva, la técnica anclada en el conocimiento y laboriosidad
individual y la ausencia de Estado. En conjunto, casi dos terceras partes de los
habitantes del país se hallan en alguna de las últimas tres franjas
civilizatorias o societales" (10).
Sorprendente afirmación esta última. Porque –aun dando por cierto el esquema
general de García Linera– lo que debería establecerse aquí no es tanto la
cantidad sino la calidad: ¿bajo cuáles relaciones sociales de producción se
produce la parte más importante de la riqueza social y en manos de qué clases
esta riqueza es producida y apropiada? Para nosotros, es claro que en manos de
los capitalistas y las multinacionales imperialistas, que explotan a los
trabajadores y expolian a las demás formas económico-sociales y los recursos
naturales. De ahí el lugar económico y político del tema del gas y el lugar
central que tiene esta reivindicación desde la insurrección de octubre.
El propio García Linera, en directa contradicción con lo recientemente citado
(en un texto anterior) señala que "el total de trabajadores dedicados a la
industria manufacturera desde el año 1986 (en las ciudades capitales) ha subido
de 117.103 personas a 150.000 en 1991, a 231.000 en 1995 (ciudades capitales), y
a 393.623 en 1997 en todo el país. Según la Cámara Nacional de Industrias,
alrededor del 38% de los trabajadores se concentran en industrias de más de 30
operarios, en tanto que otro 38% lo hace en manufacturas que tienen entre 1 y 4
obreros. Igualmente, la cantidad de obreros de la construcción ha subido de
47.000 en 1986, a 53.000 en 1991 y a 106.000 en 1995 en ciudades capitales y a
188.203 en todo el país en 1997. Por su parte, los trabajadores del sector
minero han pasado de 47.000 en 1986 a 74.000 en 1991 y a 63.846 en 1997, aunque
la mayoría sean cooperativistas.
En general, en 1995, en ciudades capitales, de 1.256.000 personas económicamente
activas, cerca de 530.000 son trabajadores asalariados ocupados en ramas
productivas desde el punto de la valorización del valor (manufactura,
construcción, minería, transporte, electricidad, gas, agua). En tanto que
tomando en cuenta a los 3.569.741 de la población trabajadora de todo el país,
en 1997 1.521.541 trabajan en la agricultura, 1.394.317 son trabajadores que
venden su fuerza de trabajo bajo la forma de esfuerzo laboral remunerado o de
productos, y 826.875 son trabajadores productivos que valorizan el valor, esto
es, producen plusvalía en el proceso de producción (minería, manufactura,
electricidad, energía, agua, luz, construcción, transportes y almacenamiento)"
(11).
"Corrigiendo" lo anteriormente escrito, no es casual que esta corriente
privilegie la categoría de civilización por encima de las de formación social y
modo de producción, que son las que permitirían no confundirse acerca de la
naturaleza social de conjunto del país, más allá de que efectivamente se debe
reconocer la existencia de una abigarrada combinación de formaciones sociales
heterogéneas (12).
Característico de esta corriente ideológico-política es reivindicar las formas
de vida y de lucha premodernas, aunque al mismo tiempo se apoye en la critica
posmodernista (o "posmarxista") al marxismo, que es utilizada para cuestionar
todo proyecto que se base en postular la centralidad de los trabajadores.
Siguiendo a Laclau y Mouffe (autores del conocido e influyente Hegemonía y
estrategia socialista) se señala que: "(...) el pluralismo consiste básicamente
en esta condición poliárquica del mundo de las asociaciones de los grupos de
interés (...) de la reflexión de la no centralidad de lo propio (...) su derecho
a practicar su libertad cultural en espacios políticos compartidos (...) El
relativismo cultural que estoy pensando básicamente se refiere a la superación
(...) del etnocentrismo, ignorante o desconocedor de otras culturas (...) En las
últimas décadas, las fuerzas que propician una inyección y demanda de
reconocimientos pluralista han sido los movimientos sociales y los movimientos
político-culturales o étnico-nacionales. Su política comienza por reclamar el
reconocimiento de derechos a su diferencia (...) lo cual es una demanda de
reconocimiento, integración y reforma pluralista (...) una reforma
democratizante que los reconozca e integre en sus sociedades" (13).
A todo lo más que llega este planteo es a un formalismo "democrático" que, para
colmo, al no cuestionar realmente las bases sociales del Estado capitalista
boliviano, sólo reclama inclusión, pero de ninguna manera puede crear las
condiciones para una verdadera solución del problema nacional indígena.
Estas críticas –que se asientan sobre hechos ciertos y al mismo tiempo sobre una
lectura deformada de la estructura socioeconómica de Bolivia– se basan en una
aproximación equivocada y unilateral al legado del marxismo clásico.
El comienzo de la modernidad puede fecharse en las revoluciones sociales e
intelectuales del siglo XVI, XVII y XVIII. Pero el problema es que las dos
grandes revoluciones que inauguraron la época del capitalismo (las revoluciones
inglesa y francesa) fueron al mismo tiempo realización e inmediatamente
frustración de esos designios o legados "modernizadores".
Siguiendo en esto al intelectual argentino Alan Rush, podemos decir que "(...)
la tesis de una modernidad doble: no sólo capitalista sino también socialista o
comunista, surge de manera suficientemente clara del sentido general de los
escritos de Marx (...) sigo acá a Marshall Berman, quien ha advertido que Marx
distingue la ‘época’ o el ‘mundo moderno’ en su contenido de su ‘forma’
capitalista (...) Marx (...) afirma con suficiente claridad que esa expansión
universal y consciente de las capacidades, productos y relaciones de los hombres
–la modernidad (...)– es constantemente impulsada pero nunca realizada plena, ni
siquiera gradualmente, por el capitalismo. Sólo el comunismo, emergente del
conflicto autodestructivo entre las tendencias modernas del capitalismo y sus
propias trabas estructurales, realizaría plenamente la modernidad. Por eso (...)
la modernidad (...) aparece caracterizada principalmente en términos de
desarrollo universal e ilimitado comunista, del que el capitalismo es apenas la
‘forma’ inicial autorefrenada e invertida" (14).
Precisamente del terreno de esta frustración y esta lucha surgió el marxismo
clásico y revolucionario. Porque la clase trabajadora debía "recoger el guante"
de lo más íntimo y profundo de la modernidad frustrada por su envoltura
capitalista (15), frustrada por una revolución sólo burguesa (16).
En el transcurso del siglo XX esta frustración creció. La acentuación del
desarrollo contradictorio de las fuerzas productivas, de las guerras, de la
destrucción creciente de los recursos humanos y naturales, ha dado lugar a
expandidos elementos de barbarie a comienzos del siglo XXI.
Ni hablar del caso de América Latina, donde ha dado lugar lisa y llanamente a la
bancarrota de países enteros, como ocurrió con Argentina y Bolivia. Esta
realidad es la que explica el crecimiento exponencial de estas tendencias
político-ideológicas románticas al interior de la vanguardia, como es el caso de
Felipe Quispe y sus diatribas contra el marxismo en tanto expresión de un
supuesto pensamiento "europeo y K’ara [blanco]", no emancipador y universal como
sostenemos nosotros.
Las mismas tendencias o rasgos se verifican en nuestro continente con el
zapatismo, el MST de Brasil y las corrientes "piqueteras", populistas y
autonomistas en la Argentina. Todas ellas tienden a desentenderse de las
perspectivas de la clase trabajadora como tal y de la necesidad de apropiarse de
las principales palancas del capitalismo como base material ineludible para
crear las condiciones económico-sociales de una sociedad emancipada.
Es en este marco que se produce esta recaída romántica que embellece las
prácticas de autosubsistencia y reapropiación de las condiciones inmediatas de
vida y reproducción por parte de determinados movimientos sociales. Pero que
tienen la estrategia de operar al margen del real cuestionamiento al monopolio
de los principales medios de producción por parte de los capitalistas y al
imperio del Estado burgués como tal.
El fracaso de la revolución (traicionada) de 1952
Esto se manifiesta en Bolivia de la manera más cruda. Porque, como ya
adelantamos, no sólo está en discusión el legado "neoliberal" desde 1985 sino
que está cuestionado el legado mismo de la revolución de 1952. No simplemente en
lo que hace a la limitación (traición) burguesa de esa revolución, sino acerca
de las perspectivas de la clase trabajadora boliviana, su lugar en el conjunto
de las fuerzas sociales y el lugar mismo del marxismo revolucionario.
García Linera, recogiendo un concepto de René Zavaleta Mercado (17), plantea que
la clase trabajadora minera de la segunda mitad del siglo XX fue "la única clase
verdaderamente moderna del país". Sin embargo, este "modernismo" de la clase es
usado en su contra, haciendo a los mineros responsables del fracaso de la
revolución expropiada a los trabajadores (18).
García Linera llega a atribuir la responsabilidad de esta derrota al
"inconsciente" de los obreros: "hasta hoy sólo contamos con una interpretación
fundada en la ‘filosofía de la conciencia’ respecto del curso que tomó la
revolución de 1952. Trabajada como una obra producida por una ausencia (la del
partido obrero), no se ha podido explicar porqué las cosas sucedieron como
sucedieron, porqué el proletariado actuó como actuó, abdicando del poder que
tenia en sus manos. El ‘engaño movimentista’, aparentemente permitido por la
ausencia del partido, o la denuncia quejumbrosa de la ‘carencia’ de conciencia
socialista, no explica por qué es que los mismos obreros que aprobaron una
‘tesis socialista’ luego encumbraron a un gobierno ‘nacionalista pequeño
burgués’; lo que falta responder es qué tipo de conocimiento y de conciencia
llevó a esos obreros a sentirse representados, sin que nadie los obligue a
obedecer, por un grupo de personas durante tanto tiempo, y que a pesar de varias
décadas seguía apareciendo como el emblema de su identidad política más
enraizada (...). Zavaleta Mercado (...) propone una ruptura con esta visión
idealista de la historia al insinuar la búsqueda de los esquemas ordenadores mas
profundos al interior del inconsciente obrero (...). La entrega del poder
político de manos de los obreros a los funcionarios del MNR (19) sería así
entonces la verificación de una distribución de poderes, de una delegación de
los mandos y de los dominios, que replican, en el terreno del Estado, unas
sumisiones inculcadas y aceptadas en el propio proceso de trabajo y viceversa
(...) La desvalorización social del trabajo posterior a los sucesos de abril
resultó así de la fuerza de las estructuras simbólicas que interiorizaron
durante décadas de las pautas de dominación material y que, puestas en jaque por
la insurrección, pudieron volverse a reconstruir por la acción de los propios
trabajadores" (20).
