Argentina: La lucha continúa
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MUJERES DE PRESOS
Nunca de negro
María Mansilla
HECHO EN BSAS – RIMA
En Argentina, hay 40.000 hombres encerrados en cárceles, viviendo en la tumba. Afuera, una igual cantidad de mujeres los acompaña, desde una libertad tramposa, de rejas invisibles. ¿Por qué se quedan? ¿Cómo les cambia la vida? ¿Alguien los escucha? Qué más se les puede pedir.
'Me avisaron rápido que él estaba detenido. En ese momento, se me cruzó
cualquier cosa', cuenta la mujer de 37 años que elige llamarse Alejandra para
esta nota. Dice que envejeció un montón desde que su marido está preso, por
robo. Pero las canas en su pelo negro no son de ahora. Desde que tiene 18 sabe
de qué se trata la peregrinación a un penal; por su hermano recorrió varias
cárceles argentinas. 'No te acostumbrás nunca -aclara-. La pasas mal, te
humillan. Pero cuando una ama mucho, soporta un montón de cosas.'
Como Alejandra, 40.000 mujeres cuyos hombres están en cárceles federales,
provinciales y comisarías, soportan un montón de cosas para llegar hasta ellos.
Pero el vía crucis vale la pena. El contacto con el mundo libre por algo es un
derecho: achica los efectos del encierro y es crucial en la futura reinserción.
'Espera desesperada o espera esperanzada', como dicen adentro.
Por eso, las leyes penitenciarias modernas se preocupan por acercar los dos
planetas. En nuestro país, en cambio, exigencias en el tipo de vínculo, horarios
acotados de visita, arbitrariedad en la requisa, condenas que se cumplen lejos
de casa y las dificultades económicas de los que quedan afuera, hacen del tema
uno de los más conflictivos de la realidad entre rejas.
'Separe las piernas, dese vuelta, ábrase'
Hoy es día de encuentros en la única cárcel ubicada en pleno Buenos Aires:
Devoto, Unidad 2 del Servicio Penitenciario Federal (S.P.F.). Con dedicación,
los cobanis cuidan la entrada de drogas y armas, y así tratan a las visitas: les
abren los paquetes y el cuerpo, a tono con lo que los abogados llaman maltrato
físico, destrucción de bienes personales y violación al derecho a la intimidad.
- ¿Te revisan el cuerpo?
- Sí. Te tenés que bajar la ropa. Dicen: 'Separe las piernas, dese vuelta,
ábrase', ni que fueras un animal -cuenta Alejandra, que va todas las semanas con
paciencia, que tiene una hija de 5 años, que reza para que el VIH de su marido
no descontrole -. Siempre estás con miedo. ¿Por qué? Porque adentro mandan
ellos.
- ¿Nunca te quejaste?
- No. Me lo enseñó mi hermano: 'No te metas con nadie'. Si discutís, perdés la
visita.
Con la misma resignación, miles de familiares suelen tener que desnudarse,
detrás de una cortina chica y que no tapa nada, según el humor del personal de
turno. Se sabe: muchas mujeres intentaron pasar droga, metida en un
preservativo, metido en su vagina. Pero también se sabe: la arbitrariedad es
norma ahí adentro, y más ilegitimidad no puede ser la respuesta.
¿Qué indican las leyes argentinas?
La 24.660, de Ejecución de la Pena, dice que habrá controles en nombre de la
seguridad, pero que no alteren la dignidad humana. Que el tacto será reemplazado
por trabajo de sensores, siempre que sea posible. Hablando de dignidad: se
entiende que entre tocar y mirar, no hay diferencias. Por si quedan dudas, hay
tratados internacionales, a los que este país suscribe, que lo aclaran (Ver
Monólogos...).
¿Otras opciones de control? Requisar al preso terminada la visita, usar
tecnología (en Devoto hay un detector de metales... apagado), recurrir a la
División Canes, con perros que conocen el olor de la droga.
'Pensemos cuál sería nuestra reacción si en el Aeropuerto de Ezeiza nos informan
que el Estado no cuenta con presupuesto para comprar las máquinas sensoras (...)
y que, por motivos de seguridad, debemos someternos a una requisa -propone
Marcos Salt en Los derechos fundamentales de los reclusos en Argentina-.
¿Admitiríamos, sin más, desnudarnos para que nos revise personal del
aeropuerto?'
'Cuidado con la requisa', advierte la Procuración Penitenciaria desde que
existe, desde hace 10 años, a los penales, a la Oficina de Etica Penitenciaria y
al Ministerio de Justicia. 'Hay muchas recomendaciones hechas, y no hay sanción.
Todo depende de la voluntad política para ejecutarlas', cuentan los abogados
Andrea Triolo y Ariel Cejas, del único organismo que puede entrar a la cárcel en
cualquier momento y a cualquier rincón. 'Los familiares están desamparados. Las
requisas se hacen de forma que no corresponde pero no denuncian, y estamos para
eso. En algunos casos, se vuelve difícil actuar.
