Internacional
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Nueva York dice no
Mark Engler
Traducido por Progreso Semanal.
Al igual que muchos neoyorquinos, no nací aquí. Llegué de otra parte y he
hecho mi hogar en la ciudad. Mi numerosa familia vive en el Medio Oeste. Ellos
no comprenden a Nueva York. Tengo un tío que posee una ética de trabajo de
hierro para la carpintería y los pisos. Cada mañana se levanta a las 5 a.m., y a
menudo lo he visto trabajar, tratando de terminar un piso, hasta después de las
9:30 de la noche. Mi tío me dice que él no podría vivir en Nueva York. "Todo el
mundo está muy ocupado", dice. Yo río y me pregunto cómo es que él podría estar
más ocupado que en su Wisconsin rural.
Tales sentimientos acerca de Nueva York frecuentemente son expresados por mis
familiares. Su juicio no está basado en un verdadero conocimiento de la ciudad,
su ritmo o sus vecindarios. En realidad mi familia utiliza a Nueva York como un
símbolo. Para ellos es un lugar imaginario. La ciudad es algún lugar diferente a
aquel en que ellos viven. Representa una forma distinta de vida. Cuando ellos
expresan su desagrado por Nueva York no es su intención denigrar a los que viven
allí. Sencillamente quieren expresar el aprecio por lo que tienen, por los
lugares en que se han asentado.
Yo respeto eso. Sé que hay muchos en este país que sienten lo mismo que ellos y
a mí no me molesta en lo absoluto. A diferencia de algunos de los más
regionalistas promotores de nuestra ciudad -sí, realmente existen-, no considero
que Nueva York es el mejor lugar del mundo para vivir. Pero si defenderé a Nueva
York, como ciudad y como modo de vida, cuando se nos convoque a hacerlo. Esta es
una semana en que se nos convoca. Los republicanos están tratando de usar a
Nueva York para promover su programa social que va en contra de la diversidad y
tolerancia del corazón de la ciudad, y para promover un programa fiscal que mata
de hambre a los centros urbanos. Los neoyorquinos tienen razón en negarse a
suministrar un ambiente festivo para la semana de autopromoción del Partido.
Para los miembros de la derecha cultural de este país, Nueva York ocupa un lugar
en la imaginación muy diferente a la imaginada por mis familiares. Según los
conservadores sociales, la ciudad es un lugar corrompido. Es un lugar inmoral.
Ven a nuestra ciudad como un hervidero de feminismo, homosexualidad e
inmigración ilegal. Es Gomorra.
Después de los ataques del 11/9, el tele-evangelista Jerry Falwell dijo:
"Realmente creo que los paganos, los abortistas, los feministas, los gays y las
lesbianas que están tratando activamente de hacer de eso un estilo alternativa
de vida, la ACLU, la Pueblo en Pro de la Forma Norteamericana, todos los que han
tratado de secularizar a Estados Unidos, yo los señalo con el dedo y les digo en
su cara: 'ustedes ayudaron a que esto sucediera'."
Para los neoyorquinos, esto se equipara con la abierta difamación de la ciudad
que hizo el jugador de béisbol John Rocker. "Lo que menos me gusta de Nueva York
son los extranjeros", explicó Rocker en una famosa entrevista en Sports
Illustrated. "Se puede caminar toda una cuadra por Times Square y no escuchar
hablar inglés. Los asiáticos y los coreanos y vietnamitas, indios, rusos y
españoles y todos esos allí. ¿Cómo diablos entraron a este país?"
"Imagínense que tiene que tomar el tren No. 7 para ir al estadio", continuó
Rocker, "como si uno fuera por Beirut junto a un muchacho con el pelo púrpura
junto a un homosexual con SIDA junto a un tipo que acaba de salir de la cárcel
por cuarta vez junto a una madre de 20 años con cuatro hijos".
