Europa
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Algunos resultados económicos
La "Misión Civilizadora" europea
M. Shahid Alam
Traducido para Rebelión por Germán Leyens**
"No nos queda otra cosa que hacer que tomarlos a todos, y educar a los
filipinos y elevarlos y civilizarlos y cristianizarlos, y por gracia de Dios
hacer todo lo que podamos por ellos, porque son nuestros prójimos por quienes
también murió Cristo."
William McKinley (1899)
No existe una historia general – por lo menos no una que se pueda conseguir en
inglés – que explique los orígenes, las fuentes, el lenguaje, las costumbres y
las variaciones sobre el tema de la Misión Civilizadora, el mito central que
Europa ha empleado para tergiversar sus depredaciones en todo el globo,
comenzando con las conquistas españolas en las Américas.
Sin embargo, incluso ante la ausencia de una tal historia general, se pueden
presentar sin riesgo algunas proposiciones generales sobre la Misión
Civilizadora de Europa. Por su naturaleza, la Misión Civilizadora precisa de un
protagonista que sea superior a su sujeto, más allá de la ventaja de la fuerza
bruta. Esta superioridad ha estado diversamente ubicada en la elección divina,
los genes, el clima, las instituciones y los atributos de la mente. En el
pasado, la mayoría de los pensadores europeos ha preferido ubicar la base de la
ventaja cultural europea en la raza, interpretada biológicamente, y por cierto,
hacia el siglo XIX, esta forma de racismo se había convertido en el modo
dominante de elaborar la superioridad europea.
La explicación de la superioridad europea se intentó por dos pistas. En la
primera, el pensamiento europeo trata de dotar a los europeos de atributos
especiales o se les muestra como dueños de esos atributos en mayor abundancia.
Los atributos característicos europeos son el individualismo y la racionalidad.
El primero produce la búsqueda de la libertad, el coraje, el heroísmo, la
santidad, la ambición, la laboriosidad, la diligencia, la iniciativa y las
grandes obras de arte; la segunda produce valores que sostienen un orden social
más elevado, un gobierno superior, burocracias, crecimiento económico,
catedrales, armonías, y el pensamiento racional, incluyendo la filosofía, las
ciencias y las matemáticas.
En la misma escala, por una segunda pista, el pensamiento europeo se ha lanzado
a la tarea de denigrar, deshumanizar e incluso animalizar al Otro: El mundo
extra-europeo está habitado por seres humanos que carecen de individualidad y de
poderes de raciocinio. Al carecer de individualidad, el hombre extra-europeo es
deficiente en todas esas virtudes positivas que respaldan el orden social y
político europeo. En general, esto significa que el hombre extra-europeo tiene
que ser definido mediante negaciones: es un haragán, sus necesidades son
limitadas, no siente la necesidad de distinguirse, su trabajo es descuidado, no
posee inventiva, no puede confiar en él, no tiene auto-estima, no aprecia la
libertad, es cobarde, carece de generosidad y no arriesga la vida por su
libertad.
De la misma manera, la débil facultad de razonamiento de los extra-europeos
produce un segundo conjunto de negaciones. Varios pensadores europeos lo han
descrito como pedante en sus procesos de pensamiento e incapaz de producir obras
metafísicas; su religión pocas veces supera la simple superstición; trabaja con
instrumentos simples, que nunca trata de mejorar; carece de reflexión previa y,
por ello, no puede emprender grandes proyectos o crear instituciones complejas;
vive bajo despotismos, que no protegen los derechos a la propiedad y, por ello,
atrapan su economía a niveles primitivos de productividad; y aunque no ha
desarrollado tecnología alguna, es incapaz de formular teorías abstractas,
matemáticas. En breve, las sociedades extra-europeas, después de sus logros
iniciales, han seguido durmiendo; supersticiosas, primitivas y despóticas.
Una vez que estos tipos opuestos – el hombre europeo y el extra-europeo – han
sido perfectamente descritos, existen tres posibles relaciones que pueden
desarrollarse entre ellos. Los extra-europeos podrían ser dejados solos; podrían
ser sometidos a la limpieza étnica, perseguidos y exterminados; o podrían ser
mejorados al abrirlos a los contactos comerciales ilimitados con los superiores
europeos, y si es necesario estos contactos podrían ser establecidos por la
fuerza.
