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Internacional

Reflexiones sobre la guerra y la paz

Mark Engler
Progreso Semanal

(Nota del Editor: Este es el primero de seis ensayos que el autor ha conformado a partir de artículos publicados, el primero de los cuales lo fue inmediatamente después del 11/9. Su objetivo es "brindar una perspectiva acerca de la actual 'guerra contra el terror' neoconservadora y contra la resistencia contraria a ella del movimiento por la paz". En el curso de las próximas semanas publicaremos los otros.)

Septiembre del 2001

Poco después de las 9 AM del pasado martes, cuando aún pensábamos que el ataque pudiera ser un extraño accidente, caminé por la calle de mi vecindario de Brooklyn hasta el Parque Fort Greene. Allí, desde la cima de una colina se veía a través del río el lugar dónde se había levantado el World Trade Center. Eso significaba que se podía ver primero una, luego dos Torres en llamas, perfectamente enmarcadas. Pensé en llevar mi cámara para documentar la irreal escena, pero pronto descubrí que la vista no era singular. Es más, era idéntica a las imágenes tomadas desde los helicópteros y que se muestran por todas las televisoras.

Sólo al voltearme pude ver la más singular y llamativa foto. Ya desde temprano en la mañana un numeroso grupo de personas se había reunido en la cima de la colina. Nadie hablaba mucho; no era un evento social. Todos miraban en la misma dirección, los ojos fijos. Con el sol a baja altura iluminando sus cuerpos, ellos brillaban mientras observaban cómo aterrizaba en el bajo Manhattan un platillo volador marciano.

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Esa primera mañana los hechos llevaban vidas fluidas y no confinadas. Las noticias de TV informaban de bombas en el Capitolio, fuego en el Centro Comercial Washington, ocho aviones distintos secuestrados. Estas aseveraciones se transmitirían durante un tiempo, luego desaparecían sin que fueran corregidas o negadas. La versión aceptada de los hechos que surgió de esta confusión sencillamente se garantizó a sí misma por la fuerza de la repetición, y no por el contraste con noticias anteriores.

Alguna confusión es resultado natural de tratar de encontrar sentido en eventos sorprendentes. La otra confusión es política.

Durante la primera especulación de quién y por qué, comentaristas de televisión mencionaron las manifestaciones en contra del FMI y el Banco Mundial programadas para fines de mes en Washington, DC. Al hacerlo, insinuaron que los manifestantes pudieran ser responsables del terrorismo. Esto me enfureció: la torcida mitología de seguridad acerca de manifestantes violentos en lugares como Seattle había puesto la realidad de cabeza. Es como si los agentes de policía hubieran sido los que se vistieron de mariposas y se asfixiaron en nubes de gases lacrimógenos. Como si los manifestantes hubieran disparado balas de goma y hubieran asperjado con pimienta a la policía antimotines, policías que estaban sentados en el suelo con las piernas cruzadas en medio de la calle. Como si el manifestante italiano de 23 años, Carlo Giuliani, hubiera disparado la bala, en vez de recibirla en pleno rostro.

Mientras me calmaba, comprendí que quizás yo había reaccionado excesivamente a la implicación de pasada acerca de los manifestantes por la justicia global. No obstante, esto sirvió como el primer indicio de que ahora, en medio de declaraciones bipartidistas de guerra, las palabras tendrían una relación diferente con la verdad.

En la respuesta oficial a los ataques, al igual que en TV, la información no estaría presente y las especificidades cambiarían. Lo que se mantiene firme es la guerra.

El viernes The New York Times publicaba una reseña biográfica de Osama bin Laden. Sorprendentemente, aunque describe sus esfuerzos de guerrillero de la Guerra Fría contra la Unión Soviética en Afganistán, prácticamente elimina cualquier vínculo con EEUU -y borra el apoyo anterior de la CIA a las actividades de bin Laden. Un artículo en la misma página habla de que el Presidente Bush hizo llamadas diplomáticas en preparación de su propio ataque potencial a Afganistán.

Esto recuerda las descripciones de Orwell de las cambiantes alianzas entre Eurasia, Oceanía y Asia Oriental: en los estados de 1984, quién es amigo o enemigo puede cambiar abruptamente, pero los funcionarios eliminan cualquier historia inconveniente dejando de hacer "mención de cualquier alianza que no sea la existente".

Según elTimes, ¿a cuál "profundo conocimiento" de Afganistán acudirá el Presidente Bush para consultar su invasión? Al de Rusia, por supuesto.

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Mi asociada Rosslyn es organizadora del Sindicato de Empleados de Hoteles y Restaurantes, Local 100. Entre los miembros del sindicato se incluyen los empleados de Windows on the World (Ventanas al Mundo), el restaurante que estaba en la cúspide de la Torre Uno del World Trade Center, famoso por las majestuosas imágenes de la ciudad que podían verse desde allí.

El miércoles 12 de septiembre, cuando gran parte de la ciudad estaba cerrada, Rosslyn fue a trabajar. Durante todo el día la gente lleno el salón del sindicato. Trabajadores de Windows que habían estado de franco el martes lloraron junto con las familias que habían perdido a un ser querido. Después de unas horas, todos se juntaron para iniciar un doloroso ajuste de cuentas.

Los miembros revisaron la lista de los empleados del desastroso turno de esa mañana. A medida que leían cada nombre compartían cualquier información que tenían de sus colegas: quien había estado enfermo ese día, a quien se le hacía tarde, quién pudiera estar en el hospital. Ochenta trabajadores estaban desaparecidos aún.

