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Latinoamérica

Posdata a una carta que nunca enviaré


Alexis Ponce

Con su generosa confianza, que tanto me turba por no sentir que la merezco, la amiga -así, en femenino singular de estatura inalcanzable- Comisión Anticorrupción, me sugirió escribir un artículo para su recién inaugurada y valiente revista, que publica lo que muchos (auto)censuran y que 'da diciendo' a quienes sus ahorros y esperanzas de toda la vida, y sobre todo sus voces, otros arrebataron en el fin de la historia.
Desde pensar los títulos posibles de este artículo me puso en un ruborizado dilema, y no únicamente la decente, e inmerecida, propuesta de la CCCC. Y no solo porque me ha parecido, siempre, bastante incómodo hablar o escribir sobre este milenario y recurrente tema de la corrupción, sino porque su probable antípoda, la moral pública o la ética personal, me parece todavía más difícil como tema de reflexión y escritura. El silencio del sonrojo reemplaza la sed de decirnos cuántas cosas.
Deseché de inmediato ampulosos titulares de discurso público: "La sociedad civil en la lucha contra la corrupción", palabras hechas y frases trilladas: "Cómo acabar con la corrupción", o muletillas evidentes: "El cáncer de la corrupción ha hecho metástasis en el Ecuador". Preferí, entonces, escribir una carta a mano, que jamás enviaré a sus destinatarios.


Y a quién dirigirme, pensé luego, si el hipotético lector es un fantasma sin rostro ni nombre todavía; y, aún más, si ese lector llega a esta página, a la revista entera, con el ánimo desanimado y la esperanza muerta "de tanto ver triunfar nulidades".
Para quién canto yo entonces, si los humildes nunca me entienden.
Si los hermanos se cansan, de oír las palabras que oyeron siempre (Sui-Géneris)
Entonces se me ocurrió escribir a quienes aún todavía creen y cuyo estado de ánimo es irresponsablemente optimista a cualquier hora y lugar; a un sector del país donde la desesperanza, por fortuna, todavía no cabe como sombrío signo de los tiempos que vivimos: los niños y las niñas del Ecuador. Aunque, pensándolo, desde el humor negro del cínico pragmatismo, pueda refutarse que ya no hay niños alegres y que basta recordar la alarmante tasa de suicidios a temprana edad en la nación y aquel 55% de niños ecuatorianos que respondieron no haber deseado nacer en su país. La esperanza es siempre demente, está un poco loquita, como ellos y ellas, así que prefiero obviar ese recuerdo social que evidencia la pesadumbre de la adultez.
Pero nuevamente la duda, que prueba la mayoría de edad y, por ende, la pérdida de (casi toda) la inocencia del autor, me asaltó: Y por qué, y qué y cómo, escribir sobre un tema tan feo como la corrupción en el Ecuador, a personas tan lindamente honestas como los niños ecuatorianos, pongamos por caso: tú.
Y en el informe de UNICEF del año 2000, paradójicamente titulado "Ajuste con rostro humano", encontré el principal argumento del por qué: "Entre 1995 y 2000, Ecuador sufrió la crisis social más severa de América Latina (...) Los más afectados han sido los niños:
Mientras en 1995 el 37% de los niños ecuatorianos era pobre, para el 2000 este porcentaje aumentó al 75%; vale decir, que se incrementaron a un ritmo de 1.500 nuevos niños pobres por día". Ese es el frío volumen del silencioso drama ecuatoriano y también la indecible magnitud que ha alcanzado la corrupción, como uno de los factores que contribuyeron a profundizar la tragedia de un país entero, que, como también informa UNICEF, "sufrió el retroceso más grave de los últimos 100 años, sin parangón en la región".
Porque no fue su culpa, les escribo a ellos y ellas. Porque nunca tuvieron responsabilidad en este brutal y silencioso desangre, ni fueron cómplices de la caída al abismo, les escribo a ellas y ellos. Porque 1.500 se sumaron, día por día, a ese multitudinario enjambre de la pobreza, que los adultos, nosotros todos (disculpen la generalización, colegas de derrotas), ayudamos a profundizar por acción u omisión. Y porque, por último, ellos y ellas, tu hijo, la mía, seguramente, recibirán un país a pedazos, una nación reseca, un futuro sin mañana, si no volvemos a su edad, si no recuperamos de nuestros vacíos y profundidades, lo que ellos y ellas tienen de sobra: ánimo, creencia, optimismo, esperanza.... inocencia.
Allí reside el argumento fundamental del por qué elegí a esos hipotéticos lectores. Podrían llamarse juanito, o carmita... o quizás ecuador, así, sin mayúscula, y no por falta de respeto sino por ternura anacrónica.
Y ahora: qué escribirles...