La elección entre estas opciones fue obvia. Evidentemente, las sociedades
extra-europeas no podían ser abandonadas para que vegeten; sería un desperdicio
desorbitado de mano de obra y recursos. Sería preferible expulsar a los nativos
de su tierra o matarlos; así por lo menos se liberarían sus recursos para
mejorarlos. La tercera opción era la mejor. Permitía a Europa que mejorara la
mano de obra y los recursos en las sociedades extra-europeas. Sin embargo, si
los nativos resistiesen la mejora, como lo hicieron en las Américas, tendrían
que ser diezmados y sus tierras apropiadas para mejorarlas.
Al llegar el siglo XIX, casi todos los grandes pensadores de Europa habían
adoptado el paradigma de la Misión Civilizadora. Incluso Carlos Marx y Federico
Engels no quedaron eximidos de su funesta influencia, y fueron de los pensadores
europeos más radicales y compasivos de su tiempo. Colocan al Oriente afuera del
proceso histórico que habían elaborado para explicar la transición de Europa de
una etapa histórica a la otra. En el Oriente, un estado despótico poseía toda la
tierra porque se veía obligado – por las condiciones áridas o semi-áridas que
prevalecían allí – a erigir y mantener obras hidráulicas en gran escala de las
que dependía toda la agricultura. Ante la ausencia de la propiedad privada, las
sociedades asiáticas carecían de la tensión dialéctica – entre clases opuestas –
que producía el cambio social. El Oriente, por ello, no tenía una verdadera
historia aparte de la historia de sucesivos despotismos impuestos a una base
social que no cambiaba. En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels se refieren a
los asiáticos como "bárbaros", "semi-bárbaros" o "naciones de campesinos". Por
otra parte, las sociedades burguesas de Europa son "civilizadas".
La teoría del Despotismo Asiático ofreció la mayor justificación para la Misión
Civilizadora. Al destruir a los despóticos estados asiáticos, al reconstituir
las sociedades asiáticas sobre la base de la propiedad privada, y al integrar
sus economías arcaicas a los mercados mundiales, las potenciales coloniales
realizaban – como lo dice Carlos Marx, cuando habla de la destrucción de las
aldeas autárquicas de India – "la única revolución social jamás habida en Asia".
Por cierto, Carlos Marx creía que al construir una red de ferrocarriles en
India, los británicos estaban también estableciendo los fundamentos de la
industria moderna. Sería imposible crear una amplia red de ferrocarriles sin
crear un sector industrial que suministrara sus necesidades de carbón, minerales
de hierro, acero y maquinaria pesada.
La justificación del economista ortodoxo para al colonialismo no es tan
grandiosa porque sus requerimientos para el crecimiento son mínimos. Desde que
Adam Smith las formuló por primera vez en 1755, el crecimiento económico ocurre
naturalmente una vez que existen tres condiciones: "paz", "impuestos poco
exigentes", y "una administración de la justicia tolerable". Alternativamente,
los gobiernos establecen la ley y el orden; los mercados hacen el resto. Ya que
los gobiernos despóticos en las sociedades atrasadas de Asia y África son
incapaces de proteger a las personas y a los derechos a la propiedad, esto sólo
puede ser logrado mediante la intervención de los europeos. En otras palabras,
la colonización de las sociedades extra-europeas es indispensable si han de
integrarse al mundo civilizado.
