Europa
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Turquía: ¿Cómo es este país en base a lo que se nos dice?
Pablo García
La discusión llevada a cabo estos días en torno al ingreso o la no admisión
de Turquía en la Unión Europea ha copado, en gran medida, la información
cubierta durante las últimas semanas por nuestros media. La sección
internacional de diferentes informativos, tanto en prensa como en radio o TV,
presentaba un controvertido debate en el seno del Parlamento Europeo, donde las
críticas hacia la aceptación de la nación turca llovían desde el lado del PPE, y
donde el planteamiento sobre el "choque de civilizaciones" salía nítidamente a
la luz, sin ser debidamente analizado. Por un lado, diputados conservadores
aludían a la incompatibilidad religiosa entre la UE que ahora hay y el país en
vías de aceptación, hecho que refleja la tendencia cristiana derivada de
aquellos parlamentarios presuntamente laicos. Aunque Turquía anuló la ley que
otorgaba al islam carácter de religión de Estado allá por 1905.
Desde otra perspectiva, el primer ministro turco y ex alcalde de Estambul, Recep
Tayyip Erdogan, resaltaba sin cesar la "europeidad" de su patria, que incluye la
vocación por integrar a Turquía en la UE desde 1963, cosa ratificada por De
Gaulle o Adenauer cuando se asumió tal cometido. O el ambicioso proyecto de
importar los caracteres occidentales una vez finalizada la I Guerra Mundial,
labor emprendida por el padre de la Turquía moderna, Kemal Atatürk.
Berlusconi, tras el 11-S, hablaba de "civilizaciones inferiores a los valores
predicados por Occidente". El comisario Frits Bolkestein llegó a declarar que si
Turquía era admitida "la liberación de Viena en 1683 habría sido en vano". Viena
fue asediada por los turcos hasta ese mismo año.
La argumentación histórica y el contexto geográfico dan pie a acaloradas
conversaciones acerca de la aceptación o no de Turquía por parte de los países
potenciales, que son los que a la larga decidirán por los pequeños. La incursión
del Imperio Otomano, heredero del Bizantino, en Europa fue constante a lo largo
de los siglos. Su dominación de los Balcanes, así como de ciertas zonas al norte
del Mediterráneo no impide que países como Croacia o Albania, vestigios de aquel
Imperio, vean cuestionada su futura adhesión. La costa Egea, donde se localiza
Troya, ha sido cuna de nuestra civilización. Las Islas Canarias, por otra parte,
ubicadas en la parte noroccidental del continente africano no suponen
impedimento geográfico alguno para pertenecer a la Unión. Ni la Guyana Francesa,
o la Isla de Reunión. Cuando el Imperio Otomano estaba en sus últimas, fue
denominado el "hombre enfermo de Europa". Nótese ese "de Europa".
Pero lejos de estas cuestiones, ningún medio de comunicación con amplia
repercusión nacional dedica, al menos en España, espacio informativo alguno a la
formulación de preguntas que a buen seguro replantearían una nueva conversión
del actual debate a seguir: ¿qué intereses se esconden tras las pretensiones de
ingreso turcas? ¿Qué beneficios hay en disputa?
Es indudable que el gobierno ha efectuado reformas más democráticas, legislando
contra la pena de muerte o sancionando los "crímenes de honor", entre otras
labores regidas desde el poder ejecutivo. La voluntad de modificar el código
jurídico y abrirlo al exterior es aceptable. La pretensión en cambio de separar
la religión de los asuntos públicos es más que dudosa, no menos que la temible
propuesta del ex presidente Aznar y compañía para añadir en el proyecto
constitucional una mención a los valores cristianos que históricamente venían
conjugándose en Europa.
A diferencia de los países del Este, que recientemente ingresaron en la UE,
Turquía era y es un país capitalista que ha contado con el apoyo de EEUU para
socavar en lo posible el "peligro comunista" que versaba sobre Oriente Próximo.