"Hay veces que callar, es mentir" Miguel de Unamuno
Tal vez el estremecedor informe de UNICEF que he citado, permite otra pista. Esa terrible crisis social es el mejor 'producto de exhibición y marketing' de una injusticia atávica que no tiene ni tendrá -nunca- "rostro humano". Quiero decir que no hay peor corrupción que la violación a los derechos humanos. Que haber repartido dolores y pobreza por millones a millones de ecuatorianos, y al mismo tiempo haber cedido ¿cuánto? ¿tres mil, siete mil, once mil? millones de dólares a un puñado de 'decentes' apátridas, mediante el eufemístico "salvataje bancario", por ejemplo, ha sido una de las peores violaciones a los derechos humanos en el Ecuador del siglo XX y del XXI, y la más traumática de todas ellas, por silenciosa e impune, todavía.
Quiero decir que violar los derechos humanos es también corrupción. Que los abusos de poder son la forma más alta de corrupción. Y que la corrupción es, de alguna manera, una violación a los derechos humanos. ¿Me explico?
Ahora bien. Resulta que existen varias nociones, erróneas todas, regadas en el imaginario social del país como gotas de aguacero de abril en el uniforme de las colegialas, invisibles pero que empapan toda la realidad, que están allí, en la dermis y epidermis de la sociedad ecuatoriana, sin que la mayoría se atreva a cuestionarlas. Prejuicios le llaman algunos. Los más dicen que son "verdades", no por ciertas cuanto por mucho repetidas.
A ellas nos vamos a referir, y solo con el ánimo de confrontarlas, es decir de polemizar con los imaginarios del país:
"Todos son pillos"
¿Quién no lo ha escuchado, aunque sea una vez? Resulta que to-dos so-mos co-rrup-tos. Ergo: nadie es honrado. Ni siquiera aquellos que vienen en los vientres de las madres embarazadas, y que seguramente engrosarán las filas de esos 1.500 niños hambrientos y, sobre todo, inocentes. Otros recortan su índice acusador y disminuyen el abanico de posibilidades que la idiosincrasia local refiere: "Todos los hombres públicos (y las mujeres públicas, por supuesto) son pícaros". Ergo: ninguno es honesto. O a lo mejor sí... unos pocos: los muertos, porque, se sabe, no hay muerto malo. Y un país tan sentimental como el nuestro, a quienes ensalza o encubre, es a los muertos.
Sin olvidar que esta mentira nacional tiene un argumento milenario irrebatible: toda la humanidad arrastra la maldición del pecado original, incluyéndote a ti y a todos los niños de la Tierra que vendrán.
Mira, ecuador: decir que todos son pillos es, de alguna forma, escupir al cielo, y más todavía: no reparar en el derecho a la honra propia, ya no la ajena que -también se sabe- puede ser vilipendiada al cerrar la revista. Dicen, ecuador, que los corruptos se sintieron dichosos cuando se inventó esta conocidísima frase nacional del "todos son corruptos" (ojo: y siempre en plural son, no en autocrítico somos), como una forma de protegerse en el montón, de amnistiarse en el colectivo, de mimetizarse en la multitud, de esconderse detrás de ti, en ti, sin que lo sepas.
Y a esa estampa, se suma otra, más sutil todavía, y por ello más peligrosa. La siguiente:
"Tan corrupto es un guagua que copia el examen como un banquero prófugo"
Dicen también, ecuador, que muchos de esos mismos corruptos, que son a veces muy inteligentes, también se alegraron cuando creíste esta frase a pie juntillas. Puesto que "todos somos corruptos", similar es -en última instancia- el escolar al que le descubrieron la "polla" de matemáticas, al hombre de negocios o el estadista a quienes nunca descubrieron sus asaltos a los fondos públicos, o privados.
Y dado que a ese dicho nacional casi siempre se le acompaña el precepto bíblico: "Que tire la primera piedra el que no ha pecado", resultan iguales la guagua que te copió el examen en clase, y los hombres públicos o privados que se beneficiaron del erario nacional. No puedes luchar contra "la corrupción" porque de alguna manera, tú también eres corrupto. A tan sutil trampa, estudiosos de este tema le salieron al paso para aclararme y aclararte que no entran en la misma balanza esa niña y esos señores. Los actos de picardía no son lo mismo que los actos de corrupción. Me explico: cuando nos referimos a actos de corrupción, debemos definir a los actos que tienen que ver con el poder, con el mal uso que se hace del poder (cualquier poder: sea político o económico) en beneficio propio o de su gente. Lo que hiciste en tu clase es una picardía, no por ello disculpable. Pero de allí a que el señor banquero diga que son iguales tú y él, hay mucho trecho: el trecho del poder que, según Kissinger, era "el mejor afrodisíaco".