¡Vaya crítica de "una visión idealista de la historia"! ¿Qué más idealista que
apelar al supuesto "inconsciente" de los trabajadores para explicar que ellos
mismos habrían reconstituido con su propia acción el poder de sus enemigos,
producto de pautas de comportamiento "internalizadas"? Esto hace parte de la
moda de ataques a la tradición obrera y minera de la mitad del siglo XX,
tradición heroica que en su efectivo fracaso no puede llevar a arrojar al niño
junto con el agua sucia. Esto es, no se puede arrojar a la clase trabajadora
junto con el real fracaso modernizador de los políticos del MNR y los siniestros
burócratas de la Central Obrera Boliviana (21), haciendo un análisis
despolitizado, donde las luchas de tendencias, los programas, las direcciones y
la conciencia política no tendrían ninguna fuerza explicativa.
Por el contrario, Zavaleta Mercado (a despecho de García Linera y todos los que
se consideran "zavaletianos") señala claramente que el proletariado era el que
disponía de más fuerza social entre todas las "clases nacionales" del ’52. Era
la más coherente, moderna y sistemática de las clases sociales "no
oligárquicas". Parecía entonces "natural" que el proletariado que se organizó en
la COB avanzara sobre el MNR y sobre el aparato estatal. Pero Juan Lechín
Oquendo, representante de toda una corriente política e ideológica nacionalista
de izquierda (no clasista) al interior de la FSTMB (Federación Sindical de
Trabajadores Mineros Bolivianos) y de la COB, y que provenía del ala izquierda
del MNR, replegó al proletariado hacia el sindicalismo, hacia el economicismo,
hacia la colaboración de clase con la burguesía, lo que significó dejar el poder
en manos de Paz Estenssoro y el MNR. Es decir, maniobró e hizo todo lo posible
para impedir que la clase trabajadora minera tomara el poder, en circunstancias,
como las de una revolución, donde los problemas de dirección política son
decisivos.
Por eso, el fracaso de los traidores burgueses y burocráticos en cumplir los
objetivos emancipadores de la revolución de 1952 recae enteramente sobre ellos,
que fueron los que gobernaron el país y frustraron la revolución. Es una
operación política e intelectual definitivamente espuria descargar la
responsabilidad sobre la clase trabajadora minera, que fue la que puso todo lo
de vital, de esperanzador y emancipador que tuvo una de las revoluciones obreras
más importantes en la historia de América Latina desde la segunda posguerra
(22).
A pesar de su origen movimientista, Zavaleta Mercado se acercaba muchísimo al
verdadero balance de la revolución de 1952 ya en la década del 60. El capítulo
que citaremos, sintomáticamente titulado "Frustración capitalista de Bolivia",
comienza criticando el "proyecto económico" del gobierno de Paz Estenssoro y
concluye con el balance político: "Un proyecto como el que se planteaba
coincidía exactamente con la división del trabajo del imperialismo que no se
veía inquietado ni mayormente perjudicado con un desarrollo económico
inofensivo, agrarista (...) que mantenía el control imperialista sobre el país a
las mismas horas en que debía buscarse lo contrario, es decir, un desarrollo
económico que significara el fin de la semicolonia (...) el ser económico de
Bolivia era la minería. Para el mundo, Bolivia existe como proveedor de
minerales, y tal cosa esta lejos de ser simplemente una desgracia a secas, como
pensaban (...) los agraristas. Lo natural era que, una vez nacionalizadas las
minas, en su explotación primaria, se completara el ciclo de la minería hasta su
industrialización (...) En realidad, Bolivia nacionalizó la fase más penosa y la
menos rentable de la explotación minera (...) la industrialización posterior
ofrecía posibilidades de generar ahorro interno y de encarar un proceso de
desarrollo económico de rápido efecto multiplicador (...) habría dado lugar a un
desarrollo autónomo, desencadenando un proceso industrial, con crecimiento de
las ciudades y fortalecimiento del proletariado" (23).
Pero no fue esto lo que se hizo, sino se apostó al desarrollo agrícola en el
Oriente. Una tragedia, evidentemente, que iba enteramente en contra de un
fortalecimiento ulterior de la clase trabajadora minera y que dejó pasar la
oportunidad, condenando a Bolivia a un permanente atraso semicolonial.
En el terreno político, acercándose a conclusiones prácticamente "trotskistas"
–claro que proviniendo del nacionalismo burgués y sin romper nunca completamente
con él–, dice Zavaleta como conclusión: "Con trazos netos se advierte (...) lo
que fue el error central de la Revolución Boliviana. Para realizar tareas
nacionales que en Europa cumplió la burguesía, el proletariado cede el aparato
estatal a los más parecido a una burguesía nacional, en un país en el que ella
casi no existe: a las capas medias del frente de las clases nacionales (...) el
resultado es que se acentúan los aspectos formalistas de la democratización
(...) El camino para avanzar hacia la formación de un Estado nacional era la
utilización del socialismo, por lo menos metódicamente. ‘La aplicación de
métodos socialistas a tareas presocialistas’ era imprescindible para realizar
esta noción burguesa que la burguesía no podía realizar. El fondo de todo es la
frustración capitalista de la Revolución y de Bolivia misma. Así, en Bolivia, el
socialismo no es una elección sino un fatum; no es un ideal de iniciados y
siquiera una postulación, sino un requisito existencial (...) sin cuyo
cumplimiento la nación no podrá ser efectivamente nación" (24).
Le asiste total razón a Zavaleta en este análisis: el socialismo era y sigue
siendo un "requisito existencial" para la misma constitución plena de Bolivia:
el país será imposible sin el socialismo. Aunque para esto no era, ni será en el
futuro, suficiente sólo con los "métodos socialistas": es imprescindible que la
clase trabajadora tome el poder.
Porque, en resumen, no es la clase trabajadora la que cae junto con el fracaso
de la modernización capitalista del 1952. Lo que debe caer es el capitalismo. Lo
que se debe poner de pie es la nueva clase trabajadora en las nuevas
condiciones, junto con el resto de los sectores explotados y oprimidos, con el
objetivo de establecer una Bolivia socialista, obrera, campesina y originaria.
La comuna revolucionaria de El Alto
Estas mismas conclusiones hacen parte de la disputa a la hora de la
caracterización del levantamiento de octubre. Según estos autores, en el centro
del mismo, habría estado, lisa y llanamente, el campesinado aymará.
Luego nos referiremos a la inmensa importancia y el carácter del movimiento
indígena originario. Pero lo que nos interesa aquí es recordar que la tesis
romántica por excelencia refiere a que el sistema sólo puede ser cuestionado a
partir de energías humanas y naturales supuestamente "exteriores" a él, y no
esencialmente por las fuerzas que el capitalismo mismo despierta: esto es, la
nueva clase trabajadora boliviana, aun transformada parcialmente respecto de la
clase trabajadora minera de 1952. Esto es, la clase trabajadora de hoy: la de la
comuna de El Alto, la de los asalariados del campo capitalista de Santa Cruz, la
de la industria del gas y del petróleo, de la minería actual, puesta de pie y
estableciendo una nueva alianza obrera, originaria, campesina y popular.
Parte muy importante de esta discusión es precisamente la caracterización de qué
es El Alto. Para nosotros se trata de una comuna de trabajadores, popular y
originaria.
Pero, ¿de qué se trata la "forma comuna"? A nuestro entender consiste en una
forma social en la cual las clases sociales no se expresan directamente en sus
relaciones de producción, sino indirectamente en el territorio en el cual viven
como "vecinos".
García Linera se refiere a "la ‘forma vecino’ (...) para condensar
conceptualmente esta cualidad territorializada de la acción colectiva en El Alto
y La Paz, a la vez indígena como mestiza, obrera como gremial (...). Ayuda a
precisar la consistencia de las ‘células’ locales que permitieron construir
(...) esa gigantesca y tupida red social con capacidad de paralizar al poder y
de recuperar para sí la deliberación de lo que se va a entender por ‘lo común’
que une a la sociedad" (25).
Sin embargo, a diferencia de lo que dice Linera, este carácter de "vecinos" y/o
territorial del levantamiento no puede agotar la cuestión. Por ejemplo, cuando
el famoso levantamiento de la Comuna de Paris en 1871, éste revistió el mismo
carácter a primera vista "territorial". Sin embargo, Marx no dudó en
caracterizarlo como la primera experiencia de levantamiento obrero triunfante de
la historia, que se hizo del poder a lo largo de dos meses. Esto fue así porque
a pesar del carácter efectivamente "territorial" del levantamiento de la Comuna
parisina, la composición social mayoritaria de la ciudad era de trabajadores,
que expresaban "indirectamente", como vecinos, este carácter de clase del
levantamiento (26).
En el mismo sentido general, creemos que la insurrección de El Alto fue un
levantamiento no simplemente "obrero", claro está, pero sí de trabajadores,
popular y originario. Y, además, en confluencia con los mineros. No se trató de
un mero levantamiento "indígena", sino de una población trabajadora que
efectivamente es culturalmente aymará e indígena pero que al vivir masivamente
en las ciudades ha dejado de ser campesina, o está en tránsito a dejar de serlo
(27).
En este sentido, contamos con el reciente informe de Desarrollo humano de La Paz
y Oruro del año pasado del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD). Respecto de El Alto, se señala: "Otra característica de la industria
paceña es su localización urbana, y más concretamente en la ciudad de El Alto y
ciertas zonas de la ciudad de La Paz. En la última década se habría producido un
cambio en la localización de estas actividades al interior del área
metropolitana. El Alto es actualmente la principal zona industrial de la región:
en 1992, el 41% de la población ocupada en el rubro industrial del área
metropolitana se ubicaba en esta ciudad, y en el 2001 este porcentaje ya llega
al 54%. La población ocupada industrial ha crecido en 80% en la ciudad de El
Alto en los últimos 10 años, mientras que en La Paz este crecimiento sólo llega
al 19%. Como dice Rojas y Guaygua, en los años 90 El Alto va cobrando una
creciente importancia como ‘ciudad de productores"(28).