Estas declaraciones fueron demasiado, por supuesto, incluso para los firmes
conservadores. Falwell se vio obligado a excusarse. Rocker ha sido vilipendiado
universalmente. Sin embargo, me temo que sus opiniones apelan a sentimientos que
a menudo se tienen, pero no se manifiestan abiertamente. La visión de la ciudad
que ellos invocan permanece, y versiones más suaves de esas opiniones aparecen
con regularidad. Brad Sitne, un popular comediante fundamentalista que actúa a
menudo en las convenciones de los Mantenedores de Promesas y otros eventos
derechistas, cuenta un chiste: "Gracias a Dios que tenemos a un tejano en la
Casa BlancaŠ Ustedes se habrán dado cuenta que los terroristas no atacaron a
Texas".
El público se ríe, pero yo me pongo a pensar en lo que esto quiere decir. ¿Qué
sucedería si tuviéramos a un neoyorquino en la Casa Blanca? Los terroristas
atacaron a Nueva York. Fuimos atacados.
Recientemente fui atacado de paso por una estación radial conservadora la cual,
a fin de desacreditar una columna que yo había escrito, sencillamente me
calificó como "otro izquierdista de ese bastión de la verdad, la ciudad de Nueva
York". Eso era todo lo que había que decir. El contenido de mis opiniones no
había que discutirlo. La ciudad, aparentemente, había mutado irreparablemente mi
ADN de Iowa.
La página editorial de The New York Times reportó el 10 de Julio de 2001 que "se
ha oído decir en privado al Sr. Bush que él no soporta a Nueva York". La
política del partido del Presidente durante mucho tiempo ha reflejado este
rechazo. Los centros urbanos, con muchas personas de color y muy pocos electores
republicanos confiables, reciben por regla general menos apoyo federal que los
impuestos que pagan -$11,4 mil millones menos en 2002, según la oficina del
Alcalde- con rebajas en servicios sociales que afectan desproporcionadamente a
los residentes de la ciudad. Incluso después del 11/9 Nueva York, un blanco
evidente para ataques futuros, está en el lugar 49 entre las ciudades por el
gasto per cápita de Washington contra el terrorismo, y recibe $5,87 por persona,
comparado con $35,80 para el Pittsburg de Tom Ridge o $52,82 para el Miami de
Jeb Bush.
Esta semana los republicanos quieren utilizar a Nueva York para promover su
militarismo y su moralismo. Si los directores de escena de su Convención
Nacional lo logran, Jerry Falwell, quien ofreció una oración en la convención
del 2000, no estará ante las cámaras, ni tampoco estará el Senador Rick Santorum.
Sin embargo, estas figures siguen siendo muy bienvenidas en el Partido
Republicano. Cuando se le preguntó a Roberta Combs, presidenta de la Coalición
Cristiana, si le preocupaba que evangélicos prominentes fueran a ser despachados
prontamente en la convención, ella respondió a la Prensa Asociada que no estaba
preocupada. "Tendremos una enorme presencia aquí", dijo. "Tenemos al
presidente".
Los que estarán en el escenario son exactamente el tipo de republicanos que la
extrema derecha prácticamente ha sacado del partido. El ex alcalde Rudolph
Giuliani -que está a favor del aborto, de los derechos gays, a favor del control
de armas de fuego, sin mencionar que es un conocido adúltero- sería atacado con
fiereza y marginalizado en primarias del partido en todo el país. En la escena
nacional, la visión de Nueva York del republicanismo de Rockefeller casi está
muerta.
Puedo aceptar la realidad de un financiamiento insuficiente por parte de
Washington. Puedo soportar el rechazo de los conservadores culturales. Los de la
derecha pueden decir lo que deseen de Nueva York. Pero no pueden denigrar a
nuestra ciudad y al mismo tiempo reclamarla como plataforma de lanzamiento de su
ambición político. No pueden hacer ambas cosas. No se lo permitiremos.
A principios de agosto, la filial noticiosa de ABC reportó que "una firma de
relaciones públicas de Manhattan descubrió que 83 por ciento de los encuestados
no desean que se celebre la convención republicana en la ciudad". Es probable
que los manifestantes en las calles de Maniatan, indignados por el extremismo
del partido, superen en una proporción de 50 a 1 a los delegados.