Dicen que Confucio dijo hace tres mil años: "Si un príncipe solo piensa en enriquecer su reino, los ministros también solo pensarán en acumular bienes para sus familias, los funcionarios y hombres del pueblo tampoco buscarán otra cosa que su propio enriquecimiento . Entonces surgirán discordias entre los superiores e inferiores para obtener la máxima cantidad de riquezas, con lo que se tambalearán los cimientos del reino". Cualquier parecido con la realidad actual, es pura coincidencia.
Vamos a la estampa final:
"Nunca se podrá eliminar la corrupción. Por tanto no hay esperanza de acabar con ella en el Ecuador"
Es posible que tantos casos impunes, hayan vuelto cierta en tu alma la triste frase de Bolívar al concluir su vida: "Lo único que puede hacerse en América es emigrar". Pero la tarea es tuya y nuestra: evitar la derrota total. En la base misma de esta tragedia, está, como escribió el sociólogo René Báez, "el modelo de civilización que tenemos: La concupiscencia del dinero es el mayor germen de descomposición de la civilización del capital y al mismo tiempo su soporte". ¿O sea que no hay salida? Debe haberla. Si la causa primigenia de este drama es el absurdo de las relaciones mercantiles hasta cosificar al hombre, deberemos cambiar esas relaciones para que ese hombre eleve su estatura moral, nos dice Báez. Entonces partamos de otro absurdo, más honroso en todo caso: la necesidad de seguir creyendo, la obligatoriedad de soñar y de cumplir los sueños.
A lo mejor estás demasiado dolido, ecuador. Pero no hay otra alternativa: o cambiamos o desaparecemos. Una pista postrera nos puede marcar el camino. Einstein, ese humanista olvidado, nos relató: "No hay riqueza capaz de hacer progresar a la humanidad, ni aún manejada por alguien que se lo proponga. El dinero no lleva más que al egoísmo y conduce, irremediablemente, al abuso. ¿Podemos imaginar a Moisés, Jesús o Gandhi, subvencionados por el bolsillo de Rockefeller?". Necesitamos construir una cultura ética y estructurarla en la vida en común. Sin ella no puede haber futuro, también advirtió ese soñador con los pies en la tierra.
Finalmente, una última provocación, ecuador:
Hasta tú y nosotros, espacios de lucha ciudadana contra la corrupción, corremos peligros, sutiles y silentes: el mundo ha llegado a tal grado paradojal, que se sabe que varias petroleras y madereras subvencionan programas de defensa del medio ambiente y de ecología en el planeta. Que varias maquiladoras y transnacionales que degradan la dignidad del ser humano, financian programas de derechos humanos. Que entidades financieras mundiales artífices de los ajustes estructurales y verdaderos cenáculos de la concupiscencia del dinero, aportan a programas de lucha por la honestidad pública y la transparencia ciudadana.
Ese peligro se parece, en algo, al que mató el cristianismo original: No lo persigas, coóptalo. No lo elimines físicamente, penétralo. No lo agredas, hazte su adepto. De filosofía de vida a institución. De estilo de conducta a proyecto. De espíritu contestatario a rito. El que tiene oídos, que oiga, decía ese hombre que anduvo como un demente anunciando a los 4 vientos un reino... posible.
¿Que hacer? No sé, no tengo ni una sola varita mágica. O a lo mejor una: seguirte. Tal y como eres: Estos días también me consumió la sociedad de consumo y anduve aniquilado pensando endeudarme para "vivir mejor", para pagar otras deudas y preparar los ampulosos regalos de "navidades y años nuevos". Pensando en esas tragedias cotidianamente ciudadanas, llegué a casa, molido como cualquier padre de familia, y una chiquilla, de tu misma edad, me abrió los ojos: "toma", me dijo, dándome una pepita de eucalipto y un pequeño dibujo, dibujado por ella, de una media luna con sonrisa en la boca y todo. "¿Qué es esto?", le pregunté. Ella, mi hija, colocando despacito su dibujo en la pepita de eucalipto, me contestó: "Te hice este regalo. Es la camita de la luna, para que le hagas dormir las mañanas en tu oficina". El consumismo y la depresión se me fueron al carajo.
El cómo escribir esta carta, que a la larga me fue una posdata a una carta que nunca enviaré, quedó así: todo moralista, lleno de fábulas cansonas y moralejas evidentes. Perdonarás nomás el adefesio. Lo importante era decirte que el futuro tiene tus ojos.
¿Ya ves que todavía debemos creer en ti, ecuador?
Fuentes de consulta:
Ajuste con rostro humano. UNICEF
Diálogos Imaginarios. René Báez
Entre Marx y una Mujer Desnuda. Jorge Enrique Adoum
La palabra de los armados de verdad y fuego. Subc. Marcos
(texto publicado en la revista Rescate de la Comisión Cívica de Control de la Corrupción, CCCC, 2001)