Esta última caracterización es de enorme importancia, mas allá del problema
real, no relevado en el informe, de cuál es la combinación entre "informalidad"
y/o empresas familiares, por un lado, y el grado de incorporación a la relación
salarial de la fuerza de trabajo alteña en las tareas productivas. Este problema
"sociológico" es parte del debate estratégico, dado que mayoritariamente los
distintos analistas y corrientes intelectuales y políticas de la vanguardia han
tendido a ocultar o desestimar el análisis a partir de las relaciones de
producción y reproducción de la vida de los vecinos de El Alto (es decir, el
análisis de clase), para hacer hincapié en la mera identidad "indígena aymará"
de la ciudad. Por ejemplo, Pablo Mamani habla del "levantamiento indígena
popular de El Alto" haciendo referencia a los elementos de tradición de lucha
indígena y campesina que vienen de los "cercos" a La Paz: la rebelión de Tupac
Katarí de fines de siglo XVIII y el levantamiento de 1899 de Zarate Wilca, entre
otros.
En esos casos efectivamente se trataba de poblaciones directamente indígenas y
campesinas, mientras que hoy esto es así de manera relativa y parcial, es decir,
sólo en la dimensión cultural, pero no en lo que hace a las relaciones sociales
de producción y reproducción de la vida más inmediatas, las que se realizan en
la ciudad.
Esto para nada quita que como dice este autor: de "barrio en barrio, zona por
zona y distrito por distrito, ha recorrido un sentimiento de autoafirmación
propia sobre la construcción urbana indígena de esta ciudad. Esto porque El Alto
es una ciudad construida por sus vecinos, en cuanto al aporte de su mano de obra
y capital económico para la construcción de sus calles, avenidas, mercados,
canchas de fútbol, etc. Además, hay una construcción social propia de la vida
cotidiana, fundamentalmente en amplias relaciones de parentesco, compadrazgos
dispersos en el espacio urbano, amistades interbarriales de los jóvenes,
relaciones más o menos comunes de procedencia desde los ayllus y comunidades del
altiplano, los valles y las regiones subtropicales de los Andes" (29).
Pero esto no va en menoscabo de lo anterior: se trata hoy ya de una población
urbana de cientos de miles de habitantes, la mayoría de los cuales, de una
manera u otra, se hallan subordinados a las relaciones de mercado del
capitalismo. Desde este punto del vista, El Alto es fundamentalmente una ciudad
proletaria, de explotados por las relaciones del capitalismo, y como si esto
fuera poco, una de las dos principales ciudades manufactureras del país, junto
con Santa Cruz.
Desarrollamos este aspecto que llamamos el "carácter de comuna" de El Alto
porque es fundamental para entender la dinámica de clases del levantamiento de
octubre y los cauces que pueda tomar el futuro desarrollo de la lucha de clases
en el país. Por ejemplo, todas las crónicas han resaltado que lo que terminó
inclinando la balanza para la caída de Goñi fue la confluencia de El Alto urbano
insurrecto junto con los mineros (30). Se habló de dos columnas mineras de unos
5000 integrantes cada una que se abrieron paso hacia La Paz a sangre y fuego, a
costa de varios mineros muertos.
Que la dinámica de clase dependió de esta confluencia de alteños y mineros lo
dice el propio Mamani: "El día anterior (9 de octubre) habían arribado hasta
Ventilla los mineros procedentes de Huanuni. Los mineros vuelven a anunciar su
lucha como antaño. En ese momento se juntan dos fuerzas: una, la de los mineros,
y la otra, de los indígenas urbanos y rurales del lugar" (31). Esta confluencia,
esta dinámica de clases plantea la importancia estratégica del desarrollo del
trabajo de los socialistas revolucionarios de Bolivia en El Alto.
La tradición minera hoy
Por su inmensa tradición de lucha, por el lugar que ocuparon en la lucha de la
clase trabajadora a lo largo de la segunda mitad del siglo XX –no sólo en
Bolivia, sino como referencia hacia el conjunto de los trabajadores de
Latinoamérica–, por seguir siendo aún la columna vertebral de la COB, es
evidente la importancia de establecer alguna caracterización acerca del
movimiento minero supuestamente "desaparecido".
Podemos arrancar diciendo que la historia de la producción minera en el país es
un relato de relevos, donde un tipo de minería reemplaza a otro por ciclos.
Está el relato de la minería de la plata dominante en los últimos treinta años
del siglo XIX y que hacia fin de ese siglo (muy rápidamente) se extinguió. No
eran una o dos minas: se calcula que unas 10.000 minas de plata pequeñas y
medianas se cerraron. La narración continúa con toda la historia de la minería
(primero privada y luego estatal) del estaño: esto ocupa la trayectoria de la
clase trabajadora del siglo XX, cuyo ciclo ha llegado a su fin, de manera
similar a lo ocurrido con la minería de la plata.
Según García Linera, con 50.000 trabajadores bajo operaciones mineras en 1940 y
el desarrollo de una serie de heroicas luchas desde el comienzo de esa misma
década "(...) vendrá la formación de la FSTMB, que conformará un cuerpo de
unidad y una identidad de agregación nacional, sobre el que las siguientes
luchas (...) quedarán acumuladas como parte del bagaje de la autopercepción de
clase, de la manera de verse y proyectarse en el mundo. Se puede decir que desde
este momento la forma organizativa de clase del proletariado minero se dará bajo
la forma del sindicato por centro de trabajo. La revolución de 1952 y la
formación de la COB consagrará y expandirá al resto de la sociedad trabajadora
esta manera de autodefinirse en la historia, de trabajarla, al menos hasta 1986"
(32).
Luego agrega, describiendo el fin de este ciclo: "Derrota obrera en Calamarca,
cierre de grandes minas y fábricas que habían cobijado al antiguo sindicalismo,
silencioso desbande de lo más selecto del proletariado boliviano, convertido
ahora en comerciante y cocalero, sistemática proscripción del sindicato como
organización legítima ante el Estado (...) Lamentablemente, se trata de un tipo
de condición de clase hoy extinguida (...) la historia de la formación de la
condición obrera del siglo XX ha estado marcada por los obreros de gran empresa,
primero privada y luego estatal, en tanto que los trabajadores de las empresas
medianas han carecido de una personalidad organizativa y política relevante en
esta construcción. Pero, precisamente por ello, por su escaso papel protagónico
en las luchas sociales de décadas atrás, es que también ahora se constituyen en
el centro privilegiado de las inversión y del despliegue de un nuevo ciclo de
acumulación minera, de reconfiguración de formas organizativas del trabajo y,
por tanto, de constitución de la predominante condición obrera minera para las
siguientes décadas. El proletariado de la Minería Mediana ha devenido, por
tanto, junto con el nuevo proletariado fabril urbano, en el conglomerado social
donde está depositada una de las posibilidades de la reconstitución de una nueva
forma de la identidad obrera y de la acción de clase con efecto estatal" (33).
¿De que se trata entonces el problema de los mineros y la minería hoy, luego de
la debacle del sector en 1985? De algo más complejo que la sola minería media a
la que se refiere García Linera, aunque ésta es, efectivamente, el centro desde
el punto de vista de la inversión y acumulación capitalista en el sector.
Según datos del PNUD, en el nivel nacional –minería estatal, mediana y pequeña–
se habría pasado de 48.537 mineros en 1984 a escasos 6.777 trabajadores mineros
en 2000. Esta inmensa caída es sin embargo bastante más atenuada y queda
distorsionada en este informe. García Linera reconoce de 3000 a 4000
trabajadores en las 15 empresas de la "minería" privada. Se contaría con
alrededor de 60.000 mineros más en el resto de las categorías: las minas
residuales de la COMIBOL, las 514 cooperativas mineras y los numerosísimos
emprendimientos de la pequeña minería (34).
La minería del estaño hoy sólo aportaría el 27% del total de la producción,
siendo el principal rubro minero el del oro (44%), y luego la plata, el zinc y
el plomo (otro 27%).
La radicación de las principales minas es la siguiente: la minería del oro en el
norte de La Paz y al norte occidental de Oruro, siendo la principal empresa
minera del oro la "Inti Raymi" situada en la localidad de Kori Kollo. Esta
empresa, capital / intensiva, habría llegado a emplear a 761 trabajadores para
caer a 493 ya en 1999. Hoy se habla de su posible cierre. La otra importante
empresa privada (de plata, zinc y plomo) está en manos de "COMSUR" que agrupa
varias minas simultáneamente: Porco, Bolívar, Huari Huari, etc. Estas dos
constituyen el núcleo de los que se llama la "nueva minería privada", y están
entre las principales compañías exportadoras del país, junto con las petroleras
y las empresas sojeras.
Como venimos señalando, subsisten tres categorías más de empresas mineras: las
empresas residuales de la COMIBOL (como es el caso de la reestatizada Huanuni),
las empresas cooperativistas que trabajan en las zonas de la ex COMIBOL (la
propia Huanuni, Machaca Marca, Japo, Llallagua-Siglo XX, Caracoles, Poopo,
Bolívar, etc.) y la tradicional minería, artesanal, de trabajadores por cuenta
propia.
Conclusión: si bien se ha visto sensiblemente atomizado y fragmentado, el
proletariado minero no ha desaparecido. Al mismo tiempo, existe todo otro sector
del proletariado (al que García Linera llama "nuevo proletariado fabril urbano")
constituido por los trabajadores del gas, del petróleo, de las pequeñas y
medianas fábricas de El Alto, de las telecomunicaciones, de la agroindustria,
así como también trabajadores asalariados del Estado en general (estatales,
docentes, salud) y asalariados del campo en Santa Cruz de la Sierra y otras
regiones (35).
