Argentina: La lucha continúa
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Los otros desaparecidos
Roberto Morini
El orresponsal
Aunque la Argentina blanca ha tenido éxito en ocultar su pasado de inmigrantes africanos, las huellas regresan cada tanto desde el fondo de la Historia, como una triste victoria tardía. En 1810 los negros constituían la tercera parte de la población de Buenos Aires, pero en apenas cincuenta años casi habían desaparecido. El fin de la esclavitud sólo sirvió para exterminarlos.
La 'Argentina blanca' vuelta una nación moderna por el
cruce del criollo con inmigrantes europeos ¿buscó ocultar su pasado africano,
las huellas del negro en su sangre, la marca del esclavo? La respuesta no es
totalmente segura, aunque si ese propósito ocurrió casi tuvo un éxito
completo.
Pero las huellas reaparecen, titánicas, y afloran desde lo antiguo.
Recientemente, un arqueólogo urbano que trabaja con los restos del subsuelo de
Buenos Aires, Daniel Schavelzon, ha desenterrado ollas, pipas, piedras
rituales, objetos de hueso, utilizados por africanos en la época colonial. La
'Argentina negra' aflora, regresa cada tanto del fondo de la Historia y se
muestra, como triste victoria tardía.
Los negros eran el 33 por ciento de las 44.000 personas que habitaban Buenos
Aires en 1810, pero hacia 1887 ya eran sólo el 2 por ciento de la población.
Durante la mayor parte del siglo veinte, los ahora llamados afroargentinos
parecieron haber desaparecido, hasta que en años recientes un nuevo flujo
migratorio, este vez voluntario, hizo acrecentar de nuevo su presencia.
El comercio esclavista
Ya a partir de 1660, provenientes sobre todo del puerto angoleño de Loanda,
pero también desde Guinea, Senegal, Cabo Verde, Nigeria y Togo, y en su
mayoría pertenecientes a pueblos de origen bantú, centenares de esclavos
fueron desembarcados en el puerto de Buenos Aires, lugar de confinamiento,
subasta y distribución. En este sentido, si bien el porcentaje de negros
llegados a estas costas iba a ser menor que en otros puntos de América, la
ciudad alcanzaría tales niveles como plaza reexportadora de esclavos hacia
Potosí, hacia Chile y al interior argentino, que prominentes comerciantes
locales se enriquecieron con este tráfico.
El Cabildo de la ciudad, un céntrico edificio de clara arquitectura colonial
que, por haber sido el asiento geográfico de la Revolución de Mayo, hoy es uno
de nuestros símbolos históricos y patrióticos, era entonces el sitio de las
almonedas públicas, donde mujeres y hombres casi desnudos, adultos y niños
traídos violentamente desde Africa con marcas de hierro candente en sus
cuerpos, expuestos aquí a enfermedades y bajas temperaturas desconocidas para
ellos, se convertían en piezas de la oferta y la demanda de los concurrentes.
¿Los posibles compradores? Familias pudientes, órdenes religiosas y
negociantes que enviaban su mercadería a las minas de Potosí, en la actual
Bolivia. Buenos Aires no era entonces más que un pueblo de 400 casas de barro
y paja, pero rápidamente se convirtió, junto con la vecina Montevideo, en uno
de los dos grandes centros distribuidores de la trata rioplatense.
Se lee en un documento de un comprador de la época: '(...) los dichos esclavos
para que los pueda sacar, trajinar y vender libremente por esta provincia
(Buenos Aires), la del Tucumán y la del Paraguay'. Otros destinos fueron la
provincia de Córdoba, la de Mendoza y la de Catamarca.
En zonas rurales, las tareas en las haciendas coloniales propiedad de laicos,
jesuitas y otras órdenes, estaban a cargo de mano de obra esclava, negra o
mulata. La Compañía de Jesús, el Estado español por medio del Cabildo, las
familias principales, los grandes comerciantes e incluso las capas medias de
la población, fueron, si se los considera en conjunto, dueños de miles de
africanos a su servicio.
Hacia mediados del siglo diecinueve comienza la desaparición o disminución del
africano en Buenos Aires, por diversas causas no enigmáticas, sino, de acuerdo
con la investigación histórica, razonadamente comprobables. Empieza a
producirse un encadenamiento de factores, como la prohibición de la trata de
esclavos en 1812, y el punto final definitivo a ese comercio en 1840, hechos
que originan una reducción en el ingreso de africanos. Otro factor es la muy
elevada tasa de mortalidad negra, en especial la infantil.
La vida de los africanos que sobrevivieron en el Buenos Aires antiguo conocía
también de castigos. Uno característico, luego de alguna falta o por
disconformidad del amo, era el de ser azotado junto a los muros del Cabildo, a
modo de lección pública. Los trabajos o oficios más comunes para ellos eran:
escobero, aguatero, pastelero, lavandera, jornalero, vendedor, músico, amas de
leche para niños blancos.
De 1776 a 1810 un tercio de los esclavos de Buenos Aires consiguió comprar su
libertad, procedimiento conocido como manumisión, para lo cual el individuo
africano debía esforzarse por reunir, muchas veces con ayuda de su familia,
del barrio o de una cofradía, los cuatrocientos pesos en que estaba tasado.
Tres tipos básicos de agrupaciones de africanos comenzaron a constituirse en
aquel Buenos Aires ya en tiempos del Virreinato: las cofradías, las naciones y
las sociedades. El control de estas agrupaciones fue ejercido primero por la
Iglesia y posteriormente por la policía. Su expresión principal eran los
bailes públicos, con cuya recaudación solventaban los gastos de misas,
funerales y ayuda a los enfermos.
El sostenimiento de la tradición en los afroporteños constituyó un espectro
amplio, profundo en su aspiración de salvaguarda, hecho de costumbres y
rituales públicos y privados; por ejemplo, mediante el canto y la música. De
forma intermitente dichos bailes públicos pasarían por épocas de prohibición y
libertad. Vinculado con fuerza al ritual celebratorio, pero también al
religioso e incluso al funerario, el candombe fue, no obstante, tachado
algunas veces de danza lujuriosa, salvaje y con potencial subversivo. De esa
natural heterodoxia se deriva una hipótesis sugerente: la fiesta colectiva
negra llamada candombe, desarrollada sólo por los afroporteños, con el tiempo
parece haber dado lugar a otros ritmos, bailes clandestinos y de suburbio en
donde se introducen también los blancos pobres. Caracterizada como 'una burda
pero exitosa imitación por los compadritos blancos de los bailes negros, surge
entonces la milonga. A su vez, la milonga se convertirá en una especie de
etapa musicológica preliminar para el surgimiento del tango.
Habrá que esperar bastante, hasta los postreros años del siglo veinte, para
observar una tibia recuperación de la visibilidad del africano en Buenos
Aires, ahora una ciudad de imposible comparación con aquella aldea colonial.
A partir de finales de la década de los ochenta, una marcada afluencia de
inmigrantes del Africa Occidental, esta vez por voluntad propia, comienza a
arribar a Buenos Aires. Este nuevo flujo migratorio se caracteriza porque su
punta de lanza son los varones jóvenes.