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Europa

Vaticano y nazismo
Pío XX y los judíos


Lisandro Otero
Rebelión

Juan Pablo II declaró en 1997 que la iglesia católica no actuó con suficiente decisión para enfrentar el Holocausto. La posición del Vaticano frente al nazifascismo fue de permisividad y tolerancia, cuando no de colaboración plena. Circula una carta, que supuestamente fue enviada por el Presidente Truman al Papa Pio XII, reprochándole esa actitud.
Eugenio Pacelli fue educado en la cultura alemana, idioma que hablaba con fluidez. Pasó doce años de Nuncio Papal en Munich y Berlín, los años de ascensión de Hitler al poder. Profesó simpatías hacia el estilo de vida germánico, hacia el rigor de la laboriosidad teutona. Durante la Primera Guerra Mundial, desde Suiza, colaboró con el Kaiser Guillermo II en maniobras diplomáticas contra los Aliados.
En 1929 se firmó el Concordato entre la Iglesia y Mussolini. Pacelli aun no era Papa --tardaría diez años en serlo--, pero contribuyó mucho a alcanzar ese acuerdo. Con Franz Von Papen, el único católico entre los colaboradores de Hitler, Pacelli conspiró para ayudar al partido Nacional Socialista alemán a conquistar el poder. En 1933 propició del Concordato del Vaticano con el Reich.
Cuando Mussolini decidió lanzarse a una guerra de conquista, contra Etiopía, Pio XII aprobó que aquellas modernas armas de fuego que iban a masacrar africanos armados de lanzas y cuchillos, fueran bendecidas por cardenales cercanos a la sede de San Pedro. El cardenal Schuster, de Milán, proclamó la expansión fascista en África como "una guerra santa".
Mientras seis millones de judíos fueron encerrados en campos de concentración, gaseados y cremados, Pio XII no alzó su voz en defensa de los perseguidos. En la polémica obra teatral, "El Vicario", de un destacado teatrista alemán, Rolf Hochutz, se formula claramente la tesis de la colaboración del papa Pío XII con el nazismo. No obstante, Pacelli intervino en la elaboración de la encíclica "Con ardiente arrepentimiento", de 1937, contentiva de elementos antifascistas.
Pero ahí no se detuvieron sus acciones antidemocráticas. Fue Pacelli quien desautorizó el movimiento de los curas-obreros, de gran éxito en Francia, con sacerdotes participantes en las humildes condiciones de vida del proletariado para propagar la fe. Al terminar la guerra toda Italia profesaba grandes simpatías hacia el Partido Comunista, que había sido muy activo en la resistencia antifascista. Pio XII condenó severamente a todos los católicos que cooperasen en la puesta en práctica de ideas socialistas, amenazándoles con la excomunión, y se comprometió activamente en las maniobras que llevaron al poder a la Democracia Cristiana y a Alcide De Gasperi. El carácter de su pontificado fue de un extremo conservadurismo. Por eso la reprobación de Juan Pablo II, de aquellos tiempos nefastos, tiene un valor moral.
A partir del concilio Vaticano II la iglesia ha visto más transformaciones en su seno que en los diecinueve siglos de su existencia anterior. Una nueva práctica surgió, más humana, menos dogmática, descartando anatemas y dogmas. El catolicismo abandonó su pretensión de ser la única iglesia verdadera, ya no se refirió más, como pagano, al cristianismo oriental. Se suprimieron de la liturgia fórmulas ofensivas al pueblo judío y el Papa se acercó a las jerarquías anglicana, protestante, ortodoxa e islámica.
Wojtyla ha transcurrido por un período tormentoso de la historia en su papado. Los tiempos de Reagan y Thatcher, de la revolución conservadora, la reforma gorbachoviana, el derrumbe del muro de Berlín y la globalización neoliberal. Ya no estamos en la Edad media y la fe no puede movilizar legiones de caballeros armados pero una cuarta parte de la población mundial es cristiana y de ella, la mitad es católica. Los nuevos tiempos exigen nuevas actitudes.
Es obvio que por su avanzada edad y estado de salud a Karol Wojtyla no le queda mucho tiempo más en su actual posición. Lo que muchos se preguntan es ¿quién habrá de sucederlo? Muchos piensan que tras un Papa conservador y autoritario como Juan Pablo II le toca el turno a un Papa reformista, innovador y flexible, como lo fuera Juan XXIII, que abra todas las ventanas y deje entrar aire fresco en la atmósfera del Vaticano y deje enterrado, de una vez, el pasado reaccionario de Pío XII.
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