Es sobre la base de esta nueva clase trabajadora boliviana que se erige el
"renacimiento" de la COB a partir de la insurrección de Octubre. Porque ésta
conserva la tradición de dirigirse hacia la población en tanto que
representación clasista, de los trabajadores, cosa que no hace ninguna de las
otras organizaciones de masas. Los que habían dando por muerta a la clase
trabajadora (y a la propia COB) en Bolivia se ven entonces ahora en el aprieto
de tener que explicar esta realidad de una COB "renovada".
"Renovación" que, insistimos, no parte de cero, sino que recoge una tradición y
también la indiscutible realidad del carácter crecientemente urbano del país,
dinámica que no se ha detenido a pesar de la crisis crónica de Bolivia y del
raquitismo de su desarrollo capitalista. Las encuestas marcan que en 1976 el 42%
de la población vivía en áreas clasificadas como urbanas (de 2000 habitantes o
más) y el 58% en áreas rurales. En 1992, estos términos se han invertido: la
población urbana alcanza el 58%, mientras que la rural descendió al 42%. Aunque
no todos los poblados de más de 2000 habitantes encajan con la noción de
"urbano", es innegable una tendencia general a una acelerada urbanización, que
se expresa en el crecimiento de casi el 10% anual en algunas ciudades,
particularmente El Alto y Santa Cruz.
Es así que en la realidad actual de Bolivia convergen dos fenómenos sociales de
trabajadores de gran importancia: producto de la continua urbanización del país,
ha irrumpido el fenómeno de El Alto como una ciudad-comuna "de productores"
constituida por trabajadores y originarios de carácter urbano. Y junto con esto,
la constitución de un nuevo proletariado surgido de la reestructuración de la
minería y de nuevos sectores fabriles o industriales.
Las letanías por la muerte de la clase trabajadora en Bolivia son
injustificados. No ha muerto, ha cambiado. Pero precisamente por esto, una nueva
clase trabajadora comienza a emerger. Ligarse a esa nueva clase trabajadora es
la segunda gran tarea estratégica para el relanzamiento del marxismo
revolucionario en Bolivia.
La cuestión nacional indígena
Este ha sido el tercer componente de la insurrección de octubre y un elemento
emergente a lo largo de los últimos años. Se trata –para decirlo desde el
principio– de una cuestión absolutamente genuina en la medida que el Estado
boliviano no es sólo un Estado capitalista, sino un Estado de opresión racial
blanca sobre la población originaria indígena de estas tierras. Por lo tanto,
desde el marxismo revolucionario es una tarea de primer orden reconocer el
derecho de estas nacionalidades a su autodeterminación de manera incondicional
(36).
¿Por qué resurge con tanta fuerza ahora la cuestión indígena? Este es otro
subproducto de la modernización trunca de la revolución de 1952. Porque fue
también el fracaso del intento del gobierno nacionalista de "castellanizar" a la
población originaria y asimilarla al Estado "revolucionario" (pero capitalista)
por la vía de interpelar a estas poblaciones sólo en tanto que campesinas. La
crisis más general del país y en particular la bancarrota y la miseria
minifundista en que derivó la reforma agraria, junto con el carácter racista y
no emancipador del Estado, fueron creando las condiciones para la poderosa
irrupción actual de la cuestión indígena (37).
Por esta razón, podemos decir que el componente originario es fundamental para
toda perspectiva anticapitalista y socialista en Bolivia, y así lo reconocemos.
Componente que tiene una larga tradición anterior: desde el levantamiento de
Tupac Katari y Bartolina Cisa en los años 1780/1, pasando por el revuelta de
Zarate Wilca en el año 1899, hasta llegar a la actual insurrección de octubre.
Así, una parte central de la tradición de lucha de los explotados y oprimidos
del país evidentemente viene de la tradición de lucha indígena.
En este cuadro, este componente ha tenido tradicionalmente dos vectores. Rivera
Cusicanqui los llama los vectores de "memoria larga" y de "memoria corta", una
forma sugerente de indicar dos tradiciones políticas al interior del movimiento
originario-campesino.
"Esta ‘lógica de rebeldía’ supone no sólo un permanente proceso de activa
resistencia sino, además, contempla la construcción intelectual de un horizonte
histórico cuyo sentido vence los límites de lo que ha ido siendo el Estado
boliviano (...) Este horizonte histórico (...) llega a tener hoy en día (...)
dos estratos de referencia –complementarios, dialécticos, a menudo antagónicos–:
uno, el de la ‘memoria corta’, referido a la insurrección popular de 1952 y
posteriormente marcado por la reforma agraria. Y otro, el de la ‘memoria larga’,
referido a las luchas indígenas anticoloniales y que se simboliza en la figura
de Tupac Katari. Si la memoria corta permite una serie de articulaciones con el
Estado del 52 (...) la memoria larga impide perder de vista que los restos del
caudillo no han sido aún reunificados, es decir, que la ocupación no ha cesado"
(38).
Tratemos con más detalle esta cuestión de las "dos memorias" . La "memoria
larga", con filiación en el Altiplano, ha tendido a tener siempre
características más autonomistas, porque la región del Altiplano históricamente
ha sido menos mestizada que otras regiones indígenas-campesinas del país, y ha
conservado en mayor medida las formas de vida y tradiciones originarias.
La segunda (la "memoria corta"), ubicada en los valles de Cochabamba, ha tendido
a ser integracionista, en la medida en que ahí fue mayor el impacto de los
proyectos de "castellanización" del MNR y de asimilación del indígena al
"campesino", sobre la base que la reforma agraria fue algo mas exitosa.
Hoy, la primera de ellas está mejor representada por Felipe Quispe, que adscribe
a un relato que plantea la vuelta al Kollasuyo (una de las cuatro regiones en
las que estaba organizado el imperio inca), o sea la reconstitución de la nación
aymará originaria bajo una forma nacional o autónoma (39).
La segunda, expresada por Evo Morales y el MAS, tiene más que ver con la
aceptación del Estado boliviano tal cual es, pero exigiendo derechos
democráticos y políticos de inclusión de la población indígena. Morales sólo
aspira a ser el presidente de una Bolivia "reformada" en ese sentido.
Ambas tienen las característica de tomar los elementos indigenistas, pero sobre
una base de tipo romántico o "literario". En todo caso –y esto es muy importante
dejarlo establecido– ninguna de las dos es anticapitalista. Son corrientes
reformistas y frentepopulistas, es decir, de alianza con sectores burgueses,
porque al fundarse en la sola reivindicación étnica pierden de vista que entre
los indígenas-campesinos hay necesariamente diferenciaciones de clase (40).
"Tanto el MAS como el MIP emergen como un movimiento político libre de
intermediarios culturales. Se articulan precisamente con el movimiento social a
partir de las grandes rebeliones ocurridas a partir de 2000. En realidad es el
tercer movimiento indígena, después de Katari en 1780 y Zarate Wilca en 1899. No
son partidos que se insertan al movimiento para articularse con él, sino salen
de él mismo. Por eso, las fronteras entre el movimiento y el partido no son
diferenciadas, y aparecen como una gran potencialidad en la nueva forma de lucha
contra el Estado.
"El MIP (...) en su programa político (...) [es] un movimiento de rebelión
contra las nuevas roscas y se plantea la ‘reconstitución’ filosófica, económica
de valores y autoridades del Tawantisuyo. Por lo tanto, nace con una fuerte
crítica hacia el racismo que, según este movimiento, estaría llevando a la
agonía de los valores culturales. Pero no critica explícitamente al sistema del
capital y la forma de organización política liberal. Visto de esta manera,
aparece para el conjunto de la sociedad civil como un movimiento excluyente a
otros sectores, ya que tanto en su estatuto orgánico como en su programa de
gobierno no elaboran claramente una propuesta económica y política (...) De la
misma manera, el MAS, por el lado del movimiento cocalero, a pesar de tener más
años de fundación como partido, no pudo articular un programa de gobierno contra
el sistema de capital y la democracia representativa liberal. Apelaron al
romanticismo étnico ancestral indicando que ‘en nuestras tierras y territorios,
no se conocía miseria y hambre. Todo era VIDA, todo estaba en su lugar. Nada
faltaba ni sobraba: vivíamos en sociedades comunitarias de abundancia, donde la
vida era completa armonía, hermandad y respeto mutuo con la madre naturaleza’
(...) Van resaltando igual que el MIP lo lírico y poético" (41).
Esta postura plantea críticas correctas. Pero necesitamos ir a un plano más de
fondo.
¿Por qué la cuestión originaria reemerge como "cuestión étnica-nacional" y no
solamente como "cuestión campesina"? Esto es de una importancia central, y
creemos que tiene que ver con dos razones (42). En primer lugar, con el evidente
fracaso de lo que Rivera Cusicanqui relaciona con la experiencia de la "memoria
corta": el devenir de la revolución de 1952, frustrada en una producción
agrícola minifundista sin asistencia alguna del Estado ni industrialización del
campo. Esto es, la condena lisa y llana a la miseria perpetua. Segundo, esto se
asocia al impulso cultural "castellanizador" del gobierno burgués de la
revolución de 1952 y posteriores, que no se basó en la libre autodeterminación
de los pueblos y tradiciones originarias, sino en su asimilación y mestizaje.
Esto es, era negador de estas identidades originarias.
Así, en las condiciones de la emergencia del siglo XXI, del fracaso de la
revolución de 1952 y, más en general, del aparente fracaso de la clase
trabajadora y la "muerte" de la perspectiva socialista, lo que asoma es un
movimiento indígena por su composición e indigenista por su ideología.
Por otra parte, no hay que confundirse, porque las luchas y reivindicaciones
nacionales e indígenas son una parte constitutiva esencial de las luchas
emancipadoras del país, que deben ser articuladas desde la perspectiva de la
constitución de una nueva clase trabajadora y del relanzamiento de la
perspectiva socialista en Bolivia. No hay que perder de vista que hay una larga
tradición en el marxismo clásico y revolucionario de tratamiento de la "cuestión
nacional", problemática que se pone a la orden del día en el caso boliviano, y
que enlaza la cuestión de la perspectiva de clase y socialista con el problema
nacional (43).
En conclusión, una nueva perspectiva del socialismo revolucionario en el país no
se podrá construir sin poner bien en alto, desde la clase trabajadora, la
bandera del libre e incondicional derecho a la autodeterminación nacional de las
naciones originarias, en el marco de la lucha por una Bolivia verdaderamente
multiétnica y multicultural, que, para nosotros, sólo podrá ser una Bolivia
Socialista indisolublemente ligada a la lucha de los explotados y oprimidos de
toda América Latina .
