Europa
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Milosevic en el Tribunal Penal Internacional para la antigua
Yugoslavia
Georges Berghezan, Jean Bricmont, Vladimir Caller
Rebelión
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Ya está. Las razones ‘humanitarias’ que sirvieron de modo tan eficaz para
justificar el bombardeo de Yugoslavia en 1999, parecen seguir sirviendo para,
esta vez, dar el último toque a la tarea, ordenando el silencio obligado de su
antiguo presidente. Así, los jueces del Tribunal Penal Internacional para la
antigua Yugoslavia (TPIY) de La Haya, con una repentina solicitud por el estado
de salud de Slobodan Milosevic estimaron, este jueves 2 de septiembre, que está
"demasiado enfermo para realizar él mismo su defensa" y decidieron imponerle los
"servicios" de dos abogados, que trabajan por cuenta del susodicho Tribunal.
Para justificar su decisión los jueces citaron los informes de médicos, que
también habían sido nombrados por el TPIY, que reprochaban al acusado que no
ingiere las medicinas prescritas. El paciente respondió que éstas le provocaban
profundas somnolencias que le impedían preparar convenientemente su defensa y
que prefería el tratamiento prescrito por su médico habitual. Hay que subrayar
que el TPIY se ha negado a considerar la opinión de médicos independientes.
Por cierto, Milosevic tiene realmente problemas cardíacos, que han causado
varios retrasos durante la primera fase del proceso. Para asegurarse de que
pueda finalizarse dentro de un año, los jueces dicen que tomaron esta decisión,
inédita en los anales judiciales, de prohibir al antiguo presidente que se
defienda. Pero aparecen otros motivos: En la víspera de esta decisión,
responsables anónimos del TPIY reconocieron que la privación de la posibilidad
de que Milosevic se defendiera él mismo, constituía la "única solución" para
evitar que le diera un contenido demasiado político al proceso.
Efectivamente, los jueces han logrado cortar abruptamente el alegato que el
dirigente serbio había comenzando este martes 31 de agosto, denunciando con un
vigor extraordinario para un enfermo, la ilegalidad del Tribunal e identificó a
los que considera como los verdaderos responsables de la tragedia yugoslava.
Combativo, según la opinión unánime de los medios, el acusado volteó las
acusaciones al denunciar que la desintegración de Yugoslavia fue en primer lugar
el resultado de los apetitos geopolíticos de Alemania por los países balcánicos,
con la complicidad de los nostálgicos del III Reich, tanto del lado alemán como
del lado croata. Subrayó también el papel del Vaticano y de la jerarquía
católica croata, al atizar la rebelión militar contra la autoridad central de
Belgrado, que era en aquel entonces la capital de una República federal multi-étnica.
Acusó a las fuerzas de seguridad alemanas y estadounidenses de haber participado
en la formación y armamento de UCK, para exacerbar los afrontamientos entre
etnias en Kosovo y desestabilizar lo que quedaba de la Federación. Denunció
finalmente la suprema hipocresía de los que apelaron entonces a las fuerzas más
agresivas del integrismo islámico, incluyendo la red de bin Laden, para fomentar
en nombre de la democracia y de los derechos del hombre disturbios de una
extrema violencia tanto en Bosnia como en Kosovo. Todo tenía el objetivo real de
terminar, de una vez por todas, con esa Yugoslavia que seguía siendo una
experiencia iconoclasta y molesta, con su olor a socialismo, en medio de una
Europa lanzada en una carrera desenfrenada y eufórica hacia el neoliberalismo.
Por haber osado decir todo eso, o más bien por sólo haber comenzado a decirlo,
fue necesario hacerlo callar imperativa y urgentemente. No temían hacer caso
omiso de los derechos más elementales de la defensa. El TPIY no es un novato en
la materia. Desde su creación hace una década, ha modificado varias veces sus
reglamentos y procedimientos, según las circunstancias, exento de todo control
exterior. Los testigos de la acusación pueden ser anónimos y todos los medios
son buenos para hacerlos hablar: reducciones de penas si ellos mismos son
acusados o si acusan, aunque no tengan pruebas, al antiguo Presidente, o
encarcelamiento por "ofensa al tribunal" si no son suficientemente locuaces.
El abismo entre los medios puestos a disposición de la acusación y de la defensa
es sobrecogedor. Los procuradores, asistidos por cientos de investigadores que
han trabajado durante varios años, han tenido derecho a tres días para presentar
sus acusaciones contra Milosevic, y para utilizar su difuso concepto de "empresa
criminal común", que permite la inculpación de todo responsable político por
actos cometidos sobre el campo de batalla, incluso en un país vecino. El
acusado, privado de acceso a Internet e incluso, a veces, de teléfono, no ha
tenido derecho a más de cuatro horas para presentar su defensa. El colmo de la
"elegancia" de esos honorables magistrados ha sido que cuando el antiguo
presidente quiso protestar contra esta indigna medida, no tuvieron otra
respuesta que desconectar su micrófono.
Caricatura de la justicia de los vencedores, el TPIY no tiene otra función que
exculpar las responsabilidades de Occidente en las guerras yugoslavas. La
procuradora Del Ponte ya había hecho una demostración cuando se negó, a
comienzos de 2000, a abrir aunque fuera una investigación sobre la eventualidad
de crímenes de guerra cometidos por la OTAN durante su campaña de bombardeos del
año precedente. Cuando Amnistía Internacional afirmó que la OTAN era en todo
caso responsable de crímenes de guerra, ella se limitó a responder que "nuestros
expertos son más expertos que los expertos de Amnistía Internacional". La
comparición del general Wesley Clark, el que dirigió los 78 días de bombardeo,
como testigo de la acusación contra Milosevic ilustra de un modo particularmente
grotesco el servilismo del TPIY hacia Washington. A pesar de sus propias reglas
y de las de todos los tribunales del mundo, Clark fue autorizado, durante la
audiencia a puertas cerradas, a llamar por teléfono y recibir faxes de su
antiguo jefe, Bill Clinton. Además, su testimonio ha sido parcialmente censurado
por el Departamento de Estado de EE.UU. antes de ser publicado.
Milosevic amordazado, será más fácil esquivar todo lo que podría recordar el
fiasco de los pretendidos proyectos de desarrollo democrático y de los derechos
del hombre en los protectorados balcánicos de Occidente, como ser Kosovo en
manos de la mafia y de los fanáticos de la pureza étnica. Una vez reducido al
silencio el chivo expiatorio, ya no hay riesgo alguno de que la historiografía
oficial de la tragedia yugoslava sea incomodada por las observaciones
intempestivas de un acusado al que ahora se pide que espere, sin protestar, su
condena a perpetuidad.
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Jean Bricmont es un economista belga antiimperialista. Publica a menudo en Le
Monde Diplomatique.
Vladimir Caller es un periodista de origen peruano. Vive en Bruselas.