Pocos proyectos para la mejora de las "razas inferiores" fueron emprendidos con
tanta avidez, o implementados con el mismo grado de entusiasmo, como la Misión
Civilizadora de Europa. Durante todo el siglo XIX – antes en algunos sitios –
los europeos colonizaron gran parte de Asia y África, integrándola a los
mercados globales bajo gobiernos dirigidos por hombres más capaces provenientes
de la mejora reserva europea. Aunque se permitió que el imperio otomano, China,
Irán y Tailandia mantuvieran sus gobernantes indígenas, perdieron su capacidad
de controlar sus relaciones exteriores económicas. Bajo tratados de "puertas
abiertas", se vieron obligados a imponer aranceles muy bajos, a desarticular los
monopolios estatales, a eliminar las restricciones a las inversiones
extranjeras, y a eximir a los europeos – y a sus protegidos locales en el
imperio otomano de los tribunales y de los impuestos locales. En otras palabras,
directa o indirectamente, Europa había sometido a casi todas las sociedades
extra-europeas del mundo a su Misión Civilizadora.
Aunque los economistas clásicos tuvieron poca suerte – fuera de Gran Bretaña, e
incluso en ese caso sólo después de los años 40 del siglo XIX – en persuadir a
los gobiernos soberanos en Europa, las Américas y Oceanía para que liberaran la
mano invisible, su visión de los mercados libres fue implementada en su casi
totalidad por los gobiernos coloniales en Asia, África y el Caribe. Las colonias
practicaron el libre comercio, con algunas preferencias para el país
metropolitano; abrieron las colonias al capital extranjero; establecieron las
protecciones más considerables para la propiedad privada; operaron pequeños,
"eficientes", gobiernos que estuvieron permanentemente dedicados a equilibrar
los presupuestos, y mantuvieron a los gobiernos estrictamente fuera de las
actividades productivas. Con la excepción de Japón después de 1910, los países
asiáticos que escaparon a la colonización fueron obligados a firmar Tratados de
Puertas Abiertas, que integraron sus economías a los mercados globales. Me
referiré a ellos como casi-colonias (CC). Por cierto, el Banco Mundial y el FMI
no habrían tenido nada que hacer en las CC y en las colonias (todas juntas CCC);
sus proyectos habían sido totalmente implementados por los gobiernos coloniales
en Asia, África y el Caribe.
Los países soberanos rezagados en el período que estamos considerando – el siglo
antes de 1950 – prestaron poca atención a los cánones de la ortodoxia económica:
en su mayoría fueron mercantilistas de todo corazón en su búsqueda del
desarrollo económico. Impusieron libremente aranceles, operaron bancos de
desarrollo de propiedad estatal, establecieron industrias en el sector público,
mantuvieron déficits presupuestarios, restringieron el ingreso de capital
extranjero, regularon sus mercados de divisas durante la Gran Depresión, y
cuando tenían problemas repudiaban las deudas externas. ¡Eso se llama soberanía
en acción!
Puede haber poca ambigüedad en el pronóstico – basado en la Misión Civilizadora
y la economía ortodoxa – del éxito económico comparado de las CCC y de los
países soberanos rezagados durante la época colonial. Las CCC eran acólitos
devotos de las políticas económicas ortodoxas; los países soberanos rezagados
estaban al otro extremo del espectro económico, invocando todos los instrumentos
de intervención económica para impulsar la industria, el capital y la tecnología
indígenas. Las colonias podían gozar de una segunda ventaja. A diferencia de los
países soberanos rezagados en América Latina y en Europa Oriental, que nunca
fueron conocidos por su buen gobierno, las colonias británicas, francesas,
holandesas y estadounidenses tenían la ventaja de ser gobernadas por la esencia
de la crema de la producción europea de razas superiores. Sobre la base de esas
ventajas, podríamos concluir sin temor a equivocarnos que las CCC deben haber
superado a los países soberanos rezagados en los días del auge de la Misión
Civilizadora – el siglo antes de 1950.
Tasas anuales ponderadas de crecimiento del ingreso per capita: 1900-1992
Tasas de crecimiento | 1900-1913 | 1913-1950 | 1950-1992 |
Países soberanos | 1,61 | 1,34 | 2,58 |
CCC | 0,50 | -0,27 | 2,96 |
% de la población del mundo | 1900 | 1913 | 1950 |
Países soberanos | 19,9 | 22,5 | 22,1 |
CCC | 50 | 49 | 48 |
Todas las estadísticas que necesitamos para comprobar esta predicción están
contenidas en una sola tabla que presenta las tasas anuales ponderadas de
crecimiento del ingreso per capita para las CCC y los países soberanos rezagados
durante tres períodos: 1900-1913, 1913-1950 y 1950-1992.