Rasgos del trotskismo boliviano
Esta discusión amerita hacer un repaso de la tradición del trotskismo boliviano,
necesariamente somero dado que no estamos en condiciones de hacer aquí un
balance exhaustivo.
En lo esencial, esta tradición está marcada por el curso del Partido Obrero
Revolucionario (POR) y su dirigente histórico Guillermo Lora (44), dado que en
ningún momento pudo hasta ahora el resto de las organizaciones trotskistas tener
una incidencia mínimamente comparable
El balance de esta corriente es agudamente contradictorio. Porque efectivamente
contribuyó a la formación de toda una generación de trabajadores bolivianos en
el marxismo revolucionario, siendo parte activa de algunos de sus jalones más
importantes. Pero, al mismo tiempo cometió gravísimos errores oportunistas en la
misma revolución del 52, como también en los ascenso del 69/71 y 82/85, sólo
para, en los últimos 15 años, cristalizar como una secta ultradogmática,
abstencionista y sindicalista. Secta que no logra establecer un diálogo
coherente con los trabajadores del país, y prácticamente reduce toda su política
a la mera presión dentro de los "cuerpos orgánicos" de la COB.
Recapitulando, el POR cometió el gravísimo error político de apoyar
"críticamente" el gobierno burgués de Paz Estenssoro cuando la revolución del
52. Esto, en buena medida, ayudó al fracaso de la revolución.
En un viejo trabajo del trotskista argentino Liborio Justo se citan textualmente
las posiciones del POR de aquella época: "El período revolucionario que se
inicia el 9 de abril ha sacudido las capas más bajas y más amplias de las clases
sociales explotadas de la ciudad y el campo... La revolución, para vencer, tiene
necesariamente que sobrepasar los marcos de la democracia burguesa; tal es la
perspectiva señalada por el POR a los explotados bolivianos... Esta actitud se
manifiesta primero como presión sobre el gobierno para que realice las
aspiraciones más sentidas de obreros y campesinos... Lejos de lanzar las
consignas de derrocamiento del régimen de Paz Estensoro, lo apuntalamos para que
resista la embestida de la "rosca", llamamos al proletariado internacional a
defender incondicionalmente la revolución boliviana y su gobierno transitorio...
No es tarea del momento gritar "abajo el gobierno", sino exigir que el gobierno
cumpla los postulados de la revolución" (45).
Este balance está hecho desde hace años: el POR dio su apoyo crítico al gobierno
del MNR y se negó a levantar la única perspectiva que era correcta en aquel
momento: el planteo de dar Todo el poder a la COB. El mismo mecanismo de
"presión" a las direcciones oportunistas y de no impulsar la actividad y los
organismos independientes de los trabajadores se repitió en oportunidad de la
experiencia de la Asamblea Popular de 1971, así como en el proceso de 1982-85.
La presión sindicalista y la falta de partido marcaron límites absolutos que la
tradición del trotskismo en Bolivia no pudo superar, derivando hoy en las
características ya señaladas.
Dice García Linera de manera bastante convincente:
"Las empresas estatales, núcleo de la actividad económica y de la nación a
construir según el mito nacionalista, crearon un tipo de fidelidad trascendente
entre proletariado y Estado por cuanto la economía era directamente política,
esto es, las reivindicaciones económicas no requerían de mayor sofisticación
para adquirir inmediatamente, sin intermediarios, una connotación estatal, pues
empresario y gobierno eran una misma figura jurídica y administrativa (...) Esto
le dio una gran fuerza política a las demandas económicas de los mineros de la
Minería estatal (...) Pero a la vez, le quitó radicalidad a la lucha política
obrera en la medida en que la necesidad de profundizar más los ámbitos de
gestión, de autonomía de la vida pública, se mostraba innecesaria ya que se
podía producir un efecto parecido mediante la mera presión económica y
economicista. De ahí la fuerte tendencia economicista del proletariado minero
estatal y privado, pues no se requería de mucho esfuerzo para que ello
adquiriera un efecto estatal (...) De ahí nacerá y se reforzará en el imaginario
proletario un fuerte hábito de sumisión a la racionalidad económica dominante
(capitalismo de estado) y a las jerarquías letradas que se harán cargo de la
gestión gubernamental. Frente a ellas, revolución de por medio, habilitará unas
insolentes técnicas de negociación, de presión y de concesiones fundadas en la
fuerza y la movilización, pero que jamás, a no ser en momentos excepcionales de
libertad y autonomía obrera desbordante pero efímera, pondrán en duda su papel
de dominantes y de dirigentes. En este sentido se puede ver la influencia
izquierdista del PCB y POR dentro del ámbito minero como los mecanismos que más
adularon y consolidaron este habitus conservador de la condición de clase
obrera" (46). Cabe agregar, no obstante, que esto ocurrió con la responsabilidad
absolutamente central de la burocracia lechinista.
Respecto de la cuestión del inmenso peso de las organizaciones de masas que
devora toda posibilidad de partidos, veamos lo que dice García Linera: "La
práctica política minera, la conciencia política, el discurso político y el
imaginario simbólico en la política, fueron pues hechos bajo la forma sindicato.
Los partidos, efímeras agrupaciones de activistas, no tuvieron más que
subordinarse a este ímpetu colectivo. Y si bien contribuyeron con la ampliación
de la politización obrera a través de la afluencia de ideas, cursos,
discusiones, esto pudo tener impacto porque previamente había una disposición
social de clase y estatal al reconocimiento de la acción política como hecho
colectivo socialmente redituable. Por tanto, la clase obrera del siglo XX se
hizo como clase con capacidad de facto estatal por medio del sindicato, y el
resto de las experiencias organizativas y discursivas fueron simples
acompañamientos escurridizos de esta auto-constitución de clase, incluidas sus
limitaciones y poderíos" (47).
Un balance similarmente lúcido –y trágico– es el hecho por el propio Lora: "La
aprobación de las Tesis de Pulacayo [1946] tuvo consecuencias contradictorias
para el partido trotskista. Su influencia política dio un colosal salto, se
convirtió en una de las grandes fuerzas de la izquierda (...) Al mismo tiempo,
mantuvo, si no agravó, su debilidad interna (...) Lo que sucedió fue que la
debilidad organizativa que venía arrastrando año tras año (...) chocó con el
gran salto político dado por el partido. La influencia política del POR creció
desmesuradamente, mientras que organizativamente (aumento de militantes, de
células, publicaciones, etc.) apenas si dio un pequeño paso (...) La debilidad
organizativa no permitió sacar toda la ventaja que podía obtener de la
aprobación de las Tesis de Pulacayo (...) Las desviaciones sindicalistas, que
permanecían en estado latente, encontraron un punto de apoyo en este hecho:
argumentaron que el verdadero programa del POR eran las Tesis de Pulacayo (...)
De aquí era fácil deducir que partido y sindicato eran la misma cosa y, siendo
el trabajo del segundo mucho más fácil que el del primero, lo aconsejable sería
sustituir el partido por el sindicato (...) No porque la Tesis Central de la
FSTMB hubiese sido redactada dentro de la línea política del POR (...) puede ni
debe ser considerada como su programa. Necesariamente lleva las limitaciones del
sindicalismo. Esa limitación es básica y refiere al papel que jugará el partido
político en la revolución proletaria (...) Curiosamente, algunos militantes del
POR dijeron (...) que esa limitación era un defecto en un documento sindical
redactado por trotskistas. Si tomamos en cuenta que el sindicato es la forma
elemental del frente único de la clase, que supone la coexistencia de las
tendencias obreras mas diversas, la objeción resulta absurda. Nadie podría
aceptar que su sindicato diga que el partido con el que discrepa dirigirá la
revolución, lo que supondría que el sindicato se convierta en parte integrante
de determinada política que obliga a militar en ell entonces a" (48).
Efectivamente, el problema es cuando el partido queda disuelto y pierde su
independencia política y organizativa para dar peleas al interior de las
organizaciones de masas. Es exactamente lo que ocurrió en 1952 con el apoyo
"crítico" del POR al gobierno burgués y traidor del MNR. El "antídoto" fue
–después de este desastre– el sectarismo dogmático y el oportunismo sindicalista
que caracterizan desde hace décadas a esa organización (49).
Relanzar el socialismo revolucionario en Bolivia
En la actualidad, es un hecho que desde el MAS y los cocaleros del Chapare hasta
la CSUTCB (Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos Bolivianos)
de Felipe Quispe, pasando por la Coordinadora del Agua de Cochabamba, todos
cuestionan la centralidad de la COB como forma de poner en discusión la
centralidad de la clase trabajadora boliviana en el actual proceso. Esto se
concreta en el cuestionamiento expreso a las históricas Tesis de Pulacayo.
Precisamente, aquí se plantea el desafío estratégico a resolver: superar estos
cuestionamientos volviendo a colocar en el centro de una alianza obrera,
originaria, campesina y popular a la clase trabajadora para que el proceso tenga
una dinámica de clase y socialista y no pequeño burguesa.
Pero esta tarea no está resuelta ni mucho menos se va a resolver
"objetivamente". Se equivocan los compañeros del MST boliviano al decir que el
proceso ya es "obrero y socialista": "(...) la revolución tuvo por su
composición social, por sus métodos de la huelga general insurreccional y por la
dirección que la centralizó a nivel nacional, la COB, un carácter obrero,
campesino y popular. Pero, además, esta revolución no se enfrentó al intento de
sacar el gas por Chile, ni sólo al Goñi como presidente, sino al saqueo
imperialista de nuestros recursos naturales y a un gobierno lacayo que aplicó
ese pillaje. Es decir, por el enemigo que enfrenta es una revolución obrera,
anticapitalista y antiimperialista, vale decir, socialista" (50).
Esto es una exageración completa. Que el proceso revolucionario boliviano
adquiera este carácter de "revolución obrera y socialista" dependerá de una
durísima lucha política, ideológica y estratégica, que no está ganada. Y que se
da en condiciones muy diferentes a cuando el proletariado minero y la COB eran
incuestionablemente los actores centrales entre los explotados y oprimidos.
