Internacional
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La victoria de los dinosaurios
Marcel Lueiro
Rebelión
Las esposas de los dos candidatos presidenciales hablan con sus amigas por
teléfono. A Theresa Heinz Kerry le queda aquello de haber estado a un pelo de
ser la primera dama y de conservar dos apellidos, primero el de su anterior
difunto esposo, el rey de las salsas John Heinz, y después el de John Kerry, el
candidato demócrata que nunca llegó a ser una alternativa a los republicanos. A
Laura Bush, la invicta primera dama, le sobra satisfacción por haber sido el
arma sigilosa de su marido, su stealth weapon, como aseguran los más allegados
al presidente. Del otro lado de la línea, yes yes, sure, sure, griticos,
llantos, o muecas de burla, según el caso. Las mujeres de los dueños invisibles
ríen para sus adentros, porque sus nombres, aunque suenen a grandes medios de
comunicación, refrescos o cereales, a la hora de decidir la política
norteamericana suelen ser mucho más importantes. En los diarios, las
conversaciones en el bus o los mensajes electrónicos, aún se habla de la
victoria de Bush. Para sorpresa de muchos, fuera y dentro del país, los
republicanos han logrado el mayor número de votos populares desde la creación de
la nación (58 millones), en unas elecciones donde la participación de la gente
ha sido la mejor de las últimas décadas (60%). Los vencedores recuerdan el
terrorismo, la seguridad nacional, y la necesidad de extender la guerra. Los
vencidos se lamentan de los soldados muertos en Irak, de los fondos públicos
destinados a la industria bélica, del aumento del desempleo y la pobreza, de la
expansión de la venta de armas, de la subida de los precios de la salud y el
bienestar social, y de que los latinos, las mujeres, los homosexuales y los
negros sigan siendo los grandes excluidos. La mayoría de las mujeres ha visto
cómo su voto a favor de los demócratas no impide la victoria republicana. En las
elecciones de 2000, Al Gore consiguió el voto femenino por un 11%. En las
elecciones de este año los primeros resultados indican que votó un 8 % más de
mujeres que de hombres, y que el 51% del voto femenino favoreció a Kerry. Las
preocupaciones de la mujer norteamericana común sobre la educación para sus
hijos, los servicios médicos o el aborto, no hacen sino agudizarse con la
reelección de Bush.
Más allá de las fronteras de los Estados Unidos, la gente también se lamenta.
"Gana la mentira como arma de destrucción masiva", el pueblo norteamericano vive
un "proceso autista", dice el portugués José Saramago, y no le sobra razón,
porque de estar el pueblo estadounidense en sus cabales, como la mayoría de los
humildes de este planeta, hubiera votado no a favor de Kerry, sino en contra de
Bush.
Pero quizá lo más preocupante ahora no sea preguntarse si en realidad el pueblo
norteamericano sufre de ceguera política o si esta vez los engranajes del fraude
electorales fueron pulidos al detalle. En el alma de los derrotados comienza a
rondar el fantasma del pesimismo histórico, una especie de depresión colectiva
que tarde o temprano también llegará a los victoriosos, y que alienta
sobremanera la estrategia capitalista de hacer creer que nada en esta vida puede
ser cambiado.
Hace unas semanas las bandas de rock alternativo Pearl Jam y REM ofrecían
conciertos por todo el país en una gira llamada Vote for change (Voto por el
cambio), en contra de la reelección del presidente Bush. Hace unas semanas, o
meses tal vez, las escandalosas exhibiciones y el premio en el festival de
Cannes para el documental Fahrenheit 9/11, de Michael Moore, parecía abrirles
los ojos a la mayoría de los norteamericanos. Hace tan solo unas semanas. Hoy
los dinosaurios han ganado con muy pocas "dudas" . Pero en lugar de esconderse
en el fondo de la cueva, el pintor de las cavernas debe afilar otra vez las
lanzas, bajo la luz de una nueva hoguera.