Internacional
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Muchos Vietnam
Carlo Frabetti
Rebelión
Si Hitler no hubiera perdido la II Guerra Mundial y, pese a conocer los
horrores de los campos de exterminio nazis, los alemanes lo hubieran reelegido,
¿nos escandalizaríamos si, entonces, los judíos hubieran hecho estallar su
desesperación en las calles de Berlín en forma de atentados suicidas? La
pregunta es retórica, huelga señalarlo, puesto que la respuesta es obvia: no
solo no nos escandalizaríamos (de hecho, casi nadie se escandaliza al recordar
el atroz bombardeo de Dresde), sino que esos ucrónicos mártires judíos tendrían
hoy un monumento en Tel Aviv y otro en Nueva York, y Spielberg les habría
dedicado una película.
Pues bien, los fascistas estadounidenses (más numerosos y más fascistas que
nunca, puesto que un fascista es un burgués asustado) han reelegido a su
grotesco Führer, han apostado por la continuidad del IV Reich, y los mártires
islámicos obrarán en consecuencia. Y nadie tendrá derecho a rasgarse las
vestiduras más de lo que se las habría rasgado ante un comando de judíos
dispuestos a inmolarse en el ucrónico Berlín de un Hitler reelegido.
Y los demás, los que no queremos responder a la bomba "inteligente" con la bomba
ciega, ¿qué haremos?
Algunos optimistas inveterados confiábamos en la victoria de Kerry. No habría
cambiado las líneas maestras de la política imperialista, pero habría sido un
síntoma esperanzador (como lo fue en el Estado español la derrota del PP). Un
síntoma de que entre los estadounidenses la razón le iba ganando terreno al
miedo aborregado, a la estupidez marcial, a la mezquindad pequeñoburguesa, a la
xenofobia paranoide: al fascismo, en una palabra. Y, por otra parte, el
momentáneo cambio de "talante" en la Casa Blanca habría dado un pequeño margen
de maniobra a quienes, en todo el mundo (y sobre todo en Latinoamérica), luchan
por la democracia, por la de verdad. La victoria de Kerry podría haberles dado
un respiro a Cuba y a Venezuela, a Uruguay y a Argentina, a Brasil y a Colombia,
a Ecuador y a Bolivia, en un momento en que la Historia (en contra de quienes
creen que se repite y de quienes quisieran que se hubiese acabado) corre hacia
adelante a una velocidad peligrosa para todos. Con la asfixiante victoria de
Bush, el respiro habrá que tomárselo por las bravas. Habrá que pasar al Plan B.
Al Plan Che, pues él lo vio claro desde el primer momento: "Dos, tres, muchos
Vietnam" (no es casual que el más encanallado de los periodistas españoles --ex
director del más encanallado de los periódicos-- le dedicara hace unos meses a
Ernesto Guevara un largo artículo en el que lo tachaba de terrorista; y teniendo
en cuenta a quiénes llaman terroristas los políticos corruptos y los periodistas
canallas, seguramente el Che se habría sentido orgulloso del título).
Pero, de todos modos, hay, en términos electorales, más motivos para la
esperanza que para el desánimo: el triunfo de Hugo Chávez y el de Tabaré Vázquez
son algo más que síntomas, y el de Evo Morales es algo más que un pronóstico. La
cobarde derechización de la América del Norte también es una reacción (nunca
mejor dicho) a la valerosa izquierdización de la del Sur.
Si, como es previsible, tras la reelección de Bush se recrudece el acoso a los
núcleos de resistencia antiimperialista, habrá que darles a los yanquis una
aumentada dosis de jarabe vietnamita, como dice la canción de Quintín Cabrera. Y
no hay más que leer la lista de organizaciones y países "terroristas" para saber
dónde están o estarán los nuevos Vietnam.
"Todos somos judíos", proclamaron los antifascistas de ayer ante los horrores
del nazismo. Ante los horrores del imperialismo estadounidense y del
subimperialismo europeo, todos los antifascistas de hoy somos palestinos e
iraquíes, cubanos y venezolanos, vascos e irlandeses...
Bush ha ganado las elecciones y Estados Unidos perderá la guerra. Porque ya ha
perdido la batalla más importante, su propia madre de todas las batallas: la
batalla interior. Quienes se horrorizan ante la caída de un par de rascacielos y
votan la masacre del pueblo iraquí, merecen estar en las próximas torres que
caigan, que sin duda caerán.