Europa
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Reforma de la Ley de Extranjería
"¡Y después querrán tener hasta derechos!"
Juan Torres López
Rebelión
Cuando hablamos de inmigración habría que hacer un ejercicio previo que no
siempre estamos dispuestos a realizar. Tendríamos que ser consciente de que el
término neutro de inmigrante encubre, en realidad, a quien cuida de nuestras
casas, a quienes vigilan durante gran parte del día a nuestros mayores y a
quienes dan de comer la mayoría de las veces a nuestros hijos. Los inmigrantes
son los que recogen los cultivos de nuestros campos en las condiciones más
adversas, los que limpian nuestras calles en las horas intempestivas, quienes
atienden nuestro ocio en los bares. Inmigrantes son los que hacen el trabajo
barato que no queremos nosotros, pero que es realmente imprescindible para que
podamos vivir como vivimos. Dicho de otra manera, los inmigrantes son ahora lo
que hace unos años eran nuestros padres, nuestros abuelos o nuestros familiares
y amigos en Francia, en Alemania o en Suecia. Los inmigrantes, son también
nosotros.
En España hay hoy día un hecho incuestionable. A pesar de los tratamientos de
choque que se han dado en años anteriores lo cierto es que se ha creado una
bolsa de inmigrantes irregulares insostenible, moral y económicamente. Las
estimaciones más fiables dan una cifra de entre 800.000 y 1.000.000 de
extranjeros en esta situación. Al finalizar la anterior legislatura había
alrededor de 2,5 millones de inmigrantes empadronados (un número que lógicamente
no refleja el total existente en nuestro país) y de ellos menos de medio millón
están dados de alta en la Seguridad Social. Además, hay cientos de miles de
expedientes administrativos paralizados que agudizan el problema y crean zozobra
humana y social de manera innecesaria.
Cuando se drogó a docenas de inmigrantes para expulsarlos del país, José María
Aznar afirmó con su deje habitual que "teníamos un problema y lo hemos resuelto"
(24-07-1996). Una frase y una actitud definitoria de un carácter pero que denota
para qué poca cosa ha sido ágil y lo poco que en realidad ha resuelto la
política inmigratoria de los últimos años.
En mi opinión, actualmente es necesario una combinación de principios y de
buenas prácticas en la gestión que permitan ir abordando el asunto de otra
manera, mucho más eficiente, más justa socialmente y humanamente menos dañina.
La primera cuestión de principios se refiere a que es imprescindible asumir que
quien trabaja y vive en España tiene derecho a ser como todos nosotros. La
inmigración es el flujo que ha dado lugar prácticamente a todas las naciones del
globo. No hay una que no sea un crisol, una mezcla, un mosaico de culturas, una
avenida plural de gentes de todo tipo. La inmigración enriquece y nos ennoblece,
nos hace cosmopolitas y responde a la inevitable dimensión global que han de
tener los fenómenos en un planeta como el nuestro. Eso quiere decir que los
inmigrantes tienen tanto derecho a la ciudadanía como cualquiera de los que no
lo somos. Por ahí hay que empezar, guste o no guste.
Los dirigentes del Partido Popular dicen que la propuesta del PSOE tendrá un
"efecto letal" porque "aquí nos cabemos todos" (Ignacio González, vicepresidente
primero de la comunidad de Madrid) o que "nos estamos jugando el futuro", porque
los inmigrantes querrán tener "los mismos derechos que cualquier español, con lo
cual demandarán no sólo vivienda, sino protección social y agrupar a sus
familiares" (Ángeles Muñoz, diputada y portavoz del PP en materia de
inmigración).
Con declaraciones como estas el Partido Popular muestra que en nuestro país no
ha calado aún uno de los principios esenciales del republicanismo moderno. Algo
que no tiene que ver con que haya o no testas coronadas sino con la premisa
democrática básica que obliga a que la ciudadanía se extienda a todas las
personas por igual.
¡Claro que los inmigrantes querrán derechos sociales! Y todos nosotros tenemos
la obligación de proporcionárselos, como hemos de proporcionarlos igualmente a
los nacionales. Ya sabemos que eso cuesta dinero pero sabemos también cómo se
puede financiar: con la contribución democrática y solidaria de todos los
ciudadanos.
Lo que está ocurriendo es que el Partido Popular y los sectores liberales del
PSOE están instalados en la idea de que es mejor ir erradicando esa práctica de
reparto para sustituirla por la idea liberal de que cada cuál se las componga
como pueda y así aliviar el ya de por sí leve peso que soportan los más ricos.
Precisamente se acaba de conocer esta semana un estudio del Instituto de
Estudios Fiscales que concluye que "la reforma fiscal que el anterior Gobierno
introdujo en 2003 favoreció especialmente a los perceptores de rentas del
capital, entre ellos, los arrendadores de pisos".
Si los gobiernos actúan de esa forma, en lugar de procurar que haya cada vez más
justicia social, es evidente que tendrán razón quienes dicen que no se podrá
financiar la educación, las pensiones o la sanidad para todos. Actuando así será
imposible que los inmigrantes tengan los mismos derechos que los demás
ciudadanos. Pero que nadie se engañe. Así, irán desapareciendo los derechos para
todos, y no sólo para los inmigrantes.
La segunda cuestión de principios es que hay que entender que la inmigración es
el resultado dramático del empobrecimiento que los ricos generan en los países
de la periferia. Nadie deja su país y sus orígenes por gusto. Y es un completo
absurdo creer que podremos dar respuestas adecuadas a los flujos migratorios
cuando se adoptan políticas que llevan consigo cada vez más pobreza y exclusión
social. También esta semana se acaba de publicar que, un año consecutivo más, en
Estados Unidos aumenta el número de pobres. Si eso ocurre en el país más rico
del mundo, si esas son las consecuencias de la política de Bush para sus propios
compatriotas, ¿cuáles no serán sus efectos en otros lugares del mundo?
Por eso es imprescindible que España contribuya más decisivamente a que se
reduzcan la pobreza y la desigualdad en el mundo. Desde que la ayuda
internacional al desarrollo española empezara a bajar con los últimos gobiernos
del Felipe González no se ha recuperado aún el nivel de 1992. Y sólo el 15% de
la que prestamos tiene carácter humanitario. La destinada al África Subsahariana,
donde están los más pobres y muchos de los que vendrán aquí, disminuye
constantemente. Aumenta, por el contrario, la vinculada a ayudas militares y
comerciales.
Finalmente, no se puede olvidar que regular la inmigración requiere un
tratamiento aquí y en los países de origen. Se trata de un asunto que hay que co-gestionar,
estableciendo cooperación eficaz a la hora de establecer contingentes,
intercambios temporales, etc.
Claro que para ello son imprescindibles acuerdos internacionales que precisan
que la atención de las grandes potencias esté más orientada a la justicia y a la
solidaridad que al comercio y a la guerra.
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