El MST y otros núcleos trotskistas cometen el error de dar por decidido lo que
hay que resolver. Si esto fuera así, no existiría el problema de las complejas
relaciones entre las organizaciones de masas de distinto origen, porque serían
en definitiva expresión de la articulación de una determinada alianza de clases
de los explotados y oprimidos.
Como venimos señalando, esto aún no es así. En realidad, el desafío es hacer de
los trabajadores el centro de una nueva alianza de los explotados y oprimidos
para acabar con el capitalismo en Bolivia.
En este sentido, el de las relaciones de clase más en general (51) es alentador
el proceso de "resurrección" de la COB, que como hemos dicho es la única
organización que interpela a la población en tanto que trabajadores. En ese
sentido, se planta desde una identidad y perspectiva más global y de conjunto
que por ejemplo el campesinado aymará de Quispe o los cocaleros del Chapare de
Morales.
Al mismo tiempo, está pendiente la construcción de una verdadera organización
política revolucionaria de las masas trabajadoras bolivianas. Una organización
revolucionaria –no una secta– que plantee una alternativa al reformismo
frentepopulista-indigenista del MAS y el MIP, al que García Linera y otros le
escriben el libreto.
El problema está planteado. Pero para resolverlo hay que relanzar el socialismo
revolucionario boliviano sobre nuevas bases ni oportunistas ni sectarias. Que se
plantee dar una solución a la cuestión nacional e indígena desde la perspectiva
de una Bolivia obrera, multiétnica y multicultural, íntimamente ligada a la
lucha de los explotados y oprimidos de toda América Latina. Por el derecho a la
autodeterminación de los pueblos originarios. Por una Bolivia obrera, campesino,
originaria y popular. Por una Bolivia Socialista.
Notas
1. René Zavaleta Mercado, La formación de la conciencia nacional, Cochabamba,
Amigos del Libro, 1990, p. 166.
2. Tal es la postura, por ejemplo, del pequeño grupo MST, hermano del PST (U) de
Brasil. Por su cuenta declaran resuelta justamente la discusión estratégica que
hay que enfrentar: "Por su carácter de clase, por la transparencia objetiva de
sus fines, más claramente que otras revoluciones producidas en estos años en el
continente, la revolución boliviana viene a reestablecer temas vitales
discutidos y abandonados por gran parte de la vanguardia mundial tras la caída
del Muro de Berlín. Así, hoy, gracias a esta revolución, empieza a revalidarse
el tan discutido rol de la clase obrera como sujeto social de la revolución", El
Chasqui Socialista 195
3. Por "debacle de 1985" nos referimos al despido en masa de 20.000 trabajadores
mineros de la COMIBOL.
4. Como veremos más abajo, la revolución de 1952 iniciada el 9 de abril de ese
año tuvo como centro una insurrección obrera y popular, que quebró al ejército
de la oligarquía y dejó a la clase trabajadora a las puertas de tomar el poder.
5. Dejamos sentado que al escribir desde Argentina seguramente este trabajo
contiene una serie de inexactitudes, errores y límites que sólo se podrán
corregir y/o precisar al compás de la experiencia militante en la misma Bolivia.
Este texto será asimismo parte de un trabajo mayor dedicado al "Octubre
boliviano", de próxima edición en forma de libro y que tiene también el objeto
de contribuir a fundamentar el trabajo político de Socialismo o Barbarie en
Bolivia.
6. Mediante ese "Decreto Supremo" se ordenó el cierre de las minas y otras
medidas privatizadoras.
7. Tres medidas caracterizaron el proceso: la nacionalización de las minas, la
reforma agraria y el voto universal. Pero el hecho de ser tomadas en los marcos
del régimen social capitalista impidió la realización de las verdaderas
potencialidades de la revolución.
8. V.I.Lenin, Caracterización del romanticismo económico, en Obras Completas,
Tomo II, Buenos Aires, Cartago, 1971. Esto no niega que esté muy presente en
Marx y Engels la idea de que el comunismo moderno debe rescatar valores y/o
formas de organización social cooperativas del "comunismo primitivo", destruidos
por una civilización que se basa en la propiedad privada y el individualismo.
Esto mismo es lo que intenta destacar Michel Löwy en su sugerente reivindicación
de la tradición del romanticismo revolucionario, aunque lo haga en una clave
demasiado romántica: "En la medida en que el socialismo es una tentativa de
crear un modelo nuevo de civilización, es también una tentativa de reestablecer
o reencontrar (...) elementos del pasado pre-capitalista que fueron destruidos
por la modernidad burguesa. Es eso a lo que llamo el elemento romántico del
marxismo, presente en el propio Marx y en parte de la tradición marxista del
siglo XX", "Marxismo: resistencia y utopía. Entrevista con Michel Löwy", en
Marxismo, modernidad y utopía, 2000.
9. Álvaro García Linera es hoy por hoy el intelectual de izquierda con más
predicamento en el país. Proviene de la tradición del tupakatarismo (corriente
indigenista) y hace parte de un núcleo de intelectuales que tienen a su cargo la
Editorial Muela del Diablo. Combinan elementos teóricos posmodernistas,
posmarxistas y autonomistas en la veta de Toni Negri.
10. Álvaro García Linera, "Democracia liberal versus democracia comunitaria", en
El juguete rabioso 96, 20-01-04.
11. Álvaro García Linera: Reproletarización. Nueva clase obrera y desarrollo del
capital industrial en Bolivia (1952-1998), pp. 101-103, citado en "Lecciones
estratégicas de 50 años de revolución y contrarrevolución", publicación de la
LOR-CI, La Paz, 1999.
12. ¿Formación social o civilización? Esta pregunta es pertinente porque los
intelectuales de Muela del Diablo prefieren hablar de "civilizaciones" en vez de
"formaciones económico-sociales". Hasta cierto punto, ambas categorías pueden
ser integrables a partir de su diferenciado nivel de abstracción. Cuando se
habla de formación económico-social se alude más a la centralidad de determinada
manera de apropiarse del excedente social y de la naturaleza. Cuando se habla de
civilización, se puede remitir al conjunto de las relaciones sociales (no sólo
económicas) de un todo social. Sin embargo, lo que constituye un error y una
recaída idealista es perder de vista que toda sociedad se basa en determinadas
relaciones materiales de intercambio del hombre con la naturaleza a nivel de su
formación social. Si se pierde de vista esta articulación para deslizarse al
solo concepto de "civilizaciones", lo que se perderá es la formación de clase de
la sociedad y se caerá en un análisis que no permitirá interpretar realmente la
mecánica de clases y las fuerzas motrices de esa sociedad. Así, el hecho de que
en Bolivia exista una cuestión nacional de importancia inmensa como es la
cuestión indígena no puede hacer perder de vista sobre qué relaciones de
producción y explotación se apoya esa misma sociedad. Es decir, sobre qué
relaciones de clase. Si esto se desdibuja o desaparece, sobreviene una mirada
romántica, que es justamente en lo que cae este grupo de intelectuales.
13. Luis Tapia, La condición multisocietal. Multiculturalidad, pluralismo y
modernidad, La Paz, Muela del Diablo, 2002, pp. 9-37. En este mismo sentido
posmoderno y/o posmarxista, ver también Pluriverso. Teoría Política Boliviana,
de García Linera y otros autores. Recordemos que Laclau y Mouffe se caracterizan
por afirmar que por encima de las tendencias a la polarización clasista
creciente se desarrollaría otra tendencia (en sentido contrario) a la
diversificación y disgregación de la sociedad en grupos heterogéneos y su
expresión política en los "nuevos movimientos sociales" policlasistas, como
sería el caso de las minorías étnicas y nacionales. Con todo lo reales que estas
tendencias contradictorias actúan en el capitalismo de hoy, creemos que es
completamente unilateral y por lo tanto falso decir que éstas rebasan a y se
imponen sobre la primera.
14. Alan Rush, Latinoamérica y el síntoma posmoderno, pp. 321 y 326. Nos hemos
apoyado en un pasaje particularmente, "Marxismo y modernidad".
15. Veamos lo que dice a este respecto el propio Karl Marx: "De ahí la gran
influencia civilizadora del capital: su producción de un nivel de la sociedad,
frente al cual todos los anteriores aparecen como desarrollos meramente locales
de la humanidad y como un idolatría de la naturaleza. Por primera vez la
naturaleza se convierte puramente en objeto para el hombre... El capital,
conforme a este tendencia suya, pasa también por encima de las barreras y
prejuicios nacionales, así como sobre la divinización de la naturaleza, liquida
la satisfacción tradicional, encerrada dentro de determinados limites y pagada
de si misma, de las necesidades existentes y la reproducción del viejo modo de
vida. De ahí, empero, del hecho de que el capital ponga cada uno de esos limites
como barrera y, por lo tanto, de que idealmente le pase por encima, de ningún
modo se desprende que lo haya superado realmente... Aun más. La universalidad a
la que tiende sin cesar, encuentra trabas en su propia naturaleza, las que en
cierta etapa del desarrollo de el capital... propenderán a la abolición del
capital por medio de si mismo" (K. Marx: Elementos fundamentales para la crítica
de la economía política (Grundrisse), Vol. 1, pp. 361-2, citado en Rush, op.
cit., p. 329.
16. Es en este contexto que se coloca el debate teórico-político estratégico
sobre la evaluación del legado de Marx y las perspectivas actuales del marxismo
revolucionario. ¿El proyecto socialista tiene elementos de continuidad y
realización de la modernidad o es una proyecto civilizatorio enteramente nuevo?
Esta es una pregunta importante que no admite respuestas simplistas. A nuestro
entender, según Marx en la modernidad cabían dos proyectos: el capitalista y el
socialista. El proyecto socialista debería recoger las ilusiones frustradas de
la modernidad; en ese sentido tendría elementos de continuidad. Pero, al mismo
tiempo, también elementos de ruptura, porque tendería a realizarse como un
proyecto enteramente nuevo. Asimismo, recogería aspectos comunitarios,
democráticos y libertarios provenientes de las formaciones sociales
precapitalistas.