Les preguntás: '¿Quién fue?', y no lo saben. El personal no usa placa
identificatoria.
Argumentan falta de presupuesto mientras que los directivos, todos, tienen su
galardón en el pecho', disparan.
Entrar luz
Los familiares llevan bolsas cargadas de alimentos, elementos de aseo personal,
hasta productos de limpieza y bombitas de luz. Es que con lo que brinda el S.P.F.
(Servicio Penitenciario Federal) no alcanza: cómo va a alcanzar un presupuesto
de $200 millones anuales si hay que pagar 120 de salarios, 60 de pensiones, 15
de servicios públicos. Quedan $5 millones para comida y remedios de los 9.000
detenidos, como detalla Eugenio Freixas, ex Procurador Penitenciario. En Devoto,
por ejemplo, son 2100 en un lugar para 1500 hombres. Viven peor que en países
sin democracia, como pintaron los funcionarios de la ONU que acaban de recorrer
11 cárceles argentinas.
'Lo que más te pesa es que vas re temprano para estar más tiempo con él, vas a
las 6 de la mañana y son las 4 de la tarde y todavía estás afuera. Te dicen que
no tienen personal para atenderte más rápido', se desahoga Alejandra. La espera
no es el único precio de la visita: también es un esfuerzo económico llegar a
verlos, les cuesta entre $30 y $50 cada encuentro.
La mayoría de los familiares no sólo administra pobreza. También desinformación.
Nunca saben bien qué pueden entrar. Coca Cola no, fideos con agujeros tampoco.
Maquinitas de afeitar, sí. Los argumentos que detallan los motivos y los
reglamentos que ponen en vigencia la Ley 24.660 están bien guardados. Si para
colgar afiches contando derechos y obligaciones de las visitas, el Ombudsman
penitenciario tuvo que elevar un proyecto. Que todavía no fue aprobado.
Cárcel proof
Se pinta y se pinta y se pinta los labios, moviendo el espejito hasta que el
reflejo del sol le confirma que lo hizo bien. Se pinta, como si él no fuera a
tragarse todo el color cuando la vea. ¿O lo estará haciendo a propósito, para
dejarle lo que trae de afuera, para salvarlo con esta respiración boca a boca
que le tiene preparada?
La paciencia femenina se hacen notar: ellas son, en cantidad, 6 veces más que
los hombres que visitan a sus mujeres detenidas. En Devoto, por día, son
alrededor de 200, y la chica del pintalabios es una de ellas. Afecto,
complicidad, culpa... cada una sabrá por qué se queda. Como si hubieran
encontrado una causa o se hubieran hecho cargo de la que les cayó del cielo.
'Es un tema para pensar desde el principio de personalidad de la pena: la pena
es personal, no debe trascender al penado. ¿Cómo es que pasa, en la realidad, a
otras personas, especialmente a las mujeres y a los hijos? Basta ir a Devoto
cualquier día de visita y pararse en el café de enfrente. Hay toda una
organización de apoyo y servicios muy curiosa', comenta Raúl Zaffaroni, flamante
juez de la Corte Suprema de Justicia Argentina.
Esta organización de apoyo es curiosa por su espontaneidad; la integran otras
mujeres, como las que atienden los almacenes donde las visitas compran lo que
cruzan y donde dejan sus carteras, al cuidado, por 50 centavos. Como Erminda,
que tiene su boliche desde cuando la cárcel tenía rejas en vez de muros, y veía
cómo los presos armaban la huerta.
También están las que van y vienen con un carro de supermercado.
'¡Rosarios para los muchachos 2 pesos! ¡Biromes 50 centavos! ¡Tanguitas 4
pesos!', vocea una, con la camiseta de Boca acariciándole la panza.
- Dame una birome -pide una rubia-, que a mis chicas en la escuela se las viven
robando.
'Yo siempre espero el día de visita -retoma Alejandra-. Durante un tiempo decía:
'Me quebré, no doy más. Pero si él me veía así, no iba a luchar.'
Lleva su circunstancia en silencio. Desde que su marido 'cayó', se quedó sin
plata para el alquiler y volvió a vivir con su mamá. A sus compañeras del
hospital donde trabaja, les dice que se separó.
- No por vergüenza, quería que ese tema quede afuera.
- Y a tu hija, ¿qué le decís?
- Cuando él cayó, tenía 2 años. Ahora tiene 5. Le decía que estaba en el
hospital, pero me empezó a preguntar: '¿Por qué hay tantos policías?', y yo
digo: 'Uy, cómo creció'. Uno después lo piensa: 'Uy, mirá lo que hice'. Perdés
un montón de cosas. Mi hermana es evangelista, y por ahí voy a la iglesia, eso
me deja más tranquila.
Entre ellas hay un código: no se pregunta por qué están. Tienen otro: para que
no las confundan con las guardiacárceles no pueden vestir de gris, de azul ni de
negro. Nunca de negro, menos para visitar a sus maridos, hermanos o hijos en la
tumba. Tampoco pueden usar taco aguja, corpiños con alambre ni ropa ajustada.
Será por seguridad, y será para beneficiar a los negocios que rodean el penal
que alquilan ropa interior y alpargatas.
La cárcel de hombres está llena de mujeres. Que entran por una puerta gigante,
verde oxidada. Desde afuera, entre el humo de una parrilla y el murmullo
femenino, se cómo, cada vez que la puerta gigante, verde oxidada, se abre, su
ruido que detiene el mundo. Sólo dejan escapar oscuridad.
Ellas esperan turno para sumergirse en ese túnel. Ya ni sienten el crujido de
los casi 10 portones que se cierran a su paso, ni el cóctel de olor a humedad,
amoníaco y transpiración que se respira adentro. Aprenden a decirles 'Oficial' a
los penitenciarios, porque saben que les gusta oír esa mentira.
Resisten. Sobreviven. Parecen fuertes. Tal vez por eso se maquillan: para no
llorar.
Monólogos de la vagina
Una historia que cambió la historia: el Caso Arenas o la Señora X, según los
expedientes. Había ido a ver a su marido, con su hija adolescente. Cuando
intentaron hacer revisación vaginal a la chica, la mujer dijo que no.
Pidió a un ginecólogo. Y nada. La Señora X no sólo hizo la denuncia: llegó a la
Corte Suprema, que le negó la razón sin imaginar que estaba con una cabezadura
que llegaría hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
Lo que sigue: escenas de héroes urbanos y causas perdidas, dignas de una canción
de Sabina. La Señora X denunció que estas revisaciones eran una violación a los
derechos humanos, una medida denigrante que trasciende al procesado,
discriminatoria en perjuicio de las mujeres y estigmatizante para la familia de
un preso. La justicia argentina, en su descargo, dijo lo hacía en nombre de la
seguridad carcelaria.
Siete años estuvieron yendo y viniendo con el tema. En el '96, el organismo
concluyó, en su Informe Nro.38/96, que el Estado argentino había violado los
derechos en cuestión. Aclaró: la revisión vaginal sólo es válida cuando existe
un motivo preciso, no hay otras alternativas de control, es autorizada por orden
judicial y hecha por médicos. Agregó: 'El visitante no debe convertirse en
sospechoso de un acto ilícito ni considerarse una amenaza para la seguridad'.
Aun así, el Ombudsman penitenciario sigue recibiendo reclamos, y vuelve siempre
la misma recomendación: terminar con estos controles, respetar las resoluciones
del CIDH. Pero, en general, como en todo crimen contra el pudor, las denuncias
ni se hacen. Eso que, por cada uno de los 40.000 detenidos argentinos, hay una
mujer afuera. Es decir: 40.000 Señoras Xs en potencia pero olvidadas, que lo
único que hacen oír es su silencio.
Rejas invisibles
- Fue una fiesta, un revuelo -cuenta Esther, del lado de las reinas de la
fidelidad: las madres-. Cuando le dieron la libertad, estaba con él. No la
esperábamos la libertad. Sabíamos que se podía dar, pero no teníamos
definiciones. Lo llaman a las 5, la visita es hasta las 5 y media, vuelve y me
dice: '¡Nos vamos!' Todo el mundo aplaudió.
Cuando se acuerda de esa tarde, se le escapa muchas veces la palabra libertad.
Necesita recrearlo, hacer de cuenta que Fernando (30) no violó la libertad
condicional ni volvió al encierro a 3 meses del aplauso. A tono con un índice de
reincidencia que aumenta, ahí están, ellos dos, en ese patio, otra vez. Pero hay
algo distinto ahora: ella está más acostumbrada.
- La primera vez, no podía asumir que mi hijo estaba en la cárcel. Sentía
vergüenza, sentía que había fallado como madre. Bajé 14 kilos, y no dormía
pensando en él: si tenía hambre, si le iban a pegar... Llegué a fumar dos atados
de cigarrillos por día. A mi hermano, tardé 1 año en decírselo. Su marido, que
trabaja en el Ministerio del Educación, sigue enojado. A veces le escribe. La
única visita que él tiene es la de su mamá.
- ¿Te ponés linda para que él te vea bien?
- No demasiado, el lugar es sucio, y antes de entrar tenés que estar sentada en
el piso porque no hay otro espacio.
Esther ve a su hijo una vez por semana. El resto de los días, espera que a las
11 am suene el teléfono. Está leyendo por 2da. vez el Código Penal, y se
acostumbró a seguir la página de Policiales de los diarios.
- ¿Qué pensás cuando la gente pide más seguridad y que los ladrones se pudran en
la cárcel?
- Siento impotencia y bronca. Nosotros también somos víctimas de la inseguridad,
a mi esposo también le robaron. Para muchos, somos lo último de la sociedad.
Somos familiares de personas que infringieron la ley, familiares de basuras,
escorias, violadores, asesinos, chorros o transas... Yo te hablo así, es que hay
un montón de palabras que empecé a usar desde que estoy en