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Internacional

20 de enero del 2004

Las bases del imperio

Alberto Piris
La Estrella Digital

Acaba de publicarse en EEUU uno de esos libros polémicos que, entre otras cosas, revela parte de la estructura del imperio estadounidense (Chalmers Johnson, The Sorrows of Empire: Militarism, Secrecy, and the End of the Republic). El autor sostiene la tesis de que si, en el pasado, los imperios se hacían presentes en el mundo mediante sus posesiones coloniales, el nuevo imperio de EEUU marca sus territorios por medio de bases militares. Conviene señalar que el Pentágono definió lo que denomina el "arco de inestabilidad", expresión que suena de modo más técnico que aquella banalidad proferida por Bush sobre el "eje del mal". Tal arco recorre el mundo, desde Colombia, pasando por África septentrional, Oriente Próximo y Medio Oriente, y alcanza Indonesia y Filipinas. Que coincida con territorios ricos en petróleo se estima oficialmente un hecho meramente fortuito.

Según informe anual del Departamento de Defensa, existen más de 700 bases militares estadounidenses, repartidas en más de 130 países, para vigilar ese estratégico arco. Las bases en el extranjero son las avanzadillas del imperio, donde residen permanentemente más de 250.000 miembros de las Fuerzas Armadas, además de un número análogo de familiares y funcionarios civiles de todo tipo; en ellas trabajan también unos 45.000 contratados locales. El informe no incluye las bases recientemente establecidas en Kosovo, Afganistán, Iraq, Kuwait y otros países próximos, a pesar de que hay indicaciones de que muchas de ellas se harán permanentes.

Pero ni los soldados son lo que eran, ni las bases funcionan como antes. Los servicios de "fatigas" (que bien recordarán los licenciados españoles de la mili) han pasado a mejor vida. El trabajo en las cocinas, el reparto del correo, la limpieza de los retretes y otras tareas de tipo doméstico están contratados con empresas civiles, a cuyo pago se dedica casi una tercera parte del presupuesto de la ocupación de Iraq. La compañía Kellog, Brown & Root, filial de la famosa Halliburton, obtiene sustanciales beneficios por esta concesión. Ningún detalle se olvida: una empresa de Tulsa se ha hecho con el suministro de 273.000 frascos de loción solar para los soldados desplegados en Iraq. La vida en las bases intenta parecerse a las versiones cinematográficas made in Hollywood. Camareros en esmoquin sirven la cena a los oficiales y hasta un Burger King se ha inaugurado en el enorme complejo militar del aeropuerto de Bagdad. Las bases militares, además de marcar los confines del imperio, son un buen negocio para muchas empresas de EEUU, que están tanto o más interesadas que el Pentágono en que continúe ese vasto despliegue militar.

Ahora bien, también hay algunos problemas en ellas. Más de 100.000 mujeres que viven en las bases tienen prohibido utilizar los hospitales militares para abortar. A pesar de que anualmente hay 14.000 agresiones sexuales en las bases de EEUU, ellas tienen que recurrir a los medios sanitarios locales, lo que en ciertos lugares implica serios riesgos. El puritanismo y la hipocresía siguen tiñendo la vida militar.

Las bases militares de EEUU están sometidas a una dinámica parecida a la que está cerrando fábricas multinacionales en España en los últimos tiempos. El Pentágono muestra deseos de abandonar algunos países ricos, como Alemania o Corea del Sur, y trasladar sus bases a otros países más pobres o gobernados por regímenes dictatoriales, donde encuentre "una legislación medioambiental más tolerante". Por lo general, los países que albergan las bases tienen que aceptar cláusulas que eximen a EEUU de indemnizar por las catástrofes ambientales que produzca, así como otras relativas a la inmunidad jurídica de su personal. Cuanto más pobre el país y más tiránico su gobierno, tanto mejor para el funcionamiento de cada base.

La red de bases militares permite a EEUU aplicar lo que Johnson llama "estrategia de Caballería global". El "Séptimo de Caballería" puede acudir a cualquier lugar del mundo a reponer el pabellón de EEUU y derrotar a los malvados. Es evidente que esta tendencia se acentúa cuando además se ha declarado una imprecisa guerra global al terrorismo. El imperio está irremisiblemente militarizado y esta tendencia aumenta con cada nueva base militar. Creado un costoso instrumento, la tentación de utilizarlo para resolver cualquier problema es irresistible. Washington se ha encerrado así en un círculo de belicismo militarista con el que vanamente intenta dominar el mundo para destruir radicalmente el terrorismo.

Conviene recordar que, desde que EEUU invadió Afganistán e Iraq, la peligrosidad de Al Qaeda ha aumentado en vez de disminuir. Entre 1993 y el 11-S hubo cinco atentados en todo el mundo atribuibles a esta difusa organización; en los dos años siguientes se produjeron 17 ataques terroristas.

Como afirma un historiador británico: "en vez de ir derribando puertas e irrumpiendo brutalmente en sociedades antiguas y complejas, con remedios primarios como 'libertad y democracia', se necesitarían métodos inteligentes y sutiles, basados en un conocimiento profundo de los pueblos y sus culturas", precisamente lo contrario de la torpe política seguida por EEUU, originada en las mentes, a la vez arrogantes e ignorantes, que hoy rigen el Pentágono.

Alberto Piris
General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)