Internacional
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Guerra preventiva y terrorismo
Alberto Piris
La Estrella Digital
El pasado viernes, en su columna de estas páginas de opinión asumía José
Javaloyes el concepto de "guerra terrorista", al afirmar que ésta "cambia la
noción y el concepto de guerra". A partir de esa idea, la argumentación que
desarrollaba conducía a una inquietante conclusión, pues consideraba plausible
la guerra preventiva anunciada por Putin, alineándose con la teoría de Bush:
"... cabe, en mi opinión, la guerra preventiva de Putin y de Bush. Por mucho que
acarree costes en calidades de libertad".
Concluía así su argumentación: "Pero de lo que se trata con el terrorismo es de
una cuestión excepcional, como la guerra misma". Había aludido a la idea
orteguiana de la guerra como "solución de los problemas que no tienen solución",
del mismo modo que la cirugía es el último recurso de la medicina. Es muy
probable que los avances en la ciencia médica hayan superado ya este concepto,
pues muchos actos quirúrgicos son hoy práctica usual y nada tienen que ver con
una angustiosa medida in extremis. Pero lo que no es aceptable es que siga
siendo válido el recurso a la guerra para resolver los problemas "sin solución",
y no sea esto una evidente muestra de incompetencia y ceguera política de los
gobernantes, y de desconocimiento de lo que la guerra pueda dar de sí como
instrumento del poder. Sin olvidar que desde 1945 el arma nuclear hace de la
guerra un instrumento de muy complejo uso.
En mi opinión, el concepto de guerra terrorista es absurdo e imposible, por
contradictorio. La guerra, por brutal e irracional que llegue a ser, sigue
sujeta a normas y convenios internacionales y sus responsables pueden ser
juzgados y condenados por incumplirlos. (Que, por lo general, sólo se juzgue a
los perdedores y no a los vencedores, no cambia la cuestión). Por el contrario,
el terrorismo carece de cualquier límite legal y sus ejecutores son considerados
delincuentes por la legislación común de los estados. La guerra rechaza —por
simple economía— las acciones suicidas, que sólo tienen cabida en ella en
contados casos de extremado heroísmo, no exentos de fanatismo, como los
kamikazes japoneses; en cambio, el terrorismo las fomenta y mitifica, como
instrumento ofensivo, sobre todo cuando actúa al servicio de ciertas ideas de
raíz religiosa. Responder con la guerra al terrorismo —como ha hecho EEUU y
ahora quiere hacer Rusia— no convierte al terrorismo en sujeto bélico. Del mismo
modo que una compañía de carros de combate atacando a un campamento de
refugiados no hace de éstos soldados enemigos.
Justo el jueves anterior, William Pfaff escribía en el International Herald
Tribune: "Las reacciones virtuosamente equivocadas frente al terrorismo
contribuyen a la dinámica de la interacción terrorista, reforzando la siguiente
atrocidad, que se elabora para que sea más horrible que la venganza sufrida por
la anterior. En esa escalada de terror nadie puede vencer, porque las
posibilidades son ilimitadas, como se ha demostrado en Osetia del Norte".
De entre esas reacciones, presuntamente correctas y honradas pero equivocadas,
estimo la más peligrosa la declaración de guerra universal al terrorismo y la
militarización del problema. Es lo que se contempla estos días en la campaña
electoral de EEUU, donde ambos aspirantes a la presidencia compiten por mostrar
quién de los dos podrá ser el mejor comandante en jefe, es decir, el que mejor
maneje las fuerzas armadas estadounidenses para hacer frente al terrorismo. No
el que mejor sepa maniobrar diplomáticamente, concitar voluntades y apoyos, y
resolver los problemas anticipándose a ellos; ni el que mejor administre la
economía, los servicios sociales, la educación, la sanidad o los recursos del
país. No. Parece como si lo que se buscase es al más apto para dar órdenes al
Pentágono. En superarse por mostrar esa imagen se esfuerzan hoy, de modo a
menudo ridículo, Bush y Kerry.
Ambos olvidan —o ignoran— que la invasión de Iraq hizo un magnífico regalo al
fundamentalismo islámico: le puso en bandeja el nacionalismo iraquí. La fusión
de ambos, imposible hasta entonces bajo el anterior régimen laico, ha generado
una inmensa capacidad de resistencia que se multiplica sin límites. No será con
la guerra preventiva, tal como se ha practicado en Iraq y se amenaza con repetir
en otros países (Irán y Siria ya están recibiendo reiterados avisos), como se
desactive el explosivo trío formado por el nacionalismo, el fundamentalismo
religioso y el terrorismo, donde éste actúa como instrumento de los otros dos.
Putin ha hecho sonar la alarma con su amenaza de recurrir a la guerra preventiva
para enfrentarse al terrorismo. Muchos conflictos repartidos por todo el mundo
—algunos de los cuales se concentran en el mosaico étnico del Cáucaso—, que se
mantenían en el nivel de reivindicación independentista o nacionalista, han
recibido una inyección vigorizante cuando se los engloba en ese enemigo
indeterminado que es el "terrorismo internacional" y se les pretende afrontar
recurriendo a la llamada guerra preventiva. Entre otras razones, porque este
tipo de guerra refuerza la percepción de injusta agresión de quienes la sufren y
su convencimiento de que responde a una ambición imperialista o colonialista;
exacerba la rabia y el odio de los desposeídos y se convierte en el banderín de
enganche de nuevas y más peligrosas generaciones de terroristas suicidas.
Una fórmula inequívoca para no ganar nunca la lucha contra el terrorismo
consiste en lograr que crezca el número de terroristas en cantidad superior a
los que son aniquilados por las acciones de la guerra preventiva y que, a causa
de ésta, se fortalezca progresivamente su apoyo popular.
Alberto Piris es General de Artillería en la
Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)