El calificador "rezagado" se refiere a países cuyo ingreso per capita en 1900
fue de un 66 por ciento o menos del ingreso per capita de EE.UU.; así que
nuestra muestra de países es relativamente homogénea en sus características
económicas. Tenemos tasas de crecimiento de 12 CCC en el primer período y de 13
en los períodos segundo y tercero. Aunque esta muestra parece pequeña, las CCC
incluidas son las mayores en esta categoría, y su población combinada en los
tres períodos es sólo ligeramente inferior a tres cuartos de la población de
todas las CCC. Las tasa promedio de crecimiento de los países soberanos
rezagados se basa en 18 resultados en el primer período y 22 en el segundo y
tercero.
La historia que reflejan estas cifras es tan extraña como verdadera: los malos
de la película ganaron la carrera del crecimiento. Durante la primera mitad del
siglo XX, los países soberanos, no-liberales, proteccionistas, que repudiaban
sus deudas ganaron rotundamente la partida contra las CCC del libre comercio,
del equilibrio presupuestario, de la ley y el orden, muchas de ellas bajo la
atención directa de los mejores amos del mundo. Entre 1900 y 1913, los países
soberanos rezagados superaron a las CCC por un factor de más de tres a uno.
Durante los treinta y siete años siguientes, que incluyeron dos guerras
mundiales y una depresión, el ingreso per capita en las CCC disminuyó en un 10
por ciento, mientras que los países soberanos rezagados marcaron un aumento de
un 64 por ciento en sus ingresos per capita. Durante medio siglo, de 1900 a 1950
el ingreso per capita de los países soberanos rezagados creció a un ritmo anual
de un 1,43 por ciento, mientras que en las CCC disminuyó en un 0,08 por ciento.
Una comparación de las tasas de crecimiento anual promedio para los países
soberanos rezagados y las CCC muestra resultados similares. Las tasas de
crecimiento promedio de los países soberanos entre 1900 y 1913 y 1913-1950
fueron de un 1,67 y de un 1,34 por ciento; las tasas de crecimiento
correspondientes de las CCC fueron de un 0,81 y de –0,02 por ciento. Además,
durante el primer período, sólo tres de los 18 países soberanos crecieron a un
ritmo inferior al crecimiento promedio de las CCC, durante el segundo período,
ningún país soberano creció a una tasa inferior al promedio de las CCC. Las
diferencias en las tasas de crecimiento para los dos grupos de países son
grandes y sistemáticas.
A estas alturas, los economistas ortodoxos pasarán probablemente a culpar a las
CCC por sus pobres resultados en el crecimiento. No es porque haya algo de malo
en la Misión Civilizadora o en las políticas ortodoxas; juntas, no pudieron
cambiar completamente a esos países por culpa de las inextricables barreras para
el crecimiento representadas por su cultura, su religión y su raza. El impacto
negativo de esas barreras tiene que haber sido muy poderoso, mucho más poderoso
que la doble ventaja de sus políticas ortodoxas y su superior gobierno. ¿Existe
algún modo de refutar esas bobadas?
Por suerte, tenemos cifras que lo lograrán – las cifras en la cuarta columna de
nuestra tabla. En los cuarenta y dos años después de 1950, el punto terminal del
período colonial, las antiguas CCC comenzaron a dar vuelta la página.
Repentinamente, de la ciénaga de la decadencia económica se lanzan al territorio
del crecimiento rápido. De una tasa ponderada de crecimiento anual de –0,27 por
ciento durante los treinta y siete años anteriores, saltan ahora a casi un 3 por
ciento por año, sobrepasando incluso a los antiguos países soberanos rezagados
que crecieron a un 2,58 por ciento por año. ¿Qué pasó con todas esas "tenaces"
barreras contra el crecimiento que las habían retrasado durante siglos? ¿Se
evaporaron repentinamente en 1950?
