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Internacional

16 de abril del 2004

Las religiones ante la paz

Juan José Tamayo
Adital

La paz es uno de los bienes más preciados y anhelados por la humanidad, pero, al mismo tiempo, uno de los más frágiles y amenazados. Rastreando las huellas de la historia, en vano buscaríamos un estado duradero de paz. A lo más, encontraríamos periodos entre dos guerras, que no son precisamente remansos de paz, sino tiempo dedicado a preparar nuevas guerras. La paz se ve hoy amenazada por un clima conflictivo en diferentes frentes: militar, económico, político, religioso, de género, ecológico, entre culturas y civilizaciones.

Uno de los fenómenos actuales que pone en riesgo la paz en el mundo y la convivencia entre los pueblos es el terrorismo de inspiración religiosa, cada vez más extendido y en el que están implicadas organizaciones vinculadas a distintas religiones, e incluso Estados confesionales. La manifestación más dramática del terrorismo fundamentalista han sido los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra el Pentágono y las Torres Gemelas (Estados Unidos), que Bin Laden, dirigente de la organización terrorista Al Qaeda, justificaba en nombre de Dios así: "Aquí está América golpeada por Dios Omnipotente en uno de sus órganos vitales, con sus más grandes edificios destruidos. Por la gracia de Dios. Dios ha bendecido a un grupo de la vanguardia, la primera del Islam para destruir América. Dios les bendiga y les asigne un supremo lugar en el cielo, porque Él es el único capaz y autorizado para hacerlo".

La retórica religiosa y moralista - "Dios bendiga a América", "eje del bien, eje del mal, "quien no está conmigo está contra mí" y otras expresiones similares - estuvo muy presente también en la respuesta violenta de la coalición internacional contra el pueblo de Afganistán, y la de Estados Unidos, Reino Unido, España y otros países contra el pueblo de Irak. Es una retórica utilizada con frecuencia por los presidentes estadounidenses. Durante la guerra fría, recurrieron a ella para justificar su cruzada contra el comunismo ateo; después, para combatir el fundamentalismo islámico. Seguro que en el futuro surgirán, o se inventarán, nuevos motivos que justifiquen la apelación a Dios para proteger la civilización cristiana.

En el nuevo escenario mundial opera otra forma de violencia más sutil y destructiva: la ejercida por los centros de poder económico contra los pueblos subdesarrollados e incluso contra continentes enteros, como África y América Latina. El actual orden económico, social y jurídico es a la par injusto y violento. Sus consecuencias están a la vista: pobreza, hambre, explotación, deuda externa, severos ajustes estructurales, deterioro ecológico, muerte, etc.

La pobreza injusta y creciente que sufre América Latina, afirma I. Sobrino, "es en sí misma una violencia contra las mayorías pobres e inevitablemente lleva a violentos conflictos; es en sí misma un atentado contra la paz" y, en definitiva, "violencia que se hace a los pobres, en su vida, en sus derechos más fundamentales". Los teólogos latinoamericanos de la liberación definen esta situación como violencia institucionalizada e injusticia estructural, y consideran que constituye la violencia originaria y es una de las raíces más importantes de las demás formas de violencia social. Es, quizá, la mayor violencia, por cuanto no respeta el más sagrado de los derechos humanos, la vida, e imposibilita a las mayorías populares -más de dos terceras partes de la humanidad- el acceso a las condiciones mínimas de supervivencia. La violencia estructural suele imponerse a través de la violencia represiva, que recurre a métodos atentatorios contra los derechos de la persona. La violencia revolucionaria surge con respuesta, muchas veces inevitable, ante la injusticia estructural. Se produce, así, una "espiral de la violencia" difícilmente controlable, que no desemboca en la paz.

La violencia constituye una de las características del conflicto entre el Norte rico y el Sur pobre, que se salda con un reguero de millones de hambrientos, marginados y muertos. Ésta es, quizá, la más devastadora guerra que vive la humanidad - agravada por el actual modelo de globalización neoliberal excluyente -, sin que reciba el nombre de tal.

