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Latinoamérica


Puntualizaciones sobre una polémica

Pablo Anzalone, dirigente del PVP
La Republica

Es un problema responder al bulto. Tirar al tun-tun, al pío pío o como se quiera llamar, puede conducir a errores. En polémicas políticas esto es más cierto aun que en otros campos de la vida. Incluso entre personas que tienen entre sí una larga historia de aprecio mutuo y compañerismo. Es así que el Ñato Fernández Huidobro contesta en LA REPUBLICA del 9 de enero, afirmaciones que Hugo Cores no hizo, sino que corresponden a titulaciones y dichos del periodista señor Raúl Legnani, que en ambas entrevistas manipula preguntas y conclusiones. Cores no sostuvo que el MPP no es de izquierda, ni que no lo es dentro del FA, como concluye Legnani y responde duramente Huidobro. Sino que como PVP "no sentimos afinidad con las posiciones actuales del MPP" y como consecuencia obvia no incluimos hoy al MPP entre las tendencias de izquierda con quienes existen esas afinidades".
Es muy evidente que ni Cores, ni el PVP, pretenden arrogarse el derecho a dictaminar quién es de izquierda y quién no lo es. Eso serán los procesos históricos y sus interpretaciones. Tampoco la cantidad de votos es un criterio válido para ello, para definir "quién sirve para algo y quién no" según palabras del Ñato, como bien supieron en su momento Batalla o Jaime Pérez, que llegaron a tener más del 40 % de los votos frentistas.
La propia validez, con errores y todo, del esfuerzo revolucionario que hicieron en décadas pasadas Sendic, el Ñato, Mujica y los compañeros del MLN, como también Gatti, Duarte, Cores y los compañeros del PVP, así nos lo indica.
El Ñato critica varias veces la no presencia en el FA del 71 de quienes van a formar en l975 el PVP. El cuestionamiento es válido pero un poco añejo. Más cuando eso forma parte de una autocrítica reflexiva y seria de esta fuerza en plena dictadura. Nunca pensamos, como se ha sostenido, que la única autocrítica fue haber perdido, sino por el contrario que entre las causas de la derrota están los errores propios. Y por eso tenemos la responsabilidad de analizarlos y asumirlos.
Pero en la conformación de alianzas hay episodios más recientes como la formación del Encuentro Progresista, que motivó un largo y duro debate en el Congreso del FA de 1994. Allí los compañeros del MPP estuvieron cerradamente en contra del Encuentro Progresista, impidiendo con sus votos la aprobación del mismo, y fue Cores quien fundamentó la moción que finalmente habilitó su formación por leve mayoría. No hemos escuchado autocríticas al respecto.
La incorporación de dirigentes blancos y colorados a filas progresistas no es una discusión con el PVP, que comparte una orientación amplia en ese sentido, sin renunciamientos programáticos ni negociaciones de cargos por el camino. No con "culebras" , es decir no con personeros de la dictadura, ni con corruptos. La distinción hecha hace poco por Roberto Conde, desde filas socialistas, es válida para nosotros. Tampoco como mera arquitectura electoral, que sustituya las luchas como las del SI, y las actuales contra el gobierno y su política. Pero sin duda sí para gestar una gran correntada de cambio en el país entero, para convocar a la movilización popular, que como dijo Tabaré en La Teja, "haga temblar las raíces de los árboles".
Estamos hablando de acuerdos del FA con fuerzas que compartan la necesidad de cambios profundos. En ese sentido sí creemos en una discusión orgánica sobre las formas de procesar esos acuerdos y no en los hechos consumados. Por ejemplo sobre seguir avanzando en armados electorales que incluyen en listas frenteamplistas a sectores que no pertenecen al FA, ni han solicitado su ingreso, creando una situación compleja a la fuerza política.
En algunos temas ha habido diferencias políticas, legítimas en una fuerza democrática, que habilitan debates fraternos. Más aun con compañeros que uno quiere y aprecia como el Ñato. En su intervención en el IV Congreso del FA, Huidobro sostuvo que el resultado del plebiscito sobre la Ley de Caducidad nos comprometía a aceptar la impunidad. ¿De por vida? ¿Nunca se podrá tratar de revertir aquella derrota?
Como estos no son hechos de la naturaleza ni de la historia --aunque ambas evolucionan y cambian-- sino de la lucha política, lo que queda es que se postula esa resignación. No hubo matizaciones, relativización en los tiempos, en esa argumentación.
Por suerte no ha sido esa la actitud de muchos. Organismos de DDHH y fuerzas sociales y políticas han impulsado luchas y obtenido avances hacia la verdad y la justicia. Recordemos la lucha de Sara por Simón y su emocionante encuentro con él, la de Familiares de Desaparecidos, o el hecho de que el procesamiento y la prisión de Juan Carlos Blanco fue el resultado de una denuncia judicial de toda la bancada del FA-EP . O el proceso a Bordaberry promovido por Familiares de asesinados políticos. Hoy muchos de los responsables de crímenes durante la dictadura no pueden salir del país porque están requeridos por la Justicia de otros países.
Se puede renunciar a todo menos a la victoria, dijo Huidobro. ¿Qué sería la victoria si renunciásemos a todo? Y si no fuera a todo, ¿a qué se debe renunciar?
¿A la democratización de las FFAA? ¿A la erradicación de la Doctrina de la Seguridad Nacional? ¿A la verdad? ¿Al conocimiento de nuestra historia? ¿A la justicia? ¿A la democratización de la sociedad? ¿Tal vez a más cosas?
Pepe Mujica ha afirmado públicamente y desde hace tiempo, en muchos medios, que sólo se sabrá la verdad cuando estemos todos muertos y que él no cree en la justicia humana. Reiteradas veces ha criticado la acción de la Justicia en estos temas. El propio 8 de diciembre, cuando los uruguayos acababan de dar una gran lección a la derecha, concluía por radio que, en la situación creada a partir de la actuación del juez Recarey, había gente que no aceptaba las limitaciones existentes, porque las cosas no se sabrían mientras estuvieran vivos los protagonistas.
Cuando un dirigente sostiene en los medios de comunicación una y otra vez una afirmación, sólo se puede entender que está haciendo política a favor de ella.
Hace años esto se fundamentaba en la lógica de la guerra. Se interpretaba la dictadura y los años previos como una guerra. Los "combatientes" del lado de la guerrilla y del ejército asumían sus bajas y zanjaban así el tema. Ahora es la sensatez, la habilidad y la prudencia política.
Estos no son temas de creencias religiosas --justicia humana o divina-- o de filosofía personal. Hay una pugna fuerte entre el autoritarismo y la democracia, entre la derecha rancia que quiere seguir usando el miedo para dominar y las aspiraciones democratizadoras. Basta ver el histerismo de Fau y Ramela ante las actuaciones del Juez Recarey, para percibir las connotaciones amplias que tiene. Bastan los choques de Batlle y su gobierno con el de Kirchner. Porque el terrorismo de Estado caló hondo en el país hermano, como en el nuestro.
Allí como acá, profundizar la democracia, avanzar en un sentido progresista y transformador, requiere remover las herencias de ese autoritarismo. No concebimos un gobierno progresista que no actúe con firmeza asegurando la igualdad ante la ley de todo ciudadano y las potestades del Poder Judicial.
Durante años encarar estos temas suponía una tensión entre los principios democráticos y el compromiso ético con los compañeros que ya no están, con el sentido de realismo político de muchos que alertaba sobre el inconveniente de generar conflictos con el poder militar. Sin embargo, ese realismo político no surgía de correlaciones inevitables de fuerza, sino de las estrategias de Sanguinetti y Lacalle, que fueron quienes impusieron ese chantaje en la escena política. Desde filas políticas se impidió la renovación doctrinaria y generacional que depurara a las FFAA de aquellos lastres. El fantasma de la crisis institucional era celosamente guardado para agitarlo cuando fuera necesario.
Pero las cosas hoy deben verse diferente. Miremos al lado nuestro. Las políticas aplicadas sin vacilaciones por el presidente Kirchner en relación con este tema, tuvieron como consecuencia el gran aumento de su respaldo popular, de la credibilidad de su gobierno y, de últimas, de la democracia. Es decir que más que un "problema", puede ser un campo de crecimiento, de afirmación de un proyecto progresista.