Sus índices de pobreza asimismo cotizan al alza para un país que cuenta con 70
millones de habitantes. Su respeto hacia los derechos humanos ha permanecido
convenientemente oculto gracias a la benevolencia y complicidad que los medios
han designado a este polémico punto.
Nuevamente, el interés geoestratégico que posee la zona en conflicto supera
todas nuestras expectativas. Partiendo desde el Mar Cáucaso hasta la parte
centro occidental de Europa, atraviesan tierras turcas importantes
salvoconductos destinados a abastecer aún más los recursos de naciones con
pretensiones tan hegemónicas como Alemania, cuyo perverso papel en los antiguos
países del Este (incluida la ex RDA, es decir, la propia Alemania) desprende en
el presente dramáticos resultados para la población.
Mientras el gobierno de Helmuth Kohl apoyaba la autodeterminación de minorías
existentes en Croacia, en Bosnia o en Eslovaquia, vendía éste armas a Turquía
para aplastar a su vasta, pero también minoría, población kurda, la cual conoció
una etapa de represión y opresión sin tregua que originó la pérdida de sus
derechos más vitales y elementales. Los sucesivos gobiernos turcos tampoco han
reconocido la existencia del genocidio armenio, acaecido a finales del siglo XIX
e inicios del XX.
Alemania, a sazón de la fuerte inmigración que escapa hacia Occidente a causa de
las humillantes condiciones de vida que determinan la situación de los países
pobres capitalistas, cuenta dentro de sus fronteras con cuatro millones de
turcos, pudiendo de ellos ejercer el derecho a la nacionalidad germana apenas
una octava parte. De esta forma Alemania, elevada al nivel de paraíso terrenal
para los foráneos, se asegura una mano de obra dócil y barata.
La posición de Turquía en el Mediterráneo sin duda es envidiable, y además el
norte del país aparece colindante con el Mar Negro. El control de las rutas
marítimas, o el aprovisionamiento de las riquezas yacentes en esa región, se
tradujeron en una fuerte cooptación anglo-norteamericana hacia Turquía. No en
vano, a principios de los años cincuenta el país se incorporó a la OTAN. Hoy es
EEUU el principal valedor de la candidatura turca para ingresar en la Unión
Europea.
¿Y qué pasa con Chipre? Bajo el pretexto de defender a la minoría
turco-chipriota que habita el norte de la isla, Turquía lleva 30 años ocupando
la misma posición. "No podemos tolerar que 600.000 greco chipriotas decidan el
futuro de 70 millones de turcos", ha resaltado Erdogan, pero la realidad es un
tanto más compleja. En su comentario, el primer ministro evocaba el pasado
referéndum sobre la reunificación del sur de la isla con el norte, rechazado por
los primeros. ¿Por qué se rechazó? Es evidente, si leemos el plan de paz
elaborado por la ONU, que las condiciones que imponía la aceptación de los
turcos chipriotas exigían a la mayoría griega una unión perjudicial e injusta.
Otros dos planes de Naciones Unidas fueron otrora rechazados por Turquía. El
plan de la ONU para los grecos chipriotas era incompleto, por tanto, y no
satisfizo a más del setenta por ciento de sus habitantes.
En España, estamos llamados a votar el próximo 20 de febrero en referéndum para
aprobar o refutar el futuro proyecto constitucional, el cual, de aprobarse,
entrará en vigor en 2009. La nueva Constitución no modifica, ni en lo sustancial
ni en lo básico, las leyes de inmigración y extranjería que desprotegen a los 20
millones de no europeos contribuyentes a la prosperidad del continente.
No, el ingreso de Turquía no es un acontecimiento menor, pero temo que las
informaciones que estén por llegar, de la misma forma que sucede con la campaña
destinada a movilizar a la gente sirviéndose de toda clase de artimañas para dar
el sí en el próximo plebiscito, acaben por desconcertar del todo a la
ciudadanía, ajena a la dependencia económica sobre la cual se guían nuestros
hiper influyentes y dañinos medios de comunicación.