17. René Zavaleta Mercado fue uno de los intelectuales de izquierda de más
trascendencia de la segunda mitad del siglo XX en Bolivia. De origen
nacionalista (por unos meses ministro de Minería a principios de la década del
’60), fue girando a la izquierda, aunque sin romper nunca del todo con alguna
variante movimientista. Murió a mediados de los 80.
18. Esto adquiere habitualmente la forma del cuestionamiento a las Tesis de
Pulacayo, programa votado por la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de
Bolivia (FSTMB) en 1946, precisamente en un Congreso realizado en la localidad
minera de Pulacayo. Su impacto fue de trascendencia histórica entre la clase
trabajadora del país.
19. El MNR es el Movimiento Nacionalista Revolucionario, partido burgués
nacionalista que llegó al poder como resultado de la revolución de 1952, y
responsable principal de haberla traicionado, en conjunto con Juan Lechín
Oquendo (dirigente histórico de la COB, también de origen "movimentista")..
20. Álvaro García Linera, La condición obrera, pp. 22-24.
21. Organización principal de la clase obrera boliviana, fundada
contemporáneamente con la revolución.
22. Es en el marco que estamos refiriendo que, efectivamente, la clase
trabajadora minera no pudo, no supo cómo vencer. Y esto fue una verdadera
tragedia histórica. Porque Bolivia de 1952, a contrapelo de los procesos
"anticapitalistas burocráticos" de la segunda posguerra, configuró una
experiencia que recuperaba los patrones "clásicos" de las revoluciones obreras y
autodeterminadas del comienzos del siglo XX. Como dice Zavaleta Mercado: "Se
diría que en Bolivia se cumplió un esquema de los marxistas clásicos,
contradiciendo, por lo menos en cierta medida, a determinadas doctrinas sobre la
guerra revolucionaria que vinieron a discurrir después en el continente. Sin
duda fue el proletariado el que encabezó y dirigió, como clase, la lucha contra
la burguesía capitalista, conocida como Superestado o como Gran Minería. Las
huelgas salariales se hicieron huelgas políticas, y las huelgas políticas
hicieron posible la insurrección popular que ocurrió, el 9 de abril y en todos
los conatos anteriores, como guerra revolucionaria, en la ciudad", La formación
de la conciencia nacional, pp. 121-122.
23. Idem, pp. 148-149.
24. Idem, pp. 156-157.
25. A. García Linera, folleto "Una semana fundamental", introducción, La Paz,
Muela del Diablo, 2003.
26. Es decir, no se trató centralmente de un levantamiento realizado alrededor
de fábricas y lugares de trabajo, sino de la ocupación territorial de calles y
avenidas, el copamiento de la ciudad. Pero ninguna insurrección de trabajadores
se puede reducir meramente a la ocupación de los lugares de trabajo. En todas
ellas está presente la dimensión de cuestionamiento al monopolio de la fuerza y
el territorio por parte del Estado. Un aspecto importante para precisar el
carácter de este cuestionamiento es el interrogante de quiénes son (socialmente)
los insurrectos.
27. Sobre esto, dice Silvia Cusicanqui: "De hecho, una parte de la población
urbana bilingüe funciona económica y socialmente como enlace entre el campo y la
ciudad. En un estudio realizado en las ciudades de La Paz y El Alto (...) [se]
muestran aspectos cuantitativos y cualitativos de estos fenómenos y describen a
la población emigrante como ‘cabalgando entre dos mundos’. Desde un punto de
vista opuesto, las comunidades indígenas rurales viven un proceso de
despoblamiento (...) En ciertas regiones, la emigración selectiva de jóvenes
adultos deja en manos de las mujeres y los adultos mayores el grueso de las
tareas productivas y reproductivas que requiere la unidad rural. Ciertamente, la
parentela en la ciudad aportará también con bienes de consumo a sus familias y
las apoyará en los ciclos de mayor demanda laboral. Sin embargo, el signo y la
magnitud de la migración afectarán enormemente las posibilidades de reproducción
de las unidades productivas rurales", Silvia Cusicanqui, Oprimidos pero no
vencidos, La Paz, Achawasi, 2003, pp. 30-31.
28. Informe de desarrollo humano de la Región del Altiplano. La Paz y Oruro".
2003. PNUD Bolivia, pagina 84.
29. Pablo Mamani, "Levantamiento en El Alto: el rugir de la multitud".
Econoticiasbolivia.com.
30. En el mismo sentido, definíamos en el periódico Socialismo o barbarie 31:
"El movimiento de octubre no es un movimiento obrero absoluto. Los campesinos y
los vecinos están insertos en este movimiento social y de algunas manera han
reconfigurado el escenario territorial: el copamiento del territorio como
instrumento de lucha y resistencia ante el Estado. Es decir, el territorio, que
es chiquito en la junta vecinal, más las jurisdicciones de El Alto, más el hecho
de cercar El Alto con la consigna de copar el territorio, han llevado a que
aparezcan otros actores sociales. Los vecinos no estaban en el movimiento
social. Pero a partir de febrero, aunque de manera más desorganizada, y ya en
octubre con más fuerza, los movimientos vecinales enmarcados en lo territorial
han empezado a jugar un rol importante. Ahora, el tema de lo territorial en El
Alto tampoco es casual: este movimiento se constituye a partir de una memoria
histórica indígena aymará que plantea el cerco, el sitio, como delimitación y
reivindicación social, como instrumento, como estrategia de lucha, a la luz de
Tupac Katari en la época de la colonia. Pero también se liga a la memoria
histórica de lucha de los mineros y fabriles relocalizados. En 1985 en Bolivia
se implementa el modelo neoliberal 21.060. Miles de trabajadores son echados de
las fabricas, son expulsados de las minas. Y esos compañeros y compañeras
despojados de sus puestos de trabajo son acogidos en la ciudad de El Alto. Ellos
son en realidad los que constituyen El Alto. Entonces, este movimiento vecinal
está cargado de estos aprendizajes, una memoria histórica sindical de la lucha
de los mineros y también una memoria indígena campesina aymará".
31. Pablo Mamani, cit. La propia dinámica de clases de la revolución de 1952,
todo un "modelo" de revolución obrera, es mas compleja de lo que creen las
cabezas simplistas, y esto no es un menoscabo a su carácter. "La batalla
decisiva por la toma del poder se libró en el valles dela ciudad de La Paz, a lo
largo de tres días, a partir del 9 de abril de 1952. Una encarnizada batalla se
generalizó por la ciudad entera, de Villa Victoria a Miraflores y desde
Achachicala y El Alto a Sopocachi; se peleó en los techos, en las ventanas, en
las colinas, desde las posiciones mas inverosímiles. Las características de
clase de los combatientes de aquellos días, son, hasta hoy, objeto de
controversias encendidas (...) Combatieron (...) en La Paz los mineros de
Milluni y los fabriles, pero sería discutible afirmar que el éxito de la lucha
se debiera a su presencia como clase. Desde el punto de vista numérico, este
proletariado se perdía en medio del mar de combatientes que pertenecía en su
mayor parte a las capas medias bajas y al lumpen (...) Dispersos físicamente,
además de culturalmente desterrados, los campesinos hicieron su parte en los
numerosos intentos de golpes de mano. Pero el proletariado minero (...) quebró
el elemento territorial del Estado oligárquico no como un hecho incidental y
episódico, sino de modo permanente. Los combates de Papel Pampa y San José de
Oruro, del mismo 9 de abril de 1952, y la paralización de los regimientos del
sur, que ya no pudieron asistir a la batalla de La Paz (...) corresponden
también a estas características de la participación minera", Zavaleta Mercado,
La formación de la conciencia nacional, pp. 120-121.
32. A. García Linera, La condición obrera, p. 85.
33. Idem.
34. Estos datos indican que la cantidad de trabajadores mineros aún es alta. Sin
embargo, es un hecho que el proletariado minero tradicional concentrado en los
grandes emprendimientos mineros de la COMIBOL hoy ha sido dispersado. Trabajando
en cooperativas o como pequeños productores, la fuerza de los mineros está
evidentemente debilitada en relación a cuando estos eran parte de una misma
estructura laboral mayor.
35. Aunque de una manera algo unilateral respecto del posible rol futuro de los
mineros, el propio García Linera da cuenta de la emergencia de una nueva clase
trabajadora: "No sólo el Estado ha dejado de ser la locomotora del desarrollo
económico, sino que la minería considerada como el centro articulador de la
economía nacional, y en torno a la cual los mineros supieron construir un
horizonte epocal y una autoconciencia de su posición estructural, ahora ya no es
tal: industria, agroindustria, petróleo, telecomunicaciones, etc., son otros
tantos rubros que disputan o superan la gravitación exportadora y productiva de
la minería, complejizando la estructura de clases sociales y, sobre todo,
quebrando el sentido de unicidad de la riqueza nacional y de sujeto
nacionalizador como lo fueron los mineros. El policentrismo contemporáneo de las
actividades económicas objetivamente crea condiciones de posibilidad de un
posible nuevo sujeto social obrero plural en sus capacidades agregativas y
simbólicas. El país en su núcleo moderno sigue y seguirá siendo minero; mas
pareciera ser que nunca más será únicamente minero, y con ello, la condensación
de la estructura de clase obrera tampoco dependerá exclusivamente de los
mineros, aunque ellos pudieran jugar uno de los roles protagónicos", La
condición obrera, pp. 115-116.
36. Desde la tradición del marxismo revolucionario, es fundamental dejar
taxativamente clara esta ubicación, dado que aún hoy existen tendencias del
trotskismo –como es el caso del PO de Argentina– que argumentan que el actual
indigenismo sería "contrarrevolucionario" (Osvaldo Coggiola, "Sobre la
Revolución Boliviana", en www.po.org.ar). Esto es un disparate. Porque al no
dejar en claro si la reivindicación nacional indígena es legítima o no, tiende a
confundir todo. Una cosa son las direcciones reformistas del MAS y el MIP, y
otra es la justeza del reclamo nacional, que –efectivamente- solo se podrá
resolver en una perspectiva revolucionaria obrera y socialista.
Otro grupo trotskista boliviano (la LOR-CI, ligado al PTS de Argentina) aunque
sin llegar a las posiciones del PO, también comete el gravísimo error de
subestimar completamente la importancia actual del problema nacional originario.