A las formas de violencia precedentes hay que sumar las que proceden de las discriminaciones y exclusiones por razones de etnia, género, cultura y religión, que atentan contra la igual dignidad de todos los seres humanos y contra las legítimas diferencias entre los pueblos, imponiendo un modelo jerárquico patriarcal así como una cultura, la occidental, y una religión, la cristiana, a las que tienen que someterse las demás culturas y religiones consideradas dependientes. La cultura hegemónica lleva a cabo una calculada eliminación de etnias, razas, lenguas, culturas y religiones, llegando incluso a la eliminación física.

Especialmente destructiva del tejido de la vida es la violencia de género, preferentemente contra las mujeres, en todos los ámbitos de su existencia: doméstico, laboral, político, económico, religioso, publicitario, intelectual, etc. Hace tres décadas, la escritora afro-americana Ntozake Shange describía muy certeramente en un breve poema la situación de violencia a que se ven sometidas las mujeres a diario: "Cada tres minutos, una mujer es golpeada;/ cada cinco minutos, una mujer es violada;/ cada diez minutos, una muchachita es acosada/ cada día aparecen en callejones, en sus lechos, en el rellano de una escalera/ cuerpos de mujer". Treinta años después, y tras los avances en la liberación de la mujer, la situación no parece haber mejorado, porque el problema es estructural y no se resuelve con políticas reformistas. Como reconocen las pensadoras feministas, la violencia y los abusos sexuales son los grandes instrumentos con que cuenta el patriarcado para afirmar el dominio de los varones sobre las mujeres. Coincido con E. Schüssler Fiorenza en que la violencia contra las mujeres constituye el núcleo duro y puro de la opresión "kiriárquica" (de Kyrios, señor).

Ante un panorama cargado de tantas formas de violencia, la lucha por la paz no puede reducirse a meras declaraciones de principios o a acciones aisladas y puntuales. Debe ir a las raíces y exige un trabajo organizado y coordinado a largo plazo, que implica: la denuncia de la injusticia estructural y la lucha por la justicia; la condena de la violencia contra las mujeres y los niños y la defensa de la igualdad de género; la protesta contra las dictaduras y la defensa de los derechos humanos; la denuncia de la depredación de la naturaleza y la protección de los derechos de la Tierra; la condena de los fundamentalismos, religiosos o laicos, y el respeto al pluralismo, la tolerancia y el diálogo interreligioso; la denuncia del actual orden internacional basado en los intereses de las grandes potencias y la construcción de un nuevo orden internacional fundado en unas relaciones simétricas e igualitarias entre los pueblos y los Estados; la oposición a la teoría del "choque de civilizaciones" de Huntington, que es el que impera en la política internacional, y la creación de una sociedad multirreligiosa, multiétnica y multicultural.

Y todo ello desde la no-violencia activa, que fue el estilo de vida y el método seguido por el Mahatma (= Alma Grande) Gandhi, asesinado el 30 de enero de 1948 en Delhi por un fanático de su propia religión cuando se dirigía a la oración de la tarde. Un método que debe ser operativo no sólo en las relaciones interpersonales, sino también - y preferentemente - en la política internacional, como el mismo Gandhi recordaba:

"Tenemos que conseguir que la verdad y la no violencia sean asunto no sólo de la práctica individual, sino de la práctica de grupos, comunidades y naciones. Éste es, en cualquier casi, mi sueño… Si una persona puede practicar la no violencia, ciertamente también puede hacerlo una nación. Es posible imaginar que algún día todas las naciones tendrán la inteligencia suficiente para actuar, incluso mayoritariamente, como lo hacen hoy algunos individuos".

