Europa
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Si está en curso una incipiente guerra mundial entre ricos y pobres, el hip hop y el graffiti no tienen la culpa
Adrenalina y aerosol
Hermann Bellinghausen
La unión de graffiti y hip hop -al grado de constituir un mismo fenómeno
cultural e identitario- se ha convertido en la expresión más local y a la vez
global de la vida hiperurbana. No se suponía que fuera así, en caso de que algo
se supusiera. ''En estilos diferentes, una misma familia/Hip Hop crudo, nada
rudo": Cartel Aztlán y Crimen Urbano lo dicen por Ecatepec y El Olivar, pero
reflejan un fenómeno planetario.
Entre tantos ''nunca antes" que caracterizaron el final del siglo XX y de manera
acelerada marcan este joven y ya increíble nuevo siglo, el ''nunca antes" de un
lenguaje artístico-reivindicativo y en ocasiones explícitamente político resulta
fascinante. Estamos ante un cambio histórico en la concepción de lo que
insistimos en llamar ''arte". Es verdad que los rupturismos de las
instalaciones, performances, ''obras" efímeras o de plano virtuales han influido
en el desmantelamiento de ''arte" tradicional, pero el movimiento de muralistas
autodesignados que impactan el de por sí horrendo paisaje urbano sin cesar
apunta hacia una nueva concepción. Aspiran a mejorar el paisaje que la
publicidad brutal y la eterna construcción demoledora alteran sin respeto ni
reposo.
¿Cómo concebían su trabajo los retablistas antiguos (y aún los modernos)? ¿Qué
tenían en mente quienes pintaron los frescos de Bonampak o Cacaxtla? Algo hoy
inimaginable, pero que de seguro compartían con los artistas, desde la
antigüedad a la posmodernidad, una fuerte idea de expresión de la belleza, y
quizás de trascendencia. Y no tienen hoy misma una idea de la belleza una
neopunk de erizada cabellera púrpura y piercings generalizados en el cuerpo y
una niña de Las Lomas (o Santa Fe y todo lo que podemos llamar las ''Hiperlomas"
donde se acuartelan los ricos-ricos) ajuareadas con ropa original de marca y
bronceado químicamente puro. La belleza también es cosa de clase.
''Voy entre las sombras del dolor, quiero vivir así. Voy entre las sombras de la
vida plena, quiero vivir así. Voy a defender mis ideales" canta un grupo de hip
hop capitalino no identificado (2004). Es importante no idealizar estas
expresiones de dolor colectivo. ¿No pueden tornarse autodestructivas y, por
ende, regresivas?
En un terreno minado por la violencia y la precariedad (caldo de cultivo de
asaltantes, narcotráfico, explotación sexual y laboral), ¿es posible hablar de
un actor social consistente? Mike Davis hace al respecto varias preguntas
pertinentes (en New Left Review de marzo-abril, y Harper's de junio, 2004). El
escritor habla de las ''ciudad perdida planetaria" como la única solución
existente para el problema de dónde almacenar a la humanidad sobrante en el
siglo XXI.
''¿Será que la competencia salvaje, mientras el número creciente de pobres
compite ferozmente por los mismos desechos, confirma la autoconsumptiva
violencia comunitaria como forma suprema de la involución urbana? ¿Hasta qué
grado este proletariado informal posee en sí el más potente de los talismanes
marxistas, ser 'agente histórico'? ¿Puede incorporarse el trabajo desincorporado
a un proyecto global de emancipación? ¿O la sociología de las protestas en la
megaciudad depauperada representa una regresión a la turba urbana preindustrial,
esporádicamente explosiva durante las crisis de hambre, pero en general
manejable a través del clientelismo, los espectáculos populistas y los llamados
a la unidad étnica? ¿O será que un nuevo, inesperado sujeto histórico, repta
hacia la superciudad?"
El graffiti, ¿sólo inunda y satura el paisaje callejero, o propone una creación
alternativa, y tal vez liberadora? Es probable que lo segundo. Lo mismo que la
verbosidad sincopada del hip hop significa, aquí y ahora, la nueva vuelta de
tuerca de los romances y corridos como vehículo de la verdad anímica del pueblo.
Antes, el instrumeto más portátil era una guitarra; hoy, dos tornamesas, los
viejos discos LP de papá, un mezclador y un micrófono. El trovador sigue contado
sus historias. Dice, como el graffitero, ''aquí estoy, pélame güey, existo".
Si como sugiere Mike Davis, está en curso una incipiente guerra mundial entre
ricos y pobres, el hip hop y el graffiti no tienen la culpa; por el contrario,
intentan abrir espacios de vida libre y pacífica, no destructiva, en un
aplastante entorno de destrucción y explotación. Desde Adán y Eva, los humanos
han redimido su condición al dar nombre a cada cosa. Y a sí mismos. ''Me llamo,
luego existo".