En su documento fundacional dedican a esta cuestión decisiva sólo tres líneas y
una cita. En ningún lado del largo documento, figura la caracterización del
Estado boliviano (junto a su evidente carácter capitalista semicolonial) como
estado opresor blanco.
37. Una vez más, debemos diferenciar entre la emergencia de la cuestión indígena
y la generalización del "indigenismo". Este factor tiene que ver no sólo con
cuestiones "nacionales" de Bolivia, sino con el clima ideológico internacional,
marcado por la continuidad de la crisis de la alternativa socialista. Respecto
al balance y las condiciones del surgimiento de la cuestión indígena, dice
Silvia Cusicanqui: "La situación actual condensa (...) una compleja síntesis de
múltiples contradicciones y determinaciones históricas (...) Considero que el
ciclo abierto en los años 70, e incluso antes, en los años 50, parece haber
llegado a su fin. Todas las promesas liberales abiertas con la revolución del 52
–la ciudadanía plena de indios y mujeres, la soberanía económica y el
autoabastecimiento de bienes básicos– han mostrado fisuras y falacias hasta
dejar al desnudo la estructura colonial que sustenta al Estado boliviano",
Oprimidos pero no vencidos, p.23.
38. Op. cit., p. 7.
39. A pesar de que ubicamos la reivindicación nacional indígena de una manera
distinta a Coggiola, creemos que este comentario crítico a la errónea
perspectiva nacionalista-indigenista de Felipe Quispe es muy justo: "Todo el
planteo reposa en un falseamiento (idealización) de la historia de las
comunidades. En el incario, los elementos comunitarios del ayllu estaban
integrados en un sistema opresivo de castas al servicio del estamento superior,
los incas: la leyenda del ‘comunismo incaico’ (...) ya ha sido deshecha por la
investigación histórica objetiva. El Tahuantinsuyu se asentaba sobre una
economía esencialmente agraria cuya unidad constitutiva era el ayllu: conjunto
de descendientes de un antepasado común, transformado luego en unidad
territorial. El ayllu –que tuvo existencia anterior a los Incas– subsistió bajo
la dominación de éstos y, con diversas alteraciones, se prolongó a través de la
conquista española, la colonia y la república hasta nuestros días. Supone la
propiedad en común de una determinada extensión de tierra, con una distribución
periódica del suelo en lotes (tupus) entre cada miembro de la comunidad con
cargas de familia, quien lo explota individualmente", En Defensa del Marxismo,
abril 2003.
40. En este terreno tenemos una opinión similar a los compañeros de la LOR-CI,
que retoman análisis clásicos del marxismo revolucionario respecto del
campesinado: "(...) la reforma agraria del 52 no permitió una resolución
definitiva del problema agrario. Al acelerar y provocar la penetración de las
relaciones capitalistas en el agro, provocó el desarrollo de un proceso de
diferenciación interna, generando sectores que tienden a transformarse en una
burguesía agraria con mayores y estrechos lazos con el Estado actual. De esta
manera, este nuevo campesinado se acerca a las afirmaciones hechas por Lenin y
Trotsky sobre este sector social, planteando que no se trataba de un sector
homogéneo sino de una estratificación de distintas capas que van desde los
sectores claramente proletarios o asalariados hasta sectores que se constituían
como una nueva burguesía agraria, pasando por distintas gradaciones como los
semiproletarios agrícolas, arrendatarios, campesinos pobres, campesinos medios y
campesinos ricos. Podemos ver la corrección de tal afirmación en el papel que
cumplen los ‘rescatiris’, donde además de cumplir el papel de campesino y
miembro de la comunidad, juegan el papel del capital comercial y usurario. O el
arriendo de tierras de una comunidad por otra, que ante la ausencia de tierras
se ven obligadas a entregar parte de su producción a los dueños de la misma. Y
si bien en las comunidades del altiplano esto adquiere formas más veladas, en
distintas zonas de colonización como el Chapare y el resto del Oriente las
relaciones claramente capitalistas con trabajo asalariado se manifiestan en toda
su amplitud", Lecciones estratégicas de 50 años de revolución y
contrarrevolución, 1999.
41. Félix Patzi, "Rebelión indígena contra la colonialidad...", pp. 238-239. En
AA.VV., Ya es otro tiempo el presente, La Paz, La Muela del Diablo, 2003.
42. Este análisis que venimos haciendo no quita que perdamos de vista la
especificidad que existe entre la cuestión agraria y la cuestión nacional
originaria. Ambas son reivindicaciones democrático-nacionales, pero de carácter
distinto. La primera evidentemente alude a la cuestión del acceso a la tierra:
en el caso boliviano, a las consecuencias del fracaso minifundista de la reforma
agraria del 52. Por otra parte, la cuestión originaria hace a la opresión
política y cultural que sufre la mayoría de la población por el solo hecho de
ser indígena o mestiza. Lo que ocurre es que a partir de aquí hay un proceso de
imbricación de ambas cuestiones. Porque la mayoría de la población del campo es
a la vez indígena. Aunque también existe una enorme población originaria urbana.
Y obviamente la mayoría de los trabajadores asalariados y mineros también es
originario. Razón por la cual insistimos en que desde la tradición del marxismo
revolucionario no se puede seguir creyendo que con abordar "la cuestión
campesina" alcanza. Es el caso del POR, del MST, del PO (argentino) e incluso de
la LOR-CI. En todos los casos creemos que no existe un tratamiento correcto o
suficiente de la cuestión nacional-originaria. Aunque por otra parte, no se
puede perder de vista que el problema agrario sigue requiriendo de un
tratamiento específico que no hemos podido profundizar lo suficiente en este
trabajo.
43. A diferencia de lo que dice Félix Patzi en Rebelión indígena contra la
colonialidad, la problemática nacional no cuestiona el abordaje del marxismo:
"Hablar de movimientos indígenas en la actualidad ya no es como estudiar en
aquellas épocas donde el movimiento indígena era totalmente subalternizado al
análisis de los movimientos que emergían desde la economía política, o sea de la
lucha de clases (...) los marxistas formados a través de los manuales (...) no
comprendieron la esencia de las clases sociales en Bolivia (...) En realidad las
clases sociales existen no por su ubicación ocupacional de manera independiente,
sino que las ocupaciones o roles están definidos a partir de la pertinencia
racial y/o étnica", pp. 299 y 201. Lo cual no deja de ser una afirmación
unilateralmente idealista. Porque en realidad lo que ocurre es que etnia y clase
se imbrican, se fusionan de una manera en que la nacionalidad oprimida
constituye al mismo tiempo las posiciones de clase explotadas. Pero esto no
puede hacer perder de vista que el fundamento último lo constituyen las
relaciones de producción y reproducción de la vida material.
44. La organización trotskista boliviana (fundada en 1938) de mayor tradición en
ese país.
45. "Tesis política de la 10º Conferencia Nacional del POR", junio de 1953. En
Liborio Justo, La revolución derrotada.
46. Álvaro García Linera, La condición obrera, pp. 116-118.
47. Idem, p. 200.
48. Guillermo Lora, Contribución a la historia política de Bolivia, tomo II, pp.
64-65.
49. Sobre esto último, es ilustrativo el hecho que en el periódico aparecido
precisamente el día de la caída de Goñi (17 de octubre del 2003), el órgano del
POR, Masas, titulaba: "El POR expresa el alma esencia de la historia
boliviana"...
50. Chasqui Socialista 195. Dicen los compañeros del MST de Bolivia: "Así como
se ha pretendido negar que lo de octubre fue una revolución, también se ha
discutido su carácter de clase. Cierto que nacionalidades aymará y quechuas que
hacen parte del movimiento campesino participaron con fuerza e iniciaron la
insurrección de octubre. Cierto que el componente indígena originario puso un
torrente de masas importante en la misma. Cierto que en El Alto se movilizaron
los vecinos. Esto hace que muchos analistas caractericen lo sucedido como ‘una
rebelión aymará’, como una insurrección de ‘vecinos y vecinas’, de
‘comunitarios’ y, en general, como una rebelión ‘indígena’. Pero ocurre que
junto a estos sectores se movilizaron los trabajadores organizados de las
ciudades, los sindicatos y las federaciones que agrupan a los asalariados de los
diversos sectores como los maestros rurales, los maestros urbanos, los
trabajadores de la salud, los administrativos universitarios, los mineros. En El
Alto, los vecinos son un gran proporción trabajadores de distintas ramas, son
obreros y mineros relocalizados, gremialistas. Los fabriles, que si bien no
participaron como organización, sí lo hicieron como ‘vecinos’, tanto en El Alto
como en otros lugares de La Paz. La clase trabajadora se movilizó lo mismo en
Cochabamba, Potosí y Oruro. Toda ella organizada en las Centrales Obreras
Departamentales y a nivel nacional junto a los trabajadores del campo en la COB.
La COR de El Alto desempeñó, junto a la FEJUVE, un papel clave en la
movilización". El Chasqui Socialista 195. Esta descripción-caracterización de la
insurrección de octubre (mas allá de atribuirle erróneamente el carácter liso y
llano de una revolución) es bastante parecida a la que estamos intentando
desarrollar aquí. Sin embargo, de lo que peca en el párrafo que le sigue (que
citamos en el cuerpo del articulo) es que, al "cerrar" la definición, da por
resuelto justamente lo que hay que resolver: ayudar a transformar el proceso
revolucionario de trabajadores y popular en curso, en revolución obrera y
socialista.
51. Diferenciamos a la COB como organización de la burocracia estilo lechinista
que la dirige. El secretario ejecutivo hoy es Jaime Solares, de orientación
nacionalista "chavista". Esto significa que no hay que alentar la menor
confianza en la actual dirección, ni creer que por exigirle a Solares que "tome
el poder", como es la practica habitual del propio MST, éste lo vaya a hacer.
Bibliografía consultada
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- Bensaïd, Daniel y Löwy, Michel: Marxismo, Utopía y Modernidad, Xama Editora,
2000.
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Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos, Facultad de Filosofía y Letras,
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- Zavaleta Mercado, René (compilador): Bolivia hoy, México, Siglo XXI, 1983.
- Zavaleta Mercado, René: La formación de la conciencia nacional, La Paz, Amigos
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