Por tanto, la pregunta es si es sensato que los neoyorquinos protesten. Algunos
críticos liberales, principalmente entre ellos el ex activista de los años 60
Todd Gitlin, han argumentado en las últimas semanas que las protestas frente a
la Convención probablemente le hagan el juego a Bush. Citan como comparación
ominosa a la convención de Chicago en 1968. Algunos incluso han sugerido que los
republicanos seleccionaron a Nueva York para su convención como una provocación
deliberada, ya que los líderes del partido creen que las manifestaciones
indisciplinadas los beneficiarían. Aunque los comentaristas lo niegan, uno
pudiera juzgar por su argumento que ellos preferirían que no hubiera protestas.
Independientemente de su intención, sus acciones pueden desalentar la
participación.
En cierta medida yo temo salir a las calles. No tengo temor de los pocos
activistas, que indudablemente existen, que tienen un exagerado sentido de lo
que el vandalismo puede lograr. Tengo temor porque las autoridades han subrayado
el riesgo del terrorismo y han anunciado las nuevas armas que usarán para
controlar las manifestaciones. Tengo temor porque los tabloides y la policía han
exagerado el peligro de los "anarquistas violentos" -una imagen que ha sido
usada repetidamente para justificar la militarización de las respuestas
policíacas ante grupos pacíficos y que tiene poca relación verdadera con
cualquier acto marginal de destrucción de la propiedad. Tengo temor porque he
visto arrestos preventivos y asaltos no provocados. No me complacen los choques
en las calles.
No obstante, asistiré. Iré con la creencia de que una gran protesta es mejor que
una pequeña. No me cabe duda de que los republicanos tratarán de aprovechar las
protestas. Y no me cabe duda de que las protestas no saldrán bien paradas en las
encuestas. Nunca salen bien. Hasta las más pacíficas procesiones del movimiento
por los Derechos Civiles provocaron críticas de "ir demasiado rápido" y de estar
fuera de los canales burocráticos a favor del cambio. Pero esto no significa que
las manifestaciones no pueden ser eficaces.
El propósito de la Convención Republicana es el de ser un espectáculo
cuidadosamente coreografiado. Tiene la intención de ser un anuncio optimista de
una semana de duración para el Partido. Los republicanos no seleccionaron a
Nueva York para provocar una batalla en las calles. La seleccionaron para
envolver su convención con imágenes del 11/9. La seleccionaron para tomar la
aflicción de nuestra ciudad y utilizarla para promover su programa. Ellos han
querido tomar el recuerdo de aquellos días en que lloramos juntos, honramos a
nuestros trabajadores públicos y garantizamos que nuestra diversidad era una
fuente de fortaleza, y usarlo todo como escenario de su espectáculo. Ellos
seleccionaron a Nueva York porque pensaron que podrían salirse con la suya.
Ya hay indicios de que, como anteriormente en sus planes, los de la
administración Bush han calculado mal. Su partido no está recibiendo un
recibimiento triunfal de bienvenida, ni tampoco parece que muchos en la ciudad
van a cooperar para que se produzcan escenas de nostalgia maleable. Siempre es
preferible, como saben los directores de convenciones, mantenerse en el mensaje,
mantener la atención en el espectáculo del escenario. Los manifestantes están
dificultando esto. Están proponiendo un mensaje diferente. Están contando otra
historia, una que no está cuidadosamente diseñada para garantizar la reelección.
La gran mayoría de los que protestarán esta semana han pensado mucho para
diseñar expresiones creativas y dignas de sus creencias. Y la gran mayoría de
los que protestarán serán neoyorquinos. Lo que no ha dicho la policía ni los
comentaristas liberales es que mientras más residentes enarbolen carteles
durante esta semana y se nieguen a ser extras en el anuncio de los republicanos,
más rica será nuestra disensión. Mientras más neoyorquinos ejerzan sus
libertades, mejor será para nuestra democracia.
Después de todos sus regaños, rechazo y agresiones fiscales, los republicanos
quieren reclamar a la Ciudad de Nueva York como propia. Esta semana, los
neoyorquinos les están diciendo que no puede ser.
Mark Engler, escritor que vive en la ciudad de Nueva York, puede ser contactado
por medio del sitio web
http://www.DemocracyUprising.com. Jason Rowe ayudó en la investigación para
este artículo.
Traducido por Progreso Semanal.
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