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Internacional

México D.F. Viernes 16 de abril de 2004

Blair y Bush hoy: el cordero y el lobo

Robin Cook*
LA JORNADA

El encuentro de hoy en la Casa Blanca es la reunión diplomática más importante de la carrera de Tony Blair, pues su futuro político, y el del presidente George W. Bush, dependen de que puedan jalar a Irak del borde del abismo. Un cambio de acontecimientos en el terreno co-mienza con un cambio de enfoque en la Casa Blanca. Pero asegurar tal viraje no será fácil, y las personalidades de los dos participantes lo hacen aún más difícil.
Blair es un hombre de inmenso encanto personal, y con tal de mantenerlo se agacha para evitar discusiones desagradables. Quien haya trabajado con el primer ministro está familiarizado con la tendencia universal de los dignatarios visitantes a marcharse complacidos de lo que han escuchado... o lo que creen que escucharon. Expresar con firmeza a alguien tan poderoso como el presidente de Estados Unidos que se ha equivocado no está dentro de la conducta natural de Blair.
Poco ayuda que Bush se la pase recordándonos que tiene al Todopoderoso de su lado. Tal concepto obstruye su capacidad de adoptar una flexibilidad táctica, y su declaración de esta semana sobre Irak exudaba la certeza de una religión revelada. La mitad del problema es que, un año después de "liberar" Irak, Bush siga hablando de continuar la presencia estadunidense en términos de "librar una guerra", "mantener la ofensiva" y "derrotar a enemigos". No hay perspectiva de que pueda encabezar una exitosa reconstrucción en tanto considere enemigos a grandes sectores de la población iraquí.
Su autoengaño de que el progreso en Irak puede garantizarse mediante la victoria militar, a cualquier costo político, parece ser compartido del todo por los comandantes estadunidenses en el terreno. El general Ri-cardo Sánchez agrupa a sus tropas con la manifiesta intención de "matar o capturar a Sadr". Sin embargo, el clérigo se ha refugiado en la capilla de Najaf, uno de los dos sitios sagrados chiítas, y allanarlo sería el equivalente a atacar el Templo de la Montaña en Jerusalén o la catedral de Canterbury.
La tarea más importante de hoy para Blair es convencer al gobierno de Bush de que no está enfrascado en una operación militar para vencer a un enemigo específico, sino en un ejercicio político para ganar los corazones y mentes de todo un pueblo. Sería útil, para recobrar algo del inmenso terreno perdido en la opinión pública iraquí, que se presentaran cargos por lo menos contra un marine por las muertes de 350 mujeres y niños en Fallujah. En cambio, la declaración previa de Downing Street es que el primer ministro va a Washington en señal de solidaridad y de resolución conjunta hacia el trazado de una estrategia para la entrega de poderes del 30 de junio.
Existen dos problemas obvios con esta información. El primero es común a Gran Bretaña y Estados Unidos: la supuesta estrategia de entrega de poderes carece de sustancia. No hemos decidido qué poderes entregaremos. Aún más notable es que no tenemos idea de a quién se los vamos a entregar ni cómo van a hacer para recibirlos. La resolución conjunta que vamos a adoptar esta tarde es la determinación de que el 30 de junio haremos algo, no sabemos qué.
El segundo problema es específicamente británico. Al comprometernos de antemano a mostrar solidaridad con Bush, hemos descubierto nuestra mano negociadora. Nuestro apoyo al presidente debió haberse condicionado a su acuerdo con una estrategia en Irak de mínimo uso de violencia y máxima velocidad hacia un gobierno democrático y legítimo.
Nuestra larga historia de ocupación colonial ha enseñado a nuestro ejército que existe una ley newtoniana de la fuerza militar. La aplicación de la fuerza militar por una potencia ocupante tiende a producir una resistencia igual y opuesta de los ocupados. Por eso Osama Bin Laden debe recibir con júbilo los sucesos en Fallujah y Najaf. Lo que quería lograr al demoler las Torres Gemelas era la confrontación entre Occidente y el mundo árabe, y eso es lo que Bush ha producido en Irak.
Y ahora se dispone a producirlo también en Medio Oriente. La verdadera significación en el intercambio de cartas de esta semana es que el presidente Bush ha decidido que su papel en el proceso de paz en Medio Oriente no es sostener el cuadrilátero para un acuerdo negociado, sino saltar a la lona y golpear junto a Ariel Sharon para imponer una solución. El punto inicial para todos los esfuerzos británicos y estadunidenses orientados a promover un acuerdo en Medio Oriente ha sido la resolución 242 del Consejo de Seguridad, redactada por Gran Bretaña, la cual exige el retiro israelí de los territorios que ocupó en la guerra de 1967. Ahora Bush acaba de declarar que esa resolución de la ONU no es realista.
No puede haber una ilustración más clara, a los ojos de los árabes, de la doble moral de Occidente, que nuestra demanda de apoyo absoluto a las resoluciones de la ONU sobre Irak aparejada a nuestro galante abandono de las resoluciones de la ONU sobre Israel. Después de su capitulación a las demandas de Sharon, es inconcebible que Bush obtenga algún apoyo en capitales árabes a los objetivos de Washington, ya sea en Irak o en su guerra al terrorismo.
Siempre ha habido un rasgo de escasa plausibilidad en los intentos de Bush de po-sar como negociante honesto. Sicológicamente vive en un mundo privado de elecciones terminantes entre el bien y el mal, el cual lo conduce a polarizar el mundo real entre quienes están con él en el combate al mal y quienes están contra él. El mensaje de esta semana es que ha decidido que Sharon está con él, lo cual conlleva la consecuencia de que los palestinos están contra él.
Si Bush puede describir este nuevo paquete como "realista" es sólo porque lo ha mirado desde el punto de vista de Sharon. Desde la perspectiva palestina, ¿qué de realista puede tener su insistencia en que deben acomodar a los refugiados que regresen en una franja de territorio que se ha reducido drásticamente?
No sé si la Casa Blanca convocó a algún funcionario del Departamento de Estado an-tes de expresar su respaldo a semejante arreglo unilateral. Me resisto a creer que los di-plomáticos de la Oficina del Exterior ha-yan sido cómplices de la surrealista declaración de Downing Street, que la nueva postura del presidente podría inyectar nueva vida al mapa de ruta. Bush acaba de desenchufarlo del aparato que le daba vida artificial, y de manera característica lo hizo sin consultar a la ONU, su supuesta socia en el proceso. ¿Y cómo se atreve Downing Street a demandar que la Autoridad Nacional Palestina muestre "voluntad política" sometiéndose a esta nueva humillación, cuando ha sido incapaz de persuadir a Bush de que muestre voluntad política para presionar a Sharon a cumplir su parte del acuerdo? Bush no pudo haber inferido peor afrenta a Blair, en víspera de su encuentro, que abandonar el mapa de ruta. Puede que el primer ministro no sea capaz de rescatar el proceso de paz, pero al menos debería sentirse liberado de demostrar solidaridad con las políticas en Irak de un presidente que de manera tan contundente ha mostrado su falta de solidaridad con nuestra política conjunta en Medio Oriente.
* Robin Cook fue ministro del Exterior de Gran Bretaña, y el año pasado renunció a su puesto como presidente de la Cámara de los Comunes en protesta por el apoyo que su gobierno dio a la guerra contra Irak.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya