Europa
|
Diez claves sobre Chechenia
Carlos Taibo
El País
1. Sorprende la inferencia de que el presidente ruso, Putin, ha sentido
y siente profundo interés por las vidas de los rehenes, que han padecido la
indefendible acción desarrollada por un comando presumiblemente checheno. Los
numerosos hechos luctuosos que se han desarrollado en los últimos años han
operado, antes bien, como oportunísima catapulta para el asentamiento del
poder de Putin. Así, han permitido perfilar políticas de honda matriz
represiva y han propiciado un visible cierre de filas de la población, todo
ello merced a la instrumentalización, en inmoral provecho propio, de la
tragedia chechena.
2. Para muchos analistas se ha registrado en las últimas semanas una
incipiente mutación. El tratamiento mediático que el Kremlin ofreció del
derribo de dos aviones -poco propicio, inicialmente, a reconocer un atentado y
a atribuir éste a la resistencia chechena- implicaba una visible novedad. En
lo que atañe a la toma de rehenes en Osetia del Norte, las autoridades rusas
han pronunciado pocas veces el adjetivo checheno, arrojando la responsabilidad
de los hechos sobre el terrorismo internacional. A la luz de tales cambios
parece razonable apuntar que el Kremlin se estaba percatando de que una parte
de la opinión pública rusa empezaba a recelar de los modos y los proyectos de
Putin, como recela de la eficacia de los servicios de seguridad. Ojalá sea,
efectivamente, así.
3. Nuestros medios de comunicación siguen siendo agentes de una
delicada distorsión informativa: sólo se habla de Chechenia cuando se registra
alguna acción de terror de la resistencia local. Ello propicia el olvido de lo
que ocurre en la propia Chechenia. Y es que si el adjetivo terrorista conviene
a los integrantes del comando que ha actuado en Osetia del Norte, lo suyo es
que nos preguntemos por qué no echamos mano de la misma fórmula para describir
las acciones del Ejército ruso un poco más hacia el este: Moscú ha defendido
una política de tierra quemada, de tal suerte que en los últimos diez años
ningún recinto del planeta ha experimentado un grado de destrucción, y una
cifra porcentual de muertos, equiparable. Para saber cómo se las gasta esta
formidable maquinaria de terror que es el Ejército ruso basta con echarla una
ojeada a los libros de Anna Politkóvskaya y a los sucesivos informes de
Amnistía Internacional.
4. Uno de los elementos centrales de la estrategia autolegitimatoria
del Kremlin es el que identifica en toda la resistencia chechena una unánime
adhesión al terrorismo más desbocado y al islamismo más violento. Semejante
descripción es una burda e interesada distorsión de la realidad. El presidente
checheno elegido en 1997, Masjádov, reflejo de las querencias mayoritarias en
el seno de la resistencia, se ha desmarcado siempre de los hechos de terror
protagonizados por grupos como el encabezado por Basáyev. Identificar sin más
a Masjádov con Basáyev es un desafuero moral que tiene una consecuencia
delicada: Putin ha cancelado la perspectiva de que del otro lado emerja un
interlocutor político con el que se pueda negociar.
5. En lo que a la era de Putin respecta, el comportamiento de las
autoridades rusas hunde sus raíces en decisiones asumidas en la segunda mitad
de 1999: entonces el nuevo primer ministro se empeñó en cancelar los efectos
del acuerdo de paz sobre Chechenia suscrito tres años antes. Al poco Putin
dejó claro que el propósito de la invasión rusa de octubre de 1999 no
estribaba en hacer frente a una amenaza terrorista, sino en restaurar la
integridad territorial de la Federación. Aunque Moscú adujo datos innegables
-el caos imperante en Chechenia, los atentados de septiembre de 1999-, su
apuesta por la resolución negociada del conflicto fue siempre nula. Así, el
Kremlin no cumplió con sus compromisos económicos y la autoría de los
atentados moscovitas todavía hoy se discute. Entre tanto, la opinión de la
población chechena no tiene peso alguno a los ojos de Putin, quien considera
que Chechenia es, indisputablemente, Rusia.
6. Sólo cabe calificar de farsa el proceso político alentado, los dos
últimos años, en Chechenia y asentado en la promulgación de una Constitución,
la concesión de una fantasmagórica autonomía y el apuntalamiento de un
gobierno servil. Un retrato cabal de ese proyecto lo aportan las elecciones
recientemente celebradas sin el concurso de candidatos independentistas, con
el derecho de voto reconocido a los soldados rusos y sin observadores
independientes. La idea de que Putin pelea en Chechenia por la causa de la
democracia recuerda a la pareja superstición de que Bush hace lo propio en el
Irak de estas horas.
7. Nadie sabe a ciencia cierta qué piensa el checheno de a pie. Es
lícito adelantar que la mayoría de los chechenos están hartos de casi todo: de
la guerrilla como del Ejército ruso. Dicho eso, los datos se ordenan para
concluir que, en condiciones de libertad, el apoyo a una Chechenia
independiente sería mayoritario. Sorprende que quienes dicen defender la causa
de la democracia no presten mayor atención a este hecho. Agreguemos que a
Chechenia, un país de incorporación reciente a la trama imperial
ruso-soviética, le corresponde un relieve menor en la configuración del
imaginario nacional consiguiente, circunstancia que, al menos sobre el papel,
podría facilitar una salida negociada.
8. Si hay algo indignante en las reflexiones que los hechos de estas
horas suscitan, ese algo es la reaparición espectacular de las abruptas
simplificaciones a las que se entrega un discurso, muy reaccionario, que ve al
terrorismo internacional por todas partes. De entre las muchas consecuencias
negativas hay dos singularmente delicadas. La primera habla de un formidable
olvido de las claves propias de los conflictos que jalonan el mundo: si ya
sabemos que Al Qaeda está por detrás de todos los males, para qué reflexionar,
entonces, sobre lo que ocurre en Chechenia. La segunda la configura una franca
aceptación del todo vale. Como gustan de repetirlo los gobernantes rusos, con
los terroristas no se negocia: se les aniquila. Curiosa interpretación ésta de
las reglas del Estado de derecho.
9. Es difícil separar el contencioso checheno de una trama, la del
Oriente Próximo y la cuenca del Caspio, en la que se aprecia el aliento de una
codiciosa política norteamericana encaminada a controlar jugosas materias
primas energéticas. La actitud de los agentes regionales a buen seguro que
mucho le debe a esa política. Washington juega dos cartas en el Cáucaso: si la
primera invita a mantener una relación fluida con Rusia -con mutuos silencios
ante los desmanes respectivos-, la segunda implica despliegues militares de
cierta importancia, como el verificado en 2001 en Georgia. Tras esta disputa
entre lógicas imperiales, conviene precisar que el relieve del petróleo para
dar cuenta del conflicto de Chechenia es hoy menor: si, por un lado, la
riqueza energética del país se vio esquilmada en la etapa soviética, por el
otro la política de conductos que abrazan Rusia y EE UU ha esquivado,
significativamente, el territorio checheno.
10. No es más edificante la actitud asumida por las potencias europeas.
Desde el 11 de septiembre de 2001, sus responsables ya no miran hacia otro
lado cuando se habla de Chechenia: le dan palmaditas en el hombro al
presidente Putin. Semejante ejercicio de doble moral, de acatamiento
subrepticio del todo vale y de silencio ostentoso ante los efectos del terror
de Estado tiene que producir escalofríos. La credibilidad de la Unión Europea
está en juego en estas horas, tanto más si opta, como acostumbra, por primar
los intereses sobre los principios.
Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma
de Madrid y autor de El conflicto de Chechenia (Catarata).