Las religiones suelen ser consideradas una de las fuentes más importantes de fanatismo y de violencia, por el carácter sagrado y absoluto con que presentan la verdad y por la intransigencia con que la defienden. Con frecuencia recurren a todos los medios a su alcance para expandir e imponer sus particulares ideas religiosas con pretexto de buscar el bien de la humanidad y de conducirla a la salvación. Y ello sin reparar en que el bien y la salvación de los demás comienzan por el respeto a la libertad de la persona en todos los terrenos, también en el de las creencias. En su interior tienden a imponer un pensamiento único y a castigar, e incluso expulsar de su seno, a los creyentes considerados disidentes y heterodoxos. Y cuando las religiones se han convertido en ideología oficial de un sistema político, la tendencia ha sido a liquidar cualquier vestigio de pensamiento libre e independiente fundado en la razón crítica.

La relación de las religiones entre sí no se ha caracterizado por la armonía, sino por la falta de respeto y el enfrentamiento, que ha desembocado en numerosas "guerras de religiones" con el consiguiente coste de vidas humanas y de sangre derramada. Para justificar dichas guerras, las religiones han apelado a Dios. Lleva razón, por ello, Martín Buber cuando afirma:

"Dios es la palabra más vilipendiada de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan mancillada, tan manipulada. Las generaciones humanas, con sus partidismos religiosos, han desgarrado esta palabra. Han matado y se han dejado matar por ella. Esta palabra lleva sus huellas dactilares y su sangre. Los seres humanos dibujan un monigote y escriben debajo la palabra 'Dios'. Se asesinan unos a otros, y dicen: 'lo hacemos en nombre de Dios'". Hasta vidas humanas y de animales se han sacrificado en los espacios sagrados de culto, creyendo que agradaban a Dios o que, al menos, servían para aplacar su ira.

A nadie se le escapa lo lejos que han estado las religiones monoteístas, judaísmo, cristianismo e Islam, del ideal de paz. No pocos de sus textos fundantes presentan a un Dios violento, sediento de sangre, a quien se apela para vengarse de sus enemigos, declararlos la guerra y decretar castigos eternos contra ellos. Con estos ingredientes se construye la trama perversa de la violencia y lo sagrado, que da lugar a lo que René Girard ha llamado violencia de lo sagrado. Veamos algunos ejemplos de las tres religiones citadas.

El Testamento judío, afirma Norbert Lohfink, es uno de los libros más llenos de sangre de la literatura mundial. Hasta mil son los textos que se refieren a la ira de Yahvé que se enciende, juzga como un fuego destructor y castiga con la muerte. El poder de Dios se hace realidad en la guerra, batallando del lado del "pueblo elegido", y su gloria se manifiesta en la victoria sobre los enemigos. El tema de la venganza sangrienta por parte de Dios, según Schwager, aparece en el Antiguo Testamento con más frecuencia incluso que la problemática de la violencia humana. Sólo hay dos libros veterotestamentarios en los que no se asocia a Dios con la guerra: Rut y el Cantar de los Cantares.

En el Testamento cristiano aparece también la imagen del Dios sanguinario, al menos de manera indirecta, en la interpretación que algunos textos ofrecen de la muerte de Cristo como voluntad divina para expiar los pecados de la humanidad. Según esta teoría, Dios reclamaría el derramamiento de la sangre de su Hijo para reparar la ofensa infinita que la humanidad ha cometido él. Esa imagen de Dios tiene más parecido con el dios Moloc, que exigía al sacrificio de los niños, que con el Padre misericordioso que perdona al hijo pródigo cuando vuelve a casa.

Algunas imágenes del Corán sobre Alá no son menos violentas que las de la Biblia judía y cristiana.

El Alá de Mahoma, como el Yahvé de los profetas, se muestra implacable con los que no creen en él. "¡Que mueran los traficantes de mentiras!", dice el libro sagrado del Islam. Dios puede hacer que a los descreídos se los trague la tierra o caiga sobre ellos un pedazo de cielo; para ellos sólo hay "el fuego del Infierno". El simple pensar mal de Alá comporta la maldición. En el Corán son constantes las referencias a la lucha "por la causa de Dios", incluso hasta la muerte, contra quienes combaten a los seguidores. Esta imagen sigue vigente hoy en no pocos de los movimientos fundamentalistas islámicos.