Durante los días siguientes sindicalizados de otros centros de trabajo del bajo Manhattan también pasaron por la oficina, preocupados por quedarse sin trabajo y no poder mantener a su familia porque el edificio donde estaba su cafetería había sufrido daños estructurales. A medida que se encontraban con familiares de las víctimas o se enteraban de que un colega estaba desaparecido, esas preocupaciones iniciales ya no parecían tener tanta importancia.

"Ninguno de nuestros sindicalizados que trabajaba ese día pudo salir andando del edificio", dijo un organizador al reportero del Daily News de Nueva York que se encontraba en la reunión del miércoles. Por entonces él pensaba que tres o cuatro podrían haber sido rescatados de entre los escombros y llevados al hospital. "Pero nadie salió por sus propios pies".

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El viernes 14 de septiembre acudí a una vigilia en la Calle 14, en la Plaza Unión de Manhattan. Mientras bajaba el sol, un número creciente de neoyorquinos se apretujaba en la plaza. Yo sabía que varios amigos iban a venir junto con una organización artística del Sur de Asia y con otros grupos pacifistas. Miré entre la gente que llevaba letreros que decían "El Islam no es el enemigo" y "Justicia, No Venganza". Pero era imposible descubrir a individuos o siquiera determinar donde terminaba un grupo. La cantidad de gente en la plaza fusionaba a todos en una masa única.

Todos a mi alrededor llevaban velas encendidas, y un grupo coral que estaba cerca comenzó a cantar, empezando con el himno nacional y "Dios salve a Estados Unidos". Entre los que estaban junto a mí algunos se sentían incómodos, temerosos de la dirección en que pudiera llevarnos este patriotismo. Recordé a Rosslyn contarme que cuando el martes iba en el metro hacia su casa vio a un hombre aparentemente borracho en el vagón que desbarraba incesantemente: "Son maricas. Son todos maricas. Sus mujeres son putas. Luché en Viet Nam por Estados Unidos. Ciento por ciento americano. Esos palestinos son un hatajo de maricas".

Pero en la vigilia la tensión pronto se disipó. El coro también cantó a la paz: "Venceremos" y "Esta mi pequeña luz". Estaba claro que el contenido de las canciones no era tan importante como su familiaridad, su lugar en un canon musical compartido. Es más, la gente respondió quizás de manera más entusiasta cuando nos sumamos a cantar "Nueva York, Nueva York".

Yo vivo en una casa con otras siete personas, donde podemos reunirnos y discutir los hechos en desarrollo. Muchos otros se nos han unido, comenzando ya desde el martes por la mañana. Debido a que nuestro vecindario no está lejos del agua, la gente que cruzó a pie el puente de Brooklyn desde el distrito financiero en llamas se detuvo aquí a descansar y trajo informes desde el lugar de los hechos y rastros de la morbosa ceniza en su ropa.

Al escuchar sus historias me doy cuenta de la apreciada y afortunada naturaleza del intercambio. Aprendo lo fácil que es sentirse aislado frente al televisor, y cuán difícil escapar de escenarios donde todos parece pedir sangre.

Las vigilias son importantes por esta razón. La gente experimenta una forma de respuesta pública distinta a las febriles reacciones de los políticos de Washington. Se unen en un diálogo acerca de variadas experiencias de la tragedia, y de esa manera se resisten a la presión para reducir éstas a una fiera forma de nacionalismo. El Alcalde Giuliani ha ayudado a establecer esta alternativa como una forma de respuesta oficial y ha mostrado un considerable humanismo con declaraciones centradas en el esfuerzo por salvar vidas y de denuncia de los actos de odio.

En nuestra casa el temor de la violencia anti árabe no es una abstracción. El jueves por la mañana estaba desayunando con uno de mis co-habitantes, un columnista para Midday en Bombay, que se lamentaba de tener un apellido árabe: Ansari. Al escribir su columna el martes, él reflexionaba cómo en medio de la creciente ola de xenofobia, tendría que adoptar la estrategia de "no asomar su rostro y su acento a las calles". Comenzó ese mismo día afeitándose la barba.

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Hace unos años trabajé como redactor de discursos para Oscar Arias, el ex presidente de Costa Rica y ganador del Premio Nóbel de la Paz, quien regularmente hacía giras dando conferencias sobre la desmilitarización, control de armas y la globalización.

En una oportunidad yo estaba trabajando en un discurso para un evento en una universidad con reputación de conservadora, donde el claustro migraba entre el campus y el Departamento de Defensa. Sabíamos que en el mejor de los casos habría personas hostiles en el público. Pero para complicar más el problema, el evento se realizó poco después de uno de nuestros frecuentes bombardeos a Irak.

Recuerdo que el ambiente era hostil, lleno de llamados a la guerra. Puse en el discurso una cita de Martin Luther King que poco antes había leído en su obra de 1967, ¿Hacia dónde vamos desde aquí?

"La debilidad fundamental de la violencia es que es una espiral descendente que da vida a lo mismo que quiere destruir. En vez de disminuir la maldad, la multiplica. Por medio de la violencia uno puede asesinar al mentiroso, pero no puede asesinar a la mentira ni establecer la verdad. Por medio de la violencia uno asesina al que odia, pero no asesina al odioŠ Devolver la violencia con violencia multiplica la violencia, suma una mayor oscuridad a una noche ya ausente de estrellas. La oscuridad no puede expulsar a la oscuridad, sólo la luz puede hacerlo. El odio no puede expulsar al odio. Sólo el amor puede hacerlo".

Cuando Don Óscar y yo nos sentamos a leer el material él revisó calladamente la cita. Para mi sorpresa se enfadó y me dijo acusadoramente:

"Ese pasaje es muy importante", me regañó. ¿Por qué no lo habíamos usado?"

* Mark Engler, escrito residente en la ciudad de Nueva York, puede ser contactado por medio del sitio web http://www.DemocracyUprising.com.
Traducido por Progreso Semanal