Los apólogos de la ortodoxia no van a dejar pasar un tercer argumento. El
crecimiento acelerado en las antiguas CCC, pueden argumentar, no tiene nada que
ver con su nueva soberanía, fue un período de crecimiento para todos los países.
Sí, pero eso no los salvará. Como sus "tenaces" barreras contra el crecimiento
continuaban en existencia, el crecimiento de las CCC hubiese continuado siendo
inferior al de los antiguos países soberanos rezagados, pero repentinamente
sucede lo contrario. Es otro problema más. Ya que las antiguas CCC habían
abandonado decididamente sus políticas ortodoxas, esto debería haber provocado
la anulación de las condiciones de crecimiento mejoradas, dejándolas con poco
crecimiento o con ningún crecimiento, como antes.
Esto nos deja sin haber encontrado respuestas. ¿Será posible, sólo posible, que
las CCC, de largo paralizadas, se convirtieron en esprínteres del crecimiento en
los años 50 porque habían despachado a la Misión Civilizadora de Europa y ahora
tenían la libertad de elegir las políticas "equivocadas"? Durante gran parte del
período entre 1950 y 1992, las antiguas CCC en nuestra muestra iniciaron la
planificación económica, hicieron inversiones públicas en la infraestructura y
en las actividades industriales, trabajaron con monedas internas sobrevaluadas,
controlaron el cambio de monedas, impusieron aranceles proteccionistas,
establecieron bancos de desarrollo en los sectores industriales y agrícolas,
vendieron servicios públicos a bajo precio a sus nuevas industrias, trataron de
excluir las inversiones extranjeras, etc. Por cierto, algunas recibieron ayuda
en sus ejercicios de planificación de expertos económicos de la Agencia de
Desarrollo Internacional de EE.UU. ¿Es posible que esas políticas "erróneas"
fueron las correctas para economías que habían sido subdesarrolladas por la
Misión Civilizadora y sus políticas ortodoxas?
¿Van a aportar estas cifras un poco de humildad a los untuosos proveedores de
Civilización Europea? ¿Admitirán ahora que la Misión Civilizadora no sirvió a
los pueblos de las CCC, que los humilló y los retrasó durante siglos? ¿Admitirán
que todo esto no fue otra cosa que una cobertura para el verdadero negocio de
Europa en las colonias, que fue de abrirlas para la manipulación en beneficio de
sus clases privilegiada? ¿Será seguida esta admisión por arrepentimiento, por
llamados a ajustes compensatorios en el sistema global para que las
transferencias fluyan ahora en la dirección opuesta - de los países ricos a los
países pobres?
Los proveedores de ideologías no son derrotados por los hechos que no les
convienen. En el mundo surrealista de la ortodoxia económica, si los hechos no
apoyan la teoría establecida, tanto peor para los hechos. La teoría reina
suprema. Los ideólogos dejan de pregonar su mercancía sólo cuando sus padrinos
son derrotados. Durante unas pocas décadas después de la II Guerra Mundial sus
valedores capitalistas habían sido contenidos, amonestados. Fue el resultado de
dos guerras auto-mutiladoras entre las potencias coloniales, el vástago de
rivalidades entre los antiguos y los nuevos poderes industriales. En su momento,
esto produjo regímenes anticapitalistas en dos países importantes – Rusia y
China – y movimientos de liberación nacional en todas las colonias y
casi-colonias. Juntos, estos desarrollos debilitaron seriamente a los poderes
centralizadores del sistema capitalista, su capacidad de concentrar el poder en
unos pocos centros europeos.
Esta retirada del capital global presentó una oportunidad para países en la
periferia. Rápidamente, las antiguas colonias tomaron las cosas en sus propias
manos – protegiendo las manufacturas, creando bancos de desarrollo,
restringiendo la propiedad extranjera, ofreciendo mejor tecnología a los
agricultores, invirtiendo en servicios públicas e infraestructura y abriendo
escuelas. En otras palabras, las CCC – junto con América Latina, trataron de
crear mecanismos económicos y políticos que les permitieran resistir al poder
centralizador del capital del centro