He tenido el raro privilegio en estos días de su exhibición inaugural--, de ver
el extraordinario documental Fahrenheit 9/11, gracias a la generosidad de un
amigo recién llegado, quien traía como pieza valiosa de su equipaje una copia
del filme. Es un testimonio demoledor que seguramente ha de costar algunas
abstenciones de voto en la nómina republicana. Se trata de una pieza magistral
de periodismo investigativo en la cual el espectador sale de un asombro para
entrar en otro por la abrumadora cuantía de pruebas sobre la prevaricación de
Bush y su equipo gobernante, sus sórdidos trapicheos negociantes con los árabes,
su holgazanería acostumbrada y su fraude electoral. No se trata solamente de
transgresiones constitucionales sino el desmedido afán de utilidades de las
corporaciones petroleras y la indiferencia hacia los jóvenes que derraman su
sangre en el Oriente Medio.
La película comienza con los anuncios masivos del triunfo de Al Gore. Todos los
noticieros, las predicciones de analistas, las proyecciones de las estadísticas
señalaban el triunfo indiscutible del candidato demócrata. Y de pronto se
produce un súbito viraje, como si se tratase de unas elecciones mexicanas en las
que se cae el sistema. O un Zedillo ansioso por entregarle precipitadamente la
presidencia a Vicente Fox. La cadena Fox (¡vaya coincidencia!) comienza a
anunciar que el triunfador es Bush, antes de que los conteos confirmen ese
aserto. Una especie de golpe de estado a la americana. Moore nos revela que
detrás de ese súbito cambio se hallaba el encargado de noticias de la poderosa
cadena ese día, un primo hermano de los Bush. Luego desfilan en la pantalla las
denuncias del despojo de sus derechos como electores del cual fueron objeto los
votantes negros del sur, sin que esas acusaciones tuvieran el respaldo del
Congreso.
La pantalla pasa al día de la toma de posesión del mandatario, con la limosina
presidencial cubierta de huevos podridos, incontenibles manifestaciones de
protesta, carteles desesperados invocando la ayuda de Dios para el aciago
período que se avecina. El tradicional paseo a pie del nuevo Presidente se tiene
que suspender y la limosina cobra velocidad para escapar de la ira popular.
Moore acota: algo jamás visto antes en una ceremonia de ese tipo.
Inmediatamente se aborda la indolencia perezosa del nuevo Presidente, sus
interminables vacaciones jugando golf, pescando, o disfrazado de vaquero y
acompañando a su perro a cazar armadillos. El 42% de su tiempo en la Primera
Magistratura de la nación, según el Washington Post, Bush lo pasó descansando de
no hacer nada. Es el presidente más flojo y comodón que ha tenido Estados
Unidos, un zángano remolón, un hijo de papá acostumbrado al ocio opulento.
Se muestran los rostros llorosos, angustiados, durante el atentado de las torres
gemelas, la lluvia de cenizas, la faz de los desaparecidos, la aflicción de
familiares. Bush se hallaba en una escuela en la Florida leyendo a alumnos de
primaria el cuento Mi Chivo Favorito. Un ayudante se le acerca para informarle
de la colisión del primer avión con el edificio. Semblante de estupor. Nuevo
aviso del ayudante cuando estalla el segundo avión; le dice: ³la nación está
siendo atacada². Y se produce un momento brillante del filme: durante siete
minutos Bush queda en estado de aturdimiento, en una especie de coma atontado,
como un catatónico, incapaz de reaccionar ante la tragedia.
Vienen, entonces, las abrumadoras pruebas de los negocios de la familia Bush con
los árabes. Se relata la íntima amistad de Bush junior con los financistas James
R. Bath y Robert Jordan, gerentes de los negocios de la familia Bin Laden en
Estados Unidos Describe las visitas de Papá Bush a Arabia Saudita. La formación
bélica de Bin Laden por Estados Uniodos para combatir a los soviéticos en
Afganistán y las entrevistas de Rumsfeld con Sadam Hussein. Y finalmente, la
escandalosa fuga de la familia Bin Laden y otros árabes prominentes, en seis
aviones jets privados, al día siguiente del 11/9, cuando todo el tráfico aéreo
de Estados Unidos se hallaba paralizado y los cielos se abrieron
privilegiadamente para ellos.
Luego se analiza la manera en que se utilizó el miedo, de manera sistemática,
para atizar un clima de guerra: la invención de las armas de destrucción masiva.
Las reuniones de directores corporativos para el reparto del botín iraquí y sus
codiciosas especulaciones de las ganancias de la guerra. La invasión a Irak es
descrita a través de soldados que no entienden por qué están allí y los sollozos
conmovedores de las familias de las víctimas.
De colofón disfrutamos a Michael Moore, repartiendo propaganda del cuerpo de
marines, a favor del reclutamiento, a la entrada del Congreso, para incitar a
los augustos legisladores a enviar sus hijos a combatir. De 535 parlamentarios
solamente uno tiene a un hijo en Irak. Un humor negro insuperable.
Fahrenheit 9/11 es una obra maestra que ninguno debe dejar de ver y reafirma que
Estados Unidos está siendo conducido al desastre por una pandilla de incapaces
aventureros, afanosos de lucro. Un bofetón de conciencia para el elector
indeciso.