Las tradiciones religiosas que incitan a la violencia o la justifican, y más si lo hacen en nombre de Dios, no pueden considerarse reveladas, y menos aún imponerse como normativas a sus seguidores. En cuanto "textos de terror", según la certera expresión de Phillis Trible, deben ser excluidos de las creencias y prácticas de las religiones, así como del imaginario colectivo de la humanidad.

Junto a los textos y las prácticas violentas hay también en las religiones monoteístas tradiciones pacifistas que pueden contribuir a la construcción de un mundo sin violencia. Veamos algunos ejemplos.

La Biblia describe a Dios como "lento a la ira y rico en clemencia", y al Mesías futuro como "príncipe de la paz". Entre las bellas utopías de sociedad armónica que propone la Biblia cabe citar las siguientes: el arco iris como símbolo de la armonía entre la humanidad y el cosmos, tras el diluvio universal (Gn 8-9); la convivencia ecológico-fraterna del ser humano con los animales más violentos (Is 11,6-9); el ideal de la paz del profeta Isaías: "Forjarán de las espadas azadones y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán para la guerra" (Is 2,4).

En el Sermón de la Montaña, Jesús de Nazaret declara felices a los "constructores de la paz" (Mt 5,9). La paz es precisamente lo que deja como legado el mismo Jesús a quienes han de continuar su causa tras su muerte. Ahora bien, su ideal de paz nada tiene que ver con la sumisión ante el poder o con la aceptación resignada ante la injusticia del sistema religioso o político. Tiene carácter activo, crítico y alternativo. Ni rehuye el conflicto ni lo edulcora, sino que lo afronta con decisión, lo asume con valentía y lo canaliza por la vía de la justicia. Justicia y paz son inseparables en su mensaje, su vida y su práctica, como ya vimos.

En el Corán, Alá es invocado con apelaciones que remiten a actitudes pacificadoras en grado superlativo, como el muy Misericordioso, el más Generoso, Compasivo, Clemente, Perdonador, Prudente, Indulgente, Comprensivo, protector de los Pobres, etc. Repetidas veces el Corán llama a resistir las hostilidades: "Y cuando ellos (los enemigos) se inclinan a la paz, inclínate tú a ella y confía en Dios". "Y cuando ellos (los infieles) se mantienen alejados de vosotros y no luchan contra vosotros, y os ofrecen la paz, entonces no os permite Dios a vosotros ir contra ellos". Según los propios intérpretes musulmanes, el término yihad no significa "guerra santa", ni hace referencia a una permanente predisposición bélica en el Islam. Su significado es esfuerzo moral en el camino hacia Alá. El propio Corán asevera sin ambages que "no hay coacción en la religión" (2,256). En la edición preparada por Julio Cortés se indica que algunos modernistas traducen este texto como "no se debe coaccionar en religión". Con ello parecen apuntar al principio de libertad religiosa.

Las religiones no pueden dar por buena la estrategia del choque de civilizaciones diseñada por Huntington como tampoco el papel beligerante y de enfrentamiento que les asigna en ese choque. A su vez, deben enterrar sus tradiciones violentas y desplegar aquellas que son generadoras de paz. Un paso previo y necesario es leer sus textos fundantes críticamente, es decir, con actitud desmistificadora a través de la práctica de la interpretación, y no fundamentalistamente. Creo con Hans Küng que no habrá paz en el mundo sin paz religiosa y que no habrá paz religiosa sin diálogo entre las religiones. Un diálogo ininterrumpido que tenga como base la defensa de los derechos humanos y el respeto a la pluralidad de manifestaciones de lo sagrado.



*Teólogo, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría de la Universidad Carlos III de Madrid y secretario general de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, en el 'Encuentro